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Turquía

Por un puñado de carbón

Fuentes: Mediterráneo Sur

«Son cosas normales que pasan todo el rato. Deberían ustedes saber cómo funciona la minería». De la boca de la mina de lignito en Soma van sacando cadáveres. Ya von por más de 200. Y falta un centenar. «En 1862 murieron 262 personas en una mina de carbón de Inglaterra, en 1866 fueron 361, en […]

«Son cosas normales que pasan todo el rato. Deberían ustedes saber cómo funciona la minería». De la boca de la mina de lignito en Soma van sacando cadáveres. Ya von por más de 200. Y falta un centenar.

«En 1862 murieron 262 personas en una mina de carbón de Inglaterra, en 1866 fueron 361, en 1894, otros 290, por una explosión. En China murieron 1.549 en 1942, en Japón, 458 en 1963, en India, 372 en 1975. Este tipo de accidentes ocurre habitualmente». El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, lee las cifras de un folio, cuando una periodista le pregunta cómo pudo suceder un accidente así.

Erdogan ha venido a la ciudad minera para interesarse por la desgracia. Es el miércoles 14 de mayo. Hace 24 horas que la alarma recorrió el país: un incendio se había producido en una de las minas de lignito de Soma, provincia de Manisa, territorio minero en el oeste de Anatolia.

Soma está hundida en lágrimas de hollín. Algunos familiares protestan por la descoordinación de los equipos de salvamento en las labores de identificación de los muertos. Los vivos salían en cuentagotas de la boca del pozo. En la mañana del miércoles, 18 horas después de la explosión, seis trabajadores fueron rescatados con vida. Fueron los últimos.

Cientos de vecinos en llanto inundan las inmediaciones de la mina y de los centros hospitalarios que acogían a los heridos. Debido a la saturación de cadáveres, algunos de los cuerpos tienen que guardarse en frigoríficos industriales de verduras. Las cajas de madera se amontonan en rincones de la población. Hay quien ya empieza a cavar hoyos para enterrar a sus seres queridos.

«Dentro están todos muertos»

«Nos acercamos a la mayor catástrofe minera de la historia de Turquía», reconoció, ya por la mañana, el ministro de Energía, Taner Yildiz. Superará el de Zonguldak de 1992, cuando murieron 263 obreros. El comentario de un miembro de los grupos de rescate, a la misma hora, hacía presagiar lo peor: «Es terrible. Ahí dentro están todos muertos».

Las cifras bailan. El miércoles, Yildiz ofreció un balance provisional: había 787 obreros dentro de la mina en el momento del desastre, 363 pudieron salvarse, y hay 80 heridos. El cálculo hace estimar que hay casi 350 muertos. Cuando el rescate de cadáveres se da por concluido, el sábado, cuatro días después de la tragedia, la cifra de muertos oficial queda en 301. Nadie explicará el desfase y corren rumores de que la cifra real de ataúdes es más alta.

Igual de contradictorios son las informaciones sobre las razones del desastre. La causa de muerte es obvia: inhalación de monóxido de carbono. Lo que no está claro es qué produjo el incendio. Según la primera información difundida por la empresa, fue la explosión de un transformador eléctrico. Hubo quien lo puso en duda muy pronto, y finalmente será desmentido. Al parecer, los residuos de lignito abandonados en las partes ya explotadas de la mina se sobrecalentaron hasta incendiarse.

Muy posible, cree Mehmet Ali Karakaçan, ocho años en la boca del lobo de Soma antes de dejarlo tras sufrir un accidente laboral – muestra parte del hueso del antebrazo derecho cercenado -: «Las minas de Soma son muy calientes, lo que aumenta el riesgo de incendio. En algunos rincones, al pisar entras en contacto con agua hirviendo».

Una chapuza mortal

«La desorganización predominó en las primeras horas. Trabajadores sin experiencia se pusieron monos de los equipos de rescate y se aventuraron en la mina sin coordinarse. Hay muertos entre quienes practicaron tareas de salvamento». Lo denuncia Hacay Yilmaz, delegado regional del sindicato minero Dev-Maden.

Luego se empezó la evacuación por la galería equivocada, cita a los técnicos. Contribuye a la confusión que «a diferencia de cómo debería hacerse, y a fin de no perder productividad, los relevos de cambio de turno se hacían dentro de las mismas galerías», señala el sindicalista.

Karakaçan cita a uno de los supervivientes del martes que denuncio otro error: «Dice que los rescatadores habían bombeado por error oxígeno en las galerías incendiadas». Avivaba el fuego en lugar de salvar a los obreros.

 

Finalmente se intentaba camuflar la magnitud del desastre en las primeras horas: «Se sacaron de la mina cadáveres con máscaras puestas, pero sin conectarlas al oxígeno, para hacerlos pasar por heridos ante la opinión pública», dice Yilmaz.

El descontrol se refleja a las puertas del hospital de Soma. Hasta allí llegan vecinos en busca de sus seres queridos, de quienes siguen sin tener noticia. «Por favor, si alguien les ha visto, que nos avise», suplica entre lágrimas una mujer. Muestra, junto a dos chicas, fotos de dos jóvenes. «Éste es mi marido, Niyazi Demir. Estamos casados desde hace ocho meses. Estoy embarazada de cinco meses y medio…».

«Tuvimos que esperar muchas horas de incertidumbre hasta tener noticias del paradero de nuestro familiar», relata otra mujer, Feride Demir. «Y aún cuando un policía leyó su nombre en la lista de fallecidos, los hermanos del difunto tuvieron que dedicar un largo rato yendo cadáver por cadáver hasta dar con él e identificarlo», explica.

Pero peor es la chapuza de antes del desastre. La falta de medidas de seguridad. «Ahora, que ya no tengo vínculo con la empresa, lo voy a contar todo», sentencia Mehmet Ali Karakaçan. «Cuando trabajábamos ahí, nuestros jefes nos amenazaban con echarnos si hablábamos con la prensa». «Los responsables de turno nos presionaban constantemente para sacar la máxima cantidad posible de carbón en cada carro. Si no llegaba lo que creían suficiente, nos gritaban e insultaban», relata.

Obligados a mentir

Con más dureza se expresaba un antiguo empleado de la mina que no quiere revelar su nombre. Asegura que le despacharon después de anunciar a sus jefes, que había enviado una carta al gobierno denunciando la precariedad en la mina. «Nos obligaban a mentir, en las visitas de los inspectores, sobre el estado de las instalaciones», afirma. «También tuvimos que faltar a la verdad en una ocasión en que murió dentro de la mina un colega. Nos instaron a decir a quien nos cuestionara, que había muerto camino del hospital».

Al igual que Karakaçan, insiste en que es rara la vez en que se respetan los turnos de ocho horas. «Tampoco eran permitidos los descansos a los que tienen derecho los empleados».

Según la Comisón de Seguridad del Parlamento turco, muchos de los empleados de la mina no cobraban más de trece euros al día, 40 liras, un sueldo de 1.200 liras (400 euros) al mes. «Una cantidad así está muy por debajo de los salarios normales en la minería pública», apostilla Pinar Küskü, economista laboral. «Intuyo que lo ocurrido es consecuencia de las malas condiciones laborales que sufrían los mineros».

Tambien causó consternación que no hubiera una cámara de supervivencia en la mina. No es obligatoria según la legislación turca, pero habría salvado muchas vidas. De hecho, según el director ejecutivo de Soma Holding, existía una con capacidad para 500 personas, pero no estaba operativa, por hallarse en fase desmontaje y traslado.

Una cámara estanca vale unos 182.000 euros. Los beneficios netos del grupo Soma Holding fueron de unos 100 millones de euros (300 millones de liras turcas) en 2012. Para este año, su previsión era el doble.

Sólo dos semanas antes del desastre, la mayoría del AKP, el partido gubernamental, había rechazado en el Parlamento una moción para revisar las medidas de seguridad en las minas de Soma y el resto de la provincia de Manisa. «Aún la semana pasada, durante un simposio sobre salud y seguridad ocupacional, el ministro de Trabajo se mostró orgulloso del ‘progreso’ alcanzado», remacha Kivanç Eliaçik, responsable de relaciones internacionales de la Confederación de Sindicatos Revolucionarios (DISK).

Poco hay de qué estar orgulloso. Las minas de Turquía son las más mortales del mundo: su tasa de víctimas es seis veces mayor que la de China, 30 veces mayor que la India, y 200 veces superior a la de Estados Unidos. Y la siniestralidad en el sector minero se mantiene estable desde hace años, aunque está declinando en otras industrias.

 

«No es un accidente. Es un asesinato». Esta consigna se difundió pronto por los sindicatos y los universidades y empezabar a resonar en las calles de Ankara y Estambul. El eco fue inmediato. La policía arremetió con gas lacrimógeno y agua a presión contra los manifestantes. Estos recuperaron los lemas de las protestas de Gezi de hace casi un año y exigieron la dimisión de Erdogan.

El gobierno no es inocente, creen. Desde la llegada al poder del AKP, en 2002, Turquía ha privatizado empresas por valor de 54.000 millones de dólares, cinco veces el volumen de lo privatizado entre 1985 y 2002. Una política que ha dinamizado la economía turca y ha enriquecido a los empresarios, pero a costa de los trabajadores.

Según el medio turco Dunya, el número de empleados por turno pasó de 300 a 700 en la mina de Soma cuando pasó de titularidad pública a privada, en 2005. Eso sin cambiar los sistemas de transformación eléctrica, inicialmente señalados como responsables del accidente.

Más beneficios

En una entrevista al periódico Hürriyet, en 2012, el propietario de la mina, Alp Gürkan, jefe de Soma Holding, se vanagloriaba de haber reducido los costes de extracción de entre 130 y 140 dólares por tonelada de carbón hasta los 23,8 dólares. «La compañía ha demostrado que no tiene ni idea de cómo dirigir una explotación minera», responde Kivanç Eliaçik.

Como dirigir el negocio, sí. «Cuentan con la garantía de que la compañía pública TKI (Iniciativas del Carbón de Turquía) les compra toda la extracción para venderla, a su vez, a la central térmica de Soma. No les hace falta ni siquiera buscar clientes», asegura el sindicalista Hacay Yilmaz.

 

«No es un accidente. Es un asesinato». Esta consigno se difundió pronto por los sindicatos y los universidades y empezabar a resonar en las calles de Ankara y Estambul. El eco fue inmediato. La policía arremetió con gas lacrimógeno y agua a presión contra los manifestantes. Estos recuperaron los lemas de las protestas de Gezi de hace casi un año y exigieron la dimisión de Erdogan.

El gobierno no es inocente, creen. Desde la llegada al poder del AKP, en 2002, Turquía ha privatizado empresas por valor de 54.000 millones de dólares, cinco veces el volumen de lo privatizado entre 1985 y 2002. Una política que ha dinamizado la economía turca y ha enriquecido a los empresarios, pero a costa de los trabajadores.

Según el medio turco Dunya, el número de empleados por turno pasó de 300 a 700 en la mina de Soma cuando pasó de titularidad pública a privada, en 2005. Eso sin cambiar los sistemas de transformación eléctrica, inicialmente señalados como responsables del accidente.

Más beneficios

En una entrevista al periódico Hürriyet, en 2012, el propietario de la mina, Alp Gürkan, jefe de Soma Holding, se vanagloriaba de haber reducido los costes de extracción de entre 130 y 140 dólares por tonelada de carbón hasta los 23,8 dólares. «La compañía ha demostrado que no tiene ni idea de cómo dirigir una explotación minera», responde Kivanç Eliaçik.

Como dirigir el negocio, sí. «Cuentan con la garantía de que la compañía pública TKI (Iniciativas del Carbón de Turquía) les compra toda la extracción para venderla, a su vez, a la central térmica de Soma. No les hace falta ni siquiera buscar clientes», asegura el sindicalista Hacay Yilmaz.

Legalmente, todo estaba en orden. «La mina pasó su última revisión, sin problemas, en enero de este año», recuerda Kivanç Eliaçik. Otra cosa es que los inspectores hicieran su trabajo. Según Özgür Özel, diputado de Manisa adscrito al partido opositor CHP, los mineros sabían el día de la visita incluso antes que el ingeniero encargado de hacerla. «En esa mina, los jefes nos forzaban a mentir al inspector», señala un ex empleado que no revela su nombre.

La relación con el AKP, el partido islamista en el poder, era estrecha, coinciden todos. Melike Dogru, mujer de Ramazan Dogru, el director ejecutivo de la mina, no sólo trabajaba en el departamente de cuentas de Soma Holding y era propietaria del mayor salón de bodas de la ciudad, sino que también es miembro del consejo municipal de Manisa, capital provincial, por el AKP. «Durante la última campaña electoral en marzo, las bolsas de carbón que los candidatos del AKP repartían a los ciudadanos de Soma como regalo – una práctica frecuente en todo el país – llevaban el logo de Soma Holding», dice Hacay Yilmaz.

«Los jefes nos llevaban a mítines del AKP. Era obligatorio participar en ellos», insiste un antiguo trabajador de la mina accidentada, que rechaza dar su nombre. El 30 de marzo pasado, el partido obutvo en Soma exactamente su media nacional de votos: el 43%. El sindicato mayoritaria entre los mineros, Maden-Iş, tampoco se cortó: según afirman algunos, en las elecciones a delegado se repartieron sobres con el nombre ya marcado.

Prisión preventiva

Cinco días después del accidente, el chiringuito empezó a venirse abajo. La policía detuvo a 24 personas y días más tarde, el juez decretó el ingreso en prisión preventiva de ocho, entre ellas Ramazan Dogru y el hijo del dueño, Can Gürkan. En los interrogatorios, ambos intentaban achacarse mutuamente la máxima responsabilidad ejecutiva. Fueron defendidos por abogados de oficio: Soma Holding no se hacía responsable. El dueño, Alp Gürkan, no está entre los detenidos, pero tiene pendiente otro juicio en el que está acusado, junto a otras 17 personas, por presuntos delitos de fraude mercantil y estafa.

La visita de Erdogan a Soma tuvo una coda que el propio portavoz del Gobierno, Bülent Arinç, calificó de «tragicómico»: Ante una muchedumbre enfurecida que increpaba al primer ministro, un asesor de éste, Yusuf Yerkel, fue fotografiado propinando puntapies a un minero tumbado en el suelo y reducido por dos agentes de seguridad. Lo peor vino después: se supo que Yerkel obtuvo una baja médica de siete días por dolores en la pierna con la que había golpeado al hombre en el suelo, identificado luego como Erdal Kocabiyik.

Yerkel fue la comidilla de los medios, porque seguía apareciendo al lado de Erdogan en las fotografías oficiales. Finalmente se supo que había sido destituido de su cargo… noticia que fue desmentida días después: el cargo en cuestión ni siquiera existía.

En Soma, ciudad de 105.000 habitantes plantada a la sombra de las toscas chimeneas de una central térmica y rodeada por parches de meloneras, olivos y viñas, la vida vuelve lentamente a la normalidad. Decenas de pilas de tierra, coronadas por un cántaro y una pica con el nombre del fallecido se extienden por el camposanto. Numerosos vecinos deambulan por entre las tumbas. Adil Ayçiçek, exminero, está resignado: «Nuestro destino es seguir trabajando para que la familia pueda comer un poco. Así que habrá que volver a la mina pronto».

O no tan pronto. El pozo accidentado ha sido cerrado con ladrillos tras una breve investigación. Las otras volvieron a funcionar, aunque una sólo bajo mínimos, para labores de mantenimiento: los obreros se negaron a volver a picar sin que antes hubiera una inspección exhaustiva. El lunes pasado, el enfado se dirigió contra el sindicato «vertical» Maden-Iş. Tras verse rodeado por los mineros, el delegado local anunció su dimisión. El miércoles se supo que una tercera mina de Soma se ha clausurado para esperar una inspección.

Adil Ayçiçek, doce años en las tripas del pozo ahora siniestrado, decenas de compañeros muertos, contempla un gran cartel en un centro sanitario de Soma. «No es reciente», dice, lacónico. Las letras de metal anclados al muro rezan: «A quienes murieron por un puñado de carbón».

Cada millón de toneladas, seis muertos

Una media de 6,5 mineros han muerto por cada millón de toneladas de carbón extraído en Turquía entre los años 2000 y 2008, aunque según el año, la cifra oscila entre los 2,6 y los 9,2. Es un dato del centro de análisis turco TEPAV. Esta tasa se asemeja a la vigente hasta 1930 en Estados Unidos, país donde fue declinando rápidamente hasta llegar al nivel actual de los 0,02 muertos.

La tasa de China también se movía en un nivel comparable, de entre 4 y 6 muertos, hasta bien entrado el siglo XXI, pero Pekín conseguió reducirla en los últimos años y en 2009 se situó por primera vez por debajo del 1. Un nivel que India alcanzó ya en 1980; ahora mantiene una tasa poco por encima del 0,2, similar a la de otro país minero, Sudáfrica.

En otras palabras, el carbón turco se cobra treinta veces más vidas, por unidad de peso, que el indio o el sudafricano, a pesar de que Turquía se sitúa muy por encima de ambos países en el Índice de Desarrollo Humano y su renta per cápita triplica la india.

Pero también dentro de Turquía hay enormes diferencias en la mortalidad: las minas en manos privadas son seis veces más peligrosas que las que son explotadas por compañías públicas. Así lo evidencia un estudio realizado en 2010 por el Colegio de Ingenieros y Arquitectos (TMMOB), que compara los accidentes ocurridos entre 2000 y 2008 en la cuenca de Zonguldak, donde se concentran prácticamente todas las minas de carbón turcas.

Mientras la tasa de muertes por millón de toneladas oscila alrededor del 3,5 en las minas públicas, supera los 20 en las privadas. En 2007, las explotaciones privadas apenas producían la octava parte del carbón extraído, pero gracias al programa de privatizaciones y subcontratas, llegaron a representar la mitad en 2013.

Turquía produce anualmente unas 85 millones de toneladas de carbón, de las que 70 millones son lignito. El 90 por ciento del lignito se explota en minas a cielo abierto, pero Soma forma parte de las pocas regiones donde esta materia prima se extrae de pozos con cientos de metros de profundidad, con un riesgo similar al de las minas de Zonguldak, que son de carbón propiamente dicho.

Fuente original: http://msur.es/2014/05/30/turquia-soma-carbon/