Recomiendo:
0

El Estado debería tipificar la apología del terrorismo doméstico

¿Por qué se mata (también) un asesino machista?

Fuentes: Rebelión

El Estado no tiene ningún problema en perseguir por todas las vías los actos y declaraciones que alientan el terrorismo cuando el que está en riesgo es el propio Estado o, mejor dicho, los políticos que lo representan o, a veces, los poderosos que lo detentan. El Estado se emplea a fondo y es implacable […]


El Estado no tiene ningún problema en perseguir por todas las vías los actos y declaraciones que alientan el terrorismo cuando el que está en riesgo es el propio Estado o, mejor dicho, los políticos que lo representan o, a veces, los poderosos que lo detentan. El Estado se emplea a fondo y es implacable porque está convencido de que ahí, en simples expresiones o gestos, está el caldo de cultivo para conformar el verdugo final, una pieza casi accidental aunque también la mortífera. Es autodefensa, se argumenta.

No sucede lo mismo con otro tipo de terrorismos propiciados en unos casos por dejadez y en otros por la propia estrategia del Estado. Cuando se producen crímenes contra mujeres con la única argumentación machista, el Estado se limita a cargar la culpa sobre el asesino, que actúa como un criminal pero no es más que la consecuencia de un caldo de cultivo que acaba generando personas que no ven otro camino que matar. En todas las sociedades hay individuos que interiorizan la ideología dominante de manera extrema e irresponsable, pero no dejan de ser el látigo manejado por esa cultura dominante. Por eso en muchos países hay un estricto control de las armas de fuego y no es posible exhibirse con un rifle en la calle aunque el cretino de turno afirme que no va a disparar. La cultura machista, además de indefendible e injusta, produce gestos extremos como los que se perpetran en la cultura del rifle o, salvando las distancias, en la ‘cultura’ del automóvil. Todo ello no exime a estos criminales de su responsabilidad para decidir, pero debemos afrontar que estas ‘culturas’ generan un porcentaje de personas con ese perfil. Sin embargo, en España no está perseguida ni tipificada la apología del terrorismo machista. No hay más que encender la televisión o abrir cualquier periódico para comprobarlo.

Me pregunto si alguien conoce a un atracador que al salir del banco con el botín coja el coche para ir a la primera comisaría a entregarse o se pegue un tiro al ver lo que ha hecho. Los atracadores no se flagelan debido a que son capaces de ignorar la moral dominante, reniegan voluntariamente de ella para delinquir y pueden vivir cómodamente con la condena social. El asesino machista sí se atiene a unas convenciones aberrantes de su entorno social. El maltratador machista, salvo excepciones, actúa empujado (sin disculpa de ningún tipo pero empujado) por una cultura dominante que le ha rodeado desde niño sin ningún tipo de contradicciones o contrapesos a ese complejo de macho en el que sólo ve beneficios.

Habría que preguntarse por qué se entregan algunos asesinos machistas y por qué estos días se suicidó en la cárcel uno de los últimos criminales machistas de España, Maximino Couto. Por eso en el Berlín de 1939 las familias más nobles, a sus hijos no aptos para ir al frente, los ingresaban con orgullo en los batallones policiales que mataron a millones de presos en marchas por la nieve y en los campos de exterminio. Por eso en los campos de Luisiana se le iba la mano también al negrero ‘bueno’ y morían por cientos los esclavos. Porque existía una conciencia general de supremacía blanca sobre la negra, tal y como hoy seguimos rodeados de políticos, jueces y pensadores -hombres y mujeres- cargados de tanto machismo en sus gestos inconscientes (cuando, por ejemplo, emplean la palabra mujer como adjetivo y no como sustantivo; el sujeto convertido en objeto) que se niegan a ver que ellos mismos son el caldo de cultivo de los crímenes de raíz machista, que son los que generan individuos letales como el criminal Couto. Cuando observamos a un político, hombre o mujer, que ejerce de feminista ocasional y sólo aparente para arañar un voto, estamos viendo la perpetuación del machismo. Cada vez que estos politiquillos se refieren a presuntos rasgos femeninos o masculinos en las maneras de hacer política o las maneras de pensar, están contribuyendo a perpetuar la división entre mujeres y hombres como si en realidad fuéramos distintos y lo femenino fuese una característica ‘per se’. Las mujeres tienen que ejercer la política o cualquier otro poder porque son tan ciudadanas como los varones, no porque son mujeres. Cada vez que un político o política, con su falso discurso paternalista, ahonda en pretendidas virtudes masculinas o femeninas, está contribuyendo a confundir al Maximino Couto de turno. Esa actitud no es igualdad ni es feminismo; es una versión moderna de la galantería, que es una fachada de falsa belleza pero que se sostiene sobre la desigualdad y el sentimiento de superioridad masculino. Y el Estado seguirá mirando hacia otro lado mientras las nuevas generaciones de niños y niñas siguen rodeados de mensajes que les incitan a verse como distintos.