Se multiplica oculto en sótanos, pequeñas salas, garajes o casas particulares. Se trata del teatro independiente, un fenómeno que crece sin pausa en la capital argentina y que a veces sale de gira fuera de fronteras. «Buenos Aires se perfila como la capital latinoamericana del teatro independiente, y al turismo extranjero le resulta sorprendente la […]
Se multiplica oculto en sótanos, pequeñas salas, garajes o casas particulares. Se trata del teatro independiente, un fenómeno que crece sin pausa en la capital argentina y que a veces sale de gira fuera de fronteras. «Buenos Aires se perfila como la capital latinoamericana del teatro independiente, y al turismo extranjero le resulta sorprendente la variedad de la oferta», dijo a IPS Carlos Andrada, del Instituto Proteatro del gobierno de la Ciudad que fomenta la actividad.
Si bien entre sus protagonistas hay actores y directores populares por haber hecho teatro comercial, cine o televisión, la mayoría son personas que viven de otras actividades y forman parte de un elenco por amor al arte literalmente.
Según Proteatro, en la capital argentina hay seis salas públicas, doce privadas comerciales -que no reciben susbsidios- y 200 teatros independientes, 70 por ciento de los cuales son espacios no convencionales, como galpones, casas o fábricas abandonadas. Entre ellos se destaca «El excéntrico de la 18», que dirige la actriz Cristina Banegas, donde también se dictan clases de actuación, y «Timbre 4», una sala que funciona en la casa del actor y director Carlos Tolcachir, y que también es escuela de actores.
Tolcachir dirige su multipremiada obra La omisión de la familia Coleman, estrenada hace cinco años en su sala, a la que se llega después de caminar un largo pasillo en silencio, para no molestar a los vecinos.
La omisión… fue presentada en numerosos festivales internacionales y el mes próximo sale de gira por Sao Paulo y luego Madrid, Barcelona y París, donde se le agregarán subtítulos.
A partir de este éxito, Tolcachir saltó al circuito comercial y ahora dirige Agosto, que tiene como protagonista a la actriz Norma Aleandro, conocida internacionalmente, y Todos eran mis hijos, dos obras con gran convocatoria de público, buena producción y actores de renombre y trayectorias. Pero hay otros cientos de teatros del llamado underground que no están en los registros del instituto y que no obstante están abiertos al público para presentar obras probadas, nuevos textos o simplemente una serie de escenas a modo de experimento.
Es el caso de «El Sótano» o «Espacio Polonia» entre otros muchos. «A mí me gusta el Bravard», dice a IPS el actor Iair Said, refiriéndose al «Club de Teatro Defensores de Bravard» donde se pueden ver escenas del Ciclo de sketches solemnes.
Said tiene veintidós años y desde hace nueve se dedica al teatro. Es también guionista y dirige castings (selección de actores), pero se le hace difícil vivir de su actividad. En paralelo a la actuación, trabajó en una casa de cambio y en una agencia de viajes.
«La creación colectiva es algo que me divierte mucho, pero a veces pienso que para hacer teatro hay que ser de clase media, media alta, o trabajar de cualquier otra cosa para vivir, y eso no es fácil para un actor», remarcó.
«A los que hacemos teatro nos cuesta hacer algo ajeno porque nuestras emociones están muy por delante y nos resulta difícil hacer lo que no nos gusta», explicó Said, que actúa en Jorge una obra que se puede ver los domingos en «El excéntrico de la 18».
Jorge surgió como una serie de escenas experimentales en las que trabajaron sin plazo actores de una misma escuela. El resultado fue presentado en 2009 en el circuito «off» y el «boca a boca» (comentario de espectadores) les permitió sostenerla durante meses.
Pero lo excepcional es ganar dinero con esta actividad.
Proteatro tiene un presupuesto anual estimado en poco menos de un millón de dólares para salas independientes o elencos estables. Pero los proyectos se multiplican, los gastos aumentan y el dinero a repartir es el mismo, explicó Andrada.
Para dar una idea del fenómeno, el funcionario indicó que en 2008 se presentaron 380 proyectos para recibir subsidios, y en 2009 crecieron a 530. Para este año ya llevan recibidas 480 propuestas y recién comienza agosto.
El dinero alcanza apenas para montar el espectáculo, pero no para pagar ensayos o derechos de autor. La boletería rara vez reconoce un porcentaje a los actores o al director. A veces hay que poner dinero y otras no, pero ¿ganar?, es difícil.
Uno de los beneficiarios del apoyo de Proteatro fue Luis Di Carlo, un actor, guionista y director que logró con el subsidio presentar este año Vivarium en el Teatro del Abasto, con buena convocatoria de público y reconocimiento de la crítica.
Pero no hay que llamarse a engaño. El director, que vive de dictar clases particulares de matemática aclara: «Si es teatro independiente, no es para ganar plata (dinero). Acá el éxito está en poder seguir haciéndolo», declaró a IPS.
Para Di Carlo, quien actuó en numerosas obras del circuito no formal en los últimos veinte años, en el teatro independiente hay una gran necesidad expresiva que se combina con un muy buen espacio para la investigación y la experimentación.
«Además de las razones personales, uno de los factores que explican el auge teatral es la diversidad cultural de una ciudad que se presenta como un universo», explicó. «En cada barrio, el teatro tiene su identidad, más popular o más intelectual», ejemplificó. Se suman otras motivaciones como el aprecio del público, que celebra las propuestas innovadoras y no se preocupa si la sala es pequeña, sin asientos cómodos ni restaurantes a la vuelta de la esquina, o si está en un barrio pobre.
Y por supuesto está la historia, apunta Di Carlo. «Buenos Aires es una ciudad noctámbula y con una tradición teatral muy fuerte que nunca mermó ni aún en épocas de oscurantismo cuando el fenómeno siguió latente», destacó.
Un momento dramático para esta actividad artística fue el de la última dictadura (1976-1983) que, no obstante, en su ocaso, vio nacer el ciclo conocido como «Teatro Abierto», que influyó luego en las otras artes como corriente de rebelión contra el régimen que dejó 30.000 personas desaparecidas.
Le siguió el «Parakultural», una movida que comenzó tímidamente con la recuperación de la democracia en 1983 en sótanos y espacios no convencionales, y que permitió el surgimiento de elencos y artistas de gran proyección.