El 10 de abril el patriarca greco-católico, Monseñor Gregorio III Laham, afirmaba que «la discordia en Siria ha venido del exterior mientras que todo el mundo vivía en paz». En Occidente, los adeptos de las teorías conspiracionistas y los «anti-imperialistas» evocan igualmente una intervención oculta de agentes extranjeros para explicar la revolución siria. Haciendo tales […]
El 10 de abril el patriarca greco-católico, Monseñor Gregorio III Laham, afirmaba que «la discordia en Siria ha venido del exterior mientras que todo el mundo vivía en paz». En Occidente, los adeptos de las teorías conspiracionistas y los «anti-imperialistas» evocan igualmente una intervención oculta de agentes extranjeros para explicar la revolución siria. Haciendo tales afirmaciones, todos ellos olvidan – voluntaria o involuntariamente – el calvario y la represión a los que han sido sometidos los ciudadanos sirios – musulmanes, cristianos, árabes, kurdos, armenios,… – durante los últimos 49 años. Contrariamente a aquellos que creen en una confabulación estadounidense o israelí para atacar Irán y desestabilizar el «eje chiita», a aquellos que han decidido erróneamente que el pueblo sirio es incapaz de tomar las riendas de su propio destino, las verdaderas causas de la revolución siria deben buscarse en la misma historia de dicho país.
La falta de libertades políticas
El juego político sirio ha estado dominado por un único partido desde 1963, año en el que partido Baaz toma por la fuerza el poder. Como en el Egipto de Mubarak, en la Siria baazista no hay elecciones presidenciales sino referéndums amañados a través de los cuales la población expresa «la renovación de su confianza» en el líder. Tampoco hay partidos de oposición libres y autónomos que puedan participar en el juego político. Los pocos partidos nacionalistas o de izquierdas tolerados por las autoridades se vieron desacreditados en el momento mismo en que aceptaron posicionarse bajo la tutela del partido Baaz por medio del Frente Nacional Progresista, que demostraba supuestamente la pluralidad del sistema político. Han sido cinco décadas de ausencia de confrontación política y de encuadramiento de todos y cada uno de los sectores de la sociedad a través de los organismos populares baazistas (sindicatos, uniones, ligas, organizaciones populares, scouts, etc.). Dicha falta de libertades políticas ha creado un alto nivel de frustración en el seno de la población; frustración que, en el marco de la «primavera árabe», se ha transformado, primero, en protesta y, más tarde, en sublevación. No, la revolución siria no es el fruto del imperialismo, el sionismo o al-Qaeda; es el fruto de la búsqueda de la libertad.
El empobrecimiento de la población frente al aumento de la corrupción
El fuerte crecimiento demográfico de la población siria (3.26% entre 2005 y 2010) combinado con un fenómeno de paro endémico, un incremento importante de la economía sumergida y del sector de trabajo informal, y un reparto cada vez más desigual de las riquezas ha desembocado en los últimos años en una grave precariedad social y en un empobrecimiento gradual de la población (de 30.01% en 2004 a 33.6% en 2007), a pesar del crecimiento continuo del PIB. Paralelamente, un importante fenómeno de corrupción, tanto en las altas esferas como a nivel de los funcionarios de base y de las prácticas cotidianas, se ha extendido visiblemente durante la presidencia de Bachar al-Assad. En este sentido, en el año 2008 la ONG Transparency International clasificaba a Siria en el puesto 150 de su Índice de Percepción de la Corrupción, que incluye un total de 180 países. Todo ello explica que Rami Makhlouf – primo carnal del presidente al-Assad, mayor empresario sirio y máximo representante de dicho fenómeno de corrupción – fuera el principal objeto de las primeras protestas del mes de marzo del año pasado. No, la revolución siria no es el fruto del imperialismo, el sionismo o al-Qaeda; es el fruto de la búsqueda de la igualdad y la justicia social.
El miedo y la humillación
Durante décadas, los sirios han sido sometidos a las arbitrariedades de sus dirigentes. Cualquiera que haya vivido en Siria habrá podido experimentar el miedo y la humillación que, antes del estallido de la «primavera árabe», provocaban y ejercían diariamente los servicios de inteligencia, los temidos moukhabarat, en el seno de la población. Dichos servicios han actuado impunemente durante décadas sin tener que rendir cuentas a la justicia de su país. El pillaje, los sobornos, la extorsión, el terror, las palizas, los asesinatos,… forman parte de sus prerrogativas más conocidas. Y fue precisamente esa humillación, cruel y salvaje, la que provocó un estallido popular en la ciudad de Daraa y la que encendió la mecha de la revolución. ¿Cómo reaccionar sino manifestándose cuando, habiendo ido a preguntar sobre la suerte de tus hijos adolescentes detenidos, te responden diciendo que les olvides y que les sustituyas trayendo nuevos hijos al mundo? No, la revolución siria no es el fruto del imperialismo, el sionismo o al-Qaeda; es el fruto de la búsqueda de la dignidad.
La defección de los ciudadanos con respecto al proyecto de desarrollo baazista.
En los últimos diez años e l desencanto y la desilusión frente al proyecto de desarrollo y de modernización promovido por el Estado sirio en los años 60 y 70 – proyecto que históricamente había constituido una de las principales fuentes de legitimación del régimen baazista – han aumentado fuertemente. Dicho desencanto ha sido en gran medida provocado por el impacto negativo del proceso de liberalización económica iniciado hace diez años y por la lógica de supresión gradual de las subvenciones a los productos básicos; estrategias muy impopulares tanto en el seno de las clases sociales más desfavorecidas como en las filas baazistas. De este modo, el antiguo pacto social que el régimen y la sociedad habían concluido tácitamente a partir de los años 60 – pacto por el que, a cambio de desarrollo, de justicia social y de bienestar, el partido Baaz había impuesto su hegemonía política – se ha roto. Y a medida que el Estado se ha ido alejando de su rol protector, el régimen ha ido descreditándose a ojos de la población. No, la revolución siria no es el fruto del imperialismo, el sionismo o al-Qaeda; es el fruto de la búsqueda de un nuevo proyecto de sociedad.
He aquí por qué luchan los sirios. Sólo el conjunto de estos cuatro factores nos puede permitir entender la determinación del pueblo sirio en su desigual combate contra el régimen de los Assad. «Más vale la muerte que la humillación» (al-Mawt wa la al-Madhala) cantaron los manifestantes al inicio de la intifada. Hoy en día, un año más tarde, la alternativa a morir luchando ya no es la humillación, sino la misma muerte a manos del régimen. He aquí por qué luchan y seguirán luchando los sirios.
Laura Ruiz de Elviraes Doctoranda en Ciencias Políticas en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París y en la Universidad Autónoma de Madrid e investigadora asociada en el Instituto Francés de Oriente Próximo en Damasco.
Publicado originalmente en http://ethic.es/2012/04/%C2%
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