Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Hace pocas semanas se celebraron en Qatar los 15º juegos olímpicos asiáticos, los «Asiad». Los medios de comunicación israelíes trataron el evento con una mezcla de mofa y piedad. Como una especie de pintoresco circo asiático. Nuestra televisión mostró un exótico jinete tocado con una kufiya en la ceremonia de apertura, montado en su noble corcel árabe por una empinada escalera para encender la llama olímpica. Y eso fue todo.
Hubo una pregunta que no se hizo en absoluto en ninguno de los medios de comunicación: ¿por qué no estábamos nosotros allí? ¿No está Israel situado en Asia?
Eso ni siquiera se tuvo en cuenta. ¿Nosotros? ¿En Asia? ¿Cómo es eso?
Al seguir los actos en la televisión Aljazeera, recordé un íntimo aniversario que de repente se deslizó en mi memoria.
Hace exactamente 60 años, un pequeño grupo de jóvenes fundó un grupo que se llamó en hebreo «Joven Eretz-Israel» y en árabe «Joven Palestina». Con dinero de nuestros propios bolsillos (en aquel momento éramos todos bastante pobres) publicábamos ocasionalmente una revista que llamamos Bamaavak (En la lucha).
Bamaavak agitó muchas olas tormentosas porque expresó opiniones exasperantemente heréticas. Al contrario de la narrativa sionista dominante, afirmó que nosotros, la generación joven que crecía en el país, constituíamos una nueva nación, la nación hebrea. Al contrario del grupo algo similar de los «Cananeos», que nos precedió, nosotros proclamamos que:
- la nueva nación es una parte del pueblo judío, en la medida que Australia es parte del pueblo anglosajón, y
- que somos una nación hermana de la nación árabe que surge en el país y en toda la región.
Y no menos importante: que puesto que la nueva nación hebrea nació en el país, y el país pertenece a Asia, nosotros somos una nación asiática, un aliado natural de todas las naciones asiáticas y africanas que luchan por la liberación del colonialismo.
El miércoles 19 de marzo de 1947, unos meses después de que apareciese la primera edición de Bamaavak, el diario hebreo Haboker informaba: «Con ocasión de la apertura de la Conferencia Panasiática (en Nueva Delhi), el grupo Joven Eretz-Israel ha enviado un cablegrama a Jawaharlal Nehru diciendo: ‘Por favor reciba las felicitaciones de la juventud de Eretz-Israel por su iniciativa histórica. Que las aspiraciones de libertad para las naciones de la Nueva Asia, inspiradas en su ejemplo heroico se unan. Larga vida a la unida y emergente Joven Asia, vanguardia de fraternidad y progreso’.»
Una noticia similar aparecía redactada el mismo día en la portada del Palestine Post (predecesor del Jerusalem Post), con los nombres de los firmantes: Uri Avnery, Amos Elon y Ben-Ami Gur.
Bamaavak aparecía de vez en cuando, siempre que tuviéramos suficiente dinero, hasta el estallido de la guerra de 1948. Se publicaron más de cien reacciones en la prensa hebrea, casi todas ellas negativas, muchas de ellas vituperantes. El famoso escritor Moshe Shamir, entonces izquierdista, hizo un juego de palabras y nos llamó «Bamat-Avak» (tribuna de polvo).
Cuando estalló la guerra, todo este capítulo quedó en la sombra y se olvidó. Pero casi todo lo que nosotros dijimos hace 60 años permanecen vigente hoy. Y la pregunta más vigente es: ¿a qué continente pertenece realmente el estado de Israel?
Creo que una de las causas más profundas del conflicto histórico entre nosotros y el mundo árabe en general, y con el pueblo palestino en particular, es el hecho de que el movimiento sionista declaró, desde el primer día, que no pertenecía a la región en la que vivimos. Quizá esa es una de las razones por las que después de cuatro generaciones esta herida no ha sanado.
En su libro El Estado Judío, el documento fundamental del movimiento sionista, Theodor Herzl escribió la célebre frase: «Para Europa seremos (en Palestina) una parte del muro contra Asia…la vanguardia de la cultura contra la barbarie…» Esta actitud es típica para toda la historia del sionismo y del estado de Israel hasta el día de hoy. De hecho, hace unas semanas el embajador israelí en Australia declaró que «Asia pertenece a la raza amarilla, mientras que nosotros somos blancos y no tenemos los ojos rasgados.»
Uno puede, tal vez, perdonar a Herzl, quintaesencia del europeísmo que vivió en una era en que el imperialismo dominaba el pensamiento europeo. Pero hoy, cuatro generaciones después, aquellos que forman la opinión pública en Israel, las personas nacidas en el país, continúan por el mismo camino. El antiguo primer ministro Ehud Barak declaró que Israel es «una villa en medio de la selva» (la selva árabe, por supuesto), y esta actitud la comparten prácticamente todos nuestros políticos. A Tsipi Livni le gusta hablar sobre el «barrio peligroso» en el que nosotros estamos viviendo y el consejero principal de Ariel Sharon dijo una vez que no habrá paz hasta que «los palestinos no se conviertan en finlandeses.»
Nuestros equipos de fútbol y baloncesto juegan en las ligas europeas, el concurso de la canción de Eurovisión es un evento nacional en Israel, nuestra actividad política se centra en un 95% en Europa y América del Norte. Pero el fenómeno se extiende más allá de la arena política: es una «visión del mundo» en el sentido literal. En nuestro mundo, Israel es una parte de Europa.
En los años cincuenta, cuando yo era el editor de la revista de noticias Haolam Hazeh, publiqué una vez una caricatura, de la que todavía estoy orgulloso, que mostraba el mapa del Mediterráneo Oriental, con un brazo proyectado desde Grecia sosteniendo unas tijeras que cortaban a Israel de Asia. Lástima que no añadiera una segunda caricatura mostrando a Israel adherido a Francia o, preferentemente, a Miami.
Estos días sería difícil encontrar a alguien que afirmara que Asia -India, China- es bárbara. Pero es fácil encontrar a personas en Israel y en todo occidente que creen que el mundo árabe, y de hecho todo el mundo musulmán, es una «selva». Con semejante actitud, uno no puede hacer la paz. Después de todo, uno no hace la paz con serpientes venenosas y voraces leopardos.
En los días de Bamaavak, acuñamos el eslogan «La Integración en la Región Semítica». Pero ¿cómo se puede integrar uno a sí mismo en una región que ve como una selva?
Una visión mundial no es una cuestión académica. Tiene un gran impacto en la vida real. Influye en la conciencia de las personas e incluso en su subconsciente. Conforma las decisiones prácticas sin que quienes las toman sean conscientes de ello. Lo políticos son, también, sólo seres humanos (si es que lo son) y sus acciones están dirigidas por sus creencias ocultas.
En Israel estamos acostumbrados a considerar los «conceptos» incuestionables como la madre de todos nuestros errores y derrotas. ¿Pero es semejante asunción muy diferente de la expresión de una visión inconsciente del mundo?
La visión del mundo influye en muchos aspectos del estado. Es el centro del sistema educativo que forma la mentalidad de la próxima generación. Tenemos un sistema de educación, quizá único en el mundo, que no enseña la historia de su patria. En nuestras escuelas se enseña muy poco sobre el pasado del país. En cambio, lo que se enseña es la historia del «pueblo judío». Ésta empieza con los antiguos reinos israelíes del siglo VI antes de Cristo (el Primer Templo), después la comunidad judía en el país antes del principio de la era cristiana y durante algunos años después de la misma (el Segundo Templo). Luego la salida del país y explica largamente la diáspora judía durante algunos miles de años, hasta el principio del establecimiento sionista. Durante casi 2.000 años, los anales del país desaparecen de la escuela.
Hablé una vez sobre esto en un discurso en la Knesset. Dije que un niño israelí nacido en el país, sea judío o árabe, debe estudiar la historia del país y ésta debe incluir todos sus períodos y pueblos: Cananeos, israelíes, helenos, romanos, árabes, cruzados, mamelucos, turcos, británicos, palestinos y demás. Además también podrían aprender la historia de los judíos en la diáspora. El Ministro de Educación me respondió cómicamente e insistió en llamarme, desde aquel momento, «el mameluco.»
Últimamente se ha puesto de moda entre políticos y comentaristas de Israel hablar sobre el peligro de aniquilación que se cierne, o así lo afirman ellos, sobre Israel. Es escasamente creíble: el estado de Israel es una superpotencia regional, su economía es robusta y en vías de desarrollo, su nivel tecnológico es uno de los más avanzados del mundo, su ejército es más fuerte que todos los ejércitos árabes juntos y tiene un gran arsenal de armas nucleares. Aunque los iraníes puedan obtener por sí mismos la bomba atómica, estarían locos si la usaran, por el miedo a la venganza israelí.
Por tanto, ¿de dónde viene este miedo de aniquilación en el 59º año de estado? Una parte de él emana, ciertamente, del recuerdo del holocausto que está profundamente impreso en la mentalidad nacional. Pero otra parte viene del sentimiento de «no pertenencia», de temporalidad, de la falta de raíces.
Eso tiene también, por supuesto, implicaciones domésticas. La conciencia también afecta a los intereses prácticos. La afirmación de que somos un pueblo europeo refuerza automáticamente la posición de nuestra clase gobernante cuya abrumadora mayoría es asquenazí-europea y contra la mayoría de los ciudadanos de Israel que es de ascendencia judeo-africana, asiática, y árabe palestina. El desdén profundo por su cultura que ha acompañado al estado desde su primer día facilita la discriminación contra ellos en muchos aspectos.
Un cambio que afecte a la conciencia de una comunidad no es una proposición a corto plazo. No se puede lograr por decreto. Es un proceso lento y gradual. Pero en alguna fase tendremos que empezarlo y en primer lugar en el sistema educativo.
Empecé mi folleto «Guerra o Paz en la Región Semítica«, que se publicó en octubre de 1947 sólo unas semanas antes del estallido de la guerra de 1948, con las palabras:
«Cuando nuestros padres sionistas decidieron preparar un ‘hogar seguro’ en Eretz Israel, tuvieron la elección entre dos caminos: podían aparecer en Asia Oriental como unos conquistadores europeos que se vieran a sí mismos como cabeza de puente de la raza «blanca» y amos de los «nativos» …(o) verse a sí mismos como una nación asiática que vuelve a su patria.»
Cuando yo escribí estas palabras, el resurgir de Asia todavía era un sueño. La Segunda Guerra Mundial había acabado sólo dos años antes y Estados Unidos parecían una superpotencia omnipotente. Pero ahora está teniendo lugar una revolución callada de grandes proporciones. Las naciones de Asia, con China e India a la cabeza, se están convirtiendo en poderes económicos y políticos. ¿No deberíamos movernos gradualmente hacia este campo?
Ese folleto, hace 60 años, acababa con las palabras de una canción hebrea:
«Nosotros de pie y frente al sol naciente / Hacia el este, nuestro camino a casa…»
Texto original en inglés: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1166960371
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.