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Once palabras borbónicas y una breve antología de textos

Fuentes: Rebelión

Nunca hasta ahora había ocurrido en la historia hispánica de los Borbones. No ha sido por los orígenes de la institución ni por su directísima relación con el régimen franquista. Tampoco por las opiniones del jefe de la Casa Real sobre el dictador golpista africanista ni por el antidemocrático papel que el Rey juega en […]

Nunca hasta ahora había ocurrido en la historia hispánica de los Borbones.

No ha sido por los orígenes de la institución ni por su directísima relación con el régimen franquista. Tampoco por las opiniones del jefe de la Casa Real sobre el dictador golpista africanista ni por el antidemocrático papel que el Rey juega en la Constitución española de 1978. Ni siquiera por el carácter no democrático de la institución, ni por su turbio papel -jamás aclarado- en el 23-F, ni por los numerosos casos de corrupción que le han acompañado, ni por su abyecto y estúpido «¿Por qué no te callas?», ni por su documentado papel en el entramado de corrupción y malversación de fondos públicos asociado a la red Urdangarin-Torres-Borbón.

No, no ha sido por nada de lo anterior. Las «disculpas» -¡y qué manía con que pedir disculpas resuelve o disuelve las meteduras de pata, cuando no cosas peores, por arte de magia- han estado motivadas por el safari clandestino y por los escándalos subsiguientes. Es obvio que, aunque la declaración sea humo o similar, si una institución tan conservadora, tan elitista, tan propiamente monárquica, tan antidemocrática como la Casa Real, ha pedido disculpas, independientemente de quién haya trabajado en la cocina de la declaración para que ésta se produjera, si se ha pedido disculpas, decía, es porque el temblor, pavor y horror que está afectando a la institución borbónica y a todos sus cortesanos es de manual histórico y está al alcance de la percepción de todos.

Las palabras reales publicitadas urbi et orbe: «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir» [1]. En tamaño de 40 o 60 figuran en la primera plana del diario imperial monárquico matutino, encabezando una foto de un Juan Carlos I cuya cara destila bondad máxima y humanidad a prueba de cacerías y demás despropósitos. Según la periodista de El País Mabel Galaz, «no se puede decir tanto con tan pocas palabras, 11, y en sólo cuatro segundos». ¡Tanto en tan poco! Como acaban de leer. Por lo demás, según el diario monárquico matutino, sólo «la izquierda minoritaria» -no IU ni Amaiur sino la izquierda «minoritaria»- pide un referéndum.

En todo caso, ¿qué siente mucho la primer autoridad del Estado? ¿Haber matado, según, diez elefantes? ¿Haber formado parte de un safari que ha costado unos 40.000 euros pagado por Mohamed Eyad Kayali, un acaudalado ciudadano con propiedades en Marbella y Madrid que suele actuar como representante de la Casa Real Saudí en España cuyos negocios impulsa y defiende? ¿Qué nos hayamos enterado finalmente de algunos vértices de lo sucedido en el viajecito? ¿Cuál ha sido su error? ¿Herirse? ¿No haberlo ocultado mejor? ¿Seguir practicando la caza? ¿Tener gusto por rifles y pistolas a pesar de tragedias familiares como señalaba Jesús Mosterín? ¿Abonar el gusto por el tema en sus nietos? ¿Qué es lo que no volverá a ocurrir? ¿Los viajes secretos? ¿Los actos irresponsables? ¿La vida gratuita que viene realizando desde siempre?

Del PP mejor no hablar, todo es esperable en el partido de Cospedal, Aguirre, Rajoy y Aznar. Pero el PSOE no se ubica en su lejanía. Como siempre, otro motivo más para el PPSOE. «El Rey ha hecho bien en disculparse», han apuntado. La declaración, en su opinión, enfriará la polémica y eso parece estar mejor que bien.

Gregorio Peces Barba por su parte ha escrito un servil articulito en el El País. Se comenta sólo, a lo que nos tiene acostumbrados. Algunos de sus mejores momentos: «[…] Nunca el Rey se había disculpado públicamente y la verdad es que en los hechos importantes de la vida pública no había existido hasta entonces un motivo para ello… El Rey siempre ha tenido mucho sentido de la realidad y una gran prudencia tanto en el paso de la dictadura a la democracia como en la gestión del 23-F… El problema es el de (sic) saber si basta con eso para reparar el error cometido». En la docta opinión de don Gregorio, la respuesta es afirmativa, «si el Rey cumple realmente su compromiso. Por eso deben abandonar toda esperanza de cambio más profundo aquellos sectores partidarios de otras posiciones que son en España minoritarios » [la cursiva es mía]. ¡Abandonar toda esperanza! ¡Qué guiño dantesco! ¡Qué culto que es don Peces Barba!

También el historiador Julián Casanova ha dicho la suya. Suena así. ¿Suena bien?: «Hace más de treinta años que los españoles tenemos una monarquía parlamentaria y una Constitución democrática. Un largo período de estabilidad, reformas y cambios; de profundas transformaciones políticas, socioeconómicas y culturales. Una especie de milagro, dada la traumática historia de España en las décadas anteriores, que atrajo la atención de teóricos sociales y políticos de medio mundo. Y el rey Juan Carlos, que había comenzado su reinado tres años antes de la Constitución, con un juramento ante las Cortes franquistas, se convirtió en el «motor» o «piloto» del gran cambio que nos llevó desde la dictadura a la democracia […] Ese orden se ha quebrado en los últimos meses, desde que estalló en el pasado otoño el caso Urdangarín hasta la cacería de elefantes en Botsuana, pasando por el tiro en el pie de Felipe Juan Froilán. Además del paro y de la crisis, la Monarquía, con el rey Juan Carlos a la cabeza, es objeto ahora de controversias y de discusión pública (incluidos los insultos, un deporte nacional cuando se abre la veda). Y el ruido no viene como consecuencia de un movimiento social republicano, al acoso y derribo del orden existente, sino del desmoronamiento de algunos de los pilares en que se había basado esa construcción positiva y no sujeta a escrutinio del edificio monárquico …» [la cursiva es mía]. Se abre un nuevo escenario, en opinión del catedrático de historia, difícil de predecir, «que va a ser visto por personas influyentes en la política y en la comunicación con temor e inquietud, no sea cosa que renazcan los demonios de nuestra historia». Sea como sea, añade, parece el momento de «repensar el papel de la Corona en la democracia y en la sociedad actual, no en el que tuvo, con méritos ampliamente reconocidos, en 1975, 1978 o 1981. Antes de que el sueño de una monarquía perpetua, limpia de sombras y manchas, acabe en pesadilla».

Curiosamente, el mismo Casanova señala que el proceso de transición a la democracia forma parte ya de nuestra historia, que es tema de estudio y debate, con relatos oficiales y visiones y revisiones críticas, pero que «Juan Carlos, la Monarquía y la Corona quedaron fuera del debate. Hubo una construcción positiva en torno a él, estimulada por políticos, intelectuales y medios de comunicación, que le dejó fuera de las zonas oscuras, errores o deficiencias de la democracia». ¿Su nota no abona la misma aproximación acrítica?

Josep Ramoneda, nada dado a excesos políticos, pone -¡menos mal!- un poco de sensatez democrática y de izquierdas en todo el conjunto de voces. En su artículo -«El desgobierno»- apunta cosas tan razonables como las siguientes: «La foto del rey Juan Carlos con un compañero de caza al lado y un elefante abatido detrás, quedará para siempre como el icono del día en que se rompió definitivamente el tabú de la monarquía en España… la foto de Botsuana acompañará a don Juan Carlos el resto de sus días como símbolo del desmoronamiento del prestigio de la Corona. Durante los últimos meses daba la sensación de que el Rey había perdido el control de la familia, ahora ha perdido el control de su propia función. A partir de aquí, todo es posible: que la crisis le salve, porque la gente no quiera añadir otro problema a los muchos que tenemos, o que la avalancha de informaciones que puede seguir al levantamiento del tabú convierta su situación en insostenible […] Sensación de desgobierno diplomático: después de que Rajoy prometiera que volvería a España al lugar que le corresponde en el mundo, sufre el sonoro fracaso de ver cómo Argentina nacionaliza YPF dos días después de que un ministro dijera que todo estaba encarrilado. Sensación de descontrol institucional: ¿cómo es posible que ante el desafío de Cristina Fernández y las amenazas de los mercados nadie impidiera el viaje del rey Juan Carlos a Botsuana?»

Este es el panorama, concluye Ramoneda, «sobre el que solo cabe la ilusión de una reacción democrática de la ciudadanía y de un frente político capaz de forzar cambios en las exigencias europeas y devolver la dignidad perdida a la política».

Aunque sea anunciado por un honesto socialdemócrata próximo a la órbita del PSOE menos neoliberal, este devolver la dignidad perdida a la política es parte del programa de la hora. Sólo parte: abonar un potente movimiento democrático republicano es otro nudo esencial.

 

Notas:

[1] Tomo pie en las notas y artículos aparecidos en El País, 19 de diciembre, y en www.publico.es

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.