«Se debería poder comprender que en las cosas no existe la esperanza y, sin embargo, hay que estar decidido a cambiarlas…« Francis Scott Fitzgerald Habrá sido precisa la caída de Alepo para que unos miles de franceses manifiesten, en el frío mes de diciembre, en París y en provincias, su apoyo al pueblo sirio. Hasta […]
«Se debería poder comprender que en las cosas no existe la esperanza y, sin embargo, hay que estar decidido a cambiarlas…«
Francis Scott Fitzgerald
Habrá sido precisa la caída de Alepo para que unos miles de franceses manifiesten, en el frío mes de diciembre, en París y en provincias, su apoyo al pueblo sirio. Hasta entonces y desde hace varios años, las concentraciones de solidaridad habían sido muy escasas…
Y sin embargo Siria constituía, a priori, una de esas causas que, de ordinario, movilizan a la parte de la ciudadanía francesa más sensible a las luchas de los pueblos. Una revolución popular masiva y pacífica. Una represión sangrienta. Un lento descenso a los infiernos de la guerra civil. Injerencias extranjeras en serie: milicias de Hezbolá, pasdarans iraníes, aviones rusos, sin olvidar los yihadistas y sus banqueros…
Y el balance es conocido: más de 350 000 muertos en varias ciudades, entre ellas Alepo, tras meses de bombardeos intensivos. Y 11 millones de desplazados. Un récord absoluto: cerca de la mitad de la población siria ha tenido que abandonar sus hogares, de ellas la mitad se ha refugiado en el extranjero…
Voy a intentar analizar brevemente los principales bloqueos -no hablo aquí de políticos profesionales, de sus partidos y de los medios, sino de la opinión pública- que nos han entorpecido y nos entorpecen aún en la movilización en favor del pueblo sirio.
El primer factor es evidentemente el agotamiento del movimiento de solidaridad en general. Palestina sabe algo de esto, aunque siga siendo la causa más movilizadora en Francia. Pero sufre por su marginación en la escena regional e internacional así como por el recrudecimiento de la propaganda israelí, asumida en Francia por el poder que ha llegado a criminalizar la campaña BDS. Decenas de miles de hombres y de mujeres han salvado el honor de nuestro país tomando directamente en manos la acogida de los refugiados, pero por estos «justos», ¿cuántos «injustos» sumados al consenso xenófobo? ¿Y qué decir de los yemenitas? ¿Y de los saharauis? ¿Y de los kurdos de Turquía? ¿Y de los darfuríes?
El segundo factor, es la complejidad de los acontecimientos de Siria. Todo comenzó como en las demás «revoluciones árabes»: un pueblo que se levanta pacíficamente contra la dictadura que le oprime desde hace decenios para poder continuar robando el país. Salvo que Bachar Al Assad, contrariamente a Ben Ali y a Mubarak no está decidido a irse. Hace lo único que sabe hacer, y hacer bien: reprimir sangrientamente a los rebeldes, disparar a la masa con balas reales, torturar sistemáticamente a los presos antes de ejecutarles sin proceso, hacer así reinar su orden. A fuerza de sufrir lo peor, una parte de la oposición opta por la lucha armada. Y, progresivamente, islamistas de todo tipo han ocupado la revolución, con el apoyo de Arabia saudita y de los Emiratos del Golfo. Al final ha aparecido el Estado Islámico (EI), nacido de la persecución a los sunitas iraquíes por el nuevo gobierno chiíta instalado por el ocupante americano. Esta militarización de la Resistencia y la amenaza yihadista han desviado a muchos demócratas de la solidaridad con el pueblo sirio, en el contexto obsesivo de la lucha contra el terrorismo. Entre quienes han llegado incluso a rechazar la condena al bombardeo de Alepo, la mayor parte invocaba este argumento.
El tercer factor, es el desconocimiento de la historia del baasismo en Irak y en Siria, y en particular el carácter autoritario y depredador de esos poderes. El discurso nacionalista y, desde ciertos puntos de vista, socialista de los dirigentes baasistas, las conquistas sociales de sus primeros años en el poder, su rechazo a pactos con los occidentales y -sobre todo- su alianza con la Unión Soviética cegaron durante mucho tiempo a la opinión pública internacional. Y, sin embargo, tras la fachada progresista, estos regímenes cambiaron rápidamente de naturaleza. Las burguesías nacionales vieron en ellos un instrumento para retomar y ampliar el pillaje tanto de Irak como de Siria, al precio de una radicalización de su carácter dictatorial. De año en año, el poder real se ha convertido, tras la ficción de una alianza, en el poder exclusivo del partido Baas, apoyado en los Mujabarat, servicios represivos subordinados solo al dirigente supremo. La represión de las minorías y de los opositores, el encarcelamiento sin juicio, la tortura generalizada se volvieron algo cotidiano de los dos países mártires. ¿Hay que recordar que durante todos esos decenios, el EI, justificación última del horror, no existía?
La realidad, es que el nacionalismo árabe, laico y socialista está desaparecido desde hace mucho. Los regímenes de Saddam ayer o de Assad hoy no tienen ya ninguna relación con los de los años 1960-1970. La política progresista fue reemplazada por una política neoliberal, marcada por las desnacionalizaciones. Verdaderas mafias de carácter clánico dominan y saquean Irak y Siria. Y la dimensión laica de esos regímenes se ha reducido hasta el punto de no ser más que una fachada para occidentales de paso. Saddam Hussein hacía cada vez más referencia al islam en los últimos años de su dictadura. Y Bachar al-Assad instrumentaliza a las minorías como un recurso político. Hubo fundamentalmente una ruptura en los años 1980. Extrañamente, algunos parecen ignorarlo.
El cuarto factor, es la falsa imagen de un régimen presuntamente antiimperialista. El ejemplo de la acción siria en la cuestión palestina es sin embargo luminoso. Hafez al-Assad comienza, se olvida a menudo, por abandonar a los palestinos a la represión del rey Hussein de Jordania durante el Septiembre negro: ministro de Defensa, retira las tres brigadas de blindados sirios que habían penetrado en Jordania en socorro de la OLP y sufrido eficaces ataques jordanos. Se convierte no obstante en presidente tras un golpe de Estado y, tres años más tarde, dirige el combate -en vano- para liberar el Golan de la ocupación israelí. Este será el último: el ejército sirio no ha disparado un tiro contra Israel ¡en 44 años!. Ciertamente, en 1976, envía sus tropas a Líbano, pero es para salvar al poder falangista: esta intervención comienza por la masacre del campo palestino de Tall al-Zaatar. Durante años, el ejército sirio defiende las posiciones cristianas, a cambio de lo cual puede extender su dominio sobre Líbano. Y, en 1982, durante la invasión israelí, no le opone ninguna resistencia. Peor: en 1983, organiza el asalto contra Yasser Arafat asediado en Trípoli. ¿Quién dice antiimperialista?
El quinto factor es la confusión entre Rusia y la URSS: visiblemente, algunos defensores del régimen de Bachar al-Assad creen encontrar una continuidad entre las dos. Esta filiación es una fantasía. El régimen ruso no tiene ya nada que ver con el régimen soviético; se basa ya en tres pilares: los servicios secretos, los oligarcas y la Iglesia ortodoxa. Si Vladimir Putin ha tenido el mérito de reconstruir un estado que Boris Yeltsin había destruido, ha fracaso en darle los medios para una política capaz de responder a las necesidades y a las aspiraciones populares. Rusia depende más que nunca de sus exportaciones de petróleo y de gas, que sufren las consecuencias de precios internacionales aún bajos. Sin contar las consecuencias de las sanciones occidentales consecutivas al comportamiento ruso en Ucrania. Por ello, las aventuras de Moscú en Ucrania y en Siria cuestan muy caras al pueblo ruso. Ahora bien, suponiendo que la URSS haya actuado en el plano internacional para defender las causas justas, lo que no es por supuesto más que parcialmente cierto, Vladimir Putin no defiende ya ni esas causas, ni los valores que las inspiraban. Solo defiende los intereses de Moscú, al menos los que él considera como tales. Pues hay una gran distancia entre los verdaderos intereses de Rusia y la forma en que el grupo dirigente los concibe.
Añadamos, sobre este tema, una explicación suplementaria sobre el vigor de la propaganda rusa. Se ha vuelto banal subrayar el papel -efectivamente creciente- de páginas web como RT o Sputnik. Pero pienso también en los vectores tradicionales. Un ejemplo: la noche consagrada a Vladimir Putin por France 2 (TV francesa) el pasado 15 de diciembre. De la emisión «Un jour, un destin» (Un día, un destinio) de Laurent Delahousse, no había nada que decir, como de costumbre. Pero era seguida por un documental no banal: «Putin, el nuevo Imperio» se presentaba como un verdadero himno al poderoso jefe del Kremlin -una hagiografía digna de Corea del Norte…
Estos son algunos de los factores que explican, en mi opinión, la confusión que reina en la opinión pública sobre la situación en Siria. Una vez más, el desconocimiento del pasado contribuye a hacer ilegible el presente…
Dominique Vidal es colaborador de Le Monde Diplomatique. Acaba de publicar L´État du monde 2017: Qui gouverne le monde? dirigido con Bertrand Badie (La Découverte). Anteriormente, había coordinado Palestine: le jeu des puissants (Sindbad Actes Sud) y editado Ma vie pour le judéo-espagnol. Entretien Haïm Vidal Sephiha (Le Bord de l´eau). El presente texto es una intervención de Dominique Vidal en una reunión organizada el 24/03/2017 por la Association Souria Houria, sobre el tema «la izquierda francesa y la cuestión siria».
Traducción: Viento Sur
Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article12606#sthash.e1f40x0z.dpuf