Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Una mandíbula desencajada sobresaliendo de un sudario ensangrentado. Las partes restantes de la cabeza aparecían envueltas en una bolsa de plástico colocada por encima de la mandíbula y de las fosas nasales, en un intento de mantenerlas cerca del lugar al que una vez pertenecieron. La bolsa había enrojecido por su contenido. Bajo la mandíbula había un cuello humano abierto en canal hasta la mitad: una herida húmeda y carnosa como una rosada sonrisa rezumante que destacaba entre la piel morena que la rodeaba; el cuello aparecía aún unido al cuerpo donde hallaba continuidad. Por encima de él, en la cámara frigorífica de la morgue, yacía una mujer muerta, con el cabello pelirrojo de henna visible por vez primera a los hombres extraños que estaban a su alrededor. Más plástico enrojecido envolviendo la, por lo demás, desaparecida barbilla. La habían matado en el curso de una manifestación en los alrededores de una mezquita en Beit Hanoun, al norte de Gaza, donde más de 60 hombres se habían refugiado durante un ataque bestial de la artillería israelí en el que se utilizaron cañones y tanques.
La mayoría de los otros muertos tenían sus rostros intactos. Yacían rígidos en las baldas plateadas de la morgue como si fueran alimentos congelados. Un hombre tenía una banda verde de Hamas atada alrededor de la cabeza; su mirada parecía la de un dulce pastor de alguna olvidada época pastoril. Los ojos en blanco de otro estaban parcialmente abiertos, su cara expresaba todo el horror de haber podido contemplar cómo se acercaba la muerte. Después había una mancha parduzca de barro sobre la balda inferior izquierda, unos rizos negros humedecidos y enredados rodeaban su cabeza y sus ojos estaban benditamente cerrados. Una mirada más de cerca reveló a un niño, un niño de cuatro años: Mayid, que se encontraba fuera de casa, entretenido con los importantes juegos infantiles, cuando la muerte llegó como un trueno y le arrolló con un millón de salpicaduras de barro negro. Al otro muerto se lo habían llevado ya.
Los enterramientos musulmanes transcurren rápidamente, un regalo caído del cielo para los doctores, enfermeras y funerarias que, en los hospitales y morgues, necesitan desesperadamente el espacio para la próxima tanda de víctimas que dormirán en las misma sábanas, en las mismas camas de armazón de acero, en el mismo calor húmedo, en la misma atestada cercanía de habitaciones desconsoladas, a menudo sobre el suelo, con los mismos agotados trabajadores, que no reciben salario alguno, que cumplen sus turnos sin los adecuados suministros que les ayudarían a salvar a la gente que les llegaran aún vivos. Y algunos morirían en la mesa de operaciones como el muchacho enviado ahora a la morgue del hospital Kamal Adwan porque sus heridas eran demasiado terribles para que su cuerpo pudiera resistir. Dos niñas le precedieron ese mismo día. Benditos sean aquellos que dejan esta tierra baldía lavados y envueltos camino de una tumba en paz en la tierra.
En el día de hoy [9 noviembre], los hospitales se verán otra vez desbordados cuando los 18 civiles muertos por el ataque sobre Beit Hanoun de poco antes del amanecer – hombres, mujeres y niños arrancados hechos pedazos de su sueño-, sacados a toda prisa en ambulancias hacia las cámaras frigoríficas de los hospitales de Shifa y Kamal Adwan en el norte de la Franja de Gaza. ¿Cómo es que se atreven a dormir por la noche en sus casas cuando los tanques no cesan de escupir órdenes?
¿Creen que Beit Hanoun fue un accidente? ¿Qué alguna vez se llevará a cabo una investigación internacional? ¿Igual que ocurrió tras los hechos de Yenin? ¿Igual que en el caso de la bomba de unos 1.000 kilos de Dan Halutz que fue lanzada contra un edificio de apartamentos en la ciudad de Gaza matando a 15 personas, 9 de las cuales eran mujeres y niños? ¿Igual que tras el asedio a Yabalia en el otoño de 2004? ¿Cómo tras la Operación Arco Iris en Rafah? ¿Cómo cuando la familia de Huda Ghalia voló hasta la nada durante una excursión a una playa de Gaza? ¿Llegarán a saber los ojos estadounidenses -que no se apartan de sus pantallas de televisión aquejadas de glaucoma intentando averiguar cuál de sus comercializados candidatos ganó las elecciones legislativas dirigidas por las corporaciones- que se ha producido otra masacre de palestinos?
En el hospital de Shifa, el hospital central de Gaza, donde el Dr. Juma Saqa y su equipo se las arreglan como pueden a pesar de los cortes diarios de energía que paralizan tanto las máquinas para diálisis de riñón como los ventiladores y el lavado de la ropa; donde no se dispone de medicamentos para el cáncer a pesar de la creciente tasa de enfermos de cáncer y donde las operaciones programadas de antemano para una fecha concreta, como las de hernia o amígdalas, es algo perteneciente al pasado. Ahí es donde los doctores y enfermeras son testigos de cómo el agua que beben los habitantes de Gaza es causa de innumerables enfermedades, de dientes careados, de anemia en los niños y disfunciones de riñón debido a su condición salobre y tóxica. Ahí es donde los niños yacen medio desnudos en sus camas, con esparadrapos blancos sobre su nariz sujetando los tubos que van hasta sus rostros para que puedan comer o respirar, como Ahmad, de tres años de edad, también de Beit Hanoun, que recibió una bala por el lado derecho de su vientre que salió por el izquierdo. Su madre no se mueve de su lado, pasivamente, llena de agradecimiento. Ahmad, al menos, va a vivir. Pero, ¿para qué?
En la ciudad de Gaza, cada noche de esta primera semana de noviembre, no paraban de oírse explosiones en el rincón nororiental de Gaza: un sin fin de balas, estruendo, bombas, fuego de cañón. Durante la primera noche de la violenta embestida podíamos ver aún las luces de Beit Hanoun, a unos 6 kilómetros de distancia, titilando en la distancia como si nada sucediera; quizá estábamos soñando con fuegos artificiales, quizá era una celebración lejana. Pero después, en la segunda noche, sólo había una franja oscura ocupando el lugar de Beit Hanoun, sin electricidad y sin agua mientras las explosiones se sucedían sin tregua durante una hora o más y el zumbido de los aviones de combate con mando a distancia daba vueltas una y otra vez sobre nosotros, sobre Beit Hanoun, sobre Gaza, controlados automáticamente, evaluando cualquier actividad que tuviera lugar por debajo de ellos. Nadie de Beit Hanoun podría salir de día para ir a trabajar sin notificar a los tanques y aviones que estaba dispuesto a sacrificar su vida por una apariencia de normalidad. Todos los hombres de edades comprendidas entre los 16 a 35 años fueron subidos a camiones y llevados para «interrogarles». ¿Qué sucedería con ellos y sus familias? ¿Alguien lo investigaría? ¿Les añadirían a los 10.000 prisioneros palestinos que se pudren en las cárceles israelíes mientras sus esposas y niños, hermanas, hermanos y padres se las ven y se las desean para poder sobrevivir?
Allí yace Gaza, desplegada a lo largo de 17 kilómetros conformando un montón grisaceo de ruinas, amontonada y putrefacta, en un abismo infernal, agotada, miserable, ahíta de basura. Pónganse un pañuelo sobre la nariz para evitar el olor a alcantarilla y a basura quemada. Intenten no fijarse en los cierres metálicos bajados de las tiendas, en las tiendas vacías, en la proliferación de carros con burros y caballos dejando oír sus cascos por las calles debido a la carencia de fuel, con las costillas de las agotadas bestias sobresaliendo de sus panzas, al igual que los niños que las fustigan para que sigan adelante. La burla parece venir del cielo azul cerúleo que ilumina el vertedero, las palmeras y las flores de color púrpura resplandecientes bajo el sol de noviembre, incongruencias de la naturaleza, como la caja de chocolates que se le ofrece a los periodistas que están filmando al hijo herido de la mujer que se rompe en alaridos de frustración y horror hacia los estadounidenses e israelíes que están matando a su familia. ¿Por qué?, pregunta, ¿por qué, por qué, por qué…?
Pregunten a Mark Regev, el vitalista portavoz tan espantosamente sincero del gobierno de Israel. En las noticias internacionales de la CNN nos cuenta con toda seriedad que esto es para la autodefensa israelí. El lanzamiento de los cohetes Qassam hacia Sderot y Ashkelon debe parar. Los israelíes tienen derecho a defenderse a sí mismos. La «operación» en Beit Hanoun no se detendrá hasta que paren los Qassam. Cada estupidez que sale de su boca es una especie de pompa obscena para todos los que observamos los hechos desde la posición estratégica de Gaza. Pornografía verbal, jerga sado-masoquista que se va deslizando sobre el polvo desde el príncipe de Hasbara como una hiel venenosa comprada, pagada y buscada por los amos del poder y su maquinaria de ocupación.
Los chapuceros cohetes Qassam, de fabricación casera, que maúllan como los gatos del rincón de la calleja cuando salen disparados por el cielo. Esas tropas, estúpidas y bestiales, que cruzan la frontera como bestias enloquecidas que no saben hacia donde van. Siempre entrarán estrepitosamente hasta que termine la ocupación de Palestina. Los habitantes de Gaza lo saben, Hamas lo sabe, Fatah lo sabe, el FPLP lo sabe; en Israel, los laboristas y el Likkud lo saben, el Meretz lo sabe, Israel Beltelnu lo sabe, Shas lo sabe; Peretz, Olmert y Lieberman lo saben, Sharon lo sabía, el pueblo israelí lo sabe, los EEUU lo saben; por eso, cuarenta años después de 1967 y cincuenta y ocho años después de 1948, ¿por qué no ha terminado aún la ocupación?
Porque Israel no quiere que termine. Porque Israel quiere la tierra y sus recursos sin la gente que siempre la habitó. Pero tenéis que destripar una cultura para poder mantener un control total sobre ella. Porque EEUU dice que eso es precisamente lo que hay que hacer, ustedes sirven bien a su propósito. Vds. ayudan a hacer de esa guerra contra el terror algo adecuado. Vds. ayudan a que Iraq encaje en el esquema. Vds. ofrecerán también su colaboración en la cuestión de Irán. ¿A quién demonios le importa un millón y medio de personas en Gaza sumidas en la pobreza y a quién le importa su polvo, su arena, el apestoso y desmoronado hacinamiento de una tierra hundida en el desastre?
Qué vergüenza espantosa que los habitantes de Gaza no hayan conseguido aún el estatuto de seres humanos a los ojos de las potencias occidentales, para quienes su resistencia continuará siendo un enigma hasta que esa situación cambie. Sin embargo, por el momento, la carnicería no se tomará un respiro.
Al abandonar Gaza a las 6,30 de la mañana del sábado 4 de noviembre de 2006, escuché una fuerte explosión. El conductor de mi taxi me recogió y fuimos por la calle principal de la ciudad de Gaza hacia Erez. De repente, inesperadamente, había una masa ardiente frente a mí, un coche pronto rodeado por niños que corrían a arrancar su parte exterior que aún quemaba. Dentro hay cuatro formas humanas ennegrecidas, chamuscadas, que crujen al tocarlas, sin rostro ya debido a las quemaduras, hechas carbón; tiras de ropa humeantes, olor a carne humana quemada, sirenas en la distancia. Metales quemados, humo, como si estuviéramos viendo una película de ciencia-ficción. Seres humanos quemados que parecen monstruos chamuscados de papel maché cuyos trozos se deshacen con un atisbo de viento.
Gaza se lamenta por estas indiscreciones, por este mal gusto, por este indecoroso tema de conversación. Tiene razón en expresar su indignación. ¡¿COMO SE ATREVE GAZA A HABLAR DE ESTAS COSAS?! Pero yo no puedo mantener callados por más tiempo sus secretos, con el bloqueo aún de visitantes a sus apestosas orillas; su voz sigue estando desgarrada aunque se intente sublimar la realidad con todos los montones de mentiras de los medios. Cada vez el humo sube más alto hacia el cielo. La prisión está haciendo implosión y la resistencia nunca tendrá fin.
Jennifer Loewenstein es Profesora Investigadora Invitada en el Centro de Estudios sobre los Refugiados de la Universidad de Oxford. Ha vivido y trabajado en la ciudad de Gaza, Beirut y Jerusalén y ha viajado extensamente por todo Oriente Medio, donde ha trabajado como periodista independiente y como activista por los derechos humanos. Se puede contactar con ella en: [email protected]
Texto original en inglés: www.counterpunch.org/loewenstein11092006.html
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión.