Las elecciones generales del 20-N han dado de sí todo lo que podía esperarse de ellas y lo más sorprendente es que las encuestas previas se han cumplido en altísimo grado. Podríamos sacar tres grandes conclusiones de estas elecciones: Pierde el PSOE, no gana el PP. Es decir, se ha votado en negativo, más que […]
Las elecciones generales del 20-N han dado de sí todo lo que podía esperarse de ellas y lo más sorprendente es que las encuestas previas se han cumplido en altísimo grado. Podríamos sacar tres grandes conclusiones de estas elecciones:
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Pierde el PSOE, no gana el PP. Es decir, se ha votado en negativo, más que en positivo, como en tantos lugares de la Unión Europea. Rajoy no convence, pero vence, ante el enorme descrédito de los resultados económicos que han provocado las políticas aplicadas por el Gobierno de Zapatero (que dicho sea de paso, ahora Rajoy se apresta a profundizar).
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Se constata la separación creciente entre el discurso y las prácticas de la clase política y las aspiraciones y demandas de la ciudadanía. Ante el ‘cierre’ del sistema político y la identificación cada vez mayor entre las grandes opciones, características del bipartidismo, la gente vota en función de lo posible y escoge lo que aparentemente es el mal menor, aceptando que no hay alternativa y asumiendo que una gran parte de ellos van a pagar los costes.
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Estas elecciones han sido fundacionales: inauguran el tránsito a un nuevo régimen político de facto que ya no se corresponderá con los pactos políticos, económicos y sociales que dieron lugar a la Constitución de 1978. La composición del Congreso también recuerda tiempos lejanos con la incorporación de los siete diputados de Amaiur o los once de Izquierda Unida.
La ciudadanía española no es tonta ni inocente; es muy posible que esté bastante desinformada. No obstante, la alta aceptación del movimiento de los indignados y las encuestas recientes de Metroscopia ponen de manifiesto que una clarísima mayoría de españolas y españoles sabe que vivimos en un Estado de excepción impuesto por los poderes económicos; el 72% piensa que vivimos una dictadura de los mercados. Para decirlo con más claridad: la ciudadanía sabe que el auténtico soberano es el poder económico-financiero y que ante él, el soberano formal es eso; lo que consta en un papel.
Hace unos meses Paul Krugman hablaba de las políticas del dolor como aquellas que estaban poniendo en práctica los Gobiernos al servicio del capital internacional. Políticas que limitan los derechos sociales y sindicales, aumentan los sufrimientos de las personas y ponen en disposición del empresario una fuerza del trabajo amenazada por el paro y disciplinada sin derechos. Es lo que podríamos denominar el uso alternativo de la crisis por el capital y desde ello cambiar las relaciones sociales y económicas para imponer un nuevo modelo antidemocráticamente. No hay que irse muy lejos: los recientes cambios constitucionales, con nocturnidad y alevosía, prueban muy bien dónde estamos y qué situación extraordinaria vivimos. Cuando no se acatan siquiera las formas, se está completamente fuera del orden democrático.
Ante esto, lo único que cabe hacer en serio es refundar la izquierda en su conjunto para organizar la resistencia y poner en pie la alternativa a los poderes de la minoría dominante. Lo que esto significa no es muy difícil de entender y de explicar.
Lo primero y fundamental es decir la verdad y decirla clara. Estamos en un Estado de Excepción formalmente democrático y sin que exista un proceso constituyente. Como decía Fontana, este capitalismo ha conseguido mucho más y por otros medios que el viejo fascismo.
Lo segundo es establecer un programa claro para la acción, sin eufemismos, definiendo con claridad programática quiénes son los aliados y analizando con toda precisión quiénes son los enemigos, identificándolos y poniéndoles cara. En realidad, son los mismos que se reunieron con Zapatero, los del IBEX-35, y le dijeron lo que tenía que hacer, con las consecuencias que se conocen: un millón más de desempleados en un año.
Lo tercero es organizar un amplio movimiento que algunos de nosotros hemos denominado M3R (Movimiento por la Tercera República), basado en la soberanía popular y en el poder constituyente de la ciudadanía y con objetivos claros: democracia económica, democracia social y democracia cultural, que pongan fin al despotismo de los poderes que de hecho dominan hoy el Estado español.
Podrá parecer que todo esto es pura verbalidad, cuando no sacar los pies del plato. Nosotros no lo creemos así. Lo utópico, lo quimérico, es pensar que se pueden mantener nuestros derechos y nuestras libertades conquistadas en el marco de un nuevo régimen en gestación que cabría denominar como democracia oligárquica. Para defender la libertad hace falta desarrollar nuestros derechos y nuestras libertades. Esa sería la lógica de la resistencia frente a la política del dolor.
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