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Paz para Jerusalén

Fuentes: Rebelión

No soy especialista en temas internacionales, pero no hay que serlo para darse cuenta de que quedará como una de las decisiones más irresponsables de un mandatario de Estados Unidos, el reconocimiento de Jerusalén como capital del Israel, a espaldas de la complejidad del tema y de la opinión de la gran mayoría de los […]

No soy especialista en temas internacionales, pero no hay que serlo para darse cuenta de que quedará como una de las decisiones más irresponsables de un mandatario de Estados Unidos, el reconocimiento de Jerusalén como capital del Israel, a espaldas de la complejidad del tema y de la opinión de la gran mayoría de los pueblos del mundo. No es la única: el retroceso en las relaciones con Cuba, las amenazas y acciones contra Venezuela, las declaraciones ofensivas a Puerto Rico y la persistencia en la construcción del muro fronterizo con México marcaron en 2017 las más connotadas de sus ineptitudes en la región de América Latina. Otras acciones que revelaron incapacidad e insensatez de carácter global son la salida de Estados Unidos del acuerdo de París sobre el cambio climático y la retirada de la Unesco. Sin embargo, junto a la peligrosa posibilidad de usar el arma atómica contra Corea del Norte, sin dudas el peligro mayor para la estabilidad en el planeta, no hay otra decisión de mayor de riesgo a la paz mundial que la determinación de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén. 

En 1947 la ONU, en su Resolución 181, aprobó la partición de Palestina, bajo mandato británico, en dos Estados: uno árabe y otro judío, decisión rechazada por los árabes, y de cierta manera por los ingleses, pues perdían su influencia geopolítica en la zona; se decidió otorgar el 48,7% del territorio para el Estado árabe, y el 53,6% para el judío; en el 2,7% del territorio, unos 700 km², se encontraban las ciudades de Jerusalén y Belén, consideradas corpus separatum, como lugares sagrados, y supuestamente serían administradas por las Naciones Unidas, que nunca dictaron disposiciones para ejecutar este plan. En 1948, siempre con el apoyo de la ONU, se declaró la independencia del Estado de Israel, basada en el reclamo de «un hogar nacional para el pueblo judío». Horas antes de que expirase el plazo de la administración británica, los judíos proclamaron su Estado y abolieron las leyes que impedían la entrada de judíos a Palestina. A partir de mutuas acusaciones de asesinatos de una parte y la otra, ese mismo año comenzó una guerra que se extendió con la intervención de los países árabes vecinos; para los judíos, fue la «Guerra de Independencia»; para los árabes palestinos, el inicio de lo que ellos llaman la Nakba, es decir, ‘La Catástrofe’.

Al terminar la guerra árabe-israelí de 1948-1949, el primero de los conflictos armados de Israel, este firmó armisticios con Egipto, Líbano, Siria y la entonces Transjordania, hoy Jordania ─las tierras que están «más allá del río Jordán»─, en virtud de los cuales la franja de Gaza fue ocupada por Egipto y la Cisjornania por Jordania; Israel aumentó su territorio en un 23%, a pesar de perder en la guerra el 1% de su población. En el acuerdo con Siria, los judíos no solo se mantuvieron en la zona de conflicto, sino que impusieron su dominio en más de 20 000 km² de superficie. En 1956 ocurrió otra contienda militar entre Israel y Egipto, la Guerra del Sinaí o Guerra de Suez, que giraba alrededor de la decisión soberana de Gamal Abdel Nasser de nacionalizar el canal de Suez. En 1967 Israel lanzó una ofensiva relámpago ─Guerra de los Seis Días para los judíos, y Guerra de 1967 para los árabes─, contra Egipto, que entonces formaba parte, en coalición con Jordania y Siria, de la República Árabe Unida; al finalizar la guerra, los judíos habían tomado la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este ─incluida la llamada Ciudad Vieja─ y los Altos del Golán.

Seis meses después de esta agresión, la ONU, mediante la Resolución 242, exigió la retirada del ejército israelí de los territorios ocupados y el respeto y reconocimiento de la soberanía de cada Estado de la región, con el propósito de preservar sus derechos a la paz. Posteriormente, Israel devolvió el Sinaí a Egipto mediante los acuerdos de Camp David, y muchos años más tarde, mediante los Acuerdos de Oslo, se retiró de la Franja de Gaza y Cisjordania, donde se estableció la Autoridad Nacional Palestina, una administración autónoma reconocida internacionalmente y que posee como mandato sentar las bases para el futuro estado de Palestina; no obstante, los judíos retuvieron las alturas de Golán y la zona ocupada de Jerusalén oriental, que había sido proclamada por ellos como su capital desde 1950, una de las mayores afrentas al pueblo de Palestina. Larga ha sido la lucha de los palestinos para obtener los territorios usurpados. Desde entonces, bajo constantes denuncias ante el Tribunal Internacional de La Haya, Israel inició la construcción de un muro, cuyo trazado irregular llegaría a aislar al 14,5% de los territorios palestinos.

En 1979 el Consejo de Seguridad de la ONU, en su Resolución 446, declaró ilegales los asentamientos creados por Israel en los territorios árabes ocupados desde 1967 y denunció que estos constituyen un serio obstáculo para el restablecimiento de la paz en la región. Por los años 80 conocí a un joven matrimonio argentino que habían descubierto una lejana ascendencia hebrea en uno de los cónyuges y como eran muy pobres en Buenos Aires, decidieron establecerse en esas colonias ilegales. Recientemente supe también que la mujer de una pareja cubana a la que conocía hacía muchos años, encontró igualmente un lejano parentesco hebreo y emigraron para Israel con todas las facilidades. En la actualidad los asentamientos judíos ilegales se encuentran en tres zonas: Cisjordania, territorio legalmente bajo el control de la Autoridad Nacional Palestina y parcialmente ocupado militarmente por los israelíes; en las Alturas de Golán, pertenecientes a Siria y que los judíos han integrado de manera ilegal a su administración, y Jerusalén Este, anexada a la fuerza y nunca reconocida ni por la comunidad internacional ni por la ONU ─el rechazo a esta anexión fue ratificado por unanimidad en el Consejo de Seguridad en 1981, mediante la Resolución 497.

En 1980, con la única abstención de Estados Unidos, se había aprobado la Resolución 478, en que se censuraba en términos enérgicos la llamada Ley de Jerusalén, proclamada por el parlamento israelí, que consideraba a esta ciudad como «entera y unificada» capital de Israel. Otras resoluciones de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad de la ONU en relación con las usurpaciones israelíes en la zona, han sido la 3236 de 1974, que reafirma el derecho inalienable de los palestinos a regresar a sus hogares y recuperar justamente sus bienes, así como su derecho a la autodeterminación, y la 1322 de 2000, aprobada también con la abstención de Estados Unidos, condenatoria del uso de la violencia contra los palestinos, especialmente en los Santos Lugares. Como se ha podido comprobar, Israel hoy es un Estado delincuente apoyado por Estados Unidos, y la ONU nunca ha podido ejercer su autoridad allí; sin embargo, posiblemente la más peligrosa de las violaciones sea la apropiación de la ciudad de Jerusalén.

Jerusalén es una de las ciudades más antiguas del mundo; hay evidencias de asentamientos en la Edad del Cobre ─hacia 3000-2800 a. C.─, en que se refieren a Urusalem como «ciudad de paz». Es lugar sagrado para las mayores religiones monoteístas del planeta: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. En el armisticio de 1949 quedó dividida en dos: la parte oriental que incluía la Ciudad Vieja, unida entonces a Jordania, y el resto, a Israel. En 1980, después de la proclamación unilateral del parlamento israelí de considerar a Jerusalén como «capital eterna e indivisible», la ONU aconsejó radicar embajadas en Tel Aviv como medida para evitar esta anexión arbitraria. Algunos países de América hicieron resistencia, encabezada por Estados Unidos, a tales sugerencias, con la intención de favorecer a Israel. Lo más importante ha sido que estas acciones han dejado el camino abierto a un peligroso conflicto que no solo proseguirá, sino que seguramente será de proporciones incalculables.

Para el judaísmo, en Jerusalén el rey David estableció la capital del reino de Israel, y según la tradición judeo-cristiana, Salomón construyó en sus tierras el templo donde se depositó el Arca de la Alianza: hacia allí deben dirigirse las plegarias ─en el Libro del Éxodo se relata que en el Arca se guardan las Tablas de la Ley, donde se leían los diez mandamientos que dios entregó a Moisés en el monte Sinaí─; en la pequeña área en conflicto está el lugar más importante del judaísmo: el Muro de las Lamentaciones, sobreviviente de las destrucciones del templo de Salomón, y hoy sitio de plegarias. Para el cristianismo, en Jerusalén predicó Jesús, fue crucificado en el monte Calvario y resucitó; alberga la Iglesia del Santo Sepulcro ─el lugar más sagrado de esta religión─, el Cenáculo donde Jesús celebró la última cena con los doce apóstoles para recibir al Espíritu Santo en Pentecostés, el Monte de los Olivos donde Cristo pasó sus últimos momentos antes de la detención y en el que se encuentra actualmente la Basílica de las Naciones, la Vía Dolorosa ─camino de Jesús para el Calvario─, el Litostrotos, en que Cristo fue coronado de espinas y el Edículo de la Ascensión, entre otros lugares igualmente venerados. Para la religión musulmana, en Jerusalén se encuentra el santuario de la Cúpula de la Roca, alrededor de la roca en que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Ismael, y desde donde Mahoma ascendió hasta el trono de Alá, refrendado en el Corán en el «Sura del Viaje Nocturno»; también se halla la mezquita de Al-Aqsa, construida después de la Cúpula de la Roca y reconstruida varias veces, y el lugar sagrado más importante del Islam luego de La Meca y Medina.

En Jerusalén, además de los barrios judío, cristiano y musulmán, muchas veces mezclados en un espacio físico, también se halla el barrio armenio, donde habitan cristianos que enfatizan una identidad diferente. Con esta complejidad que solo hemos esbozado, resulta descabellado otorgar una administración de la ciudad a los judíos, bajo cualquier razón. Recordemos que fue la ONU la que inició el otorgamiento justo de asentamiento al pueblo judío para un hogar, pero también adquirió el compromiso de la administración de Jerusalén. Es tiempo de cumplir con todas las resoluciones para evitar una larga y sangrienta guerra. Paz para Jerusalén.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.