Tras la lucha agónica de los últimos meses en su tierra y largos años de encierro y asedio judicial en Rumanía y Polonia, es en abril de 1925 cuando, recién llegado a París, parece que Néstor Majnó podrá al fin disfrutar de un poco de sosiego. Francia hará honor en esta ocasión a su fama […]
Tras la lucha agónica de los últimos meses en su tierra y largos años de encierro y asedio judicial en Rumanía y Polonia, es en abril de 1925 cuando, recién llegado a París, parece que Néstor Majnó podrá al fin disfrutar de un poco de sosiego. Francia hará honor en esta ocasión a su fama de lugar de asilo, pero en su paso por la prefectura de policía en la que se tramita su permiso de residencia, al tiempo que se le comunica que éste se le va a conceder, no se le deja de recordar al anarquista ucraniano que sólo por su culpa fracasó la intervención aliada en la guerra civil rusa. Afortunadamente para él, esto no se va a tener en cuenta.
¿Era exagerada la afirmación del funcionario francés? Para responder a esta pregunta no tenemos más remedio que repasar lo ocurrido en el año 1919 en Ucrania oriental. La lucha a muerte entre el Movimiento blanco y el Ejército rojo que caracteriza la guerra civil rusa se complica en este sector por la presencia de otros dos elementos militares: las fuerzas de la República Popular de Ucrania, que lidera Simón Petliura, y el Ejército majnovista. Al final, en el duelo entablado entre los dos contendientes principales, los actores secundarios van a resultar esenciales. La batalla de Peregónovka, desarrollada el 26 de septiembre se considera el punto de inflexión donde se desvanecen las ilusiones del Movimiento blanco de entrar en Moscú y ganar la guerra.
Todos contra la autogestión de campesinos y obreros
Corre ya el año 1919. El final de la Primera Guerra Mundial y la retirada de los ejércitos austro-alemanes abren la posibilidad de una intensa labor constructiva para el movimiento de orientación netamente libertaria que ha tomado forma desde 1917 en Ucrania oriental y que, tras la implacable represión sufrida el año siguiente, se ha dotado ya de una potente estructura militar. Las relaciones con el gobierno de Moscú son cordiales, y en enero de 1919 se firma un acuerdo de colaboración. Estos campesinos y obreros no conciben que la tarea organizativa que afrontan pueda acometerse de otra manera que por medio de congresos en los que delegados de todos los distritos y destacamentos contrastan opiniones y entre todos ponen las bases de la nueva sociedad.
Las dos primeras reuniones, en enero y febrero, se desarrollan con normalidad, pero ya en abril las sesiones de la tercera son alteradas por la recepción de un telegrama en el que Pável Dybenko, comandante de las fuerzas del Ejército rojo en la región, declara al congreso «contrarrevolucionario» y pone fuera de la ley a sus promotores, amenazándoles con «las más rigurosas medidas represivas». Hay que decir además, que la alianza militar alcanzada con los bolcheviques va a ser pronto rota por éstos. La constitución y autoorganización de soviets libres y democráticos ha resultado ser un acto de abierta hostilidad al «poder soviético».
Los majnovistas, sin embargo, no están dispuestos a ceder a nadie las riendas de su destino. Continúan con su labor, y para ello convocan a finales de mayo un cuarto congreso, al mismo tiempo que combaten sin desmayo los contingentes del Ejército voluntario de Denikin, que cada vez más pujantes, amenazan desde el sur. En junio, Vladímir Antónov-Ovséienko, comandante del frente ucraniano del Ejército rojo, que mantenía una postura conciliadora, es destituido tras enfrentarse con Trotsky en defensa de los anarquistas. Al que dirigió el asalto al Palacio de invierno lo sustituye Ioakim Vatsetis, un excoronel del ejército zarista.
Los bolcheviques atacan a los majnovistas y los obligan a luchar en dos frentes, pero pronto la ofensiva de los blancos resulta incontenible. En julio, éstos ocupan la zona asesinando, saqueando y violando, y una larga comitiva de fugitivos emprende el único camino posible, hacia el noroeste, más allá de la cinta azul del Dniéper. El Ejército rojo ha abandonado la región y algunos restos de él se unen a los insurgentes.
Tras la penosa retirada, a finales de agosto, el Ejército negro se reconstituye en Pomóshnaya. Son 20 000 combatientes, perseguidos por los blancos y próximos al sector que controlan los petliuranos, que se conforman con esperar a ver qué pasa. En las escaramuzas que siguen, la extrema movilidad de los majnovistas desconcierta y siembra el pánico en fuerzas muy superiores, pero en unas semanas son ya sólo 8000 los que quedan; entre los caídos está Grigori, hermano de Néstor Majnó.
Planes y furia
El lazo se cierra en los alrededores de Umán. Parece que el fin está cerca. Yákov Slashchov, el general blanco a cargo de la campaña, desencadena un ataque frontal de ariete que arrastrará a los insurgentes contra el yunque que les ha preparado en Umán. Es una operación de exterminio. La aldea de Peregónovka va a ser la primera en recibir la acometida, pero allí Néstor Majnó va a demostrar que él también sabe tender trampas.
El 26 de septiembre muy de mañana, la infantería ataca desde la aldea hacia el este las posiciones de los regimientos blancos, pero pronto, muy inferior en número se ve forzada a regresar. Bajo una tormenta de fuego, todos y todas cogen armas para tratar de detener lo inevitable, pero en unos minutos sienten que los disparos del enemigo se ralentizan y se extinguen. Después sabrán que fue en ese momento cuando la caballería de Néstor Majnó, desplegada por los bosques y cerros cercanos durante la noche, mordió poderosa el flanco de los asaltantes en una carga irresistible y los obligó a retirarse en desorden.
Los relatos disponibles de oficiales blancos describen el caos de la huida. Los que no se suicidaron fueron ejecutados por los sables de los insurgentes, y cientos de cadáveres cubrían los caminos, aunque, así y todo, ciento veinte oficiales y quinientos soldados fueron hechos prisioneros. Se capturaron veintitrés cañones y más de cien ametralladoras, que serían esenciales en la explotación del éxito.
Fue entonces cuando el gran error estratégico de Antón Denikin quedó de manifiesto: el frente monstruosamente extendido que había creado, con sus unidades aisladas e incomunicadas, facilitaba enormemente los movimientos envolventes. En los diez días que siguen, los insurgentes, divididos en tres grupos, avanzan por toda Ucrania oriental, logran derrotar los pequeños destacamentos que encuentran y liberan diversas ciudades: Krivói Rog, Yelizabetgrad, Níkopol, Melitópol, Aleksándrovsk y Guliaipole. Toman también posesión de una importante red ferroviaria y dos puertos: Berdyansk y Mariúpol, por los que los aliados alimentaban al Ejército voluntario. En esta amplia región, un gran número de partisanos se suman a sus filas, mientras los obreros y campesinos son convocados en todas partes a organizar su vida sin interferencia de ningún poder estatal.
El Ejército voluntario, con sus avanzadas a doscientos kilómetros de Moscú, y que en esos momentos se preparaba para sentar sus reales en el Kremlin, descubre entonces que su retaguardia se ha convertido en un avispero. Y los jefes bolcheviques, que consideraban seriamente la posibilidad de huir a Finlandia, contentos a fin de cuentas de que su revolución hubiera durado más que la Comuna de París, ven cómo las unidades de élite del Ejército voluntario, los cosacos de Konstantín Mamóntov y Andréi Shkuró, son llamadas al sur para tratar de contener el desastre.
Lo que viene después es historia repetida. No demuestran agradecimiento los comandantes del Ejército rojo que regresan a Ucrania, sino que simplemente exigen otra vez que se cumplan sus órdenes sin rechistar. La represión que van a desencadenar en cuanto se les desobedezca va a asesinar esta vez a doscientos mil campesinos y obreros revolucionarios, y otros tantos serán deportados. No obstante, de nuevo Moscú ofrecerá tregua cuando los blancos, reconstituido su ejército al mando de Piotr Wrangel, amenacen en el otoño de 1920. Y otra vez, en cuanto el reto sea conjurado, volverá sus armas, en este caso además alevosamente, contra los majnovistas. Todos fieles a sí mismos hasta el final.
Momentos que deciden siglos
Algunos que vivieron los hechos sobre el terreno captaron la trascendencia de lo ocurrido aquel 26 de septiembre de 1919 en Peregónovka. G. Sakóvich era un oficial del Ejército voluntario que no intervino en la batalla, pero se encontraba cerca en aquellas horas decisivas. En un artículo publicado en 1961, nos describe lo que sintió en el momento culminante del enfrentamiento: «En un cielo alfombrado con nubes de otoño, percibíamos el humo y el estruendo de la artillería, y de repente… todo quedó en silencio. Todos sentimos que algo trágico acababa de ocurrir, aunque ninguno podía sospechar la enormidad del desastre. Ninguno de nosotros sabía que en aquel preciso momento, la Rusia nacionalista acababa de perder la guerra. ‘Se acabó’, dije, no sé por qué, al teniente Rózov, que se encontraba a mi lado. ‘Se acabó’, confirmó él sombríamente.»
Documentación utilizada:
Historia del movimiento majnovista de Piotr A. Arshínov (1924).
La revolución desconocida de Volin (1947).
The anarchism of Nestor Makhno (1918-1921) de Michael Palij (1976).
Nestor Makhno-Anarchy’s cossack. The struggle for free soviets in the Ukraine (1917-1921) de Alexander Skirda (2004).
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