Una liga adscrita a la Internacional de Resistentes a la Guerra, con la médico zaragozana Amparo Poch al frente, difundió con un éxito insuficiente en 1936 los principios antibelicistas que comenzaban a arraigar en amplias capas de la sociedad española.
«¿Qué debemos hacer las mujeres en este nuevo trance? (…) No mantengáis una pasividad inexplicable e inexcusable. ¿Dónde estáis? No hacen falta gritos, sino pasar delante. Llevar la luz y hundir todo lo que pueda despertar el odio. No aprendáis el gesto militar, mujeres. Hay que apresurarse, hay que apresurarse y acabar con todo eso«, defendía en 1935, con la tensión prebélica disparada, Amparo Poch, la médico y activista zaragozana que unos meses más tarde sería la primera presidenta de la Liga Española de Refractarios a la Guerra, una entidad afiliada de la Internacional Resistencia a la Guerra (IRG, WIF por sus siglas en inglés) que se empleó, sin éxito, en intentar evitar una guerra civil y que supone uno de los primeros ejemplos de organización del pacifismo y el antimilitarismo en España.
Sus integrantes, conocidos como «los refractarios», aunque era más común utilizar «las refractarias» por la amplia presencia de mujeres en la organización y su relación con el incipiente movimiento feminista, protagonizaron en los años 30 el poco conocido primer brote del antimilitarismo organizado en España, que reaparecería en los años 80 con el MOC (Movimiento de Objeción de Conciencia) y con los insumisos para languidecer a partir de la abolición de la mili y de su prestación sustitutoria con el cambio de siglo.
El pacifismo había comenzado a arraigar en España con la Segunda República, el artículo sexto de cuya Constitución recogía una esperanzadora «renuncia a la guerra como instrumento de política nacional» y durante la que, según explica el historiador Xavier Aguirre en En legítima desobediencia, surgió un movimiento antimilitarista al confluir «los ecos pacifistas que siguieron a la Primera Guerra Mundial en general y la Internacional de Resistentes a la Guerra como su expresión organizada en particular» con «la tradición autóctona de oposición al Ejército, tanto en formas espontáneas de evasión de quintas, como en su vertiente obrera organizada (oposición a las campañas de Marruecos, huelga general de Barcelona de 1909, círculos anarquistas, etc.)».
En ese ambiente funda José Brocca en 1932 la Orden del Olivo, la cual, dentro de la IRG y bajo la idea de que «la guerra es un crimen contra la humanidad», contaba dos años después con varios cientos de activistas que lograron que algunas organizaciones sindicales y sociales llegaran a reclamar la abolición del servicio militar obligatorio.
Una organización pacifista nacida en vísperas de una guerra
En la primavera de 1936, y como afiliada a la IRG, nacía la Liga Española de Refractarios a la Guerra, con Amparo Poch como presidenta y, entre otros, José Brocca como vocal. Para entonces, el país respiraba una «atmósfera tormentosa» y prebélica, explica la historiadora Fernanda Romeu en El Viejo Topo.
Era «una etapa de inestabilidad que los antimilitaristas españoles contemplarán con verdadero desaliento», anota Aguirre, ya que «con el país al borde de la guerra, se advierte que las peores consecuencias pueden surgir de una situación en la que por todas partes hay una explosión de odio y de amenazas».
Antes de eso, el pacifismo había vivido momentos convulsos, como el distanciamiento del Gobierno republicano por el uso de medios violentos contra la revuelta obrera de Casas Viejas (Cádiz) en 1933, y otros de avance, como la negativa de un piloto de Correos a participar en los bombardeos aéreos de las posiciones obreras asturianas en 1934, relata Aguirre, o la de un centenar de jóvenes catalanes a incorporarse al servicio militar al año siguiente en medio de una campaña de apoyo pacifista.
La Liga Española de Refractarios a la Guerra, en cuyos inicios «no representa más que un grupo de convencidos entusiastas», apunta Aguirre, puso en marcha «una intensa campaña de propaganda por los principios y tácticas de la resistencia a la guerra» que tuvo una buena acogida en los ambientes libertarios, también en la CNT, el principal sindicato de la época. Sin embargo, la sublevación militar frenó en seco esa labor.
De hecho, el «grandioso mitin internacional» antibelicista convocado en Barcelona para la tarde del 18 de julio de 1936, en el que iban a participar, además de Poch, representantes de la IRG y del Bureau Internacional Antimilitarista y de varias organizaciones anarquistas, «no pudo celebrarse porque se declaró la sublevación militar fascista«, reseña el historiador.
Los antimilitaristas optan por las labores humanitarias
En ese nuevo escenario, los antimilitaristas optan por desarrollar en la zona republicana acciones humanitarias como mantener escuelas, distribuir comida y ropa o promover el cultivo de la tierra, mientras el movimiento era literalmente barrido en la zona sublevada.
La sección española de la IRG también activó sus contactos internacionales, algo que permitió a Amparo Poch organizar la salida de 500 niños refugiadoshacia México, donde serían acogidos por pacifistas locales.
Paralelamente, la organización habilitaba un fondo «para recabar información sobre familiares y amigos a los que el estallido de la guerra les sorprende en el lado franquista, facilitar intercambio de prisioneros y apoyar la creación de un hogar para los niños refugiados en la localidad catalano-francesa de Prats de Molló», relata Romeu, que anota cómo esos fondos también permitieron a Brocca comprar en 1937 en Holanda 19.200 latas de leche condensada.
Tres años después, en la primavera de 1939, el movimiento refractario a la guerra quedó disuelto de facto con el éxodo de sus miembros a distintos países, principalmente latinoamericanos como México, Colombia, Cuba y Paraguay, donde serían acogidos por miembros de la IRG.
Los estrechos vínculos del feminismo y el pacifismo
La participación destacada de mujeres como Amparo Poch en los movimientos pacifista y feminista, como ocurriría en otros países europeos con Simone Weil(Francia), Vera Brittain (Reino Unido) o Lini de Vries (EEUU) no es casual, sino que responde a la estrecha vinculación entre ambos, que a su vez llevan más de un siglo conectados con el obrerismo.
De hecho, la oposición al servicio militar, a las levas para participar en guerras y a estas en general, que habían comenzado a arraigar en el movimiento obrero europeo en vísperas de la Primera Guerra Mundial y que se implantaron con fuerza en el periodo de entreguerras, se habían situado como uno de los ejes de actuación del feminismo desde el Congreso de Mujeres de La Haya, que reunió al sufraguismo en 1915.
Y España no era para nada ajena a ese escenario: un país enfrascado en varias guerras coloniales en el tránsito del siglo XIX al XX, cuando los destinos militares a los territorios en conflicto podían eludirse con dinero y cuyos ejércitos se nutrían fundamentalmente de jóvenes procedentes de familias que carecían de él, una situación que generó revueltas y episodios como la Semana Trágica, desatada en 1909 en Barcelona por el Gobierno de Antonio Maura al ordenar una brutal represión ante el rechazo social a enviar a Marruecos tropas reservistas que, en realidad, eran padres de familia en su inmensa mayoría.
«En los años 20, tres organizaciones internacionales, dos mixtas y una de mujeres, ya aúnan los valores del feminismo y el pacifismo», explica Sandra Blasco, historiadora de la Universidad de Zaragoza. Se refiere a la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF, en inglés), al Comité contra la Guerra y el Fascismo y a la IRG, en el último de los cuales «Poch desarrolló su idea de la paz y de la cultura de la paz: rechazaba de plano cualquier guerra y consideraba que, por muy loables que pudieran ser los principios o los fines que se defienden, el uso de medio violentos los desvirtúa».
«Muchas mujeres le dieron la vuelta a los valores asociados a su género, como los cuidados y la atención, para armar un discurso contra la guerra, al que se añadirían otros componentes sobre la igualdad en las fábricas o la enseñanza, y para asociarse», añade Blasco.
La estereotipada imagen de la miliciana
«Si pensamos en las precursoras de ese pacifismo hay que ir a las librepensadoras» como Clara Campoamor, Carmen de Burgos, Ángeles de Ayala o Belén de Sárraga, que se vio obligada a exiliarse tras oponerse a una leva, anota Carmen Magallón, catedrática de Física en la Universidad de Zaragoza y expresidenta del Seminario de Investigaciones para la Paz y de WIPLF España.
«Se levantaron contra las guerras coloniales y el reclutamiento de sus hijos», señala, al tiempo que destaca dos hitos del feminismo: la entrega de seis millones de firmas en la Conferencia Pro Desarme que la Sociedad de Nacional celebró en Ginebra en 1932 y la propuesta, en el congreso de La Haya de 1915, de «un foro internacional de resolución de conflictos, que no existía. Por eso se les señala como las precursoras de la ONU». «Todas las organizaciones de mujeres tenían entre sus objetivos pelear contra una guerra que se veía venir», añade.
La imagen de la mujer pacifista, en cualquier caso, choca con la idealizada figura de la miliciana. «La imagen de la mujer en la guerra civil está muy estereotipada», indica Blasco, que pone como ejemplos de la fuerte implantación del feminismo en el periodo de entreguerras las multitudinarias manifestaciones del 8M de 1936 y la del año siguiente en Barcelona.
En ese contexto, explica Romeu, en sus textos Poch «se dirige a las mujeres, porque está convencida de la fuerza que ellas pueden tener para detener esta trágica guerra, y por otro lado rompe con el arquetipo de la mujer combatiente, la miliciana, que con gran proliferación se representaba en los carteles de la época, como si fuera el símbolo dominante de las mujeres republicanas».
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