Para lo anecdótico, San Antonio es el pueblo donde todo el mundo añora el agua. La historia tiene tan larga data, que Dany Rivera Peláez, a sus 54 años cumplidos y vividos enteramente en ese pequeño pueblo, no recuerda un día en que no la acopiara, atesorándola como si en cada gota le fuera la […]
Para lo anecdótico, San Antonio es el pueblo donde todo el mundo añora el agua. La historia tiene tan larga data, que Dany Rivera Peláez, a sus 54 años cumplidos y vividos enteramente en ese pequeño pueblo, no recuerda un día en que no la acopiara, atesorándola como si en cada gota le fuera la vida.
Las ironías rodean a San Antonio. Ubicado a poco de más de 30 Km de Florida, la cabecera municipal, en medio de las llanuras del sur de la provincia de Camagüey, su gente ha vivido siempre del arroz, el cultivo más «húmedo» de Cuba. Para lograrlo hace falta mucha agua, tanta como 14 500 m3 por hectárea. No por gusto, varias presas fueron construidas allí hace más de cuarenta años, con el cometido de garantizar que el complejo arrocero nombrado Ruta Invasora tuviera todo el riego necesario para establecer una de las mayores de plantaciones de Cuba, la misma que en los últimos años ha crecido con mayor rapidez en cuanto a áreas sembradas y producción en todo el país.
Algún día no muy lejano los arrozales de San Antonio, en Florida, y Manantiales, El Chorro y La Lima, en el vecino Vertientes, se unirán en un gran mar de siembras que se nutrirá generosamente con los grandes embalses de la zona y el agua que llegue a través del Canal Magistral Zaza-Camagüey. Tal vez ese día allí se cultive casi todo el cereal que se consume en Cuba y hasta un poco más para exportar. Así esperan los vietnamitas que asesoran el Programa Nacional Arrocero; así lo atestigua el molino Libertad, reconstruido casi desde sus cimientos hace solo un par de años y donde trabajan la mayoría de los lugareños que no se dedican a la agricultura.
En medio de tanta agua, los pobladores de San Antonio penan por tan siquiera llenar algunos recipientes para satisfacer sus necesidades más básicas.
A mediados de 2016 una donación del gobierno japonés pareció llamada a terminar con tan larga agonía. Se trataba de un pequeño acueducto que aprovecharía dos pozos de gran profundidad ubicados en las inmediaciones del poblado. Gracias a él, podrían abastecerse sus cerca de 2 000 habitantes, dándose respuesta a uno de los planteamientos más antiguos de la zona. Dany Rivera lo incluye entre los reclamos «históricos», compartiendo preeminencia con los relativos al mal estado del camino y la falta de transporte.
A la vuelta de 41 años ninguno de los sucesivos delegados electos en San Antonio ha podido encontrarles solución. Sobre todo en cuanto al abasto de agua, Damaris Martínez Torres, la actual representante local, sabe que no han faltado las gestiones.
Hace pocos días, en una entrevista para el periódico provincial, Adelante, lo aclaraba con un dejo de inconformidad respaldado por el malestar de sus vecinos. «Desde 2012 los japoneses vinieron y en 2016 se puso el petróleo para comenzar la obra. Pero aún no se ha puesto ni una sola manguera. Lo he discutido en todos los niveles, los electores se quejan, muchos están dispuestos a cooperar; por ejemplo, tenemos albañiles, pero faltan el cemento y los áridos para completar las casetas [de bombeo] en cada pozo, y nos siguen dando fechas de entrega que luego se incumplen».
Ni la Empresa Provincial de Acueducto y Alcantarillado, ni el gobierno municipal de Florida consiguen ponerse de acuerdo en cuanto al tema. Tampoco desde ninguna de esas instancias se ha explicado las causas del retraso a los lugareños, ni se ha brindado declaraciones a medios de prensa extranjeros. Hasta ahora, lo cierto es que en San Antonio sigue escaseando el agua, casi tanto como las respuestas y las soluciones, y que de los equipos donados, ya la empresa Acueducto debió «tomar prestadas» una motobomba sumergible y una pizarra eléctrica.
Poder decidir entre todos
Otro municipio camagüeyano tiene como principal actividad económica la ganadería; desde siempre sus habitantes han vivido de ella. Nadie puede exigirles que levanten industrias o se empeñen en fomentar el turismo; carecen de condiciones para hacerlo. Sin embargo, sí tienen de sobra potreros, aguadas, tradición y conocimientos transmitidos por generaciones.
También tienen necesidades. Como en tantos otros sitios de la Isla a los que no ha llegado el influjo de la inversión, el Período Especial sigue mostrando allí muchos de sus efectos menos gratos. Por eso, son bienvenidos los nuevos cauces que puedan conducir a la prosperidad.
Para trazarlos, en los tiempos que corren una de las opciones más expedita es la que representan las Iniciativas de Desarrollo Local (IDL), un modelo de proyectos gestionados desde los propios territorios con financiamiento inicial del gobierno central. La intención manifiesta es que luego estos conviertan en fuentes de tributos directos para las demarcaciones en que se hallen.
En teoría, el sistema solo tiene virtudes; en la práctica no sucede igual. Las propuestas para emprender las IDL no pueden tener en cuenta producciones incluidas dentro del «balance nacional». Así, quedan fuera del juego la leche y todos los restantes derivados de la ganadería, la pesca, el café, el arroz, la caña… en una larga lista de recursos que son controlados por cada uno de los ministerios respectivos.
«¿Qué podemos proponer entonces, si en este pueblo la gente solo sabe de ganado, quesos y leche?», se pregunta Luis. Nadie, ni el presidente del gobierno, ni los diputados electos en la zona, han podido brindar respuestas.
Su inquietud es la de muchos. A un par de municipios de distancia, en una localidad pesquera, un funcionario del Poder Popular lo pone en términos prácticos, de beneficios y desventajas para sus conciudadanos: «A la hora de la verdad para nuestros electores da lo mismo si se cumplió o no el plan del combinado; el transporte se mantiene como una asignatura pendiente, la vivienda marcha por el estilo, y en los pueblos donde se desmantelaron los centrales el alcoholismo y las problemáticas sociales se extienden como la mala hierba. Los aportes de la Contribución Local (CL) han venido para darnos un respiro, pero no pasan de ser solo eso, un respiro».
En el parque del pueblo nadie conoce los nombres de las autoridades que los representan, ni siquiera el del «alcalde». Todos los consultados se enteran por esta reportera de que el uno por ciento de las utilidades generadas por las empresas del municipio debe quedar allí como parte de la CL; más de uno reconoce no prestar atención a esos asuntos. Prácticamente nadie sabe que a finales de este año y el próximo se desarrollarán elecciones al gobierno municipal, al de la provincia y al del país.
Al margen de esas premisas, probablemente la mayoría acudirá a votar casi sin saber por quién lo hace o cómo influirá en sus vidas. Engavetada en los archivos de muchos Consejos de la Administración, las leyes y normas que regulan el funcionamiento de nuestros municipios duermen el sueño de los justos sin importar las urgencias de aquellos a quienes debieran conducir. Mientras, el acueducto de San Antonio sigue sin ser más que una utopía y en muchas «Cubas» de esta Cuba mayor la gente espera por decisiones que debería estar en sus manos tomar.
Fuente: http://progresosemanal.us/20170523/participacion-camino-deseado/