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Pobreza y derechos humanos

Fuentes: estrelladigital.es

La lucha contra la pobreza ha recabado estos días bastantes espacios informativos en todo el mundo y ha ocupado la atención de numerosos dirigentes políticos y económicos. No obstante, en España no es fácil captar esa inquietud universal, oscurecida en algunos medios de comunicación de nuestro país por una evidente paranoia política de sintomatología interna. […]

La lucha contra la pobreza ha recabado estos días bastantes espacios informativos en todo el mundo y ha ocupado la atención de numerosos dirigentes políticos y económicos. No obstante, en España no es fácil captar esa inquietud universal, oscurecida en algunos medios de comunicación de nuestro país por una evidente paranoia política de sintomatología interna.

Se muestra ésta en la atención preferente que reciben otros asuntos, como la desaforada instrumentación partidista de las víctimas del terrorismo; la polvareda levantada en torno al modo de conservar ciertos documentos históricos de la Guerra Civil; y la aún menos razonable oposición a extender la legislación del matrimonio a personas excluidas de ella. Estas cuestiones obsesionan hoy a cierta opinión pública española e incluso suscitan sendas manifestaciones callejeras, mientras el mundo se agita más allá de una mirada tan miope y, una vez más, son los desposeídos en muchos lugares de la Tierra los que alzan su voz reclamando una justicia que históricamente les ha dado siempre la espalda, salvo cuando la han reclamado y exigido con fuerza e insistencia.

Así ocurrió en Venezuela, así sucede en Bolivia, así en muchas otras partes del mundo donde unos pocos privilegiados se aprovechan de los recursos naturales del país y del esfuerzo secular de los trabajadores para su lucro personal, para engrosar sus cuentas corrientes en paraísos fiscales extranjeros y seguir manipulando en su favor los viejos y usuales conceptos (como Autoridad, Patria, Dios, etc.) para acallar la legítima rebelión de los explotados.

Bien está luchar por la «pobreza cero». (Por cierto, sorprende ver cómo en el ámbito académico se acepta esta necia expresión importada -¡cómo no!- del inglés. Se podría hacer un esfuerzo y abandonar la cómoda vía de la ciega traducción literal: Sin pobreza… Pobreza, no… Contra la pobreza…) Pues bien, es cierto que son indispensables los mecanismos económicos y políticos para intentar conducir a la humanidad por caminos más justos y equitativos donde la riqueza se reparta de modo más proporcionado. Hay que alabar los esfuerzos dirigidos en este sentido. Pero no habrían de ser los únicos. De poco servirá ese empeño si se ignoran otras graves limitaciones de índole psicológica y que atañen a conceptos de la intimidad personal, que constituyen un grave obstáculo para hacer desaparecer la pobreza. Comento un caso extraído de la más cruda actualidad.

Las repúblicas de Asia Central han generado recientemente bastantes titulares informativos. Voy a referirme a Tayikistán. Este país sufrió una larga guerra civil entre 1992 y 1997. Murieron muchos hombres y la situación económica se agravó acusadamente. Ahora, las autoridades se preocupan por el aumento de suicidios entre la población masculina. ¿Qué está ocurriendo? Un profesor universitario tayiko lo explica: «Los hombres han sido tradicionalmente los señores de la casa y los que aportaban los ingresos. Cuando pierden esa situación se deprimen y esto les lleva al suicidio». Sucede que las mujeres se han ido convirtiendo en las principales sostenedoras del hogar. Así lo exponía una de ellas: «Tras la guerra, mi marido perdió el trabajo. No sabíamos cómo alimentar a nuestros hijos. Yo me quería tirar al río. Pero advertí que si lo hacía nadie cuidaría de ellos. Me repuse y empecé a trabajar para subsistir».

Los hombres, deformados por una tradicional mentalidad machista, rechazan cualquier papel doméstico y tampoco aceptan los empleos mal pagados que tienen a su alcance. «¿Cómo puedo ver a mi mujer trabajando para alimentarme a mí y a mis hijos?», exclamaba uno, añadiendo que sentía deseos de suicidarse. Un inveterado orgullo les impide compartir sus preocupaciones con los demás y se sienten humillados por la pérdida de su hegemónica posición tradicional. Para la mayoría de ellos es humillante trabajar por un sueldo exiguo, lo que no les importa a las mujeres que, de ese modo, acaban desplazándoles del mercado laboral. Una socióloga tayica definía así el problema: «Los hombres desearán seguir ocupando su lugar en la jerarquía familiar, pero la familia será sostenida por la mujer». Modo muy poco eficaz de salir de la miseria.

Se ve claramente, en fin, cómo una educación tradicional no adaptada a la realidad es un obstáculo importante en esa lucha contra la pobreza que estos días preocupa a los círculos económicos y políticos del mundo. Se deduce de esto que, en paralelo con los adecuados instrumentos económicos (condonación de la deuda, comercio justo, etc.) es necesario manejar también otros instrumentos culturales, para vencer las percepciones distorsionadas que en ciertos países crea una tradición patriarcal que, por muy apoyada que esté en ideas religiosas, habrá de ceder ante la rigurosa exigencia de los más elementales derechos humanos. Entre éstos, la discriminación negativa de la mujer y la falta de equiparación entre los derechos y deberes de ambos sexos siguen siendo asignaturas pendientes en los albores del siglo XXI.

No crea el lector que esto sólo es aplicable a algunos pueblos del Asia Central: mire a su alrededor y vea cuánto camino queda todavía por recorrer en ese sentido en nuestro mundo que se dice avanzado y justo. No está España entre los países donde los índices de igualdad entre hombres y mujeres son más avanzados.

* Alberto Piris. General de Artillería en la Reserva. Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)