Mohammed Mansur Baker tenía 20 años cuando lo reventó una bala que le entró por el costado derecho. Muerto por ser pescador. Estaba junto a sus tres primos mientras amanecía el 24 de septiembre junto a la playa de Al-Sudaniya, en Gaza. Retiraba sus redes cuando sintió el impacto. Le disparó una patrullera de la […]
Mohammed Mansur Baker tenía 20 años cuando lo reventó una bala que le entró por el costado derecho. Muerto por ser pescador. Estaba junto a sus tres primos mientras amanecía el 24 de septiembre junto a la playa de Al-Sudaniya, en Gaza. Retiraba sus redes cuando sintió el impacto. Le disparó una patrullera de la Armada israelí. Ingresó cadáver en el hospital Kamal Odwan. Con un padre imposibilitado, el suyo era el único sueldo que entraba en casa, unas cuantas planchas de aglomerado para seis personas en el campo de refugiados de Shati. La mar era su forma de llevar comida a la mesa. Ahora la casa de los Baker lleva una semana larga viviendo de la caridad de los vecinos.
Su caso no es una excepción: en los últimos cuatro años, otros tantos palestinos han muerto por ataques de Israel cuando faenaban en aguas de Gaza. En 2009, siete trabajadores fueron heridos por arma de fuego en alta mar, otros cinco lo fueron mientras estaban en tierra preparando sus aparejos (seis civiles más fueron igualmente alcanzados por los disparos), 68 pescadores fueron apresados y 29 embarcaciones fueron confiscadas, con pérdidas de 36.500 a 146.000 euros por cabeza, según datos del ISM (International Solidarity Movement). En dos ocasiones también se recibieron disparos desde patrulleras egipcias.
Las víctimas sostienen que lo único que hacían era trabajar, pero las autoridades israelíes afirman que «siempre» ha habido sospechas «suficientes» como para abrir fuego, bien porque el barco se encontrase fuera de la franja autorizada para la pesca, bien porque se temía que portase «contrabando o material armado», explica un portavoz de las IDF. El caso de Mohammed se enclavaría en el primer supuesto: sostiene Israel que su barco, el Bakrs, salió del área marítima exclusiva de pesca, de tres millas náuticas desde la costa. Sostiene que los soldados dispararon al aire como aviso, pero los pescadores no retrocedieron. Entonces les apuntaron. Ahora hay una investigación abierta para «demostrar» que su versión es correcta. No es eso lo que explican los testigos del ataque. Ameer, uno de los primos del fallecido, afirma que la Armada se les acercó cuando ellos estaban a 100 metros de la playa, en aguas legales, y, sin advertencias, abrió fuego. La balacera duró diez minutos. Luego los militares dieron media vuelta. La lancha fue a tierra. Horas después vino el funeral. No quedaba otra cosa que hacer.
Adnan al Badmil, pescador de Gaza, fue apresado por las IDF. B´Tselem.
La ONG B´Tselem reconoce que el asedio a los pescadores es diario. «Los acosan y humillan constantemente», explica Muhammad Sabah, voluntario. Israel se defiende afirmando que sólo «vela por su seguridad nacional» y que les aporta «atención médica y alimenticia». Nada le dieron a Musalam Abú Shalouf, 35 años, casado, que recogía una red a una milla de la costa cuando se acercaron los soldados y, bajo amenaza de disparar, lo obligaron a desnudarse y tirarse al agua. «Me decían que nadara hasta ellos pero su barco se alejaba, mientras los soldados reían en la cubierta. Así me tuvieron 20 minutos, helado, porque era marzo. Luego me detuvieron, me esposaron y me taparon los ojos durante siete horas. Al final me tiraron al mar», relata al teléfono. Una variante de lo que le ocurrió a Adnan al-Badmil, 44 años, mujer, siete hijos, en el oficio desde 1980, herido junto a dos compañeros cuando regresaba a casa. «Nos obligaron a navegar fuera de los límites y nos exigieron que nos tirásemos al agua. Mi compañero pidió un flotador. Se lo tiraron y, cada vez que iba a cogerlo, se lo alejaban más«, recuerda. Esta táctica es «usual», según la ONG israelí Gush Shalom: cada año, unos 10 barcos son llevados a alta mar hasta dejarlos sin gasolina, sin posibilidad de retorno. El barco se da por perdido.
Un abordaje puede llevar al paro o a la inutilidad. Muhammad Musleh, 18 años, vive en Rafah con sus padres. Apenas puede moverse, con una pierna insensible tras los disparos de una patrulla. «Estábamos soltando carnada en un banco de mero y besugo cuando se acercaron. A menos de cien metros tiraron sin aviso. Cuando me hirieron, se fueron. Me llevaron a tres hospitales para salvarme la pierna, porque me habían fracturado la tibia y me habían roto varias arterias, pero me negaron el permiso para curarme del todo en Jerusalén. Por eso no pude recobrar la movilidad«. Amin Hanusa, de 22 años, que mantiene con su sueldo a sus padres y cinco hermanos, estuvo casi un mes sin trabajar tras pasar 23 horas apresado. «Me llevaron a un barco donde me tuvieron sin comer, desnudo y de pie. Sólo un médico en Ashdod, cuando declaré, puso un calefactor. Nos obligaron a tirar la gasolina al mar y a vestir ropa de su Ejército. Me preguntaron qué sabía del secuestro de [Gilad] Shalit«, en manos de Hamás desde 2006.
Precisamente el apresamiento de este soldado fue el motivo que Israel usó para endurecer el cerco a los pescadores. Según los Acuerdos de Oslo (1993), los palestinos podían pescar en Gaza a lo largo de 20 millas náuticas. En el verano de 2006, tras la Operación Lluvia de Verano que intentó liberar a Shalit, la horquilla bajó a 6,9 y en enero de 2009, tras los bombardeos de Plomo Fundido, se pasó a tres millas y a prohibir los barcos a motor. De ahí que haya naves que llevan más de tres años amarradas.
Catherine Weibel, portavoz de Oxfam en los Territorios Ocupados, maneja un informe de la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) que indica que la captura total de peces en Gaza ha bajado en dos años un 47% y la sardina en particular, un 72%. Sólo el 20% de los 4.000 pescadores de entonces sigue en activo, con lo que es imposible llegar a las 3.000 toneladas de pescado al año de referencia en 2006. Con eso había alimento para 30.000 personas, pero con la situación actual hay que recurrir a la exportación -paradoja- de Israel y Egipto. Debería ser al contrario ya que según el artículo 39 de la Cuarta Convención de Ginebra si una fuerza ocupante «somete a una persona a medidas de control que le impidan ganarse la subsistencia, dicha Parte en conflicto satisfará sus necesidades y las de las personas a su cargo», cita Weibel. La ONU ha creado ayudas para reparar barcos y artes de pesca, que posibilitan el retorno a la mar de profesionales que han quedado en la miseria: si los barcos son atacados, si han sido tiroteados, si no pueden acercarse a los buenos bancos, no pueden trabajar más que una semana al mes. El sueldo medio ha pasado de 1.000 shekels por un mes (unos 200 euros) a 300 en la semana (61). El Canadian Institute por Conflict Resolution afirma que casi el 90% de los pescadores de Palestina son pobres o muy pobres.
Interior de una barca tras salir ardiendo por los disparos. Mayo de 2010. ISM.
Abunda en ello Sarit Michaeli, miembro de B´Tselem: «Según el Ministerio palestino de Agricultura, antes de 2000 la pesca suponía el 7% de la producción agrícola de los territorios y hoy es la mitad. Están poniendo en peligro la vida de estos trabajadores, su alimento y su salud». Por eso las playas de Gaza presentan una imagen descorazonadora: grupos de hombres adultos, fuertes y dispuestos, sentados sobre barcazas hechas polvo por la metralla y el abandono, esperando a un patrón valiente que se haga a la mar y los contrate. Como los temporeros extranjeros que buscan empleo en los pueblos agrícolas de España. Asi, a lo largo de 25 kilómetros de litoral que guardan un tesoro de camarón y sardina casi intocable. El único entretemiento que les queda es repintar barcas viejas, arreglar aparejos y fumar en su narguile. Allí se ven madres e hijos, aguja en mano, remendando las artes que dan de comer de vez en cuando y cocinando en pequeñas fogatas lo poco que regala la orilla próxima. «Los días pasan sin que nos salpique el agua», reconoce Musalam. Las insignias de los barcos de sus padres y abuelos, pescadores que un día vivieron en Jaffa o San Juan de Acre (hoy territorio israelí), acumulan sal en las pocas cantinas que ribetean la costa. También allí están teniendo que cerrar. La crisis del mar no da ni para tés con menta.
A todo el drama que ya arrastran en Gaza se suma la denuncia de B´Tselem de que Israel, además de balas, usa cañones de agua para interceptar a los pesqueros y en ellos emplean aguas residuales que contaminan el mar. Además, en las costas cercanas los pescadores israelíes usan -sin sanción alguna- explosivos como arte de pesca, pese a ser dañina con la biodiversidad. «Si se suma que en Gaza acaban las aguas residuales de los hoteles de la costa israelí, se verá que el panorama es aún más negro», añade Hila Krupsky, portavoz de Greenpeace Israel. Francia está pagando un programa de limpieza del litoral Gaza para aliviar ese daño.
La costa es sólo uno de los pilares de la economía de la franja que sufre la presión de Israel. Al bloqueo impuesto hace tres años se suman los ataques a otros centros de producción, como el bombardeo de una fábrica de detergente en Khan Younis o el desalojó una granja en Al-Shuhada, ambos en este mes de septiembre.
http://periodismohumano.com/en-conflicto/pescar-en-gaza-un-oficio-mortal.html