Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El actual mantra del gobierno israelí es que los palestinos deben reconocer a un «Estado judío». Por cierto, los palestinos han reconocido clara y repetidamente el Estado de Israel como tal en los Acuerdos de Oslo de 1993 (que se basaron en la promesa israelí de establecer un Estado palestino en un plazo de cinco años, una promesa que se ha desbaratado) y muchas veces desde entonces. Recientemente, sin embargo, dirigentes israelíes han cambiado dramática y unilateralmente los objetivos y ahora claman que los palestinos deben reconocer Israel como «Estado judío».
En 1946, el Comité Anglo-Estadounidense de Investigación concluyó que la demanda de un «Estado judío» no formaba parte de las obligaciones de la Declaración de Balfour o del Mandato británico. Incluso en el Primer Congreso Sionista de 1897, cuando los sionistas buscaban «establecer un hogar para el pueblo judío», no hubo ninguna referencia a un «Estado judío». La Organización Sionista prefirió primero utilizar la descripción «Patria judía» o «Mancomunidad Judía». Muchos dirigentes sionistas pioneros, como Judah Magnes y Martin Buber, también evitaron el término claro y explícito «Estado judío» para su proyecto de una patria para los judíos, y prefirieron en su lugar el concepto de un Estado democrático binacional.
Hoy en día, sin embargo, las demandas de un «Estado judío» de los políticos israelíes aumentan sin considerar lo que esto pueda significar, y sus partidarios afirman que sería tan natural como calificar a Francia de Estado francés. Sin embargo, si consideramos el tema desapasionadamente, la idea de un «Estado judío» es lógica y moralmente problemática por sus implicaciones legales, religiosas, históricas y sociales. Por lo tanto hay que explicar las implicaciones del término, y estamos seguros de que una vez que se haga, la mayoría de la gente -y la mayoría de los ciudadanos israelíes, esperamos- no aceptará esas implicaciones.
Numerosas implicaciones
En primer lugar, digamos que la confusión surge de inmediato en relación con este tema porque el término «judío» puede aplicarse tanto a la antigua raza de los israelitas y sus descendientes, así como a los que creen en la religión judía y la practican. Generalmente se sobreponen, pero no siempre. Por ejemplo, algunos judíos étnicos son ateos y hay personas convertidas al judaísmo (dejando de lado el tema de si son aceptados por gente como los judíos ultra-ortodoxos) que no son judíos étnicos.
Segundo, también podemos sugerir que el hecho de que una nación Estado moderna se defina por una etnia o una religión es de por sí problemático -si no inherentemente contradictorio- porque la nación Estado moderna como tal es una institución temporal y cívica, y porque ningún Estado en el mundo es -o puede ser en la práctica- étnico o religiosamente homogéneo.
Tercero, el reconocimiento de Israel como «Estado judío» implica que Israel es, o tendría que ser, o una teocracia (si aplicamos la palabra «judío» a la religión del judaísmo) o un Estado de apartheid (si aplicamos la palabra «judío» al origen étnico judío), o ambas cosas, y en todos estos casos, Israel ya no sería una democracia, lo que precisamente ha sido el orgullo de la mayoría de los israelíes desde la fundación del país en 1948.
Cuarto, por lo menos uno de cada cinco israelíes -un 20% de la población según el Buró Central de Estadísticas de Israel- es étnicamente árabe (y en su mayoría musulmanes, cristianos, drusos o baha’ís), y el reconocimiento de Israel como «Estado judío» como tal convertiría automáticamente a un quinto de la población en extranjeros en su propia tierra nativa y abriría la puerta a que se los relegue legalmente, de un modo extremadamente antidemocrático, a ciudadanos de segunda clase (o tal vez incluso a que sean despojados de su ciudadanía y otros derechos), algo que nadie, mucho menos un dirigente palestino, tiene derecho a hacer.
Quinto, reconocer un «Estado judío» como tal en Israel significaría desde el punto de vista legal que mientras que los palestinos ya no tendrían derechos de ciudadanos, cualquier miembro de la judería mundial afuera de Israel (tal vez hasta 10 millones de personas), tendría derecho a plenos derechos de ciudadano en el país, no importa dónde se encuentre actualmente en el mundo y sin tener en cuenta su actual nacionalidad. Por cierto, Israel admite públicamente que no posee el país en beneficio de sus ciudadanos sino que lo posee para siempre, en fideicomiso, por cuenta de los judíos del mundo. Es algo que sucede en la práctica, pero que obviamente no es considerado como justo por los palestinos en los territorios ocupados -incluida Jerusalén- en especial ya que son constantemente desalojados de su patria ancestral por Israel para hacer sitio para colonos judíos extranjeros, y porque niegan el mismo derecho a retornar y vivir a los palestinos de la diáspora.
Sexto, significa que incluso antes de que comiencen las negociaciones sobre el estatuto final, los palestinos habrían renunciado a los derechos a la repatriación o a la compensación de unos 7 millones de palestinos en la diáspora; 7 millones de palestinos descendientes de los palestinos que en 1900 vivían en Palestina histórica (es decir lo que es actualmente Israel, Cisjordania incluido Jerusalén, y Gaza), que en esos días eran hasta 800.000 de sus 840.000 habitantes; y que fueron expulsados de su país por la guerra, la expulsión violenta o el miedo.
Séptimo, reconocer un «Estado judío» en Israel -un Estado que pretende anexar todo Jerusalén, Este y Oeste, y que llama a Jerusalén su «capital eterna, indivisible» (como si la ciudad, o incluso el mundo en sí, fueran eternos; como si realmente estuvieran indivisos, y como si actualmente estuvieran reconocidos por la comunidad internacional como capital de Israel), significa ignorar completamente el hecho de que Jerusalén es tan sagrada para 2.200 millones de cristianos y 1.600 millones de musulmanes, como para entre 15 y 20 millones de judíos en todo el mundo.
En otras palabras, sería privilegiar al judaísmo por sobre las religiones del cristianismo y del Islam, cuyos adherentes comprenden en conjunto un 55% de la población del mundo. Desgraciadamente se trata de una narrativa propagada incluso por el reputado autor judío y Premio Nobel Elie Wiesel, quien, el 15 de abril de 2010, colocó anuncios de página completa en The New York Times y en The Washington Post y afirmó que Jerusalén «se menciona más de seiscientas veces en la Sagrada Escritura, y ni una sola vez en el Corán! No nos proponemos hablar en nombre de los palestinos árabes cristianos nativos -excepto para decir que Jerusalén es de modo bastante obvio la ciudad de Jesucristo el Mesías- pero como musulmanes creemos que Jerusalén no es la «tercera ciudad más sagrada del Islam» como se afirma a veces, sino simplemente una de las tres ciudades sagradas del Islam. Y, por cierto, a pesar de lo que parece creer el señor Wiesel, Jerusalén ciertamente se menciona en el Sagrado Corán en Surat al-Isra’ (17:1):
«Glorificado sea Quien transportó a Su Siervo durante la noche, desde la mezquita sagrada de La Meca a la mezquita lejana de Jerusalén cuyos alrededores bendijimos, para mostrarle algunos de Nuestros signos. Él es Omnioyente, Omnividente» (al-Isra’ 17:1).
Además, si los musulmanes quisieran adoptar una narrativa similar, religiosamente exclusiva, podrían señalar que aunque Jerusalén se menciona 600 veces en la Biblia, no se menciona ni una sola vez como tal en la Torá, un hecho que cualquier concordancia bíblica confirmará fácilmente. Por cierto, sin embargo, reconocemos la importancia del país de Israel en la religión del judaísmo -incluso se menciona en el Corán, 5:21- solo pedimos que el gobierno israelí sea recíproco con esa cortesía y permita que los musulmanes hablen por sí mismos al expresar lo que consideran, y siempre han considerado, sagrado para ellos.
Existe otro motivo, más serio que los siete mencionados anteriormente, por el cual los dirigentes palestinos -y por cierto ninguna persona responsable- no pueden reconocer a Israel como «Estado judío». Tiene que ver con la Alianza de Dios en la Biblia con los antiguos israelitas sobre la promesa de una patria para los judíos. Dios dice a Abraham en la Biblia:
«En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram diciendo: A tu simiente daré esta tierra desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates; 19 Los Cineos, y los Ceneceos, y los Cedmoneos, 20 y los Hetheos, y los Pherezeos, y los Raphaitas, 21 Y los Amorrheos, y los Cananeos, y los Gergeseos, y los Jebuseos.»
Los antiguos israelitas van entonces y poseen esa tierra en los tiempos de Moisés, por comando de Dios, como sigue:
1 CUANDO Jehová tu Dios te hubiere introducido en la tierra en la cual tú has de entrar para poseerla, y hubiere echado de delante de ti muchas gentes, al Hetheo, al Gergeseo, y al Amorrheo, y al Cananeo, y al Pherezeo, y al Heveo, y al Jebuseo, siete naciones mayores y más fuertes que tú; 2 Y Jehová tu Dios las hubiere entregado delante de ti, y las hirieres, del todo las destruirás: no harás con ellos alianza, ni las tomarás á merced. (Deuteronomio 7:1-2)
1 OYE, Israel: tú estás hoy para pasar el Jordán, para entrar á poseer gentes más numerosas y más fuertes que tú, ciudades grandes y encastilladas hasta el cielo, 2 Un pueblo grande y alto, hijos de gigantes, de los cuales tienes tú conocimiento, y has oído decir: ¿Quién se sostendrá delante de los hijos del gigante? 3 Sabe, pues, hoy que Jehová tu Dios es el que pasa delante de ti, fuego consumidor, que los destruirá y humillará delante de ti: y tú los echarás, y los destruirás luego, como Jehová te ha dicho. 4 No discurras en tu corazón cuando Jehová tu Dios los habrá echado de delante de ti, diciendo: Por mi justicia me ha metido Jehová á poseer esta tierra; pues por la impiedad de estas gentes Jehová las echa de delante de ti. (Deuteronomio, 9:1-4;)
La suerte de muchos de los habitantes originales es entonces la siguiente:
21 Y destruyeron todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, mozos y viejos, hasta los bueyes, y ovejas, y asnos, á filo de espada. (Josué, 6:21;)
Y esto continúa aún más tarde en el tiempo, como sigue:
1 Y SAMUEL dijo a Saúl: Jehová me envió a que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel: oye pues la voz de las palabras de Jehová. 2 Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Acuérdome de lo que hizo Amalec a Israel; que se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto. 3 Ve pues, y hiere a Amalec, y destruiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él: mata hombres y mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos. (1 Samuel, 15:1-3;)
Por cierto es muy fácil escoger a gusto citas de la Sagrada Escritura que permiten u ordenan violencia. Uno podría citar, fuera de contexto, versos como el «verso de la espada en el Sagrado Corán:
Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, matad a los paganos dondequiera que les encontréis. ¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes! Pero si se arrepienten, hacen la oración y dan el zakat, entonces ¡dejadles en paz! Dios es indulgente, misericordioso (At-Tawba 9:5).
Uno incluso podría citar versos -de nuevo fuera de contexto- de las propias palabras de Jesucristo en los Evangelios, como sigue:
«Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá y decapitadlos delante de mí». (Lucas, 19:27;)
«34. No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.» (Mateo, 10:34;)
¿Democracia o Estado judío?
A pesar de todo, sigue siendo verdad que en el Antiguo Testamento Dios ordena que el Estado judío en la tierra de Israel surja a través de la guerra y del desposeimiento violento de los habitantes originales. Además, esta orden tiene sus raíces en la Alianza de Dios con Abraham (o más bien «Abram» en esa época) en la Biblia y por lo tanto forma uno de los dogmas cruciales del judaísmo como tal, por lo menos como lo comprendemos. Nadie puede culpar a los palestinos y a los descendientes de los antiguos cananeos, jebuseos y otros que habitaban el país antes que los antiguos cananeos (como lo muestra la propia Biblia) por un poco de inquietud respecto a lo que el reconocimiento de Israel como «Estado judío» significa para ellos, en particular para ciertos judíos ortodoxos y ultraortodoxos. Nadie puede culpar a los palestinos por preguntar si el reconocimiento de Israel como «Estado judío» significa reconocer la legitimidad de la guerra ofensiva contra ellos por parte de Israel para arrebatarles lo que queda de Palestina.
No hace falta decir que esto ocurre con un trasfondo en el cual el movimiento de colonos israelíes se apodera cada día de más tierras en Cisjordania y Jerusalén (actualmente hay 500.000 colonos judíos solo en Cisjordania) -ayudados, instigados y empoderados por el actual gobierno israelí- y expulsa u obliga a irse a más y más palestinos, de tantas maneras diferentes que necesitaríamos volúmenes para describirlas. Además, hay informes creíbles de que a pesar del acuerdo casi universal en los textos rabínicos a través de los tiempos de que a pesar de que el comando divino de matar a los amalecitas fue un incidente histórico único y aislado que se aplicaba solo a la raza de los antiguos amalecitas, existe ahora, en ciertas escuelas religiosas en Israel, gente que establece paralelos entre los palestinos de la actualidad y los antiguos amalecitas y sus semejantes (era aparentemente la opinión del rabino Mordechai Eliyahu, ex rabino jefe de Israel; vea también, por ejemplo el artículo de Shulamit Aloni ‘Murder Under the Cover of Righteousness’, CounterPunch, 8-9 de marzo de 2003).
En breve, el reconocimiento de Israel como «Estado judío» en Israel no es lo mismo que, digamos, el reconocimiento actual de Grecia como «Estado cristiano». Involucra en el propio Antiguo Testamento una Alianza entre Dios y un Pueblo Elegido respecto a una Tierra Prometida que debería tomarse por la fuerza a costa de otros habitantes del país y de no judíos. Esa idea no se encuentra en otras religiones que conocemos. Además, incluso voces seculares y progresistas de Israel, como el ex presidente de la Corte Suprema, Aharon Barak, comprenden el concepto de un «Estado judío» como sigue:
«El Estado judío es el Estado del pueblo judío… es un Estado al cual todo judío tiene derecho a retornar… un Estado judío deriva sus valores de su patrimonio religioso, la Biblia es el libro básico de sus libros y los profetas de Israel constituyen la base de su moralidad… un Estado judío es un Estado en el cual los valores de Israel, la Torá, el patrimonio judío y los valores de la halachá judía [ley religiosa] son las bases de sus valores.» (‘A State in Emergency’, Ha’aretz, 19 de junio de 2005.)
Por lo tanto, en lugar de exigir que los palestinos reconozcan a Israel como «Estado judío» -agregando «más allá del chutzpah [descaro, N. del T.] el insulto y la injuria- presentamos la sugerencia de que los dirigentes israelíes reconozcan a Israel (propiamente) como un Estado civil, democrático y pluralista en el cual la religión oficial es el judaísmo, y cuya mayoría es judía. Muchos Estados (incluidos los vecinos de Israel Jordania y Egipto, y países como Grecia) tienen su religión oficial como el cristianismo o el Islam (pero otorgan igualdad de derechos civiles a todos los ciudadanos) y no existen motivos por los cuales los judíos israelíes no quisieran que la religión de su Estado sea oficialmente judía. Es una demanda razonable, y podría calmar los temores de los israelíes judíos de convertirse en una minoría en Israel, y al mismo tiempo no provocaría entre los palestinos y árabes el temor de que los somentan a una limpieza étnica en Palestina. La demanda de reconocimiento del judaísmo como religión oficial de Israel, en lugar del reconocimiento de Israel como «Estado judío», también significaría que Israel siga siendo una democracia.
Sari Nusseibeh es profesor de filosofía en la Universidad Al-Quds en Jerusalén.
Fuente: http://english.aljazeera.net/
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