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¿Por qué odian a Gilad Atzmon?

Fuentes: www.veteranstoday.com

Traducido para Rebelión por LB

Gilad Atzmon es una de las personas más dulces, divertidas, encantadoras y agradables que he conocido.

Es también uno de los mejores saxofonistas del mundo. La música de Gilad no sólo es hermosa, sino también inusualmente accesible para ser una música de su nivel.

Su escritura, que incluye dos novelas, un libro de no ficción e innumerables ensayos, se basa en los ideales humanistas más elevados, en una risa revigorizante y en una incontenible alegría de vivir.

En resumen, resulta escandalosamente fácil sentir simpatía por Gilad.

Entonces, ¿por qué lo odian tanto?

¿Por qué hay tantos piqueteros que protestan contra sus apariciones? ¿Por qué arrojan sobre su persona tamaña cantidad de calumnias tan crueles y mendaces? ¿A qué se debe este esfuerzo organizado por transformar a este espíritu suave y amoroso en una especie de demente nazi?

Sus detractores dicen que su escritura invita a ello. Pero se equivocan. La prueba es que la brigada anti-Atzmon se ve obligada a recurrir a mentiras (o, dicho caritativamente, a distorsiones gratuitas) para hacer que Atzmon quede en mal lugar.

Debe de haber alguna razón más profunda que explique el odio que le profesan.

Tal vez sea porque es un poderosísimo símbolo – y un argumento a favor – del fin del sionismo.

Gilad Atzmon se crió en Israel en el seno de una familia judía que contaba entre sus miembros con supervivientes del Holocausto. Cuando era un adolescente se enamoró del jazz, por lo que cuando le llegó el momento de servir en el ejército israelí se integró en una banda militar. Durante su servicio militar Gilad despertó a los horrores del sionismo y a la brutalidad con que éste trataba a los palestinos. Poco después de dejar el ejército israelí abandonó también Israel, a donde no ha vuelto jamás.

Ahora, afincado en Londres, Gilad Atzmon está considerado como uno de los músicos de jazz más importantes de Europa, así como, cada vez más, como su principal vocero antisionista ex-israelí. Ha publicado dos exitosas novelas, y su nuevo libro, The Wandering Who?, ha sufrido virulentos ataques, campañas de difamación y boicots por parte de sionistas como Alan Dershowitz, al tiempo que se está convirtiendo en un éxito de ventas en todo el mundo.

En todo esto Gilad Atzmon representa la personificación misma de una historia de éxito antisionista. Su producción creativa, tanto musical como verbal, desafía las fronteras arbitrarias y celebra la libertad (el jazz, la forma de arte más grande jamás producida por América, es básicamente una celebración de libertad musical alumbrada por antiguos esclavos afroamericanos).

Al día de hoy cada vez más israelíes hacen cola para obtener un segundo pasaporte y se preguntan: «¿Hay vida después del sionismo?». Gilad Atzmon es un ejemplo perfecto, con un montón de argumentos de apoyo, de cómo los ex-sionistas israelíes pueden liberarse de los grilletes de una ideología e identidad brutales, abusivas y condenadas en última instancia.

Ésa es, pues, la razón por la que lo odian. Gilad Atzmon es la encarnación andante, parlante y saxofonosoplante de la alegría de la vida después del sionismo.

La mayoría de las personas que odian a Gilad son sionistas radicales; todos ellos (incluido el puñado de farsantes «pro-palestinos») son prisioneros de la ideología sionista. Han sido entrenados para apilar montañas de odio sobre cualquier persona que cruce la única y verdadera línea significativa de todo el debate palestino-israelí: la línea que separa a aquellos que apoyan o aceptan la existencia de un «Estado judío» en Palestina de aquellos que no lo hacemos.

Como Norman Finkelstein señaló inadvertidamente, Israel – a pesar de su horripilante historial en materia de derechos humanos – no va a cambiar por la acción de gente concentrada en [denunciar] efímeros abusos contra los derechos humanos. Los sionistas (como Finkelstein) simplemente responderán: «En todas partes se han perpetrado y se perpetran abusos contra los derechos humanos igual de malos, así que cualquiera que centre su mirada en las violaciones de los derechos humanos realizados por Israel es necesariamente un antisemita». (La mayoría de los asesinos no salen de rositas argumentando ante el juez que otra persona ha cometido un crimen tan execrable como el suyo, pero dejemos ese matiz).

Chris Hedges podría responder a Finkelstein que en ningún otro lugar del mundo los francotiradores del ejército atraen a los niños a su campo de tiro y los acribillan por pura diversión; y el British Medical Journal podría añadir que los más de 600 niños muertos a causa de esa modalidad de tiro deportivo durante el intervalo que examinaron, y que básicamente fueron cazados y asesinados para diversión de los soldados del ejército israelí en el marco de lo que es de facto una política nacional, murieron a causa de un tipo específico y terrible de violación de derechos humanos que jamás se ha visto en ningún otro lugar. Sin embargo, esos sucesos serán enterrados por los medios de comunicación dominados por los sionistas y no importará lo terrible que sean los abusos porque siempre se podrán hallar ejemplos de conducta inhumana lo suficientemente repugnantes en otros tiempos y lugares para relativizar las atrocidades israelíes.

Sólo hay un argumento que los sionistas no pueden ganar: la cuestión de si debe existir un «Estado judío» en Palestina.

Los defensores de esta extraña noción están obligados a sostener que es algo perfectamente correcto que un grupo étnico-religioso invada y ocupe la tierra de otro grupo en una distante región del mundo en base a la antigua mitología del grupo agresor. Y que es perfectamente correcto que el grupo agresor despoje y destruya a los habitantes de esa tierra y cree un específico sistema de apartheid étnico en el que los invasores son ciudadanos de primera clase mientras que las víctimas son, o bien ciudadanos de segunda clase, o exiliados permanentes de su patria.

Para defender el sionismo uno debería también reconocer a los celtas de América (como yo) el derecho de invadir, ocupar y construir un «Estado Celta» en el Báltico, en el oeste de Francia, o dondequiera que nuestra mitología diga que está nuestro lugar de origen. Habría que permitir a los musulmanes de Andalucía (otra categoría étnico-religiosa con la que me identifico) que invadan, ocupen y limpien étnicamente España. Habría que permitir a los protestantes, cuya mitología les cuenta que los verdaderos cristianos son ellos, que invadan y ocupen el Vaticano – y, ya puestos, Palestina. Habría que permitir a la práctica totalidad de los 3.000 grupos étnicos de la tierra que invadan, ocupen y limpien étnicamente cualquier rincón del planeta susceptible de ser reclamado como su «antigua patria».

Obviamente, todos y cada uno de los proyectos del género «invadir-y-ocupar-nuestra-antigua-patria-mitológica» son igualmente indefendibles y desquiciados.

El sionismo es una locura genocida.

Hay que ponerle fin.

No a un Estado judío en la Palestina ocupada.

Punto.

Ésa es la línea roja. Ésa es la línea que todos los sionistas, desde los derechistas como Netanyahu hasta los izquierdistas como Chomsky y Finkelstein y Amy Goodman y Matt Rothschild y Michael Lerner y Kall Rob y Chip Berlet y el resto de los cientos de guardianes sionistas que dominan tanto los medios de comunicación «alternativos» como los dominantes no quieren que cruces. Esas son las líneas de demarcación política que ha trazado la policía del pensamiento sionista y por cuya preservación trabajan a destajo.

Porque si formulas esa única y sencilla pregunta («¿El proyecto sionista y la ‘nación’ israelí son legítimos en absoluto?») todo el edificio se viene abajo.

Ésa es la verdadera razón por la que los sionistas quieren atacar con bombas atómicas a Irán. El gobierno iraní es el único gobierno de Oriente Medio que mantiene como política oficial exactamente la misma posición que sostiene la gran mayoría de la población de Oriente Medio: la entidad sionista en la Palestina ocupada no es y nunca será legítima, y debe terminar – a ser posible por medios no violentos – tan pronto como sea posible.

Y es por eso por lo que los sionistas están cada vez más histéricos en sus denuncias contra los «deslegitimadores» (¿Cómo se puede deslegitimar algo que nunca ha sido legítimo?).

Y es por eso que como un enjambre revolotean llenos de odio sobre Jenny Tonge, quien ha señalado acertadamente que Israel no durará eternamente.

Y es por eso que odian a Gilad Atzmon. No sólo Gilad es abiertamente antisionista y, por consiguiente, pone en evidencia a los farsantes «peacenik sionistas», sino que es valiente en su análisis sobre el modo como la política de identidad judía fomenta la ilusión de que los judíos son un «pueblo excepcional» al que debería permitírsele hacer en Palestina cosas que a ningún otro grupo étnico/religioso jamás se le permitiría hacer a su antigua patria mitológica allende los mares.

Peor aún: el tipo que expresa estos puntos de vista tabú pero obviamente correctos y que como ex-israelí antisionista nos ofrece un ejemplo tan hermoso, es un hombre del Renacimiento enérgico y fabulosamente dotado, un músico y escritor excepcional y un fascinante orador público. Eso debe de sacar a los sionistas literalmente de quicio.

No es de extrañar que odien a Gilad Atzmon.

Tal vez algún día, cuando se cansen de odiar, abandonen su sionismo (en sí mismo una ideología de odio, comenzando por el auto-odio) y abracen el amor, la alegría y la liberación que tan brillantemente encarna Gilad Atzmon.

 

 

 

Fuente original: http://www.veteranstoday.com/2012/03/08/why-hate-gilad-atzmon/