Un principio de Clausewitz, que Israel no parece tomar en cuenta, sostiene que la guerra sólo puede iniciarse cuanto los criterios que permiten concluir que se ha conseguido la victoria son claros. ¿Cuáles eran esos criterios para el Estado judío en la actual agresión a Palestina? En un artículo anterior afirmé que consistían en «la […]
Un principio de Clausewitz, que Israel no parece tomar en cuenta, sostiene que la guerra sólo puede iniciarse cuanto los criterios que permiten concluir que se ha conseguido la victoria son claros. ¿Cuáles eran esos criterios para el Estado judío en la actual agresión a Palestina? En un artículo anterior afirmé que consistían en «la solución final», en alusión al nombre que dieron los nazis a su política de hornos crematorios. Si esto es cierto, no cabe la menor duda de que la operación militar israelí está, como en el caso de la invasión anterior, constituyendo un fracaso. En efecto, la resistencia de Hamás en los combates cuerpo a cuerpo ha sido más efectiva de lo esperado e Israel ha retirado sus tropas del terreno, pues le es más rentable asesinar a la población civil a distancia que comprometer su infantería en un enfrentamiento directo con el enemigo.
Lo que Clausewitz no contemplaba en su tratado sobre la guerra era que el país no vencedor, en caso de no ser totalmente derrotado, pudiera trasmutar su fracaso en triunfo por medio de la propaganda.
La máquina propagandística occidental lleva días funcionado en una triple dirección:
a) acusar a Hamás de haber provocado el conflicto, con la intención de presentar el genocidio de los palestinos como una causa justa;
b) culpar a Hamás de las muertes de civiles palestinos por utilizarlos como escudos humanos;
c) proclamar que los objetivos militares de Israel ya se han alcanzado, por lo que cualquier armisticio que pudiera logarse en un futuro inmediato sólo podría considerarse como el triunfo de sus armas;
d) asegurar que el ataque contra Gaza es sólo la repuesta que Israel se ve obligado a dar al lanzamiento de cohetes palestinos hacia su territorio, y que, asímismo, son los palestinos quienes violan todas las treguas disparando nuevos cohetes.
Naturalmente estas cuestiones no se tratan nunca a la vez en un mismo artículo periodístico, sino que se desarrollan por separado para evitar que los lectores encuentren las evidentes contradicciones que existen entre ellas. La propaganda, claro está, no se escribe para lectores atentos. Por ello es conveniente examinar en conjunto los puntos anteriores, aunque sólo sea para señalar aquello que a cualquiera que se tomara el trabajo de estar informado, le resultaría evidente.
La culpabilidad de Hamás
El motivo del actual ataque, según Israel, es el secuestro y muerte de tres jóvenes judíos por parte del grupo armado palestino. Hasta el momento no se ha presentado prueba alguna que señale a Hamás como autora del asesinato, ni se ha procedido a ningún tipo de investigación sobre él.
Un lector bien informado no puede haber dejado de enterarse de que, durante las hostilidades, Hamás ha podido penetrar tras líneas israelíes mediante túneles, pero no ha utilizado la oportunidad que esto les proporcionaba para atacar las viviendas de los colonos sino que se ha limitado a objetivos militares. La falta de voluntad de los milicianos islámicos de causar víctimas entre los colonos hace totalmente inverosímil que sean los autores del asesinato del que Israel les acusa. Pero hay más incluso en un escenario político tan excepcional como el del bloqueo de Gaza, Israel debería haber solicitado a las autoridades gazatíes la investigación del asunto y, en su caso, la detención de los culpables. Esta postura hubiera sido tan cínica como la de los Estados Unidos cuando pidió a Afganistán la extradición de Osama Bin Laden, pero hubiera servido a la propaganda sionista como en su día sirvió a la americana. En lugar de actuar así, el Estado judío se ha convertido no sólo en juez y parte, sino también en verdugo. Ha matado a casi 2.000 civiles de Gaza, herido a 10.000 y destruido las viviendas de 400.000 personas, al tiempo que impide la entrada de todo tipo de ayuda para sus víctimas de la Franja. Cesare Beccaria no hubiera encontrado un mejor ejemplo para estudiar la desproporcionalidad entre los (supuestos) delitos y las penas.
Sea como fuere, la única base para acusar a Hamas de los asesinatos que Israel esgrime como casus belli no tiene más sustento que ¡la palabra de Netanyahu!, lo que hace ocioso todo ulterior comentario.
Los escudos humanos
Acusar a Hamás de utilizar a la población palestina para protegerse tras ella es simplemente despreciable. ¿Dónde podrían haberse refugiado los civiles palestinos para no encontrarse bajo el fuego? Israel no ha bombardeado un frente militar sino directamente a la población; ha destruido sus viviendas, sus barrios, ha borrado del mapa a ciudades y, de acuerdo con Egipto, sellado toda posible vía de escape. Sostener que los palestinos han sido utilizados como escudos humanos por las milicias de Hamás es tan insensato y vil como afirmar que el ejército japonés utilizó como escudo a la población de Hiroshima. Sin embargo, esta versión ha sido uno de los puntos fuertes de la propaganda de los medios occidentales: confían en su eficacia y para asegurarla ofrecen una explicación: los milicianos de Hamás se esconden en los túneles mientras que la población civil está desguarnecida, a merced de los bombardeos israelíes. Supongamos que esto fuera así. ¿Se justificaría entonces el genocidio al que estamos asistiendo? De ninguna manera. Masacrar a la población civil para obligar al enemigo a rendirse es un crimen de guerra. Justificar al gobierno judío de esa forma es sólo un acto del racismo que ha penetrado tanto en nuestra sociedad que apenas nos damos cuenta del contenido racista de nuestros pensamientos. ¿Es mejor matar a 10.000 civiles enemigos que arriesgar la vida de 100 soldados propios? A quien responda afirmativamente a esta cuestión le dejaría el trabajo de juzgarse a sí mismo, si no estuviera convencido de que carece de toda capacidad de juicio. Me limitaré a decir que la presuposición necesaria para, siquiera, plantearse esta cuestión es considerar que los civiles enemigos pertenecen a una raza inferior y que es mejor exterminarlos que derramar una gota de la propia sangre.
Los objetivos militares
El ejército israelí, como el de sus protectores americanos, es cada vez menos capaz de asumir bajas en sus filas ante el enemigo, lo que habla de una degeneración moral de una sociedad que adora el papel de verdugo pero no soporta el de combatiente. Para poder asegurarse la retirada sin decepcionar a su opinión pública (que exige el aniquilamiento de los palestinos a coste cero), Netanyahu se ha apresurado a proclamar que el principal objetivo militar de la invasión ya se ha cumplido, que los túneles de Gaza ya han sido destruidos en su mayoría. ¿Dónde se ocultan ahora los milicianos dejando expuesta a la población? Porque los bombardeos han continuado después de la inutilización de los túneles anunciada por Netanyahu.
Todo hace pensar que el «logro» de los objetivos militares israelíes no es tal, sino la excusa de un gobierno y un ejército extremadamente cobardes para retirase de la zona de combate mientras continúan con la masacre a distancia.
Las provocaciones de Hamás
Es cierto que Hamás sigue disparando cohetes contra Israel y que hasta el momento no ha aceptado ninguna tregua permanente. ¿Es esto prueba de su fanatismo y de que desprecian las consecuencias que su actitud puede tener para los civiles de Gaza? ¿Se podría comparar esto con la insensata idea de Hitler de organizar la defensa de Berlín reclutando batallones de adolescentes? Se puede contestar a esta cuestión de una manera sencilla y razonable: los palestinos saben que los ataques de Israel no son, en ningún caso, represalias sino etapas de un plan perfectamente calculado que tiene como fin último su exterminio. En estas condiciones ¿qué de extraño tiene que utilicen las pobres armas de las que disponen? ¿No es mejor morir peleando que dejarse asesinar sin resistencia?
Los palestinos sólo tienen una esperanza: que alguna vez Israel considere que el precio a pagar por el genocidio que lleva a cabo sea demasiado alto. De ahí su actitud beligerante que tan difícil parece de comprender por la opinión pública occidental quien reacciona ante el lanzamiento de cohetes artesanales sin considerar que para un ciudadano israelí es mucho más probable morir porque una teja le caiga en la cabeza que por ser alcanzado por la «artillería» de Hamás.
Lo que desea el ciudadano europeo es que los palestinos se resignen a su suerte y no ver turbada su sobremesa por las terribles imágenes que nos llegan de Gaza, mientras que el americano medio comulga con los objetivos y métodos del sionismo, convencido, como está, que al igual que los judíos, pertenece a un pueblo elegido.
Desgraciadamente, la sociedad occidental lleva décadas consumiendo productos ideológicos del país más racista de la historia, los Estados Unidos, que también nos han infectado con su maniqueísmo: los buenos tienen derecho a someter a cualquier tipo de castigo a los malos. Lo más grave es que se acepta que sea privilegio de los Estados Unidos decidir quién se encuentra en cada bando. La propaganda se escribe y se acepta a partir de esta premisa.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.