Traducido para Rebelión por LB
Pensé que se sentirían como en casa en los callejones del campamento de refugiados de Balata, en la cashba y en el puesto de control de Hawara. Pero dijeron que no hay comparación: para ellos el régimen de ocupación israelí es peor que cualquier cosa que hayan conocido en Sudáfrica bajo el régimen del apartheid. Esta semana visitaron Israel 21 activistas pro derechos humanos procedentes de Sudáfrica. Entre ellos había miembros del Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela. Al menos uno de ellos tomó parte en la lucha armada y al menos dos fueron encarcelados. Había dos magistrados de la Corte Suprema Sudafricana, una ex viceministra, miembros del Parlamento, abogados, escritores y periodistas. Blancos y negros, cerca de la mitad de ellos judíos que se hallan actualmente en conflicto con las actitudes conservadoras de la comunidad judía de su país. Algunos de ellos han estado aquí antes, para otros es su primera visita.
Durante cinco días realizaron una visita no convencional a Israel: no visitaron Sderot, ni el ejército israelí, ni el Ministerio de Relaciones Exteriores, pero sí Yad Vashem, el Memorial del Holocausto, y celebraron una reunión con el Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Dorit Beinisch. Pasaron la mayor parte de su tiempo en los territorios ocupados, allí donde prácticamente nunca va ningún invitado oficial, lugares que la mayoría de los propios israelíes procuran evitar.
El lunes visitaron Nablús, la ciudad más aprisionada de Cisjordania. De Hawara a la cashba, de la cashba a Balata, de la Tumba de José al monasterio del pozo de Jacob. Viajaron desde Jerusalén a Nablús por la autopista 60, observando la aldeas palestinas encercadas que no tienen acceso a la carretera principal y contemplando las «carreteras para los indígenas» que pasan por debajo de la carretera para uso de los judíos. Miraban y guardaban silencio. Bajo el régimen de apartheid no había carreteras segregadas. Atravesaron el puesto de control de Hawara en silencio: ellos jamás conocieron semejantes barreras.
Jody Kollapen, que fue jefe de Abogados por los Derechos Humanos durante el régimen del apartheid, observa en silencio. Contempla el «torniquete» en el que masas de palestinos permanecen atascadas de camino a sus trabajos, o de visita a sus familiares o en ruta al hospital. La activista israelí por la paz Neta Golan, que vivió durante varios años en la ciudad sitiada, explica que los israelíes sólo autorizan al 1% de los habitantes a abandonar la ciudad en coche, lo que convierte a los privilegiados en sospechosos de colaboracionismo con Israel. Nozizwe Madlala-Routledge, ex viceministra de Defensa y de Sanidad y actualmente miembro del Parlamento Sudafricano, una figura venerada en su país, contempla a una persona enferma a la que transportan de un lado a otro del puesto de control en una camilla y se queda atónita: «¿Privar a las personas de atención médica? Por Dios, las personas mueren a causa de eso», dice con voz apagada.
Los guías turísticos -activistas palestinos- explican que los israelíes mantienen sellada la ciudad de Nablús mediante seis puestos de control. Hasta 2005 uno de ellos estaba abierto. «Los puestos de control tienen, supuestamente, fines de seguridad, pero cualquier persona que quiera realizar un ataque no tiene más que pagar los 2 euros que cuesta un taxi y viajar por las carreteras de circunvalación o caminar por las colinas.
El verdadero objetivo es hacer la vida difícil a los habitantes. La población civil sufre«, dice Said Abu Hijla, profesor en la Universidad Al-Najah de Nablús.
En el autobús hice migas con mis dos vecinos: Andrew Feinstein, hijo de supervivientes del Holocausto casado con una musulmana de Bangladesh y que sirvió seis años como diputado del CNA, y Nathan Gefen, cuyo compañero es musulmán y que en su juventud fue miembro del movimiento derechista Betar. Gefen participa activamente en el Comité contra el SIDA de su país, asolado por esa enfermedad.
«Miren a izquierda y derecha«, dice la guía a través de un altavoz, «en la cima de cada colina, en Gerizim y Ebal, hay un puesto avanzado del ejército israelí que nos observa«. Aquí pueden ver agujeros de bala en la pared de una escuela, eso es la Tumba de José, vigilada por un grupo de policías palestinos armados. Aquí había un puesto de control, y aquí es donde los israelíes mataron a tiros a una transeúnte hace dos años. El edificio gubernamental que había aquí los israelíes lo bombardearon y destruyeron con aviones de combate F-16. En la Segunda Intifada los israelíes mataron a un millar de vecinos de Nablús, 90 de ellos en la Operación Muro Defensivo (más muertos que en Jenin). Hace dos semanas, el día en el que entró en vigor la tregua de la Franja de Gaza, los israelíes cometieron lo que por el momento son sus dos últimos asesinatos aquí. Ayer por la noche los soldados israelíes volvieron a entrar y detuvieron a más gente.
Ha llovido mucho desde la última vez que los turistas visitaron este lugar. Ahora hay una novedad: los innumerables carteles de homenaje que tapizan las paredes para conmemorar a los caídos han sido sustituidos por monumentos de mármol y placas de metal en todos los rincones de la cashba.
«No tire el papel en el inodoro, porque tenemos escasez de agua«, les dicen a los invitados en las oficinas del Comité Popular de la Cashba, situadas en lo alto de un espectacular y antiguo edificio de piedra. La ex viceministra toma asiento a la cabecera de una mesa detrás de la cual cuelgan los retratos de Yasser Arafat, Abu Jihad y Marwan Barghouti -el líder del Tanzim encarcelado por los israelíes. Los representantes de los vecinos de la cashba describen las penurias que tienen que soportar. El 90% de los niños del barrio antiguo sufren de anemia y malnutrición, la situación económica es calamitosa, las incursiones nocturnas israelíes continúan y algunos habitantes no están autorizados a abandonar la ciudad bajo ningún concepto. Salimos a dar un paseo por el sendero de devastación causado por el ejército israelí en los últimos años.
Edwin Cameron, juez del Tribunal Supremo de Apelación, dice a sus anfitriones: «Vinimos aquí ayunos de conocimiento y anhelamos saber. Estamos conmocionados por lo que hemos visto hasta ahora. Está claro para nosotros que la situación aquí es intolerable«. En un cartel pegado en una pared exterior se ve la fotografía de un hombre que pasó 34 años en una cárcel israelí. Mandela estuvo encarcelado siete años menos. Uno de los miembros judíos de la delegación está dispuesto a decir que la comparación con el apartheid es muy pertinente y que los israelíes son más eficaces que los sudafricanos a la hora de aplicar el régimen de separación de razas. Si dijera todo eso públicamente sería atacado por los miembros de la comunidad judía, afirma.
Bajo una higuera situada en el centro de la cashba uno de los activistas palestinos explica: «Los soldados israelíes son cobardes. Por eso se abrieron paso con bulldozers. Al hacerlo mataron con las excavadoras a tres generaciones de una misma familia, la familia Shubi«. Aquí está el monumento de piedra erigido en honor de la familia: el abuelo, dos tías, la madre y dos niños. Sobre la piedra figuran inscritas las siguientes palabras: «Nunca olvidaremos, nunca perdonaremos«.
No menos hermoso que el famoso cementerio parisino Père-Lachaise, el cementerio central de Nablús descansa a la sombra de un gran bosque de pinos. Entre los cientos de lápidas destacan las de las víctimas de la Intifada. Aquí está la tumba reciente de un muchacho al que los israelíes mataron hace unas semanas en el puesto de control de Hawara. Los sudafricanos caminan silenciosamente entre las tumbas, deteniéndose ante la sepultura de la madre de nuestro guía, Abu Hijla. Los israelíes la acribillaron con 15 balazos. «Te prometemos que no nos rendiremos«, escribieron sus hijos en la lápida de la mujer que era conocida como «la madre de los pobres.»
El almuerzo tiene lugar en un hotel de la ciudad. Habla Madlala-Routledge: «Es difícil para mí describir lo que estoy sintiendo. Lo que veo aquí es peor que lo que nosotros sufrimos. Pero me animo al comprobar que también aquí hay gente valiente. Queremos apoyarles en su lucha por todos los medios posibles. Hay un buen número de judíos en nuestra delegación y estamos muy orgullosos de que sean ellos los que nos hayan traído aquí. Ellos están demostrando su compromiso para apoyarlos a ustedes. En nuestro país fuimos capaces de unir todas las fuerzas en una sola lucha, y hubo blancos valientes, incluidos judíos, que se sumaron al combate. Espero que podamos ver a más judíos israelíes unirse a su lucha«.
Fue viceministra de defensa entre 1999 y 2004. En 1987 pasó algún tiempo en la cárcel. Más tarde le pregunté de qué manera la situación aquí es peor que el apartheid. «El control absoluto de la vida de las personas, la falta de libertad de movimientos, la omnipresencia del ejército, la separación total y la sistemática destrucción que hemos visto«.
Madlala-Routledge piensa que la lucha contra la ocupación aquí no está teniendo éxito a causa del apoyo de USA a Israel. No ocurría lo mismo con el apartheid, a cuya destrucción contribuyeron las sanciones internacionales. Aquí la ideología racista se ve reforzada también por la religión, cosa que no ocurría en Sudáfrica. «El discurso sobre la ‘tierra prometida’ y el ‘pueblo elegido’ añade al racismo una dimensión religiosa que nosotros no teníamos«.
Igualmente duras son las observaciones realizadas por el editor en jefe del Sunday Times de Sudáfrica, Mondli Makhanya, de 38 años. «Cuando observas desde lejos sabes que las cosas están mal, pero no sabes hasta qué punto. No hay nada que pueda prepararte para enfrentarte al mal que hemos visto aquí. En cierto sentido, esto es peor, peor, peor que todo lo que nosotros tuvimos que soportar. Los niveles de apartheid, racismo y brutalidad son peores que en el peor período del apartheid.
El régimen del apartheid consideraba a los negros como seres inferiores; no creo que los israelíes vean a los palestinos como seres humanos en absoluto. ¿Cómo puede un cerebro humano maquinar esta separación total, las carreteras segregadas, los puestos de control? Lo que nosotros tuvimos que pasar fue terrible, terrible, terrible, y sin embargo, no hay comparación. Esto es más terrible aún. Además, nosotros sabíamos que aquello se acabaría algún día. Aquí no hay fin a la vista. El final del túnel es más negro que un tizón.
Bajo el apartheid los blancos y los negros se reunían en determinados lugares. Los israelíes y los palestinos ya no se juntan nunca. La separación es total. Tengo la impresión de que a los israelíes les gustaría que los palestinos desapareciesen. Nunca hubo nada de eso en nuestro caso. Los blancos no querían que los negros desaparecieran. Vi a los colonos en Silwan [al Este de Jerusalén]: gente que quiere expulsar a otras personas de su propia tierra«.
Después caminamos en silencio a través de los callejones de Balata, el mayor campamento de refugiados de Cisjordania, un lugar que hace 60 años estaba destinado a ser un refugio temporal para 5.000 refugiados y donde hoy viven 26.000. En los oscuros callejones, de la anchura de una persona delgada, prevalecía un silencio opresivo. Todo el mundo estaba absorto en sus pensamientos y sólo la voz del almuédano rompió la quietud.