Hubo una época en que los personajes principales de los programas infantiles eran los héroes de muchos niños sirios: Oliver Atom, de la serie «Campeones»; Ícaro, de «Goleadores», el pescador Sanpei; y Mowgli, el niño de la selva. No resultaba sencillo escoger a tu héroe particular de entre los dibujos animados que se emitían en Siria, pues muchas de las series parecían inspiradas en alguna novela trágica del ruso Máximo Gorki, en la que un niño deambulaba buscando a su familia perdida o una niña se quedaba huérfana y, sumida en la pobreza, se convertía en blanco de los abusos de la directora del colegio.
Los héroes de las historias que habían hecho las delicias de nuestras abuelas jugaron también un papel clave en el la conformación de la imaginación y el disfrute de los niños: el sabio Hasan, Antara ben Haddad, etc. Sin embargo, y a pesar de que ocupaban un lugar destacado en la educación de esos niños, los «héroes» religiosos, como los profetas, se perfilaban como seres al margen de la realidad, por lo que, tal vez, se situaban en una posición por encima de los héroes.
Por otra parte, en la vida real, lejos de los dibujos y los personajes imaginarios y sagrados, antes de esta era nuestra de las redes sociales, nuestras opciones, como niños en Siria, eran bastante poco variadas, pues la imagen del presidente luchador estaba en todas partes: en clase sobre la pizarra, en la calle, en los edificios gubernamentales, en tu casa entre tus libros y cuadernos escolares… No había escapatoria. Era el héroe que se te imponía por el artículo 33. Poco después, se colaron en el imaginario de aquellos que nacimos a finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado las imágenes de Basel, el hijo del líder luchador, que nos miraba desde lo alto, a lomos de su caballo o con sus solemnes gafas de sol de tipo Ray-Ban y su atuendo militar moteado, muy distinto de la ropa arrugada de los soldados que veíamos a pie de carretera.
Mi tío materno, que era un obseso de la música y tenía una personalidad misteriosa a la par que cariñosa, tenía relación con Basel, al que se le añadía por aquel entonces el artículo determinado, que lo convertía, por el significado de su nombre en «El Valiente» (Al-Basel). Mi tío no dejaba de alabar su personalidad en casa, mientras que, en la escuela, en las clases de plástica, era habitual la tarea de dibujar al Líder y a Basel. Ha de reconocérsele al régimen del líder luchador que no nos reprendiera por deformar su aspecto en nuestros intentos, cargados de buena intención, de dibujarlo. Aún hoy recuerdo la letra y melodía de las canciones que llevo quince años sin escuchar, como si las hubiera escuchado ayer mismo: «Abu Basel (el padre de Basel) es nuestro líder, oh tú con tu frente alta, mantienes en paz y proteges nuestro país de los peligros de la noche». Ahora bien, puedo decir con orgullo que mis intentos artísticos eran muy limitados, pues solían estrellarse al intentar dibujar la frente alta [1]. Digamos que las gafas Ray-Ban y el traje moteado eran más sencillos.
Basel «cayó mártir» en un accidente que conmovió a muchos. Creo que mi tío lloró mucho, mientras que nosotros, naturalmente, nos alegramos por no tener clase durante varios días de forma inesperada, aunque nos prohibieron cualquier expresión de alegría infantil. En el patio del colegio, entonamos melodías populares mientras nuestros dos compañeros, Basel y Bashar, se subían cada uno a hombros de otro compañero y lanzaban vítores, que repetimos con ellos: «No sufras, no dudes: Basel se ha marchado, pero aquí llega Bashar». Apenas habían pasado tres días del «martirio» de Basel, y estábamos en cuatro de primaria.
Unas semanas después, se plantó un pequeño olivo en un rincón ciudadosamente preparado para ello, a cuyo lado se colocó una losa de mármol con la siguiente expresión: «El árbol de la eternidad del mártir Basel».
Un tiempo después, durante un campamento de scouts en un pueblo cercano de Wadi al-Nasara (Valle de los Cristianos), fuimos a jugar al patio de la escuela pública y allí, como siempre, había una placa con la fecha de inauguración de la escuela y una alababa a semejante don del líder padre. Como de costumbre, en la placa se había incluido un perfil de metal en relieve del busto del líder padre, siempre omnipresente. No sé qué me empujó a destapar el marcador y dibujar una marca roja en el ojo del líder eterno… Tal vez fuera un intento de romper la dictadura del color gris en la cabeza que ya acusaba el paso del tiempo en el patio de la escuela. Volvimos a nuestro campamento base después de un largo día de salida por el valle. Al día siguiente, mi monitor me llamó temblando: «¿Qué has hecho?» Se me había olvidado por completo, y me lo tuvo que recordar: no supe cómo justificarlo.
En tercero de secundaria, mis profesores se dieron cuenta de que tenía una excelente dicción, por lo que siempre me encomendaban la tarea de escribir los discursos y leerlos en las festividades o conmemoraciones nacionales frente a los estudiantes de secundaria y bachillerato. Dichas festividades eran los aniversarios del «bendito Movimiento Correctivo»[2], «la guerra de liberación de octubre»[3], «el nacimiento del colosal partido»[4], etc. Solía leer el discurso subido a una especie de plataforma elevada sobre los estudiantes en una plaza a medio camino entre la arquidiócesis y la iglesia. Mientras yo leía desde la sombra, los demás estaban al sol, entre ellos, mi hermano mayor y sus amigos. Era habitual que los estudiantes me interrumpieran, cada vez que se mencionaba el nombre del líder eterno, con aplausos y vítores. Mi hermano y sus amigos, por diversión y ganas de armar barullo, me interrumpían prácticamente cada diez segundos, aunque no hubiera mencionado las palabras mágicas, gritando: «Sacrificamos nuestra sangre y nuestra vida por ti, Hafez; Hafez al-Asad es el símbolo de la revolución árabe». Sabían que ningún profesor ni miembro de la dirección, ni siquiera el sacerdote encargado, se atreverían a reprenderlos.
Por mi parte, no tenía otra forma de vengarme más que alargando mi discurso todo lo posible con alabanzas al líder padre luchador y la enumeración de sus proezas y bondades para mantenerlos al sol el mayor tiempo posible.
Tres años después de ese campamento, fuimos a otro. Pasamos la noche en vela conversando sobre quién era el ejemplo a seguir de cada uno de nosotros y por qué. Cuando llegó mi turno, dudé unos instantes antes de decir: «Hafez al-Asad». Justifiqué mi respuesta haciendo alusión al libro de Patrick Seale sobre la vida del líder luchador: cómo había salido de un entorno modesto en el que se privó de muchas cosas para llegar a lo más alto de la pirámide del poder en el país… Estaba de veras maravillado por él y era mi héroe, aun cuando tenía una vaga idea entonces de su «otra cara».
Hafez al-Asad, y a veces Basel y Bashar, eran, consciente o inconscientemente, los héroes de muchos de nosotros, lo entendiéramos o no. Miro hoy a mi alrededor y observo a la mayoría de opositores al régimen sirio: instituciones y organismos de la oposición política, facciones y milicias militares opositoras, con toda su diversidad, las muchas -montones- de organizaciones e instituciones de «la sociedad civil» siria y nuestros comportamiento en las redes sociales… ¿Después de 7 años, se han creado o generado modelos de autoridad, gestión o trato distintos del asadiano baazista?
Aguerridos opositores que se vuelven asadistas en cuanto se menciona al otro, ya sea representante de un país como Líbano, por ejemplo, o de una etnia, como sus conciudadanos kurdos. Directores de organizaciones civiles que hablan en nombre de la revolución y no saben hacer otra cosa que sembrar ojos y oídos por todas partes para redactar informes, discriminar, provocar y exigir lealtades personales… Y muchas otras cosas que es mejor no mencionar.
Tanto Asad padre como sus hijos eran nuestros héroes, y parece que lo seguirán siendo -por mucho que nos empeñemos en negarlo y nos avergüence- hasta que llegue un día en que el cachorro que todos llevamos dentro salga de nuestro interior y entonces, solo entonces, nos liberemos de la carga de nuestros héroes.
Notas
[1] Puede tratarse de un chiste con la prominente frente de Hafez al-Asad y el tamaño desproporcionado de su cabeza
[2] Llegada de Hafez al-Asad al poder para «corregir» la deriva demasiado hacia la izquierda y pro-palestina del liderazgo anterior del Baaz.
[3] También conocida como guerra de Yom Kippur, contra Israel, en 1973.
[4] El Baaz se fundó 7 de abril de 1947.