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Palestina: las proporciones del horror

Fuentes: Rebelión

  «Un golpe en el muro es el mensaje de una mano rota que dice: ¡Resiste!» Ruin Basisu, poeta palestino de Gaza Del poema «Tres muros para la sala de tortura» No hay que empeñarse en que ninguno de los numerosos y bien pagados propagandistas del expansionismo del Estado de Israel dé muestras de flaqueza. […]

 

«Un golpe en el muro

es el mensaje de una mano rota

que dice: ¡Resiste!»

Ruin Basisu, poeta palestino de Gaza

Del poema «Tres muros para la sala de tortura»

No hay que empeñarse en que ninguno de los numerosos y bien pagados propagandistas del expansionismo del Estado de Israel dé muestras de flaqueza. En la naturaleza de la misión que han asumido se halla la carencia de escrúpulos y la radical renuncia a cualquier atisbo de compasión, entiéndase ésta en el significado que se quiera. Estarán siempre dispuestos a justificar cualquier atrocidad que perpetre el ejército israelí, por estremecedora y repulsiva que resulte: rematar de un disparo en la cabeza a los heridos que se desangran en el suelo, torturar a los presos, bombardear manzanas de viviendas, aprisionar en un gueto infernal a decenas de miles de seres humanos sin los medios básicos para subsistir, arrasar hospitales o colegios o centros de refugiados, despedazar a niños a cañonazos. Nada les hará dudar.

Lo primero que ciega el fanatismo es la capacidad de razonar, y es la de razonar la única capacidad que permite a las personas revisar sus prejuicios a la luz de los hechos. La tarea de los mercenarios ideológicos del sionismo exige de un fanatismo sin fisuras; la menor crítica del Estado de Israel es para ellos mentalmente inconcebible. Cualquier crítica es antisemita, por definición. Hay una máxima invariable que sirve para explicarlo todo: Israel siempre se defiende, nunca ataca. El correlato lógico es que los palestinos jamás se defienden; siempre atacan.

Cuando los israelíes bombardean edificios de viviendas lo hacen porque en ellos se ocultan militantes de Hamás. La cuestión de si es legítimo matar a todas las personas que habitan en el edificio para acabar con un miembro de la resistencia palestina ni siquiera se plantea, aunque en cualquier otro caso para todo el mundo fuera evidente que emplear tales procedimientos es un crimen de guerra. Los niños mueren también porque los perversos militantes de Hamás se escudan tras ellos. ¿Quién se escudaría tras la niña palestina a la que el célebre capitán R., hoy laureado voluntario del ejército israelí en Gaza, voló la cabeza cuando estaba tendida y malherida? ¿Quién se esconderá detrás de los niños palestinos que mueren mientras duermen en sus casas, o de los que mueren en los colegios, en los centros de refugiados, o en plena calle, de la mano de sus madres? Ni siquiera necesitan responder. Es muy simple: la vida de los palestinos no es un dato a tener en cuenta. Para ellos, nunca lo fue. Los israelíes erigieron hace una década, en el suburbio de Kiryat Arba, un santuario en memoria del colono judío norteamericano Baruch Goldstein, quien asesinó en 1994 a veintinueve árabes que rezaban en una mezquita. En su epitafio escribieron que el asesino había muerto «con las manos limpias y puro de corazón». Y es espeluznantemente probable que miles de israelíes estén convencidos de que disparar a sangre fría sobre personas indefensas, si son árabes, no ensucia la conciencia de un buen patriota.

En estas semanas, y sin salirse de nuestro país, cualquiera puede haberse topado con los argumentos favorables a Israel habituales, e incluso con algunos que rozan el sadismo. Al margen de anécdotas truculentas, como el esfuerzo del corresponsal de El Mundo por probar que en realidad tampoco andan las cosas tan mal en Gaza, el discurso siempre gira en torno al mismo delirio: Israel libera a bombazos a los palestinos de los diabólicos militantes de Hamás, organización a la que casualmente los palestinos votaron de forma mayoritaria. Lo de «liberar» a los pueblos masacrándolos es una vieja manía, ya se sabe; como se sabe que la democracia sólo sirve si los pueblos votan lo correcto, que es tanto como decir lo que a nosotros nos interesa que voten. Basta echar un vistazo a los editoriales recientes de Libertad Digital. La verdad única se repite una y otra vez, sean cuáles sean los hechos.

Es cierto que la justificación del horror tiene éxito porque es mucho el dinero que se emplea para difundirla. Israel es el portaviones de los intereses de EE.UU y Europa Occidental en Oriente Medio, y ni unos ni otros van a llegar nunca demasiado lejos en los reproches a las salvajadas cometidas por el gobierno de Tel Aviv, ni van a dejar de venderle armas, mientras sigan siendo así las cosas. Pero no es solo ésta la razón. El problema es que tanto los más recalcitrantes aduladores de Israel como sus críticos tibios, incluso algunos que acuden a las manifestaciones de solidaridad con Palestina, comparten la misma visión en lo fundamental del conflicto.

Si se acepta que el Estado de Israel se limita a «responder» a las agresiones de los palestinos, la legitimidad de los bombardeos es sólo cuestión de grado. Las quejas contra Israel se quedan en la reconvención por lo «desproporcionado» de su «represalia» ante los ataques de Hamás. De repente, se esfuman de toda consideración tanto el pueblo palestino como la ocupación de sus territorios, y en el debate público sólo se puede abordar la catástrofe humanitaria -que cobra hoy trascendencia de primer orden, por supuesto-, pero no las causas del conflicto, que son al final también las causas de la propia catástrofe humanitaria. Este terreno de discusión -y cualquier otro es sin más ignorado por todos los medios de comunicación importantes- es el que permite al Estado de Israel combinar simultáneamente la estrategia de la mano dura y la de la diplomacia, regateando en las cumbres internacionales con el número de cadáveres, los deportados, los asentamientos o la política de dispersión y apartheid del pueblo palestino, al mismo tiempo que hace volar por los aires hospitales, derriba casas o dispara contra adolescentes.

El enfoque es siempre el del gobierno de Tel Aviv, el del invasor, a despecho de la realidad. Uno de los ejemplos más repulsivos de inversión orwelliana de la verdad de los muchos que se pueden encontrar a lo largo de la historia. Se plantea como escollo principal para resolver la permanente crisis de la zona que se garantice la existencia del Estado de Israel cuando son los palestinos los que no pueden constituir un Estado propio e independiente. Ocupa el primer lugar de todas las negociaciones el asunto de la seguridad de los israelíes mientras son los palestinos los que mueren cotidianamente. Como tantas veces denunció Eduard W. Said, el derecho a la seguridad de los palestinos habitualmente ni siquiera se menciona. Se bloquean los pasos fronterizos con el fin de evitar la adquisición de armas por la resistencia y de paso se estrangula la provisión de ayuda de subsistencia del pueblo palestino. Impedir que Hamás se arme es una gran contribución a la concordia en la que se empeñan los principales gobiernos del mundo. Los mismos que, con EEUU a la cabeza y la colaboración entusiasta del ejecutivo español, llevan lustros armando a Israel hasta los dientes, habiéndola convertido en una peligrosa potencia nuclear.

En suma, que todo se arreglaría de la mejor forma, se dice, si los dirigentes palestinos admitieran la existencia de Israel como vecino. Curiosa conclusión, teniendo en cuenta que es Israel quien invade la tierra de otros. No es ocioso advertir que tal conclusión sólo cobra sentido recurriendo a la doctrina del «espacio vital» («Lebensraum») que los nazis tomaron para sus propios fines de Karl Haushofer y el geógrafo Ratzel. El espacio vital era, según Ratzel -y según Adolf Hitler-, aquél necesario para garantizar la supervivencia de un Estado ante sus adversarios por medio de la lucha o la competencia. La aplicación desvergonzada del concepto al Estado israelí se materializa en un sermón que a todos nos suena: Israel está rodeada de millones de árabes que la odian y necesita crear un espacio de seguridad a su alrededor por razones de supervivencia. Que el espacio de seguridad provoque el sufrimiento de miles de personas se considera un coste inevitable. Pero el mínimo sentido común le haría a uno preguntarse si el odio de los árabes no provendrá precisamente de la ocupación ilegítima de tierras y si no es, pues, el mismo Israel el que con la ocupación causa el odio que desemboca en inseguridad para todos.

Aquí, no obstante, el sentido común no cuenta. Pero es innegable, en cualquier caso, que quien acepta que el problema a resolver es la seguridad del Estado de Israel, aunque sea con la encomiable voluntad de convencerlo para que se retire de los territorios ocupados, está aceptando que los invadió por razones defensivas, en lugar de ver la realidad: una guerra de agresión de naturaleza expansionista, esto es, imperialista. Que un Estado justifique sus acciones de expansión territorial en motivos de defensa no es nuevo. Lo hizo la Alemania nazi para avalar la ocupación de Polonia igual que la URSS para explicar la invasión de Checoslovaquia. Es la coartada usual. Lo que es insólito e indignante es el grado de consenso en la comunidad internacional al darla por buena.

Ahora, una vez declarado el alto el fuego -otro más-, los palestinos retornarán a esa normalidad desesperante que llevan padeciendo durante generaciones, a la que habrá que añadir, como ha escrito Isaac Rosa, centenares de personas más sin hogar, heridos sin medios para recuperarse, más casas derruidas, menos alimentos, aun más desesperación si cabe. Palestina irá desapareciendo de la primera plana de los periódicos y los telediarios, y para la conciencia ciudadana occidental recobrará su carácter de conflicto permanente, esa guerra inacabable no tan lejana de la que siempre hemos oído hablar desde que éramos niños. Palestina es el ruido de fondo inmemorial de nuestras vidas, el poso inextinguible de nuestra vergüenza.

No tenemos derecho a olvidar, no obstante, que ellos, los palestinos, van a seguir muriendo, expulsados de sus hogares o aprisionados en atroces ratoneras humanas. El sufrimiento continúa, a todas horas, aunque no siempre lo haga al ritmo atronador de las bombas. Y, si no lo olvidamos, caeremos en la cuenta de que la solidaridad con Palestina no puede conformarse con que callen los cañones durante unos días, ni durante unos meses. Veremos claro que la paz no puede basarse nunca en satisfacer la ambición del invasor. La paz sólo se edifica sobre la justicia, y la condición indispensable para la justicia es el reconocimiento de la verdad.

Ricardo Rodríguez

Adenda

En julio de 2002, el comentarista militar Amir Oren publicó en el periódico israelí Haaretz un reportaje en el que desvelaba que oficiales del ejército de su país estaban estudiando las tácticas empleadas por los alemanes para reprimir la rebelión en el gueto de Varsovia con el fin de emplear las que les pudieran aprovechar para zonas palestinas como la franja de Gaza. Como prueba de ello, había recabado el comentarista el testimonio de algún alto cargo militar, del que por motivos comprensibles se abstuvo de dar el nombre. La revelación levantó en su momento bastante polvareda, y llegó a obligar a pronunciarse al respecto incluso a algunos responsables del gobierno norteamericano.

Sin embargo, ya de antes muchos veían similitudes inquietantes entre los procedimientos de los nazis y los utilizados para doblegar a los palestinos. Después del reportaje, se pudo acudir a la fuente primordial, el informe de Jürgen Stroop, el general alemán que se encargó de aplastar brutalmente la resistencia judía en Varsovia. Un informe que llevaba por título «El gueto de Varsovia ya no existe» y que salió a la luz en los juicios de Núremberg. Al leerlo uno tenía la oportunidad de encontrar significativas coincidencias, como que el general Stroop tachara a los resistentes judíos de terroristas y bandidos, como hoy se hace sin distinción con todos los palestinos que luchan por sus derechos. Y, sobre todo, los métodos de contrainsurgencia. Se rodeó el gueto con un muro y con vallas para impedir que nadie escapara, se volaron edificios de apartamentos, se demolieron casas manzana a manzana, se bombardeaba o incendiaba sin miramientos cualquier edificio desde el que alguien disparase (recuérdese de nuevo la justificación del bombardeo de dos colegios en los que se habían ocultado civiles palestinos, muchos de ellos niños).

A los defensores de las acciones militares de Israel les provoca una cólera incontenible la menor comparación entre la represión del pueblo palestino y las atrocidades de los nazis. Y es cierto sin duda que cualquier tragedia humana palidece si se la mide junto a las pavorosas dimensiones del terror del Tercer Reich alemán. Aún así, una cosa es afirmar que dos catástrofes sean lo mismo y otra muy distinta, y legítima en tanto en cuanto se razone, es encontrar similitudes determinadas entre ellas. Por otra parte, es de notar que cuando se acusa de antisemita a todo aquel que critique al gobierno israelí no se acostumbra a aportar muchas pruebas; en la mayoría de las ocasiones, ninguna.

Al margen de esta polémica, podría interesar a los lectores seguir un tipo de ejercicio de comparación de textos al que yo soy muy aficionado. No quiero identificar ningún acontecimiento histórico con ningún otro, ni pretendo que se extraiga conclusión desmedida alguna. Sólo que se evidencie que ciertos argumentos son recurrentes en el transcurrir de los años. Tómese, si se quiere, como simple curiosidad psicológica.

El primero de los textos es de un verdadero antisemita. Se trata de Richard Harwood, pseudónimo del neonazi británico y negador del Holocausto Richard Verrall. Las frases reproducidas forman parte de su repugnante panfleto revisionista «¿Murieron realmente seis millones?». En concreto, del fragmento en el que trata de justificar la represión nazi en el gueto de Varsovia. Produce asco leer la forma en que describe la misma creación del gueto en el que fueron encerrados en condiciones infrahumanas más de cuatrocientos mil judíos: «Cuando los alemanes ocuparon Polonia -asegura-, encerraron a los judíos -por razones de seguridad-, no en campos de internación sino en guetos. Aseguraban la administración interior de los guetos Consejos Judíos elegidos por los judíos mismos, y ejercía allí la policía una policía judía independiente«. Hace falta cinismo.

El segundo texto está escogido casi al azar. Sirve cualquiera de los editoriales de estos días de Libertad Digital de defensa a ultranza del ejército y el gobierno israelíes en su represión de los palestinos de Gaza. Por ejemplo el editorial del pasado 12 de enero.

Reproduzco alternándolas solamente unas cuantas frases centrales de cada texto, por no aburrir. Cada quien puede realizar el mismo ejercicio con cuantos ejemplos como quiera. Se suelen parecer.

Richard Harwood: «El ejército alemán de ocupación entró pues en acción en respuesta a una rebelión apoyada por partisanos y comunistas como lo hubiera hecho cualquier otro ejército en una situación similar para eliminar a los terroristas destruyendo de ser necesario la zona residencial. Debe recordarse que toda la operación de evacuación (de los judíos; Harwood no admite que fueran a ser deportados a campos de exterminio) habría continuado pacíficamente si los extremistas judíos no hubieran organizado esta rebelión armada destinada al fracaso»

Libertad Digital: «…lo que está haciendo Israel en Gaza no es ningún genocidio, ni siquiera un «proporcionado» ojo por ojo; lo que trata es de neutralizar y acabar con los ataques terroristas de los que viene siendo víctima por parte de Hamás»

Richard Harwood: «La porfiada resistencia de la organización judía de combate en esta lucha en que no tenía posibilidad alguna de vencer, causó (según las estimaciones) la muerte de 12.000 judíos en su mayor parte porque permanecieron en los inmuebles y abrigos en llamas» (recuérdense la campaña del ejército israelí para «avisar» a los palestinos con el fin de que abandonaran sus casas antes del ataque militar).

Libertad Digital: «Lo que ocurre es que esta organización fundamentalista es terrorista hasta cuando se defiende y, lejos de proteger a «su» población civil -tal y como hacer las autoridades israelíes, no sólo con su población-, no duda en exponerla»

Richard Harwood: «No obstante ello, capturaron los alemanes 56.065 habitantes del gueto, los que fueron reinstalados pacíficamente en diversos lugares de la Gobernación General de Polonia»

Libertad Digital: «Lejos de buscar una «matanza», las autoridades israelíes han permitido corredores humanitarios y han enviado ayuda a la población civil palestina»

Richard Harwood: «Varios judíos del gueto, irritados por el terror impuesto por la organización de combate, intentaron informar a los alemanes sobre la ubicación de los estados mayores de la resistencia»

Libertad Digital: «Los peores enemigos de los palestinos son estos dirigentes extremistas y criminales que nunca han querido la paz»

En fin, que el lector juzgue.