La misma secretario de estado Rice ha admitido que la diplomacia de intermediación que ha puesto en práctica en Oriente Medio carece de grandes ideas; lo que pretende es progresar paso a paso. Esta estrategia, la de avanzar paso a paso, no es la acertada para resolver el conflicto palestino. Fracasó en el pasado y […]
La misma secretario de estado Rice ha admitido que la diplomacia de intermediación que ha puesto en práctica en Oriente Medio carece de grandes ideas; lo que pretende es progresar paso a paso. Esta estrategia, la de avanzar paso a paso, no es la acertada para resolver el conflicto palestino. Fracasó en el pasado y volverá a fracasar.
El método de Rice se basa en la idea de que, si se consigue un nivel suficiente de confianza entre las partes, será posible establecer las negociaciones esenciales para la solución definitiva del conflicto.
Sin embargo, el palestino dista de ser un conflicto común. Su naturaleza ha sido existencial ya desde el arranque del proyecto sionista de arrebatar Palestina a sus habitantes y establecer allí un estado judío, en el que no se preveía espacio alguno para un pueblo palestino.
De hecho, los propagandistas sionistas borraron de su cabeza la existencia de un pueblo palestino a la hora de vender a las potencias imperiales su proyecto colonial. Su consigna más elocuente y de mayor alcance decía que el pueblo judío quería colonizar Palestina: «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra».
La arrogancia del proyecto queda patente si se tiene en cuenta que, en el momento en que se propagó la consigna, los palestinos árabes (musulmanes y cristianos) constituían aproximadamente el 93% de la población de Palestina.
Uno de los episodios más extraordinarios del siglo XX lo protagonizó la Comisión Sionista cuando consiguió, con la ayuda del ocupante británico, convencer a las potencias imperiales occidentales de que transformasen, a la fuerza, el país árabe que era Palestina en un estado judío.
El proceso tuvo como consecuencia la expulsión de cientos de miles de palestinos, que quedaron desperdigados, sin patria y desarticulados socialmente. Los palestinos que han vivido durante 40 años bajo la ocupación israelí reciben un trato violento, están expuestos regularmente a castigos colectivos y a la pérdida de sus posesiones, y avocados a la diáspora.
Se ha cometido una injusticia flagrante con los palestinos, y David Ben Gurion, el primer presidente israelí, admitió en 1956 la responsabilidad de Israel, como han documentado varios historiadores palestinos en los últimos veinte años.
A pesar de todo, se pide precisamente a los palestinos que hagan concesiones. En 1988 abandonaron su plan de un estado secular en Palestina para judíos, musulmanes y cristianos, y aceptaron la creación de un estado palestino en un territorio que ocuparía aproximadamente la mitad de Palestina. Con los Acuerdos de Oslo de 1993, asumieron la pérdida irreversible del 78% de su país, que pasaría a manos israelíes, y el establecimiento de un estado palestino minúsculo en Gaza y Cisjordania, es decir, aproximadamente el 22% de su territorio original.
De hecho, tras varios planes de «paz» consecutivos, los palestinos siguieron perdiendo territorio y esperanza, al mismo tiempo que habían de soportar la violencia de la ocupación y la presión para que hiciesen concesiones al ocupante.
Y es esta asimetría de poder la que están empleando los mediadores americanos, Rice incluida, para definir el contexto en el que se ha de «solucionar» el conflicto. Se le pide a la víctima que no se oponga a la ocupación, que respete los símbolos de su desahucio ?los asentamientos judíos-, que acepte el castigo por elegir democráticamente al gobierno equivocado y que dé las gracias cuando se le aligeren levemente las restricciones que sufre a diario.
Tras la guerra árabe-israelí de 1973, Kissinger aplicó la estrategia del progreso paso a paso. El resultado fueron los tratados de desarme Sinaí I y Sinaí II entre israelíes y egipcios, que eran de interés para ambas partes. Los egipcios querían reabrir el Canal de Suez como recompensa a su honrosa actuación militar en la guerra. Los israelíes, después de la lección de humildad recibida a manos de aquellos, querían evitar una situación militar al límite de su capacidad. Además, consiguieron el compromiso por parte de Washington de no negociar con la Organización para la Liberación de Palestina, compromiso que de hecho equivalía a bloquear cualquier intento de paz con los palestinos.
La visita en 1977 del presidente egipcio Sadat a Israel condujo al acuerdo de paz de 1978, que se conocería a la postre como los Acuerdos de Camp David. Los egipcios consiguieron la devolución del Sinaí, los israelíes sacaron del conflicto árabe-israelí al país árabe más poderoso y se prepararon para eliminar definitivamente el nacionalismo palestino. Esta intención se confirmó cuando, poco después de su retirada del Sinaí en 1982, el equipo formado por Menahem Begin y Ariel Sharon envió su ejército al Líbano, con la esperanza de que fuese el golpe de gracia que solucionase por la fuerza el problema palestino. Se equivocaron, con dramáticas consecuencias para palestinos y libaneses.
Resulta evidente que la estrategia de progreso paso a paso usada por Kissinger es inadecuada en extremo porque se basa en un análisis erróneo del equilibrio de fuerzas, ya que nos encontramos ante una asimetría patente entre las fuerzas de cada una de las partes: una innegablemente la víctima y otra incuestionablemente el malhechor.
Es necesario romper con el pasado. Hay que reconocer que los palestinos han sufrido una injusticia flagrante. Que tienen derecho a una compensación y a que se aplique la justicia, y no como un acto de caridad y generosidad por parte del ocupante, sino como un derecho en sí mismo.
Y precisamente de eso carecen las ideas mezquinas de Rice: de un concepto de paz basado en la ley y la justicia y no en la fuerza.
En vez de ello, se centra en una política de fuerza bruta y pequeños avances, a la medida de sus pequeñas ideas. ¿Por qué se iban a conformar los israelíes con menos de lo que han conseguido por la fuerza si Washington les permite mofarse de planes de «paz» como la «hoja de ruta», construir un muro de separación y proseguir con el desahucio de los palestinos?
Como reacción a la última propuesta de paz de la Liga Árabe a cambio de algo de justicia y algunos derechos para los palestinos, el primer ministro Olmert respondió confiado que su gobierno no concedería el derecho de retorno ni a un solo palestino.
El profesor Adel Safty es Profesor Invitado de la Academia Siberiana de Administración Pública, Novosibirsk, Rusia. Es el autor de «From Camp David to the Gulf» («De Camp David al Golfo», editado en Montreal y Nueva York, 1992, 1997)
http://www.zmag.org/Spanish/0507safty.htm