Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.
Después de haber aplastado a todos sus rivales y amordazado los medios, Sisi ya no tiene a quién culpar por la miseria en que ha sumido a los egipcios.
Tradicionalmente, un año nuevo empieza con esperanza. Pero desde que Abdel Fattah al-Sisi se hizo con el poder en Egipto, la esperanza es muy difícil de conseguir.
Hace un par de días* estaba hablando con un conocido mío en Nueva York. Hacía poco tiempo que él había llegado procedente de Egipto; pronto quedó claro que esta falta de esperanza -y creciente irritación- es la nueva normalidad egipcia.
Debido a la hiperinflación en Egipto, el salario de mi amigo ya no tiene valor en Nueva York. «Hace tres años compré una lavadora por 3.500 libras egipcias (195 dólares). Ayer, la misma lavadora me habría costado 17.000 libras (945 dólares)», me dijo.
Aun así, él está en una posición económica mucho menor que muchos egipcios de clase media y media baja. A no ser que uno esté ahogándose, como ellos lo están, se está obligado a entender este grave pronóstico: sin un importante y prácticamente inmediato cambio en lo político y en lo económico, es improbable que Sisi pueda acabar este año en el cargo.
Esta semana, en la misma cafetería de Nueva York cuyos dueños eran en un 99 por ciento partidarios de Sisi y en el pasado utilizaban la fuerza física con quienes se expresaran contra él, hubo una sorprendente conversación: ¿quién puede reemplazar a Sisi?
Para muchos, la cuestión ya no es que Sisi debe marcharse, sino cuándo y quién le reemplazará. Entonces, la pregunta decisiva es: ¿se dan conversaciones similares en los círculos de poder?
Un martillo en busca de clavos
Si dividiéramos la era Sisi en dos mitades, podríamos decir tranquilamente que los primeros fracasos fueron la consecuencia de una mentalidad militar que ve cualquier situación como si fuera un clavo que debe hincarse a golpes.
Que esos «clavos» sean pacíficos egipcios de creencia islamista o activistas con inclinación revolucionaria, intelectuales, periodistas u otros; aparentemente, Sisi asumió el cargo habiendo decidido que su voz debía ser la única que oyeran los egipcios.
Algunos pensaban que él se veía a sí mismo como la reencarnación de Gamal Abdel Nasser, un autócrata nacionalista que salvaría a Egipto de la declinación económica y política, pero lo haría con un enfoque así: «Es mi camino o la vía pública».
A pesar de que es bien sabido que Sisi fue uno de los integrantes del puñado de oficiales que produjeron la masacre de Rabaa que mató a más de mil egipcios, aun así no tuvo ningún problema para convertirse en presidente porque la percepción general era que él iba a limpiar Egipto de los Hermanos Musulmanes y que eso sería suficiente para garantizar su intento presidencial.
Pero castigar impiadosamente a un grupo que cometió el pecado capital de implementar soluciones políticas utilizando la vía intravenosa religiosa es una cosa. Resolver el rompecabezas de una nación en caída libre es otra completamente distinta.
Silenciar toda crítica
Poco tiempo después del sistemático encarcelamiento de más de 60.000 egipcios cuya opinión política el régimen considera molesta, se hizo evidente que el silenciamiento de los ciudadanos se extendería a las ONG y a los medios en general.
Algunos partidarios de Sisi han sugerido que en los más altos niveles del universo Sisi hay una minoría corrupta que utiliza las tácticas de mano dura. Por su parte, el mismo Sisi continúa insistiendo en que los periodistas egipcios gozan de una libertad sin precedentes. «No quiero exagerar», observó Sisi en septiembre de 2015 mientras hacía exactamente eso. «Pero tenemos una libertad de expresión como nunca antes había habido en Egipto.»
Pero la realidad de los hechos es muy distinta de lo que sostiene Sisi; hace algunos meses, Periodistas sin Fronteras (RWB, por sus siglas en inglés) le llamó «predador de la libertad de prensa».
Las consecuencias son negativas por partida doble. Si los periodistas no pueden informar libremente, el sistema de control y equilibrio de poderes no funciona desde el vanos y no reconoce el papel decisivo del Quinto Poder. A los egipcios se les niega el derecho a la información y el análisis que es de primordial importancia cuando el relato gubernamental va continuamente en dirección contraria a la realidad.
La horrorosa inversión en el Canal de Suez es un ejemplo perfecto. El costo del proyecto ha llegado a los 8.500 millones de dólares; sin embargo, solo el 0,0033 por ciento de los barcos que pagan el suplemento de tarifa han utilizado la nueva vía navegable.
Si los periodistas hubiesen tenido la libertad de informar a sus lectores acerca del proyecto del Canal antes de su realización, ¿acaso no tendríamos hoy una extremadamente útil reserva extra de 8.500 millones de dólares?
Autoexclusión
La segunda mitad de la era Sisi está marcada por el total fracaso de la economía y por la mala gestión de las relaciones exteriores, particularmente con los más importantes países del Golfo que han ido perdiendo progresivamente la fe en su evidentemente desfasado liderazgo.
Como consecuencia de la pérdida de influencia política y de antiguos partidarios en esos dos campos decisivos, Sisi solo ha conseguido aumentar la presión a la que se ve él mismo sometido. Muchos de aquellos que una vez lo apoyaron en los Emiratos Árabes Unidos, en Arabia Saudí y en el interior de la elite empresarial egipcia y la clase media alta -aun así, no minimicemos la importancia de los 27 millones de egipcios empobrecidos, entre ellos muchos pertenecientes a la comunidad cristiana- tienen la impresión de que Sisi no los ha ayudado, y han abandonado el barco sin dilación.
«No sé cómo ha sido el 2016 para ti, pero para mí ha sido atroz», tuiteó el multimillonario egipcio Nabil Sawiris el mes pasado. Si las cosas están tan inestables en lo político y en lo económico que un hombre que se ve a sí mismo como de las «altas esferas» está quejándose, ¿cómo percibirá el pasado año la vasta mayoría de los 90 millones de egipcios que están soportando el autoritarismo de Sisi?
Sí Sisi ha de pasar el 2018 como un ciudadano más o correr la misma suerte que sus predecesores, será la economía la que decida. Desde la muy discutida devaluación de la libra egipcia en la que el FMI insistió tanto como prerrequisito para la concesión de 12.000 millones de dólares, el costo del crédito se ha disparado.
Cuando conversé en noviembre con varios analistas se expresaron dos pronósticos de aceptación generalizada: la inflación en Egipto -junto con los precios al por menor- se dispararía y, consecuentemente las redes de seguridad social adquirirían una enorme importancia. Lamentablemente para el país, y posiblemente para disgusto de Sisi, el primer vaticinio se ha cumplido: la inflación ha crecido hasta el 20 por ciento y más, pero no así las redes de seguridad de las se hablaba, que no sen tendido.
Las cosas se han deteriorado tan rápidamente que hace pocos días en una videoconferencia por Skype me di cuanta de que la persona en el otro extremo de la línea se abrigaba con una grueso jersey y una manta. Yo sabía que estaba haciendo frío en El Cairo, por eso le pregunté por qué no usaba la calefacción. Su respuesta fue reveladora: «¿Sabes cuánto ha subido el precio de la electricidad y cuánto me costaría encender la calefacción?».
Bajo el gobierno de Sisi, los egipcios se ven obligados a renunciar a algunos gastos, una elección que ningún ser humano tendría que hacer. Cuando haya bastantes egipcios que pasen frío y hambre, y estén enfadados, ningún cálculo político o de seguridad podrá impedir la imparable riada.
Abundancia de armas mientras la gente tiene hambre
Para acelerar todavía más su final político está la incapacidad de Sisi -un militar con mentalidad militar- para conducir un país. Sisi, en 2015, sabiendo muy bien que su país se estaba hundiendo hacia mínimos económicos nunca vistos, se las arregló para convertirse en el segundo comprador internacional de armas, después de Qatar, gastando cerca de 12.000 millones de dólares.
En momento en el que todos los egipcios, no importa de qué clase sean, tienen dificultades para comprar arroz, azúcar, té o aceite de cocina debido a la explosión de los precios y a la escasez de los productos de primera necesidad, ¿cómo es posible esperar que no aumente la ira cuando es sabido que se gastan miles de millones en armas que lo más probable es que se utilicen para la represión que no en una guerra?
Esta dinámica no es desconocida entre los dictadores de todo el mundo; además es una que a menudo conduce a un final de historia por todos sabido.
Cuando se piensa en la historia de Sisi, debe recordarse que la política y el mantener el poder a cualquier costo son como un cubo de Rubik de construcción de alianzas y relaciones. Morsi, antes que él, suscitó el antagonismo de muchos factores de poder y debió pagar por ello.
Sisi se olvida de esto. El año que tiene por delante se lo recordará. En el momento que las personas equivocadas en la jerarquía de la policía o las fuerzas armadas empiecen a entender que su presidente avanza en sentido contrario a sus intereses, Sisi se convertirá en una nota al pie en los libros de historia.
Nadie en sus cabales puede predecir la fecha en que Sisi será despojado del poder; los tiempos, las formas y los protagonistas de este acontecimiento están en el campo de lo desconocido.
Pero hay algo muy cierto: en lugar de tratar de corregir los innumerables errores del gobierno, Sisi continúa su marcha hacia el abismo con su propio y tragicómico estilo. Si lo mantiene, este presagio de Año Nuevo será una realidad antes de que acabe 2017.
* El original en inglés de esta nota fue publicado el 5 de enero de 2017. (N. del T.)
Amr Khalifa es periodista freelance y analista que ha publicado recientemente en Ahram Online, Mada Masr, The New Arab, Muftah and Daily News Egypt.
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/why-2017-year-sisi-will-sink-1419424018
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.