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Panorama de las fuerzas políticas egipcias frente a la revolución y la involución

Fuentes: Rebelión

No existe contradicción entre que muchos millones de egipcios pidieran el 30 de junio pasado el abandono de la presidencia por Mursi, mediando un pleibiscito o elecciones presidenciales anticipadas, y entre que el 3 de julio se produjera un golpe de estado del ejército. Tampoco entre que desde muchos meses antes importantes fuerzas regionales y […]

No existe contradicción entre que muchos millones de egipcios pidieran el 30 de junio pasado el abandono de la presidencia por Mursi, mediando un pleibiscito o elecciones presidenciales anticipadas, y entre que el 3 de julio se produjera un golpe de estado del ejército. Tampoco entre que desde muchos meses antes importantes fuerzas regionales y locales conspiraran para debilitar la posición de Mursi mediante el sabotaje de la economía, la energía, la seguridad y la objetividad periodística, y que los millones de egipcios mencionados tuvieran sus propias razones para pedir el abandono de Mursi. Lo que sigue sorprendiendo es que la inmensa mayoría de los dirigentes políticos y personalidades públicas, excluidos los Hermanos Musulmanes y dos o tres partidos islamistas de menor representatividad, e incluidos el partido salafista Al-Nur (21,8% de los votos en las elecciones legislativas) y el Egipto Fuerte, del ex candidato presidencial Abdel Moneim Abdel Futuh (17,8% de los votos en la primera vuelta), hayan aplaudido, negado o tolerado el golpe de estado y, sobre todo, que sigan haciéndolo a pesar de sus diversas críticas a aspectos parciales del nuevo proceso iniciado.

No sorprende el entusiasta apoyo de los dirigentes del partido Wafd (8.6% en las legislativas y de los Egipcios Libres (3%), confortablemente instalados y cooperantes en el régimen de Mubarak (aunque el segundo no existiera) y luego convertidos en «revolucionarios», que ya hace tiempo abrieron sus filas a ex miembros formales de dicho régimen, y cuyos millonarios presidentes (Badawi y Sawiris) han puesto sus televisiones y sus medios de prensa -autorizados ya en tiempos de Mubarak- al servicio de la tergiversación de la realidad y la demonización de los Hermanos Musulmanes. Sawiris, que había declarado haber entrado en política tras la caída de Mubarak «para contrarrestar la expansión de las ideas socialistas entre los jóvenes», ha reconocido que facilitó medios materiales a los fundadores del movimiento Tamarrod, «sin que ellos supieran de donde venían», algo que «no le avergüenza». Dichos fundadores afirman, por otro lado -ver enlaces anteriores-, que «no pidieron ayuda al ejército» en las semanas anteriores al golpe, sino que aquel «se la ofreció», y ellos se limitaron a aceptarla, como lo hicieron con la de miembros del poder judicial que les asesoraron.

El Wafd y los Egipcios Libres son hoy los principales exponentes de la derecha llamada secularista de Egipto, y lo son gracias al marchamo que muchos les conceden de «no mubarakistas», marchamo que sólo puede ser atribuido desde una concepción bastante estrecha del concepto de régimen. Pero en la línea del Wafd y de los Egipcios Libres marchan un buen número de partidos menores -entre ellos algunos abiertamente mubarakistas-, la gran mayoría de los grandes medios de comunicación y un gran número de figuras públicas. Desde el 3 de julio, las ramificaciones mediáticas de este sector, y dentro de ellas los medios de comunicación estatales -sorprendentemente indemnes a la labor de «hermanización» del estado tantas veces denunciada- se han dedicado, además de a ocultar información y opiniones (por ejemplo, sobre las manifestaciones de los partidarios de Mursi y la violencia contra ellas), a glorificar no sólo al ejército sino también a la policía, que según la Organización Egipcia de Derechos Humanos detuvieron por razones políticas y torturaron relativamente más desde la caída de Mubarak, tanto durante la presidencia de los militares como durante la de Mursi, que antes de ella. La diferencia entre las distintas épocas es que la policía no estaba con Mursi, y su gran error, por táctica o por convicción, fue no apresurarse en intentar desmontar, pese a las previsibles resistencias a las que se enfrentaría, el aparato represivo tanto legal como humano.

Hay que señalar que, desde el punto de vista de sus posturas macroeconómicas, los Hermanos Musulmanes no se distinguen prácticamente en nada de la derecha secularista capitalista. En numerosas ocasiones, sus dirigentes, muchos de ellos prósperos empresarios, han señalado su adhesión al libre mercado y el capitalismo, e incluso han alabado la política económica de privatizaciones y liberalización seguida por Mubarak en su última época. Otra cosa son sus promesas de justicia social que convencen a muchos de sus seguidores de las clases más populares. Las diferencias entre los Hermanos Musulmanes y el resto de la derecha se inscriben en el marco de algunos aspectos sociales y culturales de su ideología y, sobre todo, al menos al nivel de los dirigentes, en el de la lucha por la hegemonía de unas elites contra otras.

En cuanto al partido salafista Al-Nur, es sabido que es generosamente financiado por el dinero saudí y del Golfo, y que sus dirigentes y partidarios se abstuvieron de participar en política en los últimos quince años del régimen de Mubarak -tras haber participado muchos de ellos en los 90 en el enfrentamiento armado con aquel-, y que se incorporaron a ella en la época posterior con gran complacencia del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA). A pesar de haberlos apoyados en las presidenciales, han sido muy críticos con la política de los Hermanos Musulmanes, desde siempre y hasta el 30 de junio. Su postura declarada ante este se resume en la constatación de los errores de aquellos en el gobierno, en el nacimiento de una formidable animadversión hacia ellos -y, por extensión, hacia las fuerzas islamistas-, que no ignoran que ha sido en gran parte promovida por poderes fácticos, y en la necesidad de evitar mayores divisiones en la sociedad, de mejorar la imagen de los islamistas, y de preservar las libertades y los mecanismos democráticos frente al posible retorno del «estado policial». De ahí que se unieran a la solicitud a Mursi de elecciones presidenciales anticipadas, que apoyaran en principio la hoja de ruta de los militares y la declaración constitucional del nuevo presidente -tras asegurarse de la permanencia en ella del islam como religión del estado y principal fuente de legislación-, y que hayan llamado a los Hermanos Musulmanes a retirarse de las calles. Posteriormente, se han declarado ajenos a la hoja de ruta, y han incrementado sus críticas a la propia declaración constitucional, a la formación del nuevo gobierno, y a la campaña mediática, la violencia y la represión contra los Hermanos Musulmanes, a los que siguen responsabilizando, por su «terquedad», de la evolución de los acontecimientos. Señalan que los acontecimientos conducentes al 3 de julio se sitúan entre el movimiento revolucionario y el golpe de estado

La posición de Abu-l-Futuh y de su partido, Egipto Fuerte, frente al aspecto específico que estamos tratando, es casi idéntica a la de Al-Nur, a pesar de las enormes diferencias entre ellos en lo demás, pues el islamismo de Abu-l-Futuh es demasiado liberal en política y moral para los salafistas (y también para los dirigentes de los Hermanos Musulmanes, entre los que se contó hasta hace quince años). Abu-l-Futuh, con su imagen de hombre íntegro y dialogante, hasta donde se conoce merecida, podría ser un hombre importante en un futuro a medio plazo realmente abierto a la reconciliación y a la apertura de terceras o cuartas vías, futuro que se antoja, sin embargo, realmente complicado.

En cuanto al difuso y fragmentado espectro del centro-derecha y del centro- izquierda, o quienes pretenden conformarlo, ambos sectores han encontrado un punto de confluencia en la figura de Al-Baradei y su partido, Al-Dustur. Al-Baradei, acusado por muchos de ser un agente del extranjero, llegó a Egipto en 2010 en olor de multitudes mediáticas internacionales, que lo presentaban como campeón de la lucha contra Mubarak y candidato a sucederlo vía elecciones, sin que la mayoría de los egipcios lo conociera. Ahora, sin haberse presentado a ningún proceso electoral, es vicepresidente para Asuntos Exteriores del régimen instaurado tras el golpe de estado, y encabeza el Frente Nacional de Salvación que ha aglutinado la oposición de los grandes partidos a Mursi, y agrupa al Wafd, los Egipcios Libres, su propio partido y la Corriente Popular entre otros. El partido de Baradei, que se declara liberal en política y economía, defendiendo abiertamente el libre mercado y oponiéndose a las privatizaciones, cuenta con numerosos dirigentes y partidarios destacados en la lucha contra Mubarak, muchos de ellos con un ideario de izquierdas cercano al naserismo, como el fundador de Kifaya Georges Ishaq o el escritor Alaa Al-Aswani. En los últimos meses Al-Baradei se declaró dispuesto a abrir las puertas del partido a ex miembros del régimen de Mubarak, lo que provocó el rechazo de gran parte de sus bases. Al-Baradei y su partido están apoyando al cien por cien la hoja de ruta de los militares.

Dentro de la izquierda, cabe destacar actualmente el partido de la Corriente Popular, que pretende agrupar a los afines al ideario naserista en su defensa del papel central del estado en el desarrollo de la economía, y por ende de la renacionalización de la mayor parte de las empresas privatizadas por Mubarak, así como de los derechos de los trabajadores desde una óptica que rechaza el marxismo y la lucha de clases. Su presidente, Hamdín al-Sibahi, sorprendió a propios y extraños al cosechar más del 21% de los votos en la primera vuelta de las elecciones, que según sus algunos fueron manipuladas para apartarle de la segunda vuelta. A toro pasado, sin embargo, el resultado, no sorpende: Sibahi representaba para muchos la única opción frente a los candidatos del antiguo régimen y de los islamistas, y muchos otros eran auténticos partidarios de un naserismo que se pretende remozado en su aceptación de la democracia y en su relación con el islamismo político, inclementemente perseguido por Náser. En los últimos 6 ó 7 años previos a la caída de Mubarak, muchos naseristas habían tendido, efectivamente, puentes de comunicación y cooperación con los islamistas contra aquel, y el propio Sibahi se había aliado, con su partido de entonces, Al-Karama, con los Hermanos Musulmanes en las elecciones legislativas de 2012. Algunos de ellos habían exigido que se respetara la victoria de Mursi en las elecciones presidenciales. Tras su éxito en las presidenciales, Sibahi pretendió reunir todas las corrientes y partidarios del naserismo, con lo que esto implica de querencias por el autoritarismo, confianza casi ciega en la institución militar e inveterada animadversión a los islamistas. Los Hermanos Musulmanes han acusado a miembros de la Corriente Popular de haber atacado a sus propios partidarios en diversas provincias de Egipto.

Entre la treintena de carteras del nuevo gobierno formado por Hazem Biblawi tras la deposición de Mursi, que se pretende «de unidad nacional» y de «expertos», la Corriente Popular cuenta con dos, Al-Dustur con dos, el Wafd con una, y el Partido Social Democrático con dos (incluído el presidente). Junto a ellos se encuentran diversos ex miembros de los gabinetes nombrados durante y después de la caída de Mubarak, tanto por los militares como por Mursi (algunos fueron cesados, y uno dimitió). También hay dos militares, además del ministro de Defensa, al-Sisi, y un ex general de policía, además del Ministro del Interior. Finalmente, gran parte de ellos han desempeñaron puestos de responsabilidad bajo el régimen de Mubarak, siendo tres de ellos miembros de su Buró Político en sus últimos años. Gran parte de ellos desempeñaron cargos importantes en los sectores relacionados con la liberalización de la economía. A los de inclinaciones naseristas se les asigna el Ministerio de las Fuerzas Trabajadora, el de Educación y el de Juventud. Los económicos siguen en manos de liberales. Los de Defensa, Interior, Producción Militar y Aprovisionamiento, en manos de militares o policía (el ministro del Interior sigue siendo el mismo del gobierno de Mursi, que según sus críticos no puso coto a la tortura y las detenciones políticas). El ministro de Justicia Transicional y Reconciliación fue el encargado de investigar las muertes producidas tras el levantamiento contra Mubarak, investigación cuyos nulos resultados habían sido objeto de constantes quejas por los auténticos promotores y participantes en aquellas. La ministra de Información es una ex miembro del Buró Político del partido de Mubarak. Resulta evidente, por tanto, que el nuevo gobierno es un gobierno de unidad… frente a Mursi y los Hermanos Musulmanes, y se entienden las carcajadas de los partidarios de este, concentrados el viernes 19 de julio por muchos cientos de miles en las plazas de Egipto -y sin duda también del resto de los islamistas- ante la pretensión de que ese sea un gobierno de unidad nacional.

Quien esto escribe ha intentado entender las posiciones de quienes han sancionado el golpe de estado. Se entiende que muchos de ellos puedan ser honestos en su convicción -tal vez acertada- de que la mayoría del pueblo quería la partida de Mursi; que consideren que los Hermanos Musulmanes llevaban en sí la semilla del autoritarismo; que piensen que hay que dar una salida a la actual situación de bloqueo político, de deterioro económico, etc. Probablemente muchos presionan para que las constantes movilizaciones de los Hermanos Musulmanes no sean reprimidas con un saldo sangriento aún mucho mayor, que tal vez por eso no se ha producido; y resulta evidente que los que tienen algo de revolucionarios y demócratas confían en que la movilización popular de unos y otros no permitirá el retorno a un régimen abiertamente autocrático y represivo. Pero cuesta entender, más allá de que sean perfectamente conscientes de con quien están aliados, que no se den cuenta que de de cerrar los canales de televisión de los islamistas, detener a dirigentes de los Hermanos Musulmanes con acusaciones espureas, y, sobre todo, ocultar la existencia de probablemente millones de personas en las calles de Egipto, como ha hecho la televisión del estado a cuyo gobierno muchos apoyan hasta ahora; que de todo eso -decíamos- a ese régimen autocrático y represivo, hay un paso cualitativamente muy pequeño que algunas caras del nuevo gobierno -como la ministra de Información- no parecen prometer reducir, sino todo lo contrario. Todos los árabes sin excepción conocen el dicho «Me comieron el día en que se comieron al toro negro», equivalente del «Primero vinieron a por los comunistas», erroneamente atribuido a Brecht. Pero parece que muchos, y entre ellos algunos sedicentes comunistas, lo olvidan cuando los islamistas son los primeros, a pesar de haber tenido ya algunas experiencias en este sentido (por ejemplo, bajo la presidencia de Náser).

Y puesto que de comunistas hablamos, concluiré con algunos de ellos y con algunos otros movimientos de limitado peso numérico y que cuentan con escasos medios, pero que tienen gran prestigio, importancia simbólica y posibles perspectivas de crecimiento. El movimiento del 6 de abril desempeñó un papel fundamental desde el 6 de abril de 2008 y hasta la caída de Mubarak, no sólo directamente, sino también con su labor de tender puentes entre las diversas corrientes ideológicas opositoras – y en particular entre islamistas y secularistas- y entre el movimiento obrero y el resto de la sociedad. En la segunda vuelta de las elecciones fue, hasta donde llegan mis conocimientos, la única fuerza política no islamista que apoyó públicamente a Mursi frente al candidato del antiguo régimen Ahmad Shafiq, con el fin de impedir el retorno de aquel. El 6 de abril apoyó la campaña contra Mursi de Tamarrud sin integrarse en el Frente Nacional de Salvación. Ante el golpe de estado y el proceso posterior ha mantenido una postura crítica sin llegar a manifestarse contra aquel, rechazando, por ejemplo, el nuevo gobierno por la presencia en él de ex miembros del régimen de Mubarak, y denunciando sin ambages y sin dejarse confundir la violencia utilizada contra los seguidores de Mursi. Pese a los constantes intentos de provocar divisiones e introducir cooptaciones en sus filas, han conseguido mantener su independencia y su clarividencia frente a todas las formas de autoritarismo.

De menor importancia numérica y mediática son los Revolucionarios Socialistas, pero representan la renovación de la izquierda marxista radicalmente separada de la experiencia soviética y de inclinaciones trotskistas. También participaron en la campaña contra Mursi, apoyando la de Tamarrud, pero uno de sus militantes más conocidos, Hossam Al-Hamalawy, ha llamado la atención sobre la necesidad de distinguir entre los promotores y coordinadores centrales de Tamarrud, desconocidos hasta entonces,  y los muchos activistas de su organización y otras que, descentralizadamente, se limitaron a difundir y apoyar su campaña. Los Revolucionarios Socialistas consideran, siempre según Al-Hamalawy, que en la época de presidencia de Mursi y en el curso de los acontecimientos posterior no se ha salido realmente del antiguo régimen de Mubarak, y que los ex miembros de aquel, la derecha secularista, y los dirigentes de los Hermanos Musulmanes son aliados de clase aunque se enfrenten entre ellos por la hegemonía política. El hecho de que la mayor parte de las clases populares den su apoyo ya sea al ejército, ya a los Hermanos Musulmanes, señala, en opinión de Al-Hamalawy, el fracaso de la izquierda en construir una alternativa a la derecha llamada secularista y a la islamista.

Los Revolucionarios Socialistas han calificado la declaración constitucional del nuevo presidente de la República de «dictatorial», y consideran al nuevo presidente del gobierno «el hombre de los bancos y la inversión, enemigo de la justicia social». Tras su constatación del indiscutible fracaso de la izquierda, la cuestión es en que medida aquel podrá ser remediado con una postura equidistante entre un conglomerado dominado por la derecha del régimen de Mubarak que no ha ganado ninguna elección, y otro dominado por la derecha islamista que sí lo ha hecho, y que, aún estando en el gobierno, se encontraba en una posición de mucha mayor debilidad que la que ahora tiene el nuevo régimen.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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