Traducido para Rebelión por J. M.
Nada de lo que hace Israel con respecto a sus asuntos sería una preocupación para el mundo si no fuera por el hecho de que ese país arrastra, se quiera o no, al poder más grande del mundo. Algo así como un padre de aspecto impresionante pero débil de voluntad aturdido tras un niño que grita pidiendo otra golosina.
La amenaza de guerras graves ha crecido exponencialmente en las últimas décadas precisamente a causa de este hecho. Y no solo las guerras que no reflejan justicia ni principios, sino el reordenamiento agresivo de los asuntos de otras personas que las llevan al abismo del infierno.
La denominada «guerra contra el terrorismo» solo es una parte de las terribles causas de que millones de personas en el mundo carezcan de poder y sufran los abusos del poder mundial mientas están impotentes y desesperanzadas ante el espectáculo que les toca.
La terrible y sangrienta guerra de Irak fue casi exclusivamente en beneficio de Israel. La «guerra civil» siria es un conflicto de ingeniería que deliberadamente beneficia a Israel. El golpe de Estado en Egipto, cuajado del sacrificio de miles de egipcios en una revolución por la democracia y la instauración de una junta, refleja una vez más los intereses de Israel en la región. Las constantes amenazas y dificultades innecesarias impuestas a Irán, un país que no tiene historia de agresión en la era moderna y del que todos los servicios de inteligencia saben que no ha estado trabajando en pos de las armas nucleares, sin embargo, reflejan el mismo interés. En realidad, tan determinado está el Gobierno de Israel de mantener a este enorme país paralizado, que no repara en medios en el uso de su inmensa influencia en el Congreso tratando de turbar al presidente y evitar un acuerdo internacional con Irán. Y más ominosamente Netanyahu ha amenazado innumerables veces con atacar a irán, a sabiendas de que Estados Unidos se vería obligado a acudir en su ayuda cuando Irán devuelva el golpe, con todo el derecho a hacerlo.
Pero no solo se trata de las guerras constantes y las amenazas de guerra o el libre uso de la fuerza extrema contra los intereses de los demás los que convierten al moderno Israel, probablemente, en la mayor amenaza del planeta.
Los efectos de la relación inapropiada y sin precedentes de Estados Unidos con Israel han corroído gravemente los valores y el significado de la sociedad estadounidense. El Gobierno democrático de EE.UU., siempre muy frágil, en el mejor de los casos está siendo vaciado literalmente. Hoy Estados Unidos copia una gran cantidad de las prácticas estatales más feas de Israel: la inteligencia agresiva e invasiva, leyes antidemocráticas, la policía y la seguridad con las manos casi libres para atacar a los derechos humanos, las cárceles secretas e incluso ejecuciones extrajudiciales a gran escala. El presidente habla de gobernar por «decreto presidencial» en lugar de legislar, los servicios de seguridad ignoran la Constitución y los tribunales, la «patria» del orden se arma justamente contra el desorden público e incluso los militares hacen de la causa pública una referencia a la posibilidad de un Gobierno militar en caso de emergencia,
¿Dónde está la Constitución con su carta de la Ley Fundamental de los derechos en todo esto? Hecha chatarra y esparcida por el suelo como retazos de trabajo de un editor de cine.
Por supuesto, en lo que se refiere a derechos, Israel nunca tuvo ni puede tener jamás una Carta de Derechos, dada su peculiar organización y las prácticas usuales desde el establecimiento de su Estado-guarnición. Imitando las prácticas de Israel y adoptando su dictamen de remover automáticamente cualquier estado de cualquier tendencia de la sociedad occidental desde la Ilustración. Los líderes de Israel pueden hablar todo lo que quieran de única democracia del Medio oriente», pero las palabras son tan falsas como reclamos publicitarios de la televisión sobre un nuevo enjuague bucal. ¿Puede existir una democracia únicamente para un grupo cuidadosamente definido? ¿Puede existir una democracia sin el control de una declaración de derechos sobre una mayoría abusiva? ¿Puede existir una democracia que mantiene a millones de personas en perpetuo aislamiento y las somete a un sinnúmero de abusos? ¿Puede existir una democracia que amenaza constantemente a sus vecinos pacíficos con una guerra? ¿Puede ser una democracia la que lleva a cabo cazas de brujas a gran escala solo denominando a las personas como terroristas? ¿Puede existir una democracia que interfiere en los asuntos internos de otros estados democráticos? Y, finalmente, ¿puede existir una democracia fundada sobre principios «orwellianos» según los cuales «todos los animales son iguales pero algunos son más iguales»?
La verdad, siempre y en todas partes, es que una sociedad con una fuerte tendencia militar no puede ser verdaderamente libre y democrática. Un cuerpo armado como es Israel tiene sus valores y su futuro mucho más determinados por el enorme peso de su inteligencia militar corporativa que por cualquier otra elección o lemas democráticos, y esta misma verdad desagradable se aplica cada vez más a los Estados Unidos.
El efecto de Israel sobre los Estados Unidos en algunos aspectos se asemeja al efecto de un agujero negro en el espacio, con su inmenso poder gravitatorio que empuja la materia hacia la certera destrucción de su horizonte.
Se ha vuelto común que la crítica a Israel se fusione con el antisemitismo. El primer ministro de Canadá, Harper, un hombre descortés, en el mejor de los casos, fue hallado culpable por la crítica. Se trata, por cierto, de simples insultos, ciertamente no del tipo de cosas que esperamos de un primer ministro, pero aún más, es la técnica que utiliza un matón para intimidar a las personas que están en desacuerdo.
La práctica de dar nombres a los críticos está estrechamente relacionada con el argumento interminablemente repetido de los gobiernos israelíes de que las negociaciones del acuerdo deben comenzar con la aceptación de los palestinos de que «Israel es el país de los judíos». En una primera mirada, puede parecer plausible, pero un momento de reflexión muestra su naturaleza peligrosa y la calculada deshonestidad. No le corresponde a la gente fuera de un país caracterizar la naturaleza o el maquillaje de un país, y nadie lo ha esperado ahora que apareció en el caso de Israel.
Las negociaciones son, por definición, entre las partes que tienen diferentes puntos de vista, no entre las partes que han acordado de antemano, ni tampoco entre las partes en la que una de ellas ha impuesto un ultimátum a la otra. Pero forzar el sentido de las cosas aún más, en este caso, el objeto de las negociaciones no es realmente la definición de Israel, sino la de Palestina. ¿Está diciendo Israel que los palestinos deben conceder el permiso o la autorización de la idea misma de Israel? No, por supuesto que no, por lo que algún otro propósito está implícito en esta demanda extraña.
¿Cómo se podría definir un país como Canadá o los Estados Unidos, países de inmensa variedad de origen étnico, nacional y religioso, bajo la idea de Israel? No se puede. Por supuesto, se conocen en todo el mundo como los países de los canadienses y los estadounidenses. Y sólo así, Israel es el país de los israelíes, y nada más, con la gran mayoría de los judíos del mundo, de hecho, viviendo en otro lugar.
Por otra parte, lo que se llama Israel hoy era el hogar de otras personas durante un tiempo sumamente largo, mayor tiempo que la historia de la mayoría de los estados modernos del mundo, y esas personas no han desaparecido.
Así, la posición de Israel es que no se negocia con la gente que se niega a repetir su definición de sí mismo. Es decir, parece justo un enfoque bastante inusual para las negociaciones. Imagínese a los estadounidenses negándose a negociar con los rusos durante la Guerra Fría a menos que los negociadores rusos reconocieran por primera vez formalmente a Estados Unidos como «la tierra de los libres y el hogar de los valientes». Con esa demanda, estoy seguro de que todos podemos estar de acuerdo, se habría producido un silencio sepulcral, y esto es lo que Israel pretende. Se traen esas demandas a las negociaciones solamente cuando no se quiere negociar. Israel, por razones de relaciones públicas, siempre mantiene una apariencia de estar listo para negociar la paz, pero la verdad es que las negociaciones se producen sólo cuando su benefactor en jefe decide periódicamente que se hacen. No hay evidencia más allá de las palabras de que Israel quiere negociar por su propia iniciativa. De hecho, toda la dura evidencia apunta en otra dirección.
Israel está engullendo sin cesar en pequeños e innumerables bocados lo que queda de Palestina, reduciéndola a un conjunto de islas inconexas sin sentido, en un mar de hostilidad armada llamada Israel. Cuando los funcionarios israelíes hablan pesadamente de «hechos sobre el terreno», es eso lo que realmente quieren decir. Al final, Israel tiene la intención de resolver los problemas con sus vecinos por completo en sus propios términos. En las mentes de los líderes de Israel ya hay escasa necesidad de negociar cualquier cosa, y habrá menos cada año que pasa. Gaza, rodeada de vallas, torres de vigilancia, radares, tanques, su sociedad plagada de espías, de gente que no puede ir a ninguna parte sin el permiso correspondiente, donde el interrogatorio y la búsqueda es el modelo.
Aunque Gaza, desde los sucesos de 1948 es una enorme concentración de personas en un pequeñísimo territorio, la campaña de terror de Israel logró hacer un amontonamiento indeseable de refugiados deseosos de huir del territorio.
Aparte de lo absurdo de explicitar la definición exacta que otros deben emplear para Israel, utilizan el tipo de definición nacional sobre la cual los líderes de Israel insisten que primero debe definir al pueblo judío. ¿Por qué alguien querría abrir esa conversación? Los nazis tenían dificultades incluso para definir qué era lo que ellos odiaban tanto cuando implementaron sus leyes terribles contra los judíos. La lectura de los detalles de cómo los nazis determinaron el judaísmo debe ser instructiva para cualquier persona que sugiera este enfoque. Israel también ha fallado en llegar a una definición rigurosa, a pesar de su necesidad de llevar adelante la política de que todos los judíos del mundo tengan la posibilidad de reclamar la ciudadanía y la asistencia israelí en la empresa de colonización.
Ciertamente, la religión del judaísmo no puede entrar en esa definición de tipo de país, ya que cerca de la mitad de los israelíes se identifican como no creyentes, e incluso los políticos israelíes reconocen los problemas de estados teocráticos cuando constantemente menosprecian los que existen en el mundo musulmán. Pero esta realidad no detiene a los políticos israelíes que cabildean con los fundamentalistas cristianos estadounidenses acerca del apoyo y fomento de la fusión del Israel moderno con el Israel bíblico mientras los israelíes mundanos pasan un buen rato en los clubes nocturnos de Tel Aviv según los imponentes profetas del Antiguo Testamento. Tampoco les impide obviar muchas partes de la legislación que contienen el carácter opresivo de un Estado teocrático con el fin de complacer a los extremistas partidos minoritarios de Israel, siempre que se requieran para completar un gobierno de mayoría.
Dado que sólo alrededor de un tercio de la población del mundo que se identifica como judía vive en Israel, este incluso no puede reclamar ningún tipo de relación exclusiva. Su única conexión real con la diáspora es que promete que pueden reclamar la ciudadanía israelí si así lo desean. Es difícil imaginar lo que Israel haría dado el momento en que una gran parte de la diáspora de repente para responder la promesa, apareciera a sus puertas, por así decirlo, con las maletas en la mano. Pero Israel sabe que esto no va a suceder. La vida es demasiado buena para los judíos en docenas de lugares para cambiarla por la vida en Israel.
Tan lejos como una definición basada en el origen étnico, también aparece como inaceptable para la mente liberal clasificar a las personas por el origen étnico que tiene un terrible e histórico registro, es totalmente desleal y es siempre inexacto. Tratar de definir a los judíos por su origen nacional tampoco es un buen comienzo porque Israel acepta a quienes se identifican como judíos de cualquier país. Siendo realistas, desde que Israel dejó de existir hace casi dos mil años, ninguna persona puede ser judía debido al origen nacional más de lo que alguien puede ser un troyano o un fenicio hoy.
Dos mil años suponen casi cien generaciones, y nadie puede rastrear con precisión su árbol genealógico que se remonta hasta esa época. Incluso si usted fuera capaz de alguna manera mágica de identificar un determinado antepasado del origen étnico deseado hace cien generaciones, sería sólo la traza más infinitesimal que queda en la mezcla de los genes después de siglos de matrimonios, migraciones, guerras y plagas. Utilizar ese ínfimo dato de la identidad hereditaria para caracterizar la esencia de la persona y el país en el que vive parece la lógica de un mendigo.
Sabemos que la mayoría de la gente tiene un pasado bastante contradictorio si nos remontamos unas pocas generaciones, y bajo la hipótesis de «fuera de África», si se puede ir lo suficientemente lejos para atrás, se puede encontrar un origen común de todas las personas del planeta (como es el caso, en el mito de Adán y Eva).
Por lo tanto, ¿a qué distancia se puede ir en el origen étnico de cualquier persona al tratar de etiquetarla? Hacer todo el camino de vuelta significa que no hay etiquetas posibles. Así que, ¿dónde hay que parar para obtener la etiqueta que se desea? ¿En qué momento en una compleja historia de migraciones y desastres y el auge y caída de los estados seleccionamos el origen «adecuado»? La religión -y cualquier cosa influenciada por ella- tiende a ser particularmente selectiva en estas cosas, como lo vemos reflejado en la vestimenta de los cristianos menonitas que se remonta al siglo XIX o en los judíos ultraortodoxos también del siglo XIX (¿por qué no un siglo antes, podríamos decir?, o los trajes de vestir de los obispos católicos para ciertas ocasiones que se remontan a la Edad Media.
Para empezar, es un ejercicio inútil y tonto, y eso es cierto incluso con el concepto «fuera de África», ya que con el tiempo se demostró erróneo y cómo podemos descubrir varias fuentes de origen geográficas. Luego seguiría trasladándose a ascendencias comunes para grandes grupos de personas que ahora no se consideran relacionadas entre sí.
Cambiar la definición de Israel de el «hogar de los israelíes» a la de el «hogar de los judíos» tiene muchas implicaciones serias que quizás el público en general puede no apreciar. Hoy en Israel, siendo un ciudadano portador de pasaporte no quiere decir que se esté en situación de igualdad en el tratamiento y privilegios que el Gobierno otorga a otros ciudadanos. Los ciudadanos israelíes que también se identifican como judíos -y en Israel los documentos de todo tipo identifican desagradablemente su origen «étnico» por encima de su ciudadanía- disfrutan de una clase especial de ciudadanía no alcanzable por otros. Ahora, Israel es libre de hacer esto en sus asuntos internos, pero no es razonable esperar que los demás los ratifique formalmente, y no es razonable esperar que muchos habitantes del mundo aprueben una práctica injusta y divisiva. Es bastante fácil adivinar la suerte de más de un millón de ciudadanos no judíos de Israel si los palestinos aceptaran la definición de Israel.
La última forma de los judíos de clasificar, y que juega un rol de ubicación en Israel, es por la identidad cultural. Pero, ¿qué es una cultura desprovista del contexto de la religión, el origen étnico y el origen nacional, seguramente los ingredientes más ricos de cualquier guiso cultural? Casi nada, excepto, posiblemente, un lenguaje. El hebreo se ha impuesto artificialmente como lengua principal de Israel, a pesar de la realidad de la dominación total del árabe en la región, a pesar del hecho de que muchos inmigrantes y colonos en Israel pueden hablar muy poco hebreo, a pesar del hecho de que este lenguaje más o menos muerto sólo se mantuvo vivo gracias a su papel en las Escrituras hebreas y cristianas, y a pesar del hecho de que el hebreo es una lengua inútil en el comercio y en los asuntos mundiales, tanto como lo serían el galés o el navajo. ¿Una lengua casi muerta y un par de celebraciones de festividades son suficientes para determinar el judaísmo y el derecho a ser israelí? Si es así, es algo bastante débil por lo que luchar.
Creo que la verdad -y hay una buena cantidad de evidencias para apoyar esto- es que los dirigentes israelíes están motivados por un sentido (no demostrado) de etnia judía, o tal vez más exactamente, el deseo de crear un grupo étnico que no existe ahora. Esto también parece algo débil por lo cual luchar, además de parecer una búsqueda desesperada del final. Israel es un Estado formado por la inmigración, la inmigración reciente, y los inmigrantes siempre y en todas partes traen con ellos sus costumbres antiguas, idioma y hábitos, y cada grupo relevante está en relación con el país al que se unen, entonces más profunda será la influencia que traen en la cultura e identidad futuras. Algunas partes de los Estados Unidos son ahora más de habla española que de inglés, y tales cambios están en marcha en todo el mundo. Partes de Toronto o Vancouver tienen como primera lengua el cantón. El relativamente alto número de inmigrantes recientes a Israel, por ejemplo, siguen siendo en gran medida los rusos que se han trasladado a Israel. Los muchos estadounidenses que han servido en posiciones prominentes son claramente identificables como estadounidenses que se han trasladado a Israel.
El dilema es inevitable: o bien Israel es un Estado para los israelíes, o es un Estado para un grupo autodefinido, siendo que la naturaleza misteriosa de autodefinición del grupo no está sujeta a escrutinio científico alguno. Si alguien por alguna razón quiere llamarse a sí mismo judío en muchos lugares, no hace ninguna diferencia para nadie, pero en Israel para ser un ciudadano pleno no basta con definirse como judío. Los padres del movimiento sionista eran, en muchos casos, hombres dotados intelectualmente, pero eran, después de todo, ideólogos intensos, hombres verdaderamente fanáticos en una serie de casos, y que estaban buscando una solución para los problemas que habían experimentado en la sociedad europea, una solución que, como se ve, resulta tan poco realista en su naturaleza como la fantasía religiosa de una mejor vida futura que ha consolado a varios grupos descontentos a lo largo de la historia. La solución que encontraron también viene cargada de nuevos problemas de difícil solución. Y esos problemas insolubles, por desgracia, se están convirtiendo en problemas de todo el mundo.
Los dirigentes israelíes siempre han querido librar a su país de su población no judía. El fallecido Ariel Sharon quería derrocar al Gobierno de Jordania y convertir el lugar para los palestinos que serían transferidos allí con Yasser Arafat. Era sólo uno de las muchas descabelladas propuestas en la breve historia moderna de Israel. Un destacado historiador militar israelí, Martin van Creveld, ofreció la idea de un masivo ataque de artillería en movimiento para perseguir a los palestinos a través del río Jordán. Moshe Dayan habló de hacer la vida de los palestinos lo suficientemente miserable como para que quisieran irse. Un número prominente de judíos abogó por matar a las familias de los palestinos declarados culpables de terrorismo, e Israel ha practicado la destrucción de sus hogares familiares. Es evidente que con tales ideas, vemos que los israelíes comienzan a deslizarse en el marco mental de las mismas personas que infligieron terror a los judíos en la década de 1940, y cuando se observa ese tipo de cosas, debe ser una advertencia de que lo que está haciendo es peligroso y no está bien pensado.
¿Por qué la gente tiene ideas tan desesperadas? Debido a que los supuestos básicos de su empresa eran defectuosos desde el principio y los han conducido a resultados perniciosos y no deseados con la aparente necesidad de medidas correctivas aún más defectuosas, un círculo vicioso sin fin. La fundación del moderno Israel implicó una serie de manipulaciones y ofertas de puerta trasera con las potencias coloniales europeas que entran en su declive. A menudo estaban involucrados intercambios de favores, pero en ningún caso reflejaban la ley ni tampoco la lógica. Y en todos los casos, las ideas fundacionales tenían más de emoción que de intelecto. Luego vino el Holocausto y los Estados Unidos -que no había movido un dedo para salvar a los judíos europeos cuando Hitler lo ejecutó y la primera política nazi de haberse llevado a cabo era la emigración masiva- decidió jugar el rol del buen chico fijando aplastantes sanciones sobre otro grupo de personas que no tenía nada que ver con el sufrimiento de los judíos.
Esta postura de los Estados Unidos como hermano mayor de Israel ciertamente no era exactamente un reflejo de culpa y arrepentimiento, sino el reflejo de una nueva realidad política que surgió en la época de la campaña de reelección de Harry Truman. Un grupo de presión pro Israel bien organizado en los Estados Unidos comenzó a ofrecer financiamiento de las campañas y el apoyo de la prensa para los candidatos amigables, así como todo lo contrario para aquellos no tan amistosos. Truman se vio inundado por los grupos de presión para el reconocimiento rápido de Israel, y aunque sus propios primeros instintos estaban en contra de hacerlo, cedió a los grupos de presión, frente a lo que era una dura e incierta campaña de reelección.
Y el patrón de comportamiento de cabildeo no ha hecho más que crecer en tamaño y sofisticación a través del tiempo. Al mismo tiempo, las elecciones nacionales estadounidenses se han convertido en los ejercicios políticos más empapados de dinero de la tierra con el Tribunal Supremo declarando dinero para la libre expresión y miles de millones gastados regularmente sólo para una lista de candidatos.
La idea de un estado puro de un solo pueblo -sin embargo definido por la religión, la etnia o la identidad cultural- es en última instancia inviable, por mucho que se pueda ser capaz de forzarlo por un tiempo, e Israel trabaja muy duro forzando a través de un sinnúmero de leyes injustas y el constante apasionado aliento de las fuerzas de la policía secreta y el ejército. El concepto, muy importante, viola todos los avances en los valores democráticos y humanos establecidos desde la Ilustración, y con carácter estrictamente pragmático está haciendo caso omiso de las labores inexorables de un mundo globalizado. Incluso las naciones europeas, alguna vez aparentemente tan bien identificadas por poblaciones con siglos de historia común, como la inglesa o la alemana, se enfrentan ahora a los cambios inevitables en la estructura de sus poblaciones. Todas están en el proceso de parecerse más a Canadá o a los Estados Unidos, naciones formadas por muchas y diversas corrientes de migrantes. No se puede mantener el dedo en el dique o gritar en el mar embravecido para que se detenga, aunque ese tipo de actividad verdaderamente está implícita
en el concepto mismo de Israel.
Insistir en una ciudadanía estrechamente definida, en un lugar compartido con millones de personas, implica ciertamente que Israel nunca pueda tener un proyecto de ley o Carta de Derechos, y la verdad es que sin una Declaración de Derechos ningún Estado puede pretender ser una verdadera democracia. Sólo por tener elecciones periódicas no se define un estado democrático, cuando una mayoría de cualquier tipo puede imponer sus prejuicios e incluso la tiranía sobre una minoría en cualquier momento, como hemos visto en Sudáfrica, en la Confederación Americana o, de hecho, en el Israel moderno. La idea misma de una democracia sólo para un grupo de personas -de nuevo independientemente de la definición- es una contradicción en sí misma. Proyectos y Cartas de Derechos son para la protección de las minorías, pero Israel no quiere a las minorías que tiene, y desde luego no tiene ninguna voluntad de protegerlas, apoderándose de sus bienes periódicamente y sometiéndolas a abusos graves.
Sin cierto grado de verdadera democracia, una sociedad no puede tener valores democráticos, el importante sentido de los valores que se convierte con el tiempo en parte de la estructura de una sociedad.
Israel considera que no puede darse el lujo de aceptar y respetar los valores democráticos, debido a su situación de seguridad: no dice esto, pero está implícito en el comportamiento de Israel. Así vemos contradicciones cuando Israel felizmente hace negocios con los gobiernos en la línea de la familia real saudí o el presidente de 30 años de Egipto, Mubarak. Israel ha expresado su desprecio por los movimientos genuinamente democráticos, de nuevo como los de Egipto. Negociaría más bien con líderes no electos, con parásitos acomodaticios del poder como Mahmud Abbas en lugar de reconocer las aspiraciones democráticas de los palestinos tan claramente demostradas con Hamás.
La costumbre de Israel de declarar «terrorista» a cada partido u organización que representa algún tipo de barrera o molestia a su deseo a largo de limpiar étnicamente la mayor parte de Palestina y anexar el territorio, es similar a los cristianos de antaño que declaraban «brujas» a determinadas personas diferentes o extrañas, destinadas al fuego de la hoguera. También es similar a los habituales insultos de Israel para con sus críticos.
Por lo tanto Hamás, que, por toda la evidencia disponible, está más dedicado a los principios democráticos que el Gobierno de Israel, es una bruja y como se le debe tratar. También Hizbulá, una organización que lucha por la libertad y que debe su nacimiento mismo a la larga y sangrienta ocupación de parte del Líbano que nunca ha invadido Israel, es otra bruja.
Pero ellos no son brujas: son los partidos que representan los intereses y aspiraciones legítimas de la región. Las personas con los valores democráticos reconocen esto y los tratan en consecuencia.
Desde el punto de vista de muchos, la recreación de Israel fue un error simplemente porque crea más problemas de los que resuelve y se agrega al acervo mundial de la miseria y la injusticia, por no hablar de la inestabilidad. Así como fue el caso de la Unión Soviética, Israel casi seguro no va a sobrevivir en su forma actual. Hay demasiadas suposiciones erróneas y demasiada lógica defectuosa en su maquillaje para que sea viable a largo plazo, pero su disolución será un proceso natural, nuevamente como fue el caso de la Unión Soviética, no en un acto violento de invasores o enemigos.
Mientras tanto, la intensa ferocidad de Israel hacia todos los que cuestionan su comportamiento y hacia todos sus vecinos, cuando se combina con su relación contra natura con los Estados Unidos, resultará una amenaza creciente para la paz y la estabilidad de todo el mundo. Y a medida que los propios israelíes comiencen a darse cuenta de las paradojas verdaderas y los terribles enigmas que su empresa ha creado, es probable que veamos incluso aumentar la ferocidad y la conducta irracional, como tan a menudo sucede cuando los soñadores ven frustrados sus sueños.
Los líderes de Israel han sido en los últimos años poco más que una serie de megalómanos maníacos decididos a jugar el papel de una potencia del mini mundo y dictar el destino de residentes a mil kilómetros a la redonda, a la vez que demuestran que son incapaces de resolver incluso los problemas más fundamentales de su propia sociedad, que son numerosos y apremiantes.
Sólo Estados Unidos tiene el poder y la autoridad para frenar a Israel y para insistir en que Israel debe obedecer las leyes de las naciones y el respeto a sus vecinos, pero ya que la política de los Estados Unidos ahora está sumida irremediablemente en el dinero y los grupos de presión en el futuro previsible, y dado que EE.UU. se ha sumado voluntariamente a la delirante guerra contra el terror, la adopción de muchas de las prácticas más feas de Israel, parece imposible que Estados Unidos pueda reunir la fuerza necesaria para ejercer un verdadero liderazgo. Seguirá siendo el gigante torpe desesperado como un padre quebrado ante los gritos de un niño.
Con el reconocimiento gradual de que el sueño nacional se está convirtiendo en una pesadilla, y la gente más razonable deja Israel por una vida mejor en otros lugares, la intensidad y la desesperación del niño que grita no harán más que aumentar. De hecho, el siguiente par de décadas va a ser de tiempos peligrosos.
John Chuckman es el execonomista jefe de una gran empresa petrolera canadiense. Tiene muchos intereses y es un estudiante de por vida de la historia. Escribe con un deseo apasionado de honradez, la ley de la razón y la preocupación por la decencia humana. Vive en Canadá, país que define como «el reino de paz». Sus obras se han traducido al menos a diez idiomas y se traduce regularmente al italiano y al español. Varios de sus ensayos se han publicado en colecciones, incluidos dos textos universitarios. Su primer libro publicado es La decadencia del imperio americano y el surgimiento de China como potencia mundial, por Constable y Robinson.
Fuente: http://www.informationclearinghouse.info/article37686.htm