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Pena de muerte

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

El 3 de diciembre, el gabinete de seguridad decidió que los arrestos en Cisjordania se harían de ahora en adelante sólo con la autorización del Comando Central, pero al parecer la orden de dispararle a la cabeza a un muchacho y matarlo no requiere de autorización alguna. Es suficiente con salir del jeep, apuntar y […]

El 3 de diciembre, el gabinete de seguridad decidió que los arrestos en Cisjordania se harían de ahora en adelante sólo con la autorización del Comando Central, pero al parecer la orden de dispararle a la cabeza a un muchacho y matarlo no requiere de autorización alguna. Es suficiente con salir del jeep, apuntar y disparar.

¿Qué estará pasando ahora por la mente del soldado que el domingo último le disparó su arma a un muchacho y lo mató? ¿Qué habrá pensado mientras le apuntaba a la cabeza? ¿Todavía estará pensando en su víctima? ¿Por qué hay que dispararles balas verdaderas a los niños que les arrojan piedras a los blindados? ¿Los soldados no tienen otros medios de castigo? ¿Y qué paso, también, con la decisión del gabinete de seguridad de promover la calma en Cisjordania?

El 3 de diciembre, después de todo, el gabinete de seguridad decidió que los arrestos en Cisjordania se harían de ahora en adelante sólo con la autorización del Comando Central, pero al parecer la orden de dispararle a la cabeza a un muchacho y matarlo no requiere de autorización alguna. Es suficiente con salir del jeep, apuntar y disparar. Las Fuerza de Defensa de Israel, como sabemos, se oponen a un cese de hostilidad en Cisjordania.

Jamil Jabaji, de 14 años, el «muchacho de los caballos» del campo de refugiados Askar, en Nablús, había estado tirando piedras a un Hummer israelí que rondadaba el campo de refugiados, y un soldado lo mató a sangre fría. El vehículo se movía despacio, según el testimonio de los niños, deteniñéndose a cada paso, en lo que los chicos pensaron era un tipo de provocación, como si intentara atraerlos, hasta que se detuvo y dos soldados se asomaron, apuntándoles. Nada de gases lacrimógenos ni balas de goma. Fuego vivo. La pena de muerte por tirar piedras.

A Jamil le gustaban los caballos, actuar en el grupo de teatro del centro comunitario local, tomar clases de karate, era el goleador en el equipo de fútbol de los chicos del campamento y miembro de los Boy Scputs. Él era el más alto de los chicos que estaban de pie en la colina tirándole piedras al jeep que circulaba debajo. Quizá su altura decretó su muerte. Quizá por eso el soldado apuntó específicamente a su cabeza. Una bala que entró por la frente y terminó en la nuca, asegurándole una muerte instantánea.

Al día siguiente los niños erigieron un pequeño monumento conmemorativo para Jamil: un montículo de piedras y una corona de flores, con su fotografía en el centro, en el margen de la pequeña plantación de olivos, no lejos de la cabaña que aloja a su querido caballo, Musahar. Precisamente en el lugar donde murió. Jamil es el tercer muchacho en ser matado aquí en los últimos años, entre Askar y el asentamiento de Elon Moreh, que domina el área desde la altura de una colina.

Las estrechas calles del nuevo campamento de refugiados de Askar están decoradas ahora con las fotos del chico muerto. Hace frío en la casa de los Jabaji. La abuela Askiya está en su cama de hierro, envuelta en mantas, mirando todo el día la fotografía de su nieto en la pared, rodeada de flores. Ella tiene 78 años y nació en Lod. Jamil era su nieto más chico, el mimado de la familia.

El padre, Abed al-Karim, no está por aquí. Durante la mayor parte de su tiempo trabaja en la fábrica de salchichas Eli, en Bnei Brak; pero ahora, cuando Israel ha matado a su hijo, él está fuera del país y no puede permitirse el lujo de volver para lamentarlo. Unos días antes de la tragedia fue a Jordania con su hijo Hamis, de 19, que padece una rara enfermedad terminal. Hamis debe ser operado en Jordania, y su padre no tiene el dinero suficiente para regresar para el funeral.

Wafiya, la desconsolada madre, está llorando. Empuja con furia el portafolios escolar de Jamil debajo de la cama y se arroja al suelo. «Ellos dijeron que él estaba siendo buscado? Él era tan temoroso que inclusive, por las noches, yo lo tenía que acompañar al baño, que está fuera de la casa…»

Un chico, Mohammed Masimi, entra en la casa, y las señales de shock se le notan con claridad. Su cara está helada, se come las uñas y tiene la mirada perdida. Él era el mejor amigo de Jamil. «Todavía no puedo creer que ya no esté», masculla suavemente.

Los dos crecieron juntos en las callejuelas del campamento; juntos fueron hace una semana a la escuela del campamento ese día, juntos regresaron a casa al mediodía. Jamil le dijo a Mohammed que por la tarde él iría a su grupo de teatro. Después Jamil le pidió un shekel a su madre para comprar algo hasta que el almuerzo estuviera listo. Él salió y nunca regresó. Probablemente, compró un dulce y se fue a la cabaña del final de la calle para ver a «su» caballo Musahar. Iba a verlo todos los días, le daba un terrón de azúcar y lo cepillaba. Ese domingo él también estuvo en la caballeriza, hasta que con sus amigos notaran el jeep del ejército que bajaba de Elon Moreh. Aproximadamente 10 niños, la mayoría de ellos de la edad de Jamil, se apuraron para esperarlo en el bosquecito de olivos, junto al camino que baja del asentamiento hacia la parte norte de Nablus.

También nosotros dejamos la casa ahora para seguir los últimos pasos de Jamil. En la caballeriza de Mahmoud Adawi el caballo grisáceo está comiendo su forraje. Cinco caballos están encerrados en el esqueleto de un camión vacío; estando siendo entrenados para carreras. Unos días antes de que Jamil fuera baleado, su Musahar ganó una carrera en Jericó. Jamil nunca montó el animal porque era demasiado pesado para un caballo de carrera.

En la caballeriza nos encontramos con M. -un pequeño y dulce muchacho con voz chillona, que lleva una camiseta que dice Equipo Callejero- y con A., un niño musculoso de 15 años que se alisa el pelo con gel, como la mayoría de los muchachos del campo de refugiados. M. y A. estaban entre los chicos que arrojaron piedras en ese domingo fatal. Una pierna de A. tiene cicatrices: en 2002, el ejército israelí disparo un misil en su casa, matando a cuatro personas, incluido su padre y un niño de 8 años, y le provocó heridas.

De la caballeriza nos dirigimos hacia el bosquecillo de olivos. M. nos guía, mientras habla con su voz infantil. Brilla un sol otoñal. La plantación está bien cuidada. Las casas de Elon Moreh cuelgan de la colina, el camino serpentea más abajo. Aunque la ruta pasa al pie del bosquecillo, debido a su pendiente sólo es visible si uno está de pie en el mismo borde de la colina, a unos 10 metros de alto. De aquí el camino continúa al checkpint de Wadi Bazan, que separa a Nablús del área de Jenín.

Los niños relatan que ellos empezaron a correr a lo largo de la colina y le tiraron piedras al blindado; el camino todavía está lleno de ellas. El vehículo -dijeron- iba despacio, parando cada pocos metros. Ellos están convencidos de que los soldados buscaban que le tiraran las piedras y se acercaran más. Los niños cayeron en la trampa. Se asomaron, Jamil en el medio, arrojándole piedras. Y entonces el vehículo paró por completo y se asomaron dos soldados. Apuntaron sus armas y dispararon cuatro balas a los niños.

A Jamil le dieron en la cabeza y cayó. Los otros corrieron por sus vidas en el medio del pánico. Sólo M. y A. se quedaron intentando arrastrar el cuerpo de su amigo. Pero Jamil era un muchacho pesado y fueron incapaces de moverlo, hasta que Ali Abu Sanafa, que vive en la última casa antes de la plantación de olivos, los ayudó a evacuar al muchacho. Jamil fue cargado en un taxi y llevado al Hospital Rafidia, de Nablús, donde lo declararon muerto. Los niños dijeron que su ropa estaba manchada con masa encefálica.

Por qué tiran piedras, les pregunto a los niños de Askar. El pequeño M. ofrece su tímida sonrisa y no dice nada. A. dice que «es un juego». Desde la tragedia ellos no se han atrevido a regresar a este lugar. Aquí también murió otro muchacho, Oday Tantawi, de 14 años; aquí también murió Bashar Zabara, de 13. Los dos fueron matados en el pequeño bosque de olivos, a sólo unos metros del monumento improvisado para Jamil. El dueño de la caballeriza dice que Jamil a veces llegaba a las seis de la mañana, antes de ir a la escuela, a alimentar su caballo.

Jamil no tenía un cuarto propio. Compartía una cama doble. No hay ninguna mesa en la casa. En las descascaradas paredes hay un certificado que acredita que Jamil ha merecido el cinturón amarillo en karate Shotokan. Su madre también muestra su credencial de los Boy Scouts, con la imagen de un muchacho con corbata azul, camisa celeste y boina azul.

En el centro comunitario del campo de refugiados un joven voluntario sueco le enseña a una niña, en un mapa coloreado en la pared, dónde queda Africa. La fotografía de Jamil está pegada en el vidrio de la puerta. El director del centro, Yusuf Abu Saraya, dice que Jamil participó en la mayoría de las actividades del centro, pero le gustaba especialmente el teatro. Aquí está su fotografía, que lo muestra de pie sobre una piedra en el bien cuidado patio de recreo de la escuela, un regalo de Europa, con su cara pintada con colores de guerra.

«Nosotros esperamos que el ejército ya no venga más a Askar», dice Abu Saraya. «Es difícil impedirles a los niños que tiren piedras. No hay ninguna base del ejército aquí, sólo un campamento de refugiados. La plantación de olivos es el único lugar donde los chicos pueden respirar aire fresco y olvidarse por un momento de su atestado campamento. Jamil no es el primer muchacho en ser matado allí.»

Abu Saraya agrega: «Los israelíes no dicen que mataron a un muchacho. Dicen que mataron a alguien que estaba poniendo en peligro las vidas de los soldados. ¿Pero qué niño puede poner en peligro las vidas de soldados? A veces dicen que el muchacho estaba armado, ¿pero qué niño puede llevar un rifle? ¿Qué excusa tienen para venir aquí? Si usted quiere defender su país, no venga a Askar. Desde aquí usted no puede defender Tel Aviv. Askar no pone en peligro Tel Aviv.»

La respuesta del vocero de las Fuerzas de Defensa Israelíes: «Por orden del abogado militar general, la policía militar ha iniciado una investigación para determinar las circunstancias que rodean este incidente. Cuando finalicen las investigaciones, sus resultados serán dados a conocer por esta oficina.»

La fuente: El autor es columnista del diario israelí Haaretz (El País). La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.

http://www.elcorresponsal.com/modules.php?name=News&file=article&sid=4871