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Podemos o la falacia del muñeco de paja

Fuentes: Rebelión

De espantapájaros y hombres Existe una falacia muy útil para falsear los debates políticos: crear un muñeco de paja fácil de golpear. El método es fácil: se coge la versión más simple y reduccionista de las ideas del otro, atribuyéndole posicionamientos ridículos que nadie serio podría apoyar. Pues bien, esa es la falacia que viene […]

De espantapájaros y hombres

Existe una falacia muy útil para falsear los debates políticos: crear un muñeco de paja fácil de golpear. El método es fácil: se coge la versión más simple y reduccionista de las ideas del otro, atribuyéndole posicionamientos ridículos que nadie serio podría apoyar. Pues bien, esa es la falacia que viene empleando sistemáticamente Pablo Iglesias contra las posiciones revolucionarias, hasta el punto de originar en el «sentido común» de su militancia una poderosa imagen: la de ese grotesco «comunista» incapaz de comprender la «nueva política», interpretado por el humorista Facu Díaz para La Tuerka. Pero eso no es todo, pues, con él, el grueso de sus seguidores se han sumado a este método, al parecer infalible.

Tal es la casuística argumental que se repite constantemente. Afortunadamente, por nuestra parte nadie podrá decirnos en vivo que «no estamos en las luchas», que estamos «aislados de la gente», que somos «ciber-militantes» u otros argumentos-comodín de similar estilo. En nuestra localidad todo el mundo conoce cuál es nuestro papel en la generación de auto-organización tanto a nivel barrial, como a nivel de centro de trabajo, como a nivel de organización política. Sin embargo, internet se convierte en el último «reducto galo» de quienes prefieren enfrentar los argumentos políticos con calumnias, personalizaciones e insidias.

A juzgar por lo que -bien adoctrinados por su líder- muchos vierten allí cada día, no había ningún comunista en las plazas del 15 M, ni en las carreteras del 22 M. Y, por lo visto, tampoco ha habido comunistas parando desahucios, ni organizando piquetes de huelga, ni impulsando la resistencia estudiantil al Plan Bolonia, ni plantando cara a la represión policial. No: los comunistas estaban todos escribiendo «frikadas» por internet o peleándose sobre si a Stalin le quedaba mejor el bigote largo o corto. Muy antisociales ellos, solo les interesaba el folklore soviético y no había manera de verles el pelo en las luchas reales del pueblo. Eso sí que es «crear un relato», como diría Íñigo Errejón.

Pero la realidad es que la «línea de masas» no se la inventó Pablo Iglesias, sino que ha sido siempre la táctica del movimiento comunista al menos desde las Tesis de abril, si no antes. La realidad es que los comunistas, y destacadamente los que no pasaron por el aro de la Transición, han tenido un papel clave en cada una de estas luchas. La realidad es que, de hecho, han sido la fracción más decidida, la que empujaba hacia adelante. ¿Quién que las haya vivido puede negarlo?

Aquí intentaremos, en consecuencia, no caer en lo que estamos criticando. Hasta en eso, en el estilo de debate, seremos diferentes a ellos. No caricaturizaremos las posiciones de Podemos. No tomaremos su versión más simple o las barbaridades de fanáticos amparados en el ciber-anonimato. Analizaremos sus posicionamientos con rigor y explicaremos por qué no los compartimos. Comencemos.

Una metamorfosis kafkiana

En primer lugar, ya nadie puede negar la transformación de Podemos. Ni siquiera nosotros, que, en realidad, rechazamos el proyecto desde un principio. No era difícil adivinar que, detrás de tanto discurso «incendiario», la realidad organizativa del movimiento era mucho menos transformadora que sus frases. No había más que observar la «supremacia universitaria» en sus órganos, es decir, la realidad de clase en la que se gestaba el partido. Como tampoco era difícil adivinar, en otras latitudes, que Syriza no cumpliría ni siquiera una parte de su programa. Con una diferencia: Syriza ha decidido sacrificar su programa tras ganar las elecciones; Podemos, más astuto, ha decidido sacrificarlo antes.

Así, muchos ahora se lamentan por su ingenuidad y sienten melancolía al recordar que Podemos defendió en su programa para las elecciones europeas la auditoría de la deuda, la nacionalización del sector eléctrico y la banca, la renta básica universal, la prohibición del despido en empresas con beneficios, la jubilación a los 60 años, el cierre de los colegios concertados y de las ETT´s, etc. Todo esto ha ido desapareciendo del programa político de Podemos a medida que lo dictaban las encuestas del CIS.

Hace solo unos días, en sonadas declaraciones, Pablo Iglesias reducía el papel de Podemos a ejercer influencia sobre el PSOE, acometer una reforma fiscal y, a lo sumo, frenar el proceso de privatización de la sanidad y la educación. ¿Dónde quedó el «sí se puede»? ¿Realmente es esto tan diferente de lo que propone Pedro Sánchez? ¿Tanto como para que la gente vote a la copia en lugar de al original? ¿Y si al final Pedro Sánchez solo ha copiado a Podemos en sus camisas, pero en la político la cosa está siendo justo al revés?

Como han venido defendiendo los editoriales de la revista de Red Roja, si ya fue ridículo separar al sistema económico de la «casta», más ridículo aún está siendo el intento de separar a la «casta» del PSOE. Así, si inicialmente no se defendía ningún pacto con el PSOE y, más tarde, solo se defendían pactos si se firmaban «bajo la hegemonía» de Podemos, finalmente se están suscribiendo pactos aun en minoría y en todas partes. La lógica bipartidista que hundió a IU (resucitar al PSOE haciendo frente común con él contra el PP) tenía que acabar por imponerse en medio de tanto pensamiento débil y políticamente correcto.

Del «exprópiese» latinoamericano al «grávese» noreuropeo

El miedo atenaza a un Iglesias que ha hecho más promesas de las que podría cumplir y al que, por supuesto, le conviene más quedar segundo que primero. Y más tras lo sucedido en Grecia. Pero incluso ya antes de eso el «gran hermano» de Podemos afirmaba, en «El otro estado de la nación», que «necesitamos a los ricos». Es la crónica de un cambio de paradigma anunciado. Por lo visto, necesitamos a los ricos; pero, eso sí, «pidámosles responsabilidad».

No sorprende que los referentes ya no sean los «exprópiese» de una Venezuela que, no por casualidad, ya ni siquiera se defiende frente a graves agresiones del imperialismo. Sino más bien esa socialdemocracia europea que se las ha apañado para crear una «aristocracia obrera» sin expropiar a los capitalistas. ¿Cómo? «Necesitando a los ricos» a los que se les subían los impuestos.

Mejor no pararse mucho a pensar en por qué los «ricos» venezolanos no han estado tan «colaboradores» y dispuestos a ceder «responsablemente» ese dinero gravado como los del norte de Europa. Y mejor no pararse a pensar en por qué el chavismo se llevó «bastante» peor con el poder imperialista que los gobiernos del norte de Europa. ¿Quizá porque los europeos obtenían beneficios inmensos explotando la mano de obra mal pagada y sin derechos del llamado Tercer Mundo? Mejor entonces no pensar en la complicidad que supone pasar del «exprópiese» venezolano al «grávese» noreuropeo; ni pensar en que necesitamos no necesitar a los ricos para seguir siendo internacionalistas.

Por si fuera poco, ahora Iglesias, al más puro estilo de Carrillo amenazando con una guerra en la Transición, parece querernos decir que fuera de la UE solo hay fascismo, barbarie y guerra mundial. Quién le ha visto y quién le ve. Por cierto, donde dije salida de la OTAN digo que nuestro círculo de las fuerzas armadas tiene gente a favor y gente en contra de la salida. ¿Si no nos ponemos de acuerdo, no hay cambio y, de entrada, seguimos dentro?

Austeridad o salida del euro: esa es la cuestión

La crítica sin concesiones -lo sabía Marx- es necesaria. Pero también lo es hacer propuestas alternativas. Lo que venimos proponiendo desde hace años podría resumirse así: es imposible no aplicar políticas de austeridad pagando miles de millones de euro cada año en concepto de deuda externa. Por lo que se impone romper con el Reich de la UE y el euro para no tener que pagarla y no verse forzado a suscribir nuevos créditos. Para lo cual es imprescindible nacionalizar la banca, evitando la fuga de capitales que ello acarrearía.

Sin repudiar una ilegítima deuda que ha pasado del 60 al 100% del PIB durante la crisis, sin romper con la UE y el euro, sin expropiar la banca privada solo hay un camino: la austeridad. Y por si no fuera suficiente la lógica, el puro empirismo lo exclama también a gritos, tras la claudicación del gobierno griego de «izquierda radical». Claudicación tras la cual Podemos actúa como si el objetivo fuera «explicar» sesudamente las condiciones (en este caso, la pertenencia a la UE y el euro) que forzaron tan «comprensible» claudicación, en lugar de… cambiar dichas condiciones. Qué lejos queda para algunos la última tesis sobre Feuerbach.

No estamos diciendo, como se ha sugerido falazmente, que explicar a la población que las alternativas son solo dos -o ajuste neoliberal completo, o romper con la UE y el euro- sea fácil. Obviamente que algo sea necesario no significa que sea fácil. Lo que estamos diciendo es que, una vez asumido que romper con las instituciones europeas es una condición sine qua non para no verse obligado a ejecutar políticas de austeridad, entonces el único debate procedente es el relativo a cómo vamos a crear conciencia de dicha condición entre las masas populares.

Nos dirán, por supuesto (y como si tuviera una gran importancia), que Iglesias sabe perfectamente que dentro del euro no hay alternativa a la austeridad. Pero entonces solo quedan dos opciones: o piensa aplicar austeridad si gobierna algún día, o piensa romper con el euro. En ambos casos estaría engañando a la población. Vayamos al segundo caso: ¿piensa romper con el euro, aunque diga lo contrario? ¿Es ética esa forma de hacer política? No importa. Seamos pragmáticos y aceptemos por un momento como válido semejante proceder.

Supongamos pues que, en un alarde de electoralismo, subordinando todo al cómputo de votos (como cuando se saca una papeleta electoral con la carita de Pablo Iglesias) y haciendo abstracción de que, a medio-largo plazo, toda concesión de este tipo engendra serios problemas, Pablo Iglesias decide ocultarle a la población su plan para salir del euro. ¡Todo vale para ganar! ¡No seamos rehenes de las «formas democráticas»! Y supongamos ahora que Iglesias llega a presidente. ¿Cómo comunicará entonces a su pueblo que, tras años prometiendo seguir en el euro, va a hacer justo lo contrario? ¿Cómo mentalizar y preparar al pueblo para una ruptura tan dura como esa, sin hacer la menor propaganda concienciadora previa en ese sentido? Pero, ¿alguien se cree realmente que llegaremos siquiera a ese caso? ¿No fue decapitado Varoufakis, presuntamente por un mero conato en esa dirección? ¿No declaró Iglesias tras su decapitación -y tras pisotear la voluntad popular expresada en referendum- que apoyaba el proceder del gobierno griego?

Los cimientos del edificio

Observamos, por otra parte, a las gentes de IU muy desanimadas. Miraban con preocupación barómetros, encuestas y pronósticos, calculadora en mano, pensando a cuál de sus líneas políticas debían renunciar para sumar más votos o para lograr alguna cartera en un eventual gobierno podémico. Las direcciones no querían ni oír hablar de coalicionarse en minoría y perder sus posiciones conquistadas; las bases dudaban entre enarbolar «el color morado» de la bandera republicana como arma arrojadiza para despreciar a Podemos o exigirle a su dirección un pacto «para ganar las elecciones». Por último, renunciando a casi todo, se han sacado de la manga «Ahora en común», y pese a ello el portazo de Pablo Iglesias (que, en cambio, no duda en tentar a Alberto Garzón) persiste. Un portazo a la misma IU que no hace mucho le daba de comer y que ahora, de pronto, no llega ni a «pitufo gruñón». ¿Y el pitufo vanidoso, quién es aquí?

El caso es que unos y otros dejan en segundo plano, cuando no olvidan directamente, el lugar desde donde se generan realmente los cambios históricos. Todos ellos sacrifican el poder popular o lo convierten en un mero eslogan para arañar votos. Sin embargo, en estos días de electoralismo exacerbado debemos recordar con orgullo lo siguiente: todos las conquistas y reformas sociales han venido siempre del miedo a los revolucionarios, a sus acciones y al poder popular acumulado, y no de una repentina humanización de la burguesía frente a la ética plañidera de los reformistas, tejida en torno a conceptos abstractos como la ilusión, la dignidad o incluso los «verdaderos valores europeos». Y nosotros que creíamos que profesores con tanto libro a sus espaldas sabrían que los valores europeos han sido siempre el colonialismo, la rapiña y la opresión.

Siga el teatro de su «unidad» televisada y por arriba. Nosotros sabemos que cifrarlo todo a lo electoral, abandonando la construcción en la calle, es un error fatal que parte, además, de una malinterpretación de la historia. Porque, como hemos dicho, fue la presión popular organizada la que forzó todas las conquistas sociales de la historia. No bastó con votar a una opción u otra. Es más: a menudo gobiernos prometedores se vieron impotentes y defraudaron a sus votantes. Y si intentaban lo contrario (no hace falta irse a Allende, teniendo tan cerca la experiencia del Frente Popular) le daban un golpe de Estado y todo terminaba deprisa, con mucha sangre y sin que el miedo «cambiara de bando».

¿Por qué en Venezuela fue diferente y el golpe fracasó? Porque el pueblo estaba organizado, había auto-organización popular. El pueblo no olvidó a ese militar loco que se alzó en armas en 1992 para defenderlo frente al gobierno asesino de Carlos Andrés Pérez. El poder popular, la auto-organización al margen de las instituciones es la base. Sin olvidar que también hará falta que el arma de la crítica sea apoyado por… la crítica de las armas.

Juego sin tronos

No vamos a insultar a los compañeros. Hay buenos amigos dando vueltas en unos círculos concebidos, por desgracia, como mera maquinaria electoral. Y tenemos demasiados ejemplos concretos de cómo algunos ya no tienen tiempo de participar en las iniciativas que promovemos a nivel de barrio, de apoyar nuestras movilizaciones obreras en los sectores más precarizados, y no digamos ya de intervenir en actividades en torno a temáticas más elevadas como el antiimperialismo. Cada cual establecerá sus prioridades.

Algo no podía faltar, y con el primer reparto de cargos institucionales se ha iniciado ya la comedia del «transformismo político». En estos días estamos viendo todo tipo de fenómenos paranormales. Pero la verdad está ahí fuera, cuando algún personaje anarcoide, en el pasado «rotundamente contrario» a negociar siquiera con «la institución» para reubicar a familias desahuciadas, termina aceptando cargos institucionales de los de banderita en la mesa. Fue Lenin quien dijo que del oportunismo «ultraizquierdista» al oportunismo de derecha hay solo un paso.

Nosotros seguiremos construyendo a nivel de base y esperamos en nuestras trincheras a cualquiera que, incluso estando en Podemos, se considere «diferente» a tanto profesional de la política institucional. Y señalaremos, además, que las listas electorales de una verdadera unidad popular no deberían confeccionarse a través de «castings» de intelectuales, sino desde las movilizaciones populares en curso. Es una pena, pues, tanto «consejo ciudadano» tecnocrático y universitario que no incluye a cuadros de las luchas obreras. Por no hablar de las disputas internas, donde solo presume de «horizontal» el vertical previamente derrotado, y donde unos y otros no dudan en cambiar de bando por motivos totalmente ajenos a la lucha de clases y más explicables por la ambición personal. Lástima que incluso algunas figuras históricas de luchas en las que hemos participado, incluso gente cargada de «dignas utopías» haya terminado enfangada (e incluso instrumentalizada) en ese «juego de tronos» repetido como farsa.

Así pues, todo parece indicar que quienes estamos en los barrios y en los tajos moriríamos esperando… si esperáramos. No es el caso. En cualquier casi, es justo avisar de que si el día de mañana Podemos formara gobierno, lo trataríamos como a cualquier otro gobierno y le exigiríamos que cumpla y aplique cambios cuanto menos «percibibles» en un módico plazo de tiempo. Si por desgracia no fuera así (ya se sabe, «Bruselas no nos deja margen de maniobra» y otros argumentos ya enarbolados por Zapatero o Tsipras), la izquierda extraparlamentaria promoverá manifestaciones contra el gobierno. ¿Veremos, si llegara ese día, a los del antiguo «secretariado unificado» en las manifestaciones? ¿O no serán esta vez tan exigentes como lo fueron históricamente con la URSS, Cuba, Nicaragua y etc.?

Pudimos y podremos

Dos hechos ya señalados y acaecidos en los últimos meses invitan -incluso a muchos de los que se ilusionaron con el surgimiento de Podemos- a replantearse la situación política. El primero fue la metamorfosis de Podemos desde las elecciones europeas hasta ahora, sometiéndose paulatinamente a los -como diría Juan Andrade- «castigos y premios» de los medios de comunicación, haciendo guiños constantes a esa «casta» empresarial (que, por lo visto, ya no es tan «casta», como tampoco lo es ni siquiera el rey o la propia guardia civil con tal de sumar votos) e incluso tranquilizando al embajador de los EE UU. El segundo, el hecho de que Tsipras no dudara ni un segundo cuando la realidad política le obligó a elegir entre romper con la soga euro-alemana (jugando la carta rusa, la china u otra) o incumplir sus promesas electorales en una situación de emergencia social como pocas.

Es evidente que se ha perdido el norte. El objetivo supremo no es ganar las elecciones. El objetivo supremo es cambiar la vida de la gente. Si para ello hay que ganar las elecciones o intentarlo, se ganan o se intenta. Pero si ganar las elecciones en un contexto en que la política viene dictada de Bruselas es inútil o incluso desprestigia a la izquierda, y por tanto es necesario perder las elecciones esta vez, pero lanzando un mensaje claro de rechazo a la UE y el euro, se pierden lanzándolo. Salvo meteorito inesperado, el mundo no se acabará en 2015. Nuestra estrategia no puede ser tan corta de miras. No nos dejemos acomplejar: ¿qué ha conseguido la socialdemocracia históricamente? En lo que respecta a la transformación de la realidad, nuestro movimiento comunista es el gran maestre. Pudimos y podremos.

El tiempo demostrará muchas cosas. Dicen que Pablo Iglesias es como Felipe González. No es cierto. González tuvo el viento a favor; Iglesias lo tendrá en contra si gobierna. El inicio del gobierno de Felipe González tuvo la suerte de coincidir con el fin del franquismo y la construcción del Estado asistencial, por lo que pudo atribuirse ese mérito; Pablo Iglesias tiene la desgracia de aspirar al gobierno en una época de crisis sin igual, en la que se vería obligado a gestionar recortes… o a romper hasta las últimas consecuencias (algo que, de entrada, ya ha descartado). Una sola cosa está clara: si los mismos que firmaron la primera transición firman una segunda, los mismos que resistieron a la primera resistirán nuevamente. Porque, más allá de tergiversaciones, pretextos, muñecos de paja y gags televisivos, la alternativa actual no es entre reforma o revolución, sino entre socialismo o barbarie.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.