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50º aniversario de su deceso

Ortega y Gasset y el siglo de la masividad

Fuentes: Rebelión

El pasado 18 de octubre se cumplieron cincuenta años de la muerte de José Ortega y Gasset, uno de los pensadores que moldearon las ideas del pasado siglo XX. Ortega no influyó solamente en el pensamiento iberoamericano sino que dejó su marca indeleble en el flujo de arquetipos y paradigmas que conformaron una época. Me […]

El pasado 18 de octubre se cumplieron cincuenta años de la muerte de José Ortega y Gasset, uno de los pensadores que moldearon las ideas del pasado siglo XX. Ortega no influyó solamente en el pensamiento iberoamericano sino que dejó su marca indeleble en el flujo de arquetipos y paradigmas que conformaron una época.

Me refería el escritor Lino Novás Calvo, quien había tenido una relación con Lolita Castilla, la secretaria de Ortega, cómo el filósofo improvisaba sus conferencias con unas pocas notas y al día siguiente era capaz de verbalizar lo que había dicho el día anterior para ser trascrito por su secretaria, palabra por palabra. Aquella memoria prodigiosa, aquella mente de una lucidez deslumbrante, se percató tempranamente de la fuerza de la colectividad en la era que se iniciaba.

El siglo XX fue del experimento socialista en Rusia, del fascismo franquista español, del estado corporativo de Mussolini, del nazismo hitleriano, del New Deal de Roosevelt. En la Rebelión de las Masas, publicado en 1930, Ortega habla de la acción recíproca entre la masa y la minoría selecta y la diagnostica como el agente principal de la evolución social. Aunque no llega al concepto marxista de lucha de clases, Ortega esboza su concepto de la perfección de las élites frente a los reclamos triviales de las muchedumbres y advirtió el ascenso del autoritarismo europeo. Ello le provocó no pocas críticas de la izquierda mundial y llegó a ser tildado de simpatizante del fascismo, lo cual no era en realidad así. Pronosticó la gran crisis de la sociedad occidental que no se desataría abiertamente hasta el conflicto bélico que puso la democracia burguesa y el socialismo tipo soviético a luchar unidos contra el absolutismo autocrático del nazi fascismo.

En 1904 Ortega se marchó a Alemania huyendo de la «chabacanería española» y ahí comenzó la contradicción que siempre le persiguió, «entre las nieblas germánicas y la claridad latina». Sus estudios de filosofía en tiempos de prevaleciminto del idealismo neo kantiano fueron conformando a contrapelo su pensamiento. Regresó a España en 1910 para ocupar una cátedra de filosofía en la Universidad de Madrid que ejercerá durante veintiséis años hasta que en 1936, horrorizado por la Guerra Civil, parte de su país.

Ortega fundó en 1923 la Revista de Occidente que fue un vector de actualización del pensamiento filosófico e introductor de nuevas corrientes literarias, entre ellas la novedosa literatura norteamericana que no conocería su gran expansión influyente hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Cultivó el ensayismo con esmero y fue un articulista de filigranas. Sabía unir la gravedad del concepto con la liviandad de la metáfora, el criterio consistente y sistémico con la gracia de la alegoría. De ahí salieron los textos ejemplares de El Espectador

En 1921 publicó España invertebrada donde hace una brillante interpretación de su patria. En 1910, en su primer libro Meditaciones del Quijote ya inscribe su famosa frase: «Yo soy yo y mi circunstancia». Ahí es donde manifiesta que un pueblo es un estilo de vida y que a España hay que sentirla como una contradicción permanente.

En El Espectador escribió: «La verdad, lo real, el universo, la vida – como queráis llamarlo – se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo. Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios. Dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración.»

Esa manera de enfocar la autenticidad del ser y su misión en la tierra caracterizaron el humanismo profundo de la filosofía orteguiana y su distinción de la singularidad de nuestra existencia. Al cumplirse el cincuentenario de su fallecimiento sus ideas, su modo de expresión, la luz que esparció, se hacen cada vez más necesarias.

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