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Palestina y Asia Occidental: objetivos de guerra oficiales y reales

Fuentes: Rebelión

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Advertencia: este artículo se debería haber publicado en el número de mayo de 2025 de la revista Les Possibles (del Consejo Científico de Attac Francia). Ha sido censurado con la siguiente explicación: «Tras una semana de reflexión y debate en el seno del equipo de la revista Les Possibles, hemos decidido no publicar tu texto. A pesar de los ajustes de formulación que has aceptado hacer, sigue suponiendo una aprobación de lo que ocurrió el 7 de octubre de 2023. Ni la revista ni Attac pueden demostrar la más mínima complacencia y, menos aún, aceptar apoyar semejantes masacres, lo que sin duda se entendería muy mal. Es cierto que tu texto también pone de relieve el atroz genocidio perpetrado por el gobierno israelí, pero la condena de este último no compensa la aceptación de lo primero. Ante esta tragedia general creer que la estrategia de Hamas podía dar una perspectiva a la población palestina es una visión funesta, porque no emerge ninguna solución política, ni siquiera la promesa de unas negociaciones ulteriores positivas. Ten por seguro que estamos destrozados por esta situación monstruosa y disgustados por tener que tomar esta decisión. Ten también por seguro que esta decisión no merma nuestra consideración y esperamos volver a encontrarnos en tiempos mejores». No tengo ningún comentario.

Cuando se firmó el alto el fuego el pasado mes de enero, un representante de la ONU resumió así la situación de los daños materiales: «Actualmente el enclave está enterrado bajo entre 40 y 50 toneladas de escombros. […] Se necesitarían unos 30.000 millones de dólares para reconstruir Gaza, donde casi el 70 % de las infraestructuras, el 60 % de las viviendas y el 65 % de las carreteras han sido destruidas durante la guerra de 15 meses» (1). Según el Observatorio Euromediterráneo de Derechos Humanos, la cantidad de bombas lanzadas durante los seis primeros meses de la guerra (70.000 toneladas) superaba ya a las «lanzadas sobre Londres en 1940-1941 (18.300 toneladas), Hamburgo en 1943 (8.500) y Dresde en 1945 (3.900 toneladas)» (2). Estas pocas cifras bastan para diferenciar la secuencia de guerra actual de todas las que le precedieron desde 1948 y la creación del Estado de Israel. Ponen de relieve el objetivo de modificar estructuralmente la relación de fuerzas en la región, no solo para Tel Aviv, sino también para Washington.

La rápida evolución del contexto regional antes del 7 de octubre

El contexto regional evoluciona de una manera particularmente rápida antes del 7 de octubre. La secuencia inicial del periodo es una tendencia ofensiva desde hace tiempo por parte de Estados Unidos e Israel, y que empezó con los Acuerdos de Oslo, destinada a aislar completamente a la resistencia palestina por medio de los «Acuerdos de Abraham». Cada uno de los actores de estos acuerdos tiene sus propios objetivos que acepta dentro de una lógica de realpolitik fría y cínica. En un texto anterior al 7 de octubre Hicham Alaoui, investigador de la Universidad de Berkeley, analizaba estos acuerdos como una alianza entre tres fundamentalismos: el de los evangelistas estadounidenses, el de los fundamentalistas judíos de Israel y el de los «fundamentalistas estatales» de los países árabes firmantes de los acuerdos. Resumía así los objetivos de cada uno de ellos antes del cataclismo del 7 de octubre: «Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, quería relanzar una hegemonía en declive. […] A los aliados (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos) les atraía el señuelo de poder normalizar las relaciones con Israel para lograr nuevos acuerdos comerciales, ayuda militar y otras ventajas. Marruecos […] esperaba que el hecho de tender la mano a Tela Aviv aligerara las presiones que se ejercían sobre él respeto a la cuestión del Sáhara Occidental, en clave del reconocimiento de soberanía de Rabat sobre este territorios» (véase nota 1).

En nuestra opinión, la dimensión religiosa del acuerdo no es sino el envoltorio aparente de los intereses económicos y geoestratégicos que hay en juego en la región. Las clases dominantes siempre defienden sus intereses utilizando los medios que consideran más eficaces en un contexto determinado. Lo que hay en juego para Washington es, por supuesto, el control del nudo estratégico mundial que es Asia Occidental. Esta región, que está situada en la intersección de Europa, Asia y África, ocupa esta posición de nudo desde hace varios siglos y ha sido una preocupación fundamental de todas las potencias coloniales y después imperialistas desde el nacimiento del capitalismo en Europa (véase nota 2). Esta dimensión de nudo estratégico es lo que constituye la base material del apoyo incondicional de Occidente a Israel, que el actual genocidio ilustra una vez más. También es esa dimensión la que dicta los ejes fundamentales de la estrategia estadounidense: contrarrestar la dinámica económica de los BRICS y en particular de China, aislar a Irán antes de poder abatirlo, imponer a Israel como potencia regional dominante y como garante local de los intereses occidentales.

Era imperativo aislar a Irán para cumplir estos objetivos estratégicos y de ahí proviene el exacerbar intencionadamente el falso antagonismo entre chiíes y sunníes. El marco interpretativo religioso, promovido intencionadamente por Washington, permite ocultar lo que verdaderamente hay en juego en todo el mundo desde el punto de vista material y estratégico mencionándolo como una dimensión únicamente regional. Según el discurso dominante, desde el punto de vista político y mediático no son sino el resultado de un «imperialismo iraní» al que ofrecen resistencia los Estados sunníes. Este marco interpretativo simplista justificó desde 2015 la intervención militar en Yemen de la coalición encabezada por Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, con el apoyo de Estados Unidos.

Esta secuencia inicial acabó durante el año 2023, en el que el mundo conoció una brusca aceleración. Desde 2021 se habían ido acumulando varios factores para producir esta aceleración, bajo la mirada momentáneamente impotente de Washington. El primer factor es la penetración económica de China en la región y los resultados diplomáticos de ello. En adelante el Golfo asegura el 40 % de las necesidades que China tiene de petróleo. El garantizar este aprovisionamiento se traduce en una intensa actividad diplomática: por una parte, la firma en marzo de 2021 de un acuerdo de cooperación estratégica por valor de 450.000 millones de dólares estadounidenses y, por otra, la organización en diciembre de 2022 de tres cumbres en Arabia Saudí durante la visita del presidente chino a este país: una cumbre entre China y los países del Golfo, otra entre China y los países árabes y, por último, una cumbre entre China y Arabia Saudí.

El segundo factor es el impasse militar en Yemen. Esta guerra ha costado más de 100.000 millones de dólares al reino saudí, sin lograr ninguno de sus objetivos de guerra (3). El tercer factor es el «coste moral» de esta guerra, que la ONU considera la peor catástrofe humanitaria del mundo (4). El cúmulo de factores ha llevado a Estados Unidos al cataclismo que ha sido el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán en marzo de 2023 tras unas negociaciones secretas que se llevaron a cabo con la mediación de China. El aliado histórico de Estados Unidos recupera las relaciones diplomáticas con el «enemigo chií» (que Washington se había tomado tanto trabajo para construir) y, por añadidura, con la mediación de China, considerada el «enemigo numero uno» desde que Estados Unidos adoptó la teoría del «pivote asiático» a principios de la década de 2010. Se verificaba una vez más el dicho atribuido a De Gaulle: «Los Estados ni tienen amigos, solo intereses».

El significado estratégico del 7 de octubre

El contexto reciente de una brusca aceleración de la historia es imprescindible para entender a la vez la ofensiva militar palestina del 7 de octubre y sus objetivos, la violencia de la reacción de Israel alentada por Estados Unidos y la actual relación de fuerzas tras 18 meses de genocidio. En efecto, esta mutación del contexto regional es lo que llevó a las organizaciones de la resistencia palestina a considerar, con toda razón, que la situación era propicia para romper la dinámica de los Acuerdos de Abraham. Estos acuerdos habían impuesto el aislamiento de la resistencia palestina, la intensificación de la colonización, la transformación de Gaza en una cárcel a cielo para los dos millones de personas que habitaban en ella y la desaparición de la cuestión palestina de la agenda política y diplomática mundial. El primer objetivo y el resultado del 7 de octubre es, efectivamente, la paralización momentánea de la dinámica de los Acuerdos de Abraham y la vuelta de la cuestión palestina, que de nuevo se impone en un lugar destacado de las agendas

El conjunto de las organizaciones de la resistencia palestina comparte este objetivo. La Operación «Diluvio de Al Aqsa» no es solo una operación de «Hamas», como han afirmado y siguen afirmando la mayoría de los medios de comunicación. En esta operación militar participaron otras cinco organizaciones que van desde la Djihad Islámica al Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) que se considera marxista. Aunque Hamas tiene una importancia preponderante, estamos lejos de la simplificación dominante a una acción llevada a cabo por unos fanáticos islamistas.

Para lograr ese resultado se requería una operación militar de envergadura. El ataque simultáneo contra las bases militares israelíes del perímetro de la Franja de Gaza y contra las ciudades cercanas a ellas por parte de comandos que cruzaron el muro de separación a pie, en moto, en coche, en camión o en ultraligero reunió a casi 3.000 combatientes. El objetivo de la operación era tomar la mayor cantidad posible de rehenes para negociar después la liberación de presos palestinos. La noticia de la Agencia France Press, basada en los cálculos de la seguridad social israelí, evalúa la cantidad de víctimas de la siguiente manera: «La cantidad de personas muertas en el ataque asciende hoy a 695 civiles israelíes, entre ellos 36 niños, así como 373 miembros de las fuerzas de seguridad y 71 extranjeros, lo que da un total de 1.139 hombres» (5). Las autoridades israelíes calcularon que había 240 rehenes. Estas cifras bastan para destacar la magnitud inédita de la operación y también ponen de relieve la desproporción de la respuesta israelí. El 24 de abril UNICEF presentaba así el balance humano de esta respuesta: 51.266 personas muertas, de las cuales 15.613 eran niñas y niños, además de 11.200 personas desaparecidas (6).

Un año después, el 7 de octubre de 2024, el historiador Vincent Lemire analiza así lo que denomina un «punto de inflexión radical»: «El 7 de octubre [de 2023] supone un punto de inflexión radical. Este conflicto ha conocido una sucesión de guerras interestatales (1948, 1967 y 1973), de Intifadas (1987 y 2000), más tarde el fracaso de los Acuerdos de Oslo (1993) y, finalmente, los Acuerdos de Abraham (2020). El 7 de octubre puso fin al espejismo de los acuerdos de paz del pasado y a la ilusión de creer que los acuerdos comerciales entre Israel y unos regímenes árabes autoritarios podrían solucionar la cuestión palestina» (7).

El resultado del 7 de octubre [de 2023] fue también hacer saltar en pedazos el relato acerca de la seguridad de Israel según el cual el Estado israelí es totalmente invulnerable debido a su superioridad tecnológica militar y a unos servicios de seguridad que se consideran infalibles. Este relato sobre la seguridad se ha difundido consciente y constantemente para provocar en la población israelí una sensación de seguridad casi total. La corresponsal de Le Monde en Tel Aviv titulaba un artículo «En Israël, une émigration sans précédent» [Emigración sin precedentes en Israel] y explicaba: «Miles de personas israelíes, en ocasiones familias enteras, han abandonado el país para instalarse en el extranjero. Las razones son la inseguridad y la guerra en Gaza, pero también la política del gobierno Netanyahu y el peso de la religión en el país» (8). La Oficina Central de Estadística israelí evaluaba así en diciembre de 2024 estas salidas que se habían producido en el año 2023: «82.700 personas abandonaron Israel en 2024, mientras que solo regresaron 23.800» (9). Algo nunca visto desde la creación del Estado de Israel. La situación es similar en la frontera con Líbano, donde la sensación de inseguridad nunca ha sido tan grande. Para una cantidad cada vez mayor de la población israelí ya no es creíble la idea de una política de disuasión eficaz por medio de la amenaza permanente de una intervención en Líbano.

Del mismo modo, el discurso oficial israelí sobre la resistencia palestina ha quedado muy debilitado. Este discurso afirmaba que esta resistencia había perdido potencia y que solo se sostenía gracias al apoyo exterior y, en particular, el de Irán. Desde hacía varias décadas el eje central de la defensa declarado oficialmente era la famosa «amenaza iraní» y los territorios palestinos se consideraban, en el mejor de los casos, totalmente bajo control y, en el peor, rápidamente controlables. La Operación «Diluvio de Al Aqsa» desmiente la imagen de una resistencia palestina reducida a algunos grupúsculos y atestigua la capacidad de esta resistencia para llevar a cabo ataques de gran envergadura. Por último, la magnitud del apoyo estadounidense viene a subrayar a ojos de todos que la «seguridad» es imposible sin una dependencia extrema de una potencia exterior. Es verdad que en el pasado Estados Unidos nunca escatimó ayuda económica y militar a Tel Aviv, pero nunca en las proporciones actuales: despliegue de buques de guerra, entrega masiva de armas, apoyo logístico, etc.

Estos factores indican que el 7 de octubre provocó una modificación brusca y radical de la relación de fuerzas regional a favor del pueblo palestino. No se puede comprender la violencia de la respuesta de Israel, es decir, el atroz genocidio perpetrado desde hace año y medio, sin tener en cuenta este cambio inesperado. Lejos de ser únicamente el resultado de una simple «locura» de Netanyahu, es antes que nada un intento de invertir de forma igual de radical la nueva relación de fuerzas que ha creado el 7 de octubre.

Objetivos de guerra declarados y objetivos reales

El genocidio en curso se lleva a cabo a partir de tres objetivos de guerra declarados desde que empezó la matanza: «erradicar a Hamas, liberar a los rehenes e impedir que Gaza siga siendo una amenaza para la seguridad de Israel». Cuatro meses después Netanyahu vuelve a la carga para recordar estos objetivos y prometer que «la victoria está al alcance de la mano. No es cuestión de años o décadas sino de meses» (10). Aparte del carácter contradictorio entre el objetivo de «liberar a los rehenes» y el de «erradicar a Hamas», estos objetivos de guerra son imposibles de cumplir. Como es frecuente en las guerras coloniales, los militares son más lúcidos, a imagen del portavoz del ejército israelí Daniel Hagari que el 19 de junio de 2024 declaró en televisión: «Hamas es una ideología, no se elimina una ideología. Decir que vamos a hacer desaparecer a Hamas es engañar a la opinión pública» (11).

La ampliación oficial de los objetivos de guerra el 17 de septiembre de 2024 también es nada realista. El comunicado de este día anunciaba así esa ampliación: «La vuelta con total seguridad de los habitantes del norte [del país] a sus hogares« (12). Es misma semana se precisó ese nuevo objetivo de guerra en lo referente a los medios: «Destruir toda la estructura militar de Hezbola, que se ha ido construyendo a lo largo de dos décadas» (13). El investigador y experto militar del Centre français de recherche sur le renseignement (Centro Francés de Investigación sobre los Servicios de Inteligencia) Olivier Dujardin evaluaba de la siguiente manera el realismo de este objetivo: «Una organización como Hezbola no se destruye. Ni siquiera la eliminación de todos sus miembros provocaría su desaparición, porque la razón y las condiciones que presiden su existencia siguen siendo de actualidad. Cuando se hace frente a una organización como Hezbola, que puede contar con entre 50.000 y 100.000 combatientes según las fuentes, y se decapitan sus cabezas, de pronto hay que vérselas con una miríada de células que van a tardar un tiempo en reunificarse, pero lo acabarán haciendo. […]. Los israelíes compran tiempo únicamente para unas semanas o meses» (14).

Los nada realistas objetivos de guerra de Netanyahu no significan que el primer ministro israelí sea irracional. Reducir, como se hace habitualmente, a Netanyahu a un demente completamente desconectado de la realidad no ayuda en nada a comprender la situación. En nuestra opinión, los nada realistas objetivos de guerra de Netanyahu no son sino una pantalla destinada a ocultar sus verdaderos objetivos de guerra: volver a dibujar todo el mapa regional. Este objetivo de guerra fundamental, que desde hace tiempo comparte con los neoconservadores estadounidenses, implica volver a dibujar las fronteras con Siria y Líbano, hacer que Jordania y Egipto dependan totalmente de Israel, doblegar a Irán, deportar masivamente a la población palestina y reconocer contractualmente la supremacía regional de Israel.

Elementos para establecer el balance de una guerra genocida

Un año y medio después de una guerra genocida, que se anunció como una guerra que no debía durar más que «unos meses», no se ha cumplido ninguno de los objetivos de guerra. No solo no se ha erradicado a Hamas ni a Hezbola, sino que Tel Aviv se ha visto obligado a negociar altos el fuego con ambas organizaciones. No obstante, este fracaso estratégico no debe llevarnos a subestimar la magnitud de las victorias tácticas obtenidas por medio de un despliegue inédito de fuerzas militares en la región, de gastos militares también sin precedentes y de una persistente violencia genocida sin límite. Son graves los golpes infligidos tanto a las fuerzas de la resistencia palestina como a la principal de ellas, Hamas, y debilitan considerable y permanentemente la capacidad de acción militar de dichas fuerzas. Lo mismo ocurre en Líbano con Hezbola.

Desde el 7 de octubre Netanyahu ha reafirmado la posición de Israel como primera potencia militar de la región. No se puede comprender esta demostración de fuerza, totalmente desproporcionada en relación a a las fuerzas contrarias, sin tener en cuenta la magnitud de los efectos del 7 de octubre sobre la sociedad israelí, sobre el pueblo palestino y, más ampliamente, sobre el conjunto de los pueblos de la región. Se trataba de intentar restablecer el mito de que el ejército israelí es invencible, incluso a costa de un genocidio. La imagen internacional de Israel, la vida de las y los rehenes, los equilibrios internos de la sociedad política israelí, etc., todo ello se sacrificó en aras de esta preocupación fundamental a corto plazo. El precio pagado es inmenso. Israel nunca ha estado tan desacreditado a ojos de la opinión pública mundial. Quince países apoyaron rápidamente la denuncia por genocidio que presentó Sudáfrica en la Corte Penal Internacional. Se multiplican los países que, a imagen de España, Irlanda, Noruega, Eslovenia y Armenia, reconoce el Estado palestino. La Corte Penal Internacional emitió una orden de detención contra Netanyahu y su ministro de Defensa en noviembre de 2024 a raíz de su investigación sobre crímenes de guerra. Estos hechos ponen de relieve que la victoria militar se realiza a costa de una derrota moral aplastante, la cual es, ella sí, a largo plazo.

La victoria militar táctica no va acompañada de victoria política alguna. No se ha establecido ningún distanciamiento entre el pueblo palestino y sus organizaciones de resistencia ni entre Hezbola y las personas que viven en el Sur de Líbano. Una de las funciones de la violencia total del ejército israelí era, precisamente, provocar esa fractura. La imagen de personas refugiadas que volvían durante el alto el fuego tanto en Gaza como en Líbano da testimonio de un fracaso total en este dominio. Las personas refugiadas retornan a sus hogares y se vuelven a instalar entre las ruinas ondeando banderas de Hamas y de Hezbola. Ahora bien, la historia de las luchas de liberación nacional atestigua que las victorias militares sin una victoria política pueden, sin duda, debilitar al adversario, pero no pueden vencerlo y, menos aún, erradicarlo, como clama Netanyahu.

Por ejemplo, después de las masacres de Sétif, Guelma y Kherrata en Argelia en 1945 que causaron la muerte de decenas de miles de personas, el general Duval, responsable de este crimen, resumía así la situación: «Os he dado la paz para diez años; si Francia no hace nada, todo volverá a empezar, peor y probablemente de forma irremediable» (15). El adolescente Kateb Yacine, que fue testigo de esta violencia, explica el efecto que este macabro espectáculo tuvo sobre sobre su trayectoria: «Fue en 1945 cuando mi humanitarismo se enfrentó por primera vez al más atroz de los espectáculos. Yo tenía veinte años. Nunca he olvidado la conmoción que sentí ante la despiadada carnicería que provocó la muerte de varios miles de personas musulmanas. Eso cimentó mi nacionalismo» (16). Las y los niños y adolescentes que ahora son la «generación del genocidio» experimentarán lógicamente unos efectos similares. El secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken lo constataba ya en enero de 2025: «Sin […] un horizonte político creíble para la población palestina, Hamas (o cualquier otra cosa igual de abyecta y peligrosa) volverá a surgir, […], calculamos que Hamas ha reclutado a casi tantos nuevos militantes como los que ha perdido» (16). Por supuesto, la situación en Líbano respecto a Hezbola es similar.

El momento crucial de 2025

La caída de Bachar Al-Assad y más tarde la llegada al poder de Trump son dos acontecimientos que modifican considerablemente la relación de fuerzas. La nueva configuración suprime una base de retaguardia de las resistencias palestina y libanesa, aísla todavía más a Irán y suprime todos los límites, incluidos los formales, a los planes de cirugía política y territorial de Netanyahu. Este último, que con razón considera que está en una situación histórica inédita desde la Nakba, piensa poder asumir ahora sus objetivos de guerra reales. Ya no se trata de «erradicar a Hamas«, sino de transformar Gaza y Cisjordania en espacios en los que no se puede vivir para provocar un éxodo masivo. El objetivo ya no es instalar una administración palestina totalmente dependiente de Tel Aviv, sino de acelerar considerablemente la colonización. El objetivo ya no es hacer seguras las fronteras del Sur de Líbano, sino imponer, como mínimo, el desarme de Hezbola y, en el mejor de los casos, la transformación de las fronteras. La misma lógica prevalece en Siria, donde se afirma el objetivo de una presencia permanente con el pretexto de establecer una «zona de seguridad».

El discurso de Donald Trump sobre la «Riviera de Gaza» del pasado 4 de febrero no es un simple delirio de megalómano. Su objetivo es escandalizar por su maximalismo para hacer aceptables unas «soluciones» intermedias igual de inaceptables. Permite banalizar la idea de una deportación masiva orientando el debate hacia las condiciones de la deportación. Las violaciones del alto el fuego tanto en Palestina como en Líbano y la instalación permanente de tropas israelíes en Siria inauguran una nueva estrategia militar para lograrlo. Veamos, sin ser exhaustivo, algunos de estos ejes estratégicos.

El primero es una presión política y diplomática del gobierno de Estados Unidos sobre Líbano, asociada a continuar con los bombardeos israelíes para conseguir el desarme de Hezbola. Teniendo en cuenta el estado en que se encuentra el ejército libanés, dicho desarme significaría un Líbano sin ninguna capacidad de defensa. El segundo eje es la destrucción del conjunto de las capacidades militares sirias, a pesar de un nuevo gobierno que es, cuando menos, conciliador con Tel Aviv. Se esgrime al mismo tiempo el argumento de la seguridad para justificar una zona de seguridad permanente. El tercer eje es, por supuesto, Irán, al que hay que presionar con firmeza para que Teherán se repliegue a una postura únicamente defensiva y deje de apoyar a la resistencia libanesa y palestina.

Por lo que se refiere a Palestina, tanto en Gaza como en Cisjordania, el cambio militar que comenzó con la reanudación de la guerra el 18 de marzo adopta la forma del discurso sobre las «zonas tapón», que no son sino anexiones. Los bombardeos y asesinatos de personalidades de la resistencia, que habían sido las principales formas de intervención militar desde el 8 de octubre, dan paso a la ocupación pura y simple. Simultáneamente continúa la destrucción metódica de todas las condiciones de existencia y, en particular, de las infraestructuras (escolares, médicas, religiosas, etc) de las zonas no anexionadas. El objetivo es, por supuesto, crear un sentimiento de impotencia, lograr desarmar moralmente, provocar una lógica de renuncia y lograr que se consienta el exilio. Lejos de ser ciegas, las operaciones militares israelíes se basan, por el contrario, en estos objetivos de desmoralización colectiva.

En el momento en que terminamos este artículo no se observan signos de que esté teniendo éxito la nueva estrategia, a pesar de que la vida cotidiana en Palestina se ha vuelto una pesadilla. La propia prudencia con la que el ejército israelí evita todo contacto militar directo con las ciudades palestinas indica que Hamas está lejos de ser «erradicado». No ha tenido lugar la esperada revuelta generalizada de la población palestina contra las organizaciones de resistencia. Se han enterrado los sueños de llegar a un acuerdo con los países vecinos para que acojan a población palestina, puesto que los gobiernos de estos países no pueden asumir ante sus pueblos ser cómplices de semejante deportación. En Líbano, Hezbola, que está muy debilitado, pero sigue siendo la principal fuerza militar del país, ha rechazado totalmente la idea misma de un desarme. Los intentos por parte de Estados Unidos de conseguir que Arabia Saudí y los Emiratos reanuden la guerra contra los hutis han recibido una negativa categórica por la misma razón. En Irán, a pesar de las amenazas y ultimátums de Trump, este último ha abierto negociaciones con Teherán, lo que arruina los sueños de Netanyahu de una guerra rápida y total. La reacción popular ha sido tan fuerte que incluso el nuevo régimen sirio se ha visto obligado a recular oficialmente respecto a su anuncio de que en 2026 iba a firmar los Acuerdos de Abraham con Tel Aviv.

El panorama actual dista mucho de ser el de un éxito estratégico israelí. Más bien hay que pensar en una lógica de atolladero y estancamiento.

Notas:

(1) Hicham Alaoui, «Les accords d’Abraham, expression d’une alliance religieuse fondamentaliste», Orient XXI, 12 de octubre de 2023 (el autor precisa que escribió u análisis antes del 7 de octubre).

(2) Solo otra región, el Sudeste Asiático, tiene también esta dimensión de nodo estratégico mundial al representar el 40% del comercio transoceánico mundial. No es de extrañar que sea también un ámbito de permanente confrontación, especialmente entre Estados Unidos y China.

(3) «Under Pressure: Houthis Target Yemeni Government with Economic Warfare», Middle East Institute, 27/02/2023

(4) «Yémen: pire catastrophe humanitaire au monde, la sortie de crise exige un dialogue politique entre les parties, selon de hauts responsables onusiens ».

(5) Noticia de AFP del 15-12-2023.

(6) Unicef, «Israël-Territoires palestiniens: après le cessez-le-feu, l’incertitude», se puede consultar en la página web de UNICEF», https://www.unicef.fr

(7) Vincent Lemire, «Le 7 octobre est un tournant radical», La Chronique, revista de Amnistía Internacional, 7-10-2024.

(8) Isabelle Mandraud, «En Israël, une émigration sans précédent», Le Monde, 28 de enero de 2025.

(9) «En Israël, une “fuite des cerveaux” massive en 2024», Courrier International, 2 de enero de 2025.

(10) Rueda de prensa de Benjamin Netanyahou, noticia de AFP, 7 de febrero de 2024.

(11) Noticia de AFP, 19 de junio de 2024.

(12) «Le retour des habitants du nord d’Israël, nouveau but de guerre pour Netanyahou», Comunicado de la oficina del primer ministro, AFP, 17 de septiembre.

(13) Ghazal Golshiri y Hélène Sallon, «L’embarras de l’Iran face à l’offensive israélienne contre le Hezbollah», Le Monde, 25 de septiembre de 2024.

(14) «Israël rêve d’un “nouveau Moyen-Orient”, mais à quelle réalité se heurtera-t-il?», The Conversation, 29 de octubre de 2024.

(15) Carta del general Duval al gobierno francés, 16 de mayo de 1945, citado en Guy Pervillé, La guerre d’Algérie, PUF, París, 2021, p. 34.

(16) Boucif Mekhaled, «Entretien avec Kateb Yacine du 21 juillet 1984», en Chronique d’un massacre, 8 mai 1945, París, Édition Syros, 1995.

(17) Le Monde, 14 de enero de 2025.

Texto original: https://bouamamas.wordpress.com/2025/05/12/palestine-et-moyen-orient-buts-officiels-de-guerre-et-buts-reels/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.