El Secretario de Estado John Kerry está haciendo un esfuerzo supremo para reanudar las negociaciones de paz entre Israel y Palestina. Muchas personas bien intencionadas y muy inteligentes, de todo el mundo, se han involucrado de una manera u otra en la cuestión palestino-israelí, y muchas de esas personas tienen experiencia práctica en la resolución […]
El Secretario de Estado John Kerry está haciendo un esfuerzo supremo para reanudar las negociaciones de paz entre Israel y Palestina. Muchas personas bien intencionadas y muy inteligentes, de todo el mundo, se han involucrado de una manera u otra en la cuestión palestino-israelí, y muchas de esas personas tienen experiencia práctica en la resolución de otros conflictos mundiales de larga data, como los de Irlanda, Sudáfrica, o los derechos civiles en Estados Unidos. Aunque siempre hay mucho que aprender de otras experiencias internacionales, el caso de Palestina es diferente, y a menos que Kerry reconozca esto, todos los esfuerzos y los millones de dólares que se han invertido en este conflicto serán en vano, al igual que estas últimas gestiones relámpago de EE.UU.
Hay tres cuestiones cruciales para entender este conflicto, y son: la culpa histórica, la responsabilidad colonial y la «relación especial» de EE.UU. con Israel.
Las actuales potencias mundiales tienen una enorme dosis de culpa histórica, no sólo -como popularmente se cree- por el anti-semitismo que sus antepasados practicaron contra los judíos. Esto fue muy real durante los siglos XIX y XX -y los anteriores también- y fue rampante sobre todo en países blancos y cristianos como Alemania, Polonia, Francia, Austria; y sí, también en EE.UU.
Pero estos países también deberían entender su responsabilidad histórica por hacer pagar a los palestinos y palestinas por los crímenes de Europa y EE.UU. Su culpabilidad hacia los judíos ha obnubilado su objetividad y sesgado su capacidad para ver las acciones de Israel por lo que han sido y siguen siendo: crímenes contra la humanidad.
Mucho antes del Holocausto, la ideología política del sionismo trazó el camino hacia la limpieza étnica de los habitantes árabes musulmanes y cristianos nativos de Palestina, con el objetivo de crear lo que se definió como «un Estado judío». Esta colosal injusticia histórica de despojar a la población palestina autóctonaya no es asunto de discusión: incluso los historiadores israelíes han documentado meticulosamente este hecho.
Más aún: muchas de esas mismas potencias mundiales, encabezadas por EE.UU., nacieron como resultado de una historia colonial que desplazó a poblaciones indígenas. Como tales, estos poderes ven el proyecto sionista muy similar al suyo, y les resulta difícil pedirle cuentas a Israel por temor a que eso pueda volverse un boomerang sobre ellos.
Por lo tanto, en lugar de ver la cuestión palestino-israelí como lo que realmente es, colonialismo en curso, estos poderes prefieren formularlo como un conflicto en el que ambas partes tienen narrativas igualmente válidas y antagónicas, lo que requiere una partición del territorio. Y mientras se mantengan fijos en este paradigma obsoleto de la partición, no podrán ofrecer ninguna explicación de por qué sus gobiernos permitieron que los hechos consumados creados por Israel hayan hecho que hoy esa solución sea inviable.
Desde el titular del New York Times del 14 de mayo de 1948:»Los sionistas proclaman el nuevo estado de Israel», EE.UU. ha tomado partido en este conflicto: armando, financiando, dando cobertura diplomática y planeando política y militarmente con Israel la decisión (siempre camuflada de eufemismos) de limpiar étnicamente a Palestina.
Israel trabajó duro para cimentar el apoyo de EE.UU. Los líderes israelíes entendieron muy bien las debilidades inherentes a un sistema político abierto, y por eso no tardaron en crear un lobby pro-Israel que transformó lo que se supone que es un asunto de relaciones exteriores en un tema de política interna de EE.UU. Esa domesticación de la escena política de EE.UU. por parte de Israel -por cortesía de sus apoderados en EE.UU.- está viva y fuerte en la actualidad; no hay más que preguntarle al recién designado Secretario de Defensa Chuck Hagel.
El presidente Barack Obama personifica esta realidad. Durante su reciente viaje a Israel visitó el Museo del Holocausto para declarar que la existencia y seguridad futuras de Israel como un «Estado judío fuerte» garantizarán que nunca habrá otro holocausto.
¿Qué quiso decir? ¿Quiso dar a entender que si Israel dejara de existir como «Estado judío» (al igual que otros estados con fundamento de base racial, como EE.UU. antes de la Guerra Civil o Sudáfrica durante el apartheid) los judíos en Nueva York, Chicago y Los Ángeles serían masacrados? (!).
Para colmo de males, Obama le hizo un enorme favor a la derecha israelí al salirse del protocolo oficial para ir a colocar una ofrenda floral en la tumba de Theodor Herzl, el fundador de la ideología política sionista.
A través de sus acciones, de forma intencional o no, Obama legitimó el ‘derecho’ a un estado judío en Palestina, ignorando así al pueblo indígena árabe de Palestina -incluyendo a cristianos, musulmanes e incluso algunos judíos- sobre cuyas ruinas fue construido el Estado de Israel. Los palestinos y palestinas todavía están luchando por sobrevivir de cara a una campaña de limpieza étnica que comenzó hace más de 65 años y todavía sigue en curso.
En efecto, Palestina es diferente, realmente diferente. Todavía está pendiente abordar con seriedad una cuestión mucho más básica y relevante que la partición artificial del territorio: ¿Israel va a ser un Estado para todos sus ciudadanos -judíos y no judíos- o no? La respuesta a esta pregunta apunta al centro del proyecto racial sionista y abre el camino hacia una reconciliación histórica y hacia el regreso de las y los refugiados palestinos a lo que hoy se llama Israel.
* Sam Bahour es un consultor de negocios palestino-estadounidense nacido en Youngstown, Ohio, que vive en la ciudad palestina de Al-Bireh, en Cisjordania. Con frecuencia ofrece comentarios independientes sobre Palestina y es asesor político de Al-Shabaka. Es co-autor de HOMELAND: Oral Histories of Palestine and Palestinians(1994) y bloguea en: www.epalestine.com.
Traducción: MaríaLandi