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Palestina, Siria y nuestra ceguera

Fuentes: Orient XXI

Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.

¿Cómo se puede conmemorar las masacres del pasado al grito de «nunca más» , y al mismo tiempo seguir guardando silencio ante el drama sirio? Elias Khoury denuncia una indignación de geometría variable y el fin de la conciencia sacrificada ante el altar de las políticas que desprecian lo humano.

A partir de ahora Siria se erige como medida ética a escala universal al igual que Palestina que, en el momento de la Nakba tuvo que hacer frente a conciencias impasibles, falaces y perversas.

Hoy en día Siria es testigo de la extinción de la conciencia humana y de la danza de valores en un laberinto de decadencia que se manifiesta, por un lado, en el racismo anti-árabe y anti-musulmán y, por otro, en la tendencia del capitalismo a transformar al ser humano en inhumano, en objeto, o en simple mercancía.

Mi propósito no tiene nada de político. El pueblo palestino posee valores auténticos, no ha dejado nunca de resistir ni de hacer sacrificios a pesar de la deficiente y vergonzosa política que sus dirigentes no han dejado de aplicar con funambulismo, juego sucio, corrupción y con la religión como recurso para enmascarar la justa causa de la lucha palestina y su superioridad moral.

El pueblo sirio, que se levantó para reivindicar su dignidad, representa asimismo un valor ético universal, a pesar de la política llevada a cabo por las diversas facciones de la oposición, incapaces de elaborar un marco nacional que ponga en su debido lugar los enormes sacrificios asumidos por los sirios y las sirias en su combate por la libertad del ser humano, por su derecho a la justicia y por su dignidad individual y colectiva.

El mundo no ha conmemorado con los sirios la brutal matanza perpetrada con armas químicas , como tampoco conmemora con los palestinos su Nakba.

¿Cuál ha sido la reacción de un mundo que no ha dejado nunca de lavarse la sangre judía de sus manos con sangre palestina? ¿Cuál fue la reacción del mundo ante el infame acuerdo que siguió a la matanza química de agosto de 2013, cuando los rusos y estadounidenses consiguieron hacer de los cadáveres sirios un terreno común para destruir el arsenal químico del despótico y bárbaro régimen sirio y ofrecer este servicio gratuito a Israel? ¿No seguimos estando, como siempre, en el contexto de la sangre judía lavada con sangre árabe?

Hubo quienes consiguieron inventar excusas para justificar el sospechoso silencio sobre la Nakba palestina y quienes se mostraron tolerantes con la ciega actitud de la que hizo gala el gran filósofo Jean Paul Sartre sobre la cuestión palestina. Actitud errada a pesar del argumento «moral» que conectaba de manera artificial el proyecto racista y colonialista con las víctimas de los campos nazis.

¿Cómo la conciencia universal pudo tragarse la amarga píldora del Acuerdo sobre las armas químicas ? ¿Cómo el mundo se inclinó ante un déspota depredador cerrando los ojos ante una de las masacres más importantes cometidas desde el final de la Segunda Guerra Mundial?

Hizo falta que Jean Genet, el gran escritor francés, se alzara contra la ceguera occidental para que la profundidad de la tragedia palestina se desvelase, para que la actitud y las reservas de Sartre se transformaran en objeto de una infamia indeleble. Hizo falta que la literatura palestina, el trabajo de los historiadores palestinos y de los nuevos historiadores israelíes revelaran la gran mentira que enmascaraba el silencio de las víctimas palestinas y ahogaba sus gemidos.

A pesar de todo lo que se ha escrito sobre la confrontación de la ética con la infamia -lo que incluye también la bajeza árabe urdida por los regímenes despóticos para repartirse Palestina con los sionistas después de incontables y vergonzosas derrotas militares, y acabar por encubrir a quien solo culpa a la víctima- hay que proclamar alto y fuerte que las víctimas sirias se enfrentan hoy a una infamia más grave, a una ignorancia deliberada, y a un oportunismo moral excepcional.

En 1948 el mundo entero, incluido el mundo árabe, pretendió no saber; sin embargo, el mundo mentía. Hoy en día nadie puede alegar ignorancia ante lo que está ocurriendo en Siria. Las fotos de los niños sirios se han convertido en iconos de la vergüenza de nuestro universo; la muerte siria se ha vuelto tan familiar como la indiferencia y el sufrimiento de millones de refugiados, de vagabundos, de enfermos y de hambrientos que han entrado en nuestros hogares y, sin embargo, a nadie parece importarle. El abismo moral es universal.

Al señalar a la organización del Estado Islámico y a sus partidarios, estamos justificando los bombardeos, los asesinatos y la destrucción, y anticipando argumentos morales que permiten a los aviones rusos y a las milicias iraníes violar el territorio sirio.

Los fanáticos de las dos partes enfrentadas han despojado Siria y, de un modo u otro, protegen al régimen brutal que ha abierto las puertas del país a la muerte y les ha dado argumentos para congregarse en torno a una objetivo: destruir Siria, transformar a su pueblo en hordas de refugiados y excluidos. Todos esos argumentos no valen las lágrimas de un solo niño, ni el gemido de una sola mujer o el lamento de un solo hombre bajo los escombros.

Hoy en día el discurso político va en contra de los principios que deben regir el comportamiento humano, porque la vida del ser humano y su dignidad son el fundamento y el objetivo mismo de la política.

Mis palabras no son una crítica contra Occidente únicamente, son también una crítica contra la cultura árabe, convertida ahora en un instrumento en manos de los diversos fundamentalismos, en un felpudo para el régimen despótico y para los regímenes petroleros.

Hoy necesitamos un despertar moral que remodele nuestra alma y nos impida ser testigos sobornables de la inmensa masacre que se desarrolla ante nuestros ojos.

Hoy en día Siria es la medida ética y humana generalizada y cualquier intento de corromper el sufrimiento del pueblo sirio o de legitimar los crímenes es condenable por igual.

 

Fuente: http://orientxxi.info/magazine/la-palestine-la-syrie-et-notre-aveuglement,1445