Los palestinos vuelven a ser protagonistas estos días, como lo son desde hace muchos años, de noticias relacionadas con hechos violentos. Últimamente, informan diarios e informativos televisados, los palestinos se matan entre ellos, con lo que se confirma el carácter belicoso, extremista y sanguinario de éstos, y de árabes y musulmanes en general, ya que […]
Los palestinos vuelven a ser protagonistas estos días, como lo son desde hace muchos años, de noticias relacionadas con hechos violentos. Últimamente, informan diarios e informativos televisados, los palestinos se matan entre ellos, con lo que se confirma el carácter belicoso, extremista y sanguinario de éstos, y de árabes y musulmanes en general, ya que los iraquíes también están inmersos en una lucha fratricida.
En el pasado los medios han informado habitualmente de ataques palestinos contra los israelíes, así que al consumidor de noticias no le extraña hoy que los palestinos se decanten- al igual que los iraquíes- por la guerra civil, como si ésta fuera lo más natural del mundo, la consecuencia lógica e inevitable de la política, cuando no de la personalidad, árabe y musulmana, vale decir atrasada, si se compara con la política y la cultura occidental, que es por definición democrática y avanzada.
Lo que no se incluye habitualmente en esas informaciones son referencias al papel de esos gobiernos occidentales en la situación política de Oriente Medio. Si se menciona algo es para escribir, sin asomo de vergüenza o de conocimiento, que el Gobierno de Israel no puede negociar con los extremistas de Hamás porque no cumplen las condiciones que la comunidad internacional les exige para entablar el diálogo con ellos.
Esta maniobra es compartida por una minoría de ciudadanos que conoce el conflicto y es proisraelí, y aceptada por la gran mayoría que desconoce el núcleo del problema, porque ha sido hábilmente confundida por la información sesgada y falsa que le proporcionan los medios. Por su parte, los palestinos se convierten en el caso paradigmático de la víctima que además es culpada por su verdugo y abandonada a su suerte por los partidarios de aquél.
Resulta casi imposible creer que una población, que según la ley internacional ha de gozar de especial protección, por ser refugiada en su mayor parte y vivir bajo ocupación militar en su totalidad, sea objeto de sanciones económicas y políticas, en lugar de recibir protección y justicia por parte de la comunidad internacional, la cual se supone que tiene que cumplir y hacer cumplir esa ley y no alinearse con el ocupante y el violador de los derechos humanos, políticos y sociales de los palestinos.
Como lo que sucede en Palestina es del todo inaudito, el ciudadano medio, tal y como quería Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, opta por creer la información simplificada que le presentan y que su mente alcanza a comprender de un vistazo, en lugar de enfrentarse a una realidad algo compleja que se le oculta o tergiversa, y cuya comprensión exige una reflexión para la que no encuentra tiempo.
Una y otra vez se pone la responsabilidad del estancamiento del conflicto en los palestinos: hoy se trata del Gobierno de Hamás, hace un par de años era el propio Arafat, hace algunos más (y aún permanecen) eran los ataques palestinos, anteriormente la Intifada y así sucesivamente en una lista inacabable y variada que resalta la violencia palestina y su oposición a Israel. No se dice que este Estado es potencia ocupante y que su ocupación, sangrienta y brutal además de ilegal, es el origen del problema y la responsable fundamental de su progresivo deterioro.
Desde hace décadas se marea la perdiz buscando causas y también mil y una fórmulas políticas más o menos imaginativas para dar con una solución que resulta imposible precisamente porque no se ataca el núcleo del problema: la ocupación. Se diseñan negociaciones de paz (que no son sino imposiciones del fuerte sobre el débil), se favorecen algunos líderes (que sin recato se califican de pro-occidentales, como si esto fuera la cualidad que les convierte en legítimos ante los palestinos), se somete a los palestinos a unas condiciones de vida infrahumanas (acepta la ocupación israelí y llámala diálogo o enfrenta la muerte y la miseria), en definitiva se intenta de todo menos establecer la justicia y el respeto de los derechos humanos.
En el año que acaba de finalizar, 2006, se ha intentado en Palestina (aunque no por vez primera sí con especial virulencia) una conocida política imperialista, que también se lleva a cabo en Iraq con el mismo fin: que los palestinos se maten entre ellos. Se busca obtener un doble resultado: por un lado la eliminación del enemigo sin la intervención militar (o sea, directa) del imperialista y por otro la justificación de la intervención política (o sea, periférica).
Las luchas internas son un regalo del cielo para los defensores del imperialismo y de la supremacía -cultural, religiosa, democrática- de Occidente y desde luego un regalo en bandeja de plata para los gobiernos de Israel y Estados Unidos, así como para el movimiento sionista. Es sencillamente trágico que los palestinos caigan en esta trampa y desde luego deshonroso para algunos líderes de Fatah, que han sido incapaces de hacer avanzar la causa palestina, que se han lucrado durante su mandato y que con tal de no perder sus privilegios se alían ahora con los opresores de sus compatriotas en contra de los intereses de la mayoría de los palestinos.
No hace falta ser Sherlock Holmes para sospechar de las verdaderas intenciones de la Unión Europea y Estados Unidos respecto de la democracia y los derechos humanos en Palestina (y en cualquier otro lugar), al observar su respuesta coordinada a los resultados de las últimas elecciones en los territorios ocupados: gana Hamás y a renglón seguido aíslan políticamente a su Gobierno, bloquean la economía palestina, siembran la disensión interna, arman y entrenan militarmente al partido perdedor y mantienen su apoyo a Israel mientras que éste sigue asesinando palestinos, ocupando su tierra y oprimiendo y encarcelando a los que se resisten (lo que incluye a sus líderes democráticamente elegidos y también a los menores de edad).
Al mismo tiempo, el ciudadano medio europeo y estadounidense se siente superior a los palestinos porque a su juicio, informado por los medios occidentales, no son capaces de vivir en democracia como nosotros y se matan entre ellos por su arraigado fundamentalismo religioso, falta de tolerancia y costumbres democráticas, y por su secular tradición anti-occidental y contraria a la modernidad.