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Paisaje después del huracán

Fuentes: Adital

«Abuela, ¿Ya no pasó el huracán?». Mi nieto Enriquito, un escolar sencillo, como dijera Martí, no entiende que el noticiero estelar de la televisión nacional siga desgranando informaciones y transmitiendo imágenes de lo mucho que la lluvia y en especial el viento nos llevó, y de todo lo que ya se hace para socorrer a […]

«Abuela, ¿Ya no pasó el huracán?». Mi nieto Enriquito, un escolar sencillo, como dijera Martí, no entiende que el noticiero estelar de la televisión nacional siga desgranando informaciones y transmitiendo imágenes de lo mucho que la lluvia y en especial el viento nos llevó, y de todo lo que ya se hace para socorrer a los damnificados y paliar los más urgentes -y susceptibles de tales medidas–, de los múltiples daños que nos legó Gustav.

Quizá podría explicarle que aunque evidentemente ya pasó, la cuestión es que dejó en Cuba daños totales o parciales en más de 100 mil viviendas, en 370 escuelas, en unos 200 kilómetros de tendido eléctrico y telefónico, así como miles de hectáreas de cultivos perdidas, 600 postes de electricidad abatidos y más de cien transformadores averiados. También, que hay que reparar 720 postes telefónicos, reinstalar 15 kilómetros de líneas aéreas, y recuperar las torres de transmisión de los cuatro canales nacionales de televisión, de tres emisoras de radio, y etc., etc., etc.

Hasta le haría una comparación elocuente: En Cuba sólo lesionó a 19 personas, no provocó ninguna muerte. Un capítulo, el de las víctimas fatales, que sumó 102 en el Caribe suma 9 en Estados Unidos. Pero ningún niño de su edad puede entender tantas cifras, y por otra parte, lo cierto es que a nadie, por muy maduro, avezado e inteligente que sea, tales dígitos ¿fríos o calientes? pueden brindarle la verdadera dimensión de la tragedia.

Gustav surgió en el Mar Caribe el 26 de agosto y comenzó a bordear a Cuba por el sur, lento y amenazante. Si bien las lluvias y los vientos fueron llenando represas y sacudiendo lo suyo por el oriente y el centro, la realidad es que nos mantuvo en vilo hasta el sábado 30, cuando penetró en la Isla de la Juventud, la pequeña ínsula de 3 mil 56 kilómetros cuadrados -segunda en extensión del archipiélago cubano–, ubicada al sur de la zona occidental de la isla mayor. Luego enfiló a Pinar del Río, y allí, como decimos los cubanos, «acabó», antes de seguir rumbo al sudeste de Nueva Orleáns, en Louisiana, Estados Unidos.

En la Isla de Juventud tocó tierra a las dos de la tarde con fuerza cuatro en la escala Safir-Simpson (de un total de 5 categorías). La fustigó con brutalidad y violencia y luego cruzo el corto tramo de mar que separa a ambas ínsulas. A las 6 de esa propia tarde, cuando sus ímpetus eran tan demoledores que ese 4 fue calificado por expertos de «avanzado», penetró en la provincia más occidental de por un punto intermedio entre los municipios de Los Palacios y San Cristóbal, cerca de Punta Carraguao y la desembocadura del río Los Palacios.

Durante todo ese tiempo, desde que empezó a «bojear» a Cuba, hasta las 9 y media de la noche sabatina, cuando salió del territorio nacional por la localidad pinareña de Manuel Sanguily, mantuvo bajo fuerte presión a todo el país, y muy en especial a la zona occidental.

Cuentan que como el diámetro del ojo del meteoro era tan inmenso (60 kilómetros) en pueblos enteros (como los mencionados Los Palacios o La Palma) los lugareños vivieron más de media hora de calma total, aún estando en el mismísimo medio de la tempestad.

Un capítulo de vital importancia fue el de las personas evacuadas a lugares seguros: 467 mil. El 77 por ciento de ellas residentes habituales en la Isla de la Juventud y en Pinar del Río.

A la islita entró y la cruzó con vientos máximos sostenidos de 240 kilómetros por hora. Allí los daños son cuantiosos. «Cosas que parecían seguras han sido dañadas», precisó la máxima dirigente del Partido Comunista de Cuba (PCC) en ese municipio especial. «Vehículos en parqueos que salieron volando, otros torcidos. Tanques de los techos, ventanales y puertas de viviendas han sido arrancados». Había avenidas intransitables e inundaciones fuertes en zonas bajas y lugares donde no se preveían las afectaciones a que llegó Gustav.

Hubo varios heridos en ese territorio, aunque ninguno de gravedad. «Habíamos evacuado a un nivel superior a otras oportunidades, pero después de pasar la primera etapa, cuando vino el momento de calma por el paso del ojo del huracán, se tomaron decisiones con personas que estaban en lugares peligrosos -añadió la dirigente. «Fueron más de tres horas de vientos fuertes sobre la Isla», acotó.

En Paso Real y en los Palacios, los fuertes vientos tenían rachas de 300 kilómetros por hora y llegó a desarrollar algunas de 340. Imagínese usted, amigo lector, en medio de tal vendaval. ¿Escalofriante, no?

Precisamente esas rachas de 340 kilómetros que acompañaron al huracán por el occidente de la mayor de las Antillas suponen un nuevo récord en la historia de los huracanes, según afirmó el pasado martes el director del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología de Cuba (INSMET), José Rubiera. «El viento más fuerte del que se tenía registro hasta ahora -dijo– corresponde a una tormenta invernal en New Hampshire (EE.UU), en 1934, que dejó rachas de 369,6 kilómetros por hora.

Sin embargo, en el caso de los huracanes los vientos más fuertes de los que había referencia corresponden a los 286 kilómetros por hora de un ciclón que pasó por México en 1953, precisó. Gustav, dijo a seguidas.»sería el primero en un huracán».

A ese respecto, el científico explicó que no se le pudo llegar a catalogar como de fuerza cinco (lo son cuando desarrollan vientos sostenidos de más de 249 kilómetros por hora), por la rotura de los instrumentos de medición de la estación meteorológica de Paso del Real, producto, precisamente, de las embestidas del viento.

Sin embargo, según cálculos del INSMET, con una fórmula que interrelaciona rachas con vientos sostenidos, han calculado 250 kilómetros de vientos máximos sostenidos.»Ese es un cálculo que no está registrado», aclaró Rubiera, quien afirmó asimismo que por los daños que ocasionó, el fenómeno puede considerarse un huracán «catastrófico», máxima categoría en este tipo de estimación.

Los municipios por donde pasó con mayor fuerza representan casi el 50 por ciento del territorio pinareño, y en ellos habitan más de 326 mil 300 personas de los 731 mil 276 pobladores de la provincia. Se calcula que atravesó Pinar en unas cuatro horas por una de sus partes más anchas.

Paso Real quedó, pues, totalmente devastada, aunque al igual que en la Isla de la Juventud. «Hemos vivido momentos muy tensos y complejos. Aunque los pinareños tenemos experiencia en enfrentar situaciones como esta, dicen algunos de los más viejos pobladores que desde hace rato no veían algo igual», fue la descripción ofrecida por Lidia Tapia, presidenta del Consejo de Defensa Provincial.

Por su parte, la Primera Secretaria del Partido pinareño precisó que en el territorio se encontraban 577 grupos electrógenos funcionando, localizados principalmente en hospitales, centros de alimentación, acueductos y otros sitios de vital importancia. La fuerza de los vientos -amplió- es lo que más ha afectado en la provincia, sobre todo en la región que incluye a Los Palacios, La Palma, San Cristóbal, Candelaria y Bahía Honda.

Colegas presentes en el lugar de los hechos, aseguran que esa noche de sábado fue la más oscura y destructora que recuerda Pinar del Río en más de 50 años. Y es que a pesar de que esa provincia es azotada por ciclones, tormentas y huracanes con mayor frecuencia que otras, allí no se registraba el paso de un fenómeno de tamaña intensidad desde 1946. Y aún así, se cree que posiblemente Gustav lo superó con creces.

Así, la aurora del domingo 31 fue una de las más aciagas del extremo occidental cubano. Porque si bien sus afectaciones más directas (y por tanto los mayores daños) tuvieron lugar en Los Palacios, San Cristóbal, La Palma, Bahía Honda y gran parte de Viñales, Candelaria y Consolación del Sur, ninguno de los 10 mil 861,5 kilómetros cuadrados de Pinar del Río escapó a la furia del temporal.

Anotemos que, además, en la noche se reportaron en la costa sur pinareña penetraciones del mar de hasta cinco kilómetros tierra adentro.

Las rachas de viento que se abatieron sobre la estación meteorológica de Paso Real de San Diego dañaron seriamente la torre de transmisión de su principal emisora radial, incomunicaron al municipio de Bahía Honda y han afectado por largo tiempo la agricultura, los cultivos, casas de tabaco y las carreteras de Pinar del Río.

Un cultivador de tabaco entrevistado por reporteron de la TV no podía ocultar su rabia. «A los que dicen que se acabó el tabaco cubano, que nos quedamos sin vegas, les digo que no. Mientras acá estemos trabajando los tabaqueros, hay tabaco para rato».

Mientras, numerosos actores, cantantes y humoristas partieron de inmediato hacia los territorios golpeados, para alegrar a la gente que lo ha perdido todo. Gentes confiadas en que la Revolución no los abandonará a su suerte, y que ya trabajan en su propia recuperación, pero no pueden ocultar su desesperación y sus angustias.

No es insólito, pero para muchos ese nombre, Gustav, debe suprimirse de la lista que bautiza a los ciclones cada temporada. Decisión que es una suerte de condena justiciera en honor de las víctimas de los meteoros más destructivos de la historia.

Enriquito, mi nieto, me reclama de nuevo. Hoy es viernes 5 de septiembre y las noticias sobre el huracán no cesan. No pueden cesar. Cuando tenía la edad del más joven retoño de mi familia no había, por supuesto, televisión, DVD ni videojuegos. Nuestros mayores sorteaban el aburrimiento infantil nocturno contándonos estragos y penurias de ciclones: el de 1926, el de 1932, el que pasó en 1944. Ahora, según expertos, este fue peor. Pero los niños de hoy prefieren otros divertimentos.

Digo más, mucho tuvo que recurrir mi abuela a cuentos de fantasmas y aparecidos (coetáneos de medio mundo confirman que antes los adultos eran dados a asustar a los pequeños para ejercer sobre ellos control psicológico), o nos ponían a jugar lotería o a escuchar la radio. Y es que la lista de fenómenos catastróficos no era tan larga como ahora.

En los años 70, cuando reconocidos expertos comenzaron a advertir sobre las inocultables señales de los cambios climáticos, fueron tildados de alarmistas y locos. O simplemente ignorados. Volvieron a la carga en los 80, en los 90, y aún había quienes pretendían rebatir sus teorías. Pero los hechos, año tras año, les han dado la razón.

Los cubanos nos convencimos pronto de que ellos estaban en lo cierto, porque ya habíamos advertido que eran más activas las temporadas ciclónicas (del 1ro de junio al 30 de noviembre), porque esas tormentas eran cada vez más brutales y dañinas, y por si fuera poco, comenzaron a abundar las penetraciones del mar.

Desde 1976 vivo a unos 200 metros del malecón habanero y he sido no sólo testigo sino damnificada, tras el paso de unos seis o siete eventos de ese tipo, verdaderos abismos que nadie puede calibrar en toda su magnitud hasta que los conoce y sufre

Durante el penúltimo mar de leva en la capital, en 2005 y cuando ya la Defensa Civil, las Tropas Guardafronteras y otros órganos especializados del Ministerio del Interior, habían evacuado a los residentes en planta baja, comenzaron a traernos vituallas a los que vivimos en pisos altos, pero quedamos literalmente aislados por las aguas y desconectados del resto del país y del mundo, claro está, para ayudarnos a paliar necesidades.

Ante tales eventos, lógico, la empresa eléctrica desconecta la energía y la del gas corta el servicio. Cuando se terminan la que acopiamos, nos quedamos sin agua corriente en las viviendas. Se pasa mucho trabajo por varios días, es cierto (en dependencia de la magnitud de las revueltas aguas que entran a la ciudad, con furia, lodos de estas y otras latitudes, y tan frías como sacadas de un refrigerador).

Pero no hay muertos por incendios ni electrocutados. Ninguna víctima, en lo que compete a medidas que toma un gobierno para el que, como el nuestro, es prioritario salvaguardar la vida de sus ciudadanos. Si algún aventurero se arriesga, puede pasar un susto o morir ahogado. Pero han sido poquísimos, en décadas. Por ciclones, huracanes, inundaciones o penetraciones marinas.

Sin embargo, hagamos un cómputo global: Cada año, fenómenos de este tipo provocan unos 5 mil muertos y daños materiales por más de mil 500 millones de dólares. Expertos aseguran que justamente los ciclones provocan la muerte del 80 por ciento de todas las víctimas mortales por catástrofes naturales.

En Cuba el más paradigmático ejemplo al respecto es el del huracán Lili, de gran intensidad, que en 1996 azotó a cuatro provincias (una occidental y las tres centrales). No dejó a su paso ni un muerto. Fue la primera vez en que un evento de esa violencia no se llevara con él a cierto número de víctimas fatales.

A ese respecto, así narró a un colega el doctor en Ciencias Físico-Matemáticas, Tomás Gutiérrez, director del Instituto de Meteorología de Cuba: «El Lili se detectó con una gran antelación y se alertó sobre su peligro potencial. Especial reconocimiento merecen los observadores meteorológicos de todo el país, que dieron en ese año 1996 elementos para un buen pronóstico. Lo demás fue la estrecha coordinación con la Defensa Civil y el trabajo de ésta».

Así de sencillo. Aunque no es nada sencillo, en realidad.

«Tenga usted, en nombre de la Revolución», me dijo de madrugada el militar que mojado hasta los huesos nos trajo pomos de agua y bolsas con algunos víveres, durante la ya referida penetración marina en la barriada habanera de El Vedado, cerca de los hoteles Meliá Cohíba y Habana Riviera.

Ahora, muchos falsimedios ocultan o minimizan la enorme dimensión del desastre económico que ha significado para Cuba el paso de Gustav, en especial en la Isla de la Juventud y en Pinar del Río. Y por supuesto, hay que recordar que este es un país pobre y bloqueado por todas las administraciones estadounidenses durante casi 50 años.

No es digno confundir o sembrar discordias. Hemos regalado hospitales y equipos médicos de alta tecnología a países como Bolivia, Ecuador y Haití, tenemos más de 30 mil médicos en casi todo el mundo, ayudamos a decenas de países con asesores deportivos, educadores y colaboradores de otras ramas, y en coordinación con Venezuela le devolvimos la visión a más de un millón 200 mil latinoamericanos y caribeños.

Pero no somos ricos. Tampoco damos lo que nos sobra. Compartimos lo que tenemos, eso sí. Incluso nos privamos de algunas cosas, para proveer de cuestiones vitales a pueblos más pobres. Es una máxima martiana. Y nuestro orgullo.

Pero cada vez que un fenómeno natural nos golpea, como decía recién el compañero Fidel Castro: «Cientos de millones de horas de trabajo se pierden en breve tiempo, cuando ráfagas de viento baten directamente centros económicos y sociales de extensas áreas del territorio nacional. Interminables lluvias acompañan a estos fenómenos naturales. Los ríos se desbordan, barren cuanto encuentran a su paso e inundan considerables zonas. Miles de instalaciones productoras de hortalizas, leche, huevos, carne de ave y de cerdo, sistemas sofisticados de riego, son seriamente dañados; decenas de miles de hectáreas de caña, granos proteicos, cereales y frutales próximos a cosecharse son derribados; escuelas, policlínicos, lugares de recreación y cultura, viviendas, techos, fábricas, almacenes, carreteras y puentes son golpeados por los vientos y las aguas».

Son realidades que nuestros hermanos del mundo entero deben conocer.

Con este huracán tan merodeador y amplio (tenía más de 430 kilómetros en el diámetro de los vientos fuertes), las lluvias y los vientos produjeron daños en toda la Isla. Desde oriente hasta occidente.

Las imágenes son terribles: pueblos casi fantasmas, familias sin viviendas, fábricas e instalaciones tabacaleras y avícolas, sin techo, escuelas sin ventanas ni puertas, sólidas y gigantescas torres de televisión encrespadas, cual retorcidas por un furibundo gigante de siete leguas.

«Nada -escribió Fidel en su reflexión sobre el fenómeno- es tan desolador como la destrucción y el daño que se observa después de un huracán. Cientos de miles de compatriotas se movilizan y trabajan intensamente en la fase ciclónica y de recuperación. Las reservas se reducen o agotan. Hoy más que nunca el golpe a los suministros de alimentos es costoso y sensible. Pero este es nuestro país, la parte que nos correspondió de nuestro planeta, y hay que desarrollarlo y defenderlo».

Y añadía: «La tarea que tenemos por delante exige tiempo y experiencia. No se construye en un minuto la verdadera Cuba y su noble pueblo, que ha sido capaz de compartir con otros sus conocimientos e incluso parte de sus recursos y de su sangre. Por eso ha sido adversario imbatible frente al poderoso imperio, que ha ensayado contra nuestra patria todas sus armas».

Una anécdota cargada de gran sentido humano y que habla por sí misma de la responsabilidad gubernamental con su población más humilde, fue el reciente rescate de cinco pescadores de Batabanó (una población ubicada al sur de Provincia Habana y de donde parten los ferry hacia la Isla de la Juventud), en cuya búsqueda participaron durante dos días 36 embarcaciones, tres helicópteros y dos aviones.

Sabíamos, dijeron en tierra, entre lágrimas y abrazos con familiares y compañeros de labor, que la Revolución nunca los abandonaría. Parafraseo a Fidel y al hombre de mar: nuestra suerte es la revolución.

Los amigos y los hermanos, justo es decirlo, comienzan a decir presente. Ayer arribaron dos de cuatro aviones cargueros rusos que trasladarán 200 toneladas de ayuda: alimentos, casas de campaña, materiales para la construcción, catres y cables eléctricos. Mikhail Kaminin, embajador ruso en La Habana, aseguró que para su gobierno asistir a los cubanos en este trance es una respuesta lógica entre dos viejos amigos.

Asimismo, en conversación telefónica con el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, General de Ejército Raúl Castro, su homólogo ruso, Dimitri Medvédev, le reiteró su solidaridad y afirmó que priorizarán la ejecución de los convenios asociados al sistema electro-energético cubano.

El mandatario de la hermana República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, se ha interesado personalmente por las secuelas del poderoso huracán y ofrecido ayuda. También se han recibido mensajes solidarios y ofrecimientos de autoridades gubernamentales y diplomáticos de, entre otros, China, Bolivia, México, Argentina, España, Brasil, Guatemala, Islas Caimán, Perú, Colombia, Santa Lucía y de Timor Leste, un país pobre, independiente desde hace apenas unos años, y cuyo presidente, José Ramos Horta, Premio Nóbel de la Paz, se encuentra actualmente de visita en la Isla.