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Plaza Manara, Ramallah

Fuentes: Gush Shalom

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Carlos Sanchis

Fue un asesinato a plena luz del día. Soldados enmascarados disfrazados de árabes, acompañados por vehículos blindados, excavadoras y apoyados por helicópteros artillados, invadieron el centro de Ramallah. Su objetivo era matar o capturar a un militante de Fatah, Rabee’ Hamid. El hombre fue herido pero pudo escapar.

Como siempre, el lugar estaba atestado de gente. La plaza Manara es el corazón de Ramallah, lleno de vida, viandantes y conductores. Cuando la gente comprendió lo qué estaba pasando, empezó a tirar piedras a los soldados. Estos respondieron disparando ferozmente en todas direcciones. Cuatro viandantes fueron muertos y más de 30 resultaron heridos.

El mendaz y rutinario comunicado de prensa del ejército anunció que los cuatro estaban armados. ¿De veras? Uno de ellos era un vendedor callejero llamado Khalil al-Bairouti, quién vendía bebidas calientes con un pequeño carricoche en este lugar. Otro era Jamal Jweelis, de Shuafat cerca de Jerusalén, que había ido a Ramallah para comprar ropa nueva y dulces para la fiesta de compromiso de su hermano que se celebraba al día siguiente. Oyendo acercarse las excavadoras que estaban aplastando vehículos en la calle, Jamal corrió fuera de la tienda para retirar su automóvil.

Eso pasó hace nueve días. Una acción de «rutina», como tantas otras que tienen lugar en los territorios palestinos ocupados casi diariamente. Pero esta vez creó un alboroto internacional, porque ese mismo día Ehud Olmert debía reunirse con el presidente de Egipto, Husni Mubarak, en Sharm el Sheik. El anfitrión estaba profundamente ofendido. ¿Lo desprecian tanto los israelíes para avergonzarlo tan a la ligera ante los ojos de su pueblo y del mundo árabe? Al final de la reunión, dio rienda suelta a su enojo sin ninguna ambigüedad, en presencia de Olmert que murmuró algunas palabras débiles de disculpa.

En Israel, el juego usual de pasarse el ciervo, conocido como «ocultarse el asno», empezó. ¿Quién era responsable? Como de costumbre, alguien en lo más bajo de la jerarquía. La gente del primer ministro sospechó primero que el Ministro de Defensa, Amir Peretz, lo había hecho para hacer tropezar a Olmert. Peretz negó cualquier conocimiento previo de la acción, y le pasó el ciervo al jefe de Estado Mayor, quién, implicado, quiso realizar el chaparrón de Olmert y Peretz. El Jefe de Estado Mayor transfirió la responsabilidad al Comandante del Frente Central, Ya’ir Naveh, un general tocado con quipa, conocido como especialmente brutal, con visiones de extrema derecha. Al final se decidió que algún oficial de bajo rango había aprobado la acción, y que toda la responsabilidad era suya.

Aun cuando usted crea todo estos despropósitos – y yo, ciertamente, no los creo – la imagen no es menos perturbadora: un ejército caótico, fuera de control, donde cada oficial puede hacer lo que vea adecuado (o inadecuado).

Dos días después, mi esposa Rachel y yo visitamos el lugar. Era bien temprano. Bajo una llovizna intermitente, La plaza Manara («faro») de nuevo estaba repleta de gente. Los atascos bloqueaban las seis calles que llevan a la plaza.

Zacarías, el amigo palestino que nos estaba acompañando, estaba claramente angustiado. Intentó persuadirnos de no ir allí tan pronto tras el incidente. Pero no pasó nada.

Los carteles de Arafat colgaban de la columna del centro de la plaza y en algunas paredes. En un mini-mercado había fotografías de Saddam Hussein. En una de las paredes una pintada decía: «¡No Necesitamos Su Ayuda!»(¿De los americanos? ¿ Europeos? ¿ De las agencias de ayuda?)

Los cuatro leones que rodean la columna de la plaza me parecieron abandonados y desvalidos. Uno de ellos llevaba un reloj en la pierna. El diseñador había agregado el reloj como un chiste y el chino que fue contratado para producir los leones, según el diseño, lo hizo exactamente.

Al fin entramos en una cafetería. Mientras nos estábamos sentando y empezábamos a disfrutar del café, se fueron las luces. Antes de que pudiéramos empezar a preocuparnos, la gente de alrededor de nosotros usaron sus encendedores y los teléfonos móviles. Tras algunos minutos, la luz volvió de nuevo.

En el camino de regreso al hotel en una calle lateral, tomamos un taxi. El chofer que no supo que éramos israelíes, habló por teléfono con su hermano en árabe todo el trayecto. Acabó la conversación con tres palabras: «Yalla . Lehitraot. Bye». Yallah (algo como OK) en árabe. Lehitraot («hasta la vista») en hebreo. Adiós en inglés.

Cuando les dijimos a nuestros amigos de Tel-Aviv que estábamos fuera, en una conferencia en Ramallah, pensaron que habíamos perdido el juicio. «¿En Ramallah? ¿Justo ahora, tras lo que acaba de ocurrir allí?»

Los organizadores de la conferencia, Facultad para la Paz Israelo-palestina, un grupo internacional de académicos, también dudaron. Verdaderamente, la conferencia había sido fijada hacía varias semanas pero ¿quizás sería mejor posponerla una o dos semanas? ¿Era juicioso traer a docenas de israelíes a Ramallah a menos de 24 horas de la matanza?

El final, se decidió, con bastante acierto, que este era exactamente el tiempo y lugar adecuado para celebrar la conferencia. Los representantes de 23 organizaciones palestinas, 22 israelíes y 15 internacionales se alojaron durante tres días en un hotel de Ramallah, se reunieron, comieron juntos y discutieron el único objetivo que estaba en la mente de todos: ¿cómo actuar para acabar con la ocupación que produce horrores diarios como el de la parrandera matanza de la plaza Manara?

Era importante celebrar la conferencia precisamente en este lugar por otra razón: Desde el asesinato de Yasser Arafat, las conexiones entre las fuerzas por la paz israelíes y palestinas al más alto nivel se habían vuelto tenues. A diferencia de Arafat [a propósito, Uri Dan, el confidente de Sharon, recientemente ha echado el resto para aclarar cualquier duda de que el anterior presidente palestino fue realmente asesinado], Mahmoud Abbas no piensa, obviamente, que estos sean importantes. Es esa una de las razones – una de muchas – para el pesimismo que ha infectado partes del campo de la paz.

Por consiguiente, el mismo hecho de que semejante conferencia estuviera teniendo lugar era importante. Israelíes, palestinos y activistas internacionales se mezclaron y se sentaron juntos, propusieron acciones y enfatizaron el objetivo común. En el segundo día, la conferencia acabó en talleres más pequeños, donde los participantes de Tel-Aviv, Hebrón, Nablus, Nueva York, Barcelona y Kfar-Sava expusieron ideas avanzadas para acciones conjuntas.

Hubo también algunos debates tormentosos, aunque no entre israelíes y palestinos, sino sobre diferencias de opinión que no seguían líneas nacionales. La más importante: ¿Debe consagrarse el esfuerzo principal a las acciones en el país o en el extranjero?

El representante de un grupo israelí defendió con mucho sentimiento que no había nada que hacer dentro del país, que todos los esfuerzos deben enfocarse en ganar la opinión pública internacional, en la línea del boicot mundial que tuvo tanto éxito contra Sudáfrica. En contestación, un activista palestino defendió que la única cosa importante era influir en la opinión pública de Israel que era después de todo, el ocupante. Yo también defendí que el esfuerzo principal debe dirigirse hacia Israel, aun cuando las acciones en el extranjero pueden ser útiles también. Vigorosamente me opuse a la idea de un boicot general contra Israel, porque – entre otras cosas – empujaría al público a los brazos de la derecha. (Sin embargo, apoyo la idea de un boicot contra objetivos específicos que se identifican claramente con la ocupación, como los asentamientos, los proveedores de cierto equipamiento militar, universidades con ramas en los territorios ocupados etc.)

Unos días después una reunión comparable tuvo lugar en la capital de España. Pero había una diferencia entre las dos conferencias; tanta como diferencia existe entre la Puerta del Sol de Madrid y la plaza Manara de Ramallah.

Madrid vio una congregación de personalidades respetables, miembros de la Knesset (incluso los partidarios del gobierno que es el responsable del derramamiento de sangre en Ramallah, uno de ellos representante de un partido neo-fascista) junto con algunos notables de la Autoridad Palestina y sus colegas de países árabes y otros. En Ramallah vinieron juntos veteranos de la lucha por la paz, personas que habían resistido firmes docenas de veces en una nube de gas lacrimógeno y contra balas cubiertas de goma. Un grupo de palestinos e israelíes que juntos llegaron tarde el primer día, venían directos desde una manifestación en Bil’in, donde el ejército había usado un cañón de agua, gases lacrimógenos y también balas de goma.

Los invitados de Madrid habían venido en avión. Los invitados de Ramallah tuvieron un tiempo mucho más duro para llegar allí. Los israelíes tuvieron que retorcerse a través de los puntos de control militar en su trayecto e incluso retroceder más de una vez. Los israelíes (excepto los colonos) quebrantan la ley cuando viajan a los territorios ocupados. Pero para los palestinos, fue diez veces más difícil llegar a Ramallah. Un invitado de Nablus nos dijo que él había salido de casa a las 2 de la madrugada para llegar a la conferencia a las 11 de la mañana. El invitado de Tubas, cerca de Nablus, empleó ocho horas en el trayecto y en los puntos de control militar; mucho más del tiempo necesario para ir de Tel-Aviv a Madrid.

La conferencia de Madrid fue extensamente cubierta por los medios de comunicación israelíes, día tras día. La conferencia de Ramallah no se mencionó con una sola palabra en ningún periódico israelí, ni emisora de radio o televisión, salvo una única línea en las noticias sociales del Maariv que decía: «Uri Avnery se ha ido a vivir temporalmente a Ramallah.»

La conferencia de Madrid era principalmente pertinente como prueba que los políticos israelíes y palestinos pueden sentarse juntos, aun después de todo lo que ha pasado. ¿Cuál fue la importancia de la reunión en Ramallah?

En el pasado, he tomado parte en muchas conferencias similares que no han dado fruto. También, esta vez, los obstáculos son enormes. Pero más que nunca, está claro que debe tomarse acción contra la ocupación, y que la acción debe ser conjunta, consistente y bien planeada.

Dentro de cinco meses, la ocupación tendrá 40 años; quizás el régimen de ocupación militar más largo que el mundo haya visto alguna vez. En la conferencia, hubo un acuerdo general en que todas las fuerzas deben concentrarse en una gran campaña pública para marcar esta fecha vergonzosa y atraer la atención de las injusticias de la ocupación, el daño que hace no sólo a los palestinos sino también a los israelíes, para devolver la Línea Verde a la conciencia pública, actuar contra los bloqueos de carreteras y el Muro de la Anexión y para la liberación de los prisioneros de ambos lados. Para este propósito, la conferencia decidió preparar una Coalición Israelo-Palestina-Internacional para Acabar con la Ocupación.»

La continuación dependerá de la fuerza de voluntad, el valor y la devoción de todas las fuerzas por la paz, y de su habilidad de cooperar más allá de bloqueos de carreteras, muros y vallas, uno de cuyos objetivos precisamente son obstruir tal cooperación.

El tiempo aprieta Quizás es por eso qué uno de los leones de la plaza Manara tiene un reloj.