Para empezar, hay que rechazar y condenar con la mayor firmeza posible el asalto y secuestro, por parte de Israel, de las activistas de Global Sumud Flotilla, una iniciativa solidaria con Palestina que merece todo el respeto. También debemos condenar enérgicamente las críticas y burlas expresadas por la derecha liberal, que ha demostrado ser lo que realmente es: nada menos que la gran defensora de los intereses del sionismo en Occidente. Aún así, no se puede rehuir el análisis de las limitaciones de un modelo solidario basado en el activismo, una cierta lectura inocente del “derecho internacional” y la movilización de la indignación ética y moral. Quizá haya llegado la hora de explorar otros caminos, de ir mucho más allá y de hacer saltar por los aires los mismos cimientos sobre los que se alza el edificio del imperialismo occidental. Como bien dijo Gustavo Petro en la reciente Asamblea General de la ONU, “Ya sobran las palabras. Es la hora de la espada.”
Ante la inacción y la complicidad de los gobiernos occidentales, la iniciativa de la Global Sumud Flotilla ha puesto sobre la mesa la necesidad de articular respuestas populares y solidarias en apoyo al pueblo palestino. Aunque era de todos sabido que nunca llegaría a Gaza y que el objetivo de repartir ayuda humanitaria quedaría comprometido por el bloqueo de Israel, ha conseguido exponer los métodos utilizados por el ente sionista y, por enésima vez, su falta de escrúpulos cuando se trata de violar de forma flagrante el derecho internacional. Pero eso no debería sorprender a nadie.
A mi modo de ver, uno de los éxitos de la flotilla es haber contribuido a poner al descubierto un poco más si cabe la hipocresía de los gobiernos occidentales, que, pese haber tomado algunos distancias con el genocidio perpetrado por Israel, no han hecho absolutamente nada para detenerlo y que incluso siguen manteniendo sin rubor relaciones diplomáticas y comerciales normalizadas con el ente sionista. Aunque si valoramos el éxito de la iniciativa solidaria por uno de sus objetivos a corto plazo, presionar a los gobiernos de los países europeos para que abandonaran su apoyo más o menos velado a Israel e impusieran la llegada de ayuda humanitaria a gran escala, podemos afirmar que la flotilla ha fracasado. Las élites políticas y económicas de la Unión Europea no se han movido ni un milímetro de su absolutamente vergonzosa posición de observador pasivo con ciertos remordimientos hipócritas de conciencia.
A pesar de las posturas expresadas por ciertos gobiernos europeos (el estado español en cabeza) y del reciente reconocimiento del estado palestino por parte de Francia y Reino Unido (reconocimiento ficticio mientras Estados Unidos e Israel no decidan hacer lo mismo), a estas alturas debería ser evidente que los cambios observados se reducen a las formas y no afectan en absoluto al fondo. El canciller Merz resumió de forma clara y concisa cual es el punto de vista europeo sobre la geopolítica en Oriente Medio: “Israel nos está haciendo el trabajo sucio.” Aunque lo dijo en el contexto de los bombardeos ilegales de Israel sobre Irán, sus palabras pueden aplicarse perfectamente al genocidio contra el pueblo palestino, aunque aquí el canciller germano y sus homólogos occidentales prefieren callar. Y ya se sabe que quien calla otorga. La Unión Europea, como vasallo fiel del Imperio yanqui, apoya la paz, sí: una paz de los cementerios en la que el pueblo palestino deje de representar un problema y en la que el Gran Israel pueda ejercer de gendarme-matón de la región y pueda hacer negocios con los regímenes petroleros reaccionarios de Oriente Medio, para mayor gloria de Occidente y sus perros guardianes.
Quizá el otro gran éxito de la Global Sumud Flotilla ha sido haber activado una reacción popular importante ante el asalto y secuestro de sus integrantes por parte de Israel. La movilización de la indignación popular y la aparente victoria en lo que toca a la batalla por el relato es en si misma positiva, pero solo en tanto que supone un paso adelante para escalar la lucha solidaria con Palestina en el mismo corazón de Occidente. Esa movilización se agotará rápidamente si se basa solo en la indignación ética y moral y no se traduce en un movimiento organizado más estable y con una estrategia más definida y de profundidad. Muchas de las acciones promovidas contra Israel han sido eficaces y espectaculares, han conseguido cambiar la percepción de Israel de parte de la población, pero han carecido de profundidad estratégica. Lo que pierde de vista la izquierda y los movimientos sociales que apoyan a la causa palestina es que sin ir más allá de la movilización de la indignación moral y ética contra el genocidio perpetrado contra el pueblo palestino poco podemos hacer para cambiar su futuro… y el nuestro.
El genocidio del pueblo palestino no empieza hace 2 años; se viene desarrollando desde hace ya ocho décadas y se sistematiza con la misma creación del estado de Israel en 1948. La tragedia del pueblo palestino es la consecuencia de la colonización de sus tierras a manos del sionismo, de la expulsión de gran parte de sus miembros en distintas oleadas y del establecimiento de un auténtico estado de apartheid, especialmente después de 1967. La urgencia de parar el genocidio es totalmente comprensible, pero sin una resolución del conflicto favorable a los intereses del pueblo palestino el statu quo no cambiará en lo más mínimo y el estado ilegítimo de Israel no cesará en su empeño de acabar con la resistencia del pueblo palestino, expulsando y masacrando a sus integrantes o convirtiéndolos en siervos del futuro Gran Israel, que incluirá Gaza, Cisjordania y, a más largo plazo, partes de los estados-títere aledaños (Siria, Líbano y quizás Jordania).
Lo que también pierde de vista buena parte de la izquierda y del movimiento pro-palestino, o no se atreve a plantear, es que Israel es un agente integrante del imperialismo occidental en Oriente Medio. Si vamos más allá del mismo territorio palestino en el que se desarrolla la crueldad fascista del sionismo, Israel ha tenido una especial función de desestabilización de la región para beneficio de los intereses de Occidente. Junto con las monarquías reaccionarias del Golfo, siempre fieles servidoras del Imperio, han socavado y liquidado el proyecto panarabista, único horizonte capaz de dar a la región un nuevo marco emancipado del imperialismo. Uno tras otro, los países que iniciaron el camino de la unión de los pueblos árabes fueron cayendo bajo la bota del Imperio y su ariete en la región, primero degenerando en autocracias autoritarias y luego siendo destruidos por el auge del islamismo en sus distintas modulaciones, patrocinado en no pocos casos por Israel y Occidente. El islamismo, que ha remplazado el arabismo laico como foco aparente de resistencia, no representa más que un callejón sin salida cuando no es movilizado al servicio de los intereses de Occidente, para destruir sociedades y dividirlas en líneas de fractura sectarias y étnicas. Aunque el caso de Hamás es más complejo y entronca con la tradición de Hermanos Musulmanes y no con el salafismo, ha llegado al final del camino y deja a los gazatíes huérfanos en un mar de desolación y destrucción.
La única estrategia de lucha de los pueblos sometidos que puede aportar profundidad es el anti-imperialismo. Esta estrategia pasa por no plegarse ante la “solución-trampa” del trumpismo, sustentada en la rendición de la resistencia palestina y el establecimiento de una administración bajo supervisión del Imperio (liderada por el propio Trump y Tony Blair!), pasa por la lucha de los pueblos de la tierra para terminar con el imperialismo occidental en el mundo entero, pasa por el internacionalismo de verdad, por la lucha de clases. En lo que toca a la izquierda europea, esta estrategia pasa necesariamente por poner en el visor la quiebra de la OTAN y la alianza euro-atlántica y, con ella, el derrumbe de la Unión Europea, su brazo político e institucional. Ésta es una necesidad imperiosa si no queremos ver a los pueblos del mundo entero arrasados por la guerra y por la depredación de un puñado de capitalistas con impulsos nihilistas. El imperialismo occidental está en descomposición, pero en sus últimos espasmos tiene aún fuerzas para, a través de imposiciones e intervenciones militares más o menos directas, intentar una reorganización del mundo entero para mantener a flote su hegemonía. Es necesario organizarse para luchar contra esta ofensiva, en todo el mundo.
Regreso al pasado: la trampa del reconocimiento del estado palestino
Otra cuestión que hace falta abordar es la de la legalidad internacional. Ojo con santificarla. La resolución 181 (II) de la ONU, aprobada en 1947, establecía la partición del Mandato británico de Palestina en 2 estados, uno judío y otro árabe, con un régimen internacional especial para Jerusalén. El sionismo aprovechó dicha legitimidad internacional para proclamar el estado de Israel el 14 de mayo de 1948; no fue ese el caso de Palestina, ya que las fuerzas árabes se oponían a una partición del territorio que perjudicaba claramente a la población árabe. Dicha resolución se convirtió en papel mojado después de la Guerra de 1948, cuando las líneas de división fueron reconfiguradas unilateralmente por Israel y buena parte de la población palestina fue expulsada de sus hogares (nakba). Se estableció después la línea verde, fruto del armisticio entre Israel y los países árabes, que reducía considerablemente el territorio en el que supuestamente debía establecerse el estado palestino. Con posterioridad a la guerra de los seis días (1967), esa misma línea verde se convirtió a su vez en papel mojado, ya que Israel ocupó dichos territorios. Aún en 1974 se aprobó la resolución 3236, en la que se reafirmaron los derechos inalienables del pueblo palestino a la libre determinación, la independencia y la soberanía nacionales y el derecho de los palestinos a regresar a sus hogares y a sus propiedades. Finalmente, los Acuerdos de Oslo (1993) debían abrir el camino para la creación de un estado palestino, pero fueron boicoteados por Israel, que prosiguió su política de colonización de Cisjordania con el beneplácito de sus socios occidentales (teóricos garantes del acuerdo). Al margen de la grandilocuencia de las resoluciones de la ONU o de acuerdos que se firman y dejan de tener validez poco después, la mal llamada “comunidad internacional” y los mismos países árabes han ido reconociendo de facto la expansión territorial de Israel, aunque implicara la construcción de un auténtico apartheid en los territorios palestinos, que han terminado por convertirse en una colección surrealista de fragmentos aislados, un territorio donde se pone de manifiesto la total imposibilidad de cualquier tipo de vertebración política y social. La solución de los dos estados es hoy una imposibilidad y una quimera.
Pero dejemos de llamar Palestina a ese mapa de puntos, muros y devastación en el que el ente sionista ha convertido Gaza y Cisjordania. Palestina cubre un territorio que va del río Jordán al Mar Mediterráneo e Israel es una entidad ilegítima que ha colonizado en distintos grados dicho territorio. Si nos referimos al derecho internacional, el mismo que patea o manipula a conveniencia la susodicha “comunidad internacional”, Palestina debería ser descolonizada e Israel debería desaparecer como estado, lo que no significa que no se pueda llegar a un arreglo para que los judíos puedan vivir en una Palestina libre. Eso no sucederá mientras el Imperio yanqui, con la inestimable ayuda de sus perros occidentales y árabes, siga manteniendo su hegemonía a flote.
El mal llamado plan de paz promovido por Trump es otra trampa más para el pueblo palestino. El plan, ideado por dos hombres de negocios de fe judía (Steve Witkoff, especulador inmobiliario y amigo personal de Trump, y Jared Kushner, yerno del presidente) no esconde sus objetivos: librarse de la cuestión palestina y convertir Oriente Medio en una región de “prosperidad” capitalista y negocios para beneficio de las oligarquías israelíes, árabes y occidentales. Quizá no le quede otra opción, pero Hamás venderá al pueblo palestino y aceptará un plan de paz que no ofrece ninguna garantía para que Israel se retire de Gaza y de Cisjordania y mucho menos para que se establezca un hipotético estado palestino. Cabe decir que ni la Autoridad Nacional Palestina (hace ya tiempo totalmente inoperante y dócil ante Israel) ni los propios palestinos han sido consultados al respecto. Poco importa lo que piensen.
Se podrá decir que el acuerdo-trampa de Trump ha logrado terminar con el genocidio y que esa es una buena noticia; en realidad significa la imposición de las condiciones del imperialismo occidental e Israel al pueblo palestino. Israel siempre podrá limpiarse el culo con dicho acuerdo y volver a escalar en su política de exterminio y genocidio, como ha venido haciendo siempre. Respecto a sus socios occidentales, darán como siempre su visto bueno y en el mejor de los casos balbucearan algunas críticas moralizantes. A estas alturas solo los memos y los siervos creen en la legalidad internacional y en esa ocurrencia yanqui del orden basado en reglas. Lo que cuenta para Israel y el Imperio solo es la fuerza y la hegemonía. Viene siendo hora de entenderlo.
Y no, esto no va de choque de civilizaciones y de cosmovisiones religiosas incompatibles. Las oligarquías de los países árabes, también los patrocinadores del salafismo (Arabia Saudí por encima de todos ellos), están deseosos de hacer negocios con Israel. Qué pena para ellos que en su día el inicio de esta guerra de exterminio interrumpiera las jugosas perspectivas económicas de los Acuerdos de Abraham (ideados por el propio Kushner y Trump). Qué pena que esta vez no haya primaveras árabes aupadas por Occidente en el horizonte, quizás porque ya no quedan países hostiles en la región aunque sean casi todos ellos autocracias reaccionarias. Por cierto, para los que aún creen en eso de los BRICS y el nuevo orden multipolar, qué pena que el acuerdo-trampa de Trump haya sido bendecido también por Irán, Rusia y China.
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