El pasado mes de septiembre una noticia pasó inadvertida para la opinión pública, o no se le dio, al menos, la importancia que merecía. Sobre todo por ser un indicativo de la alarmante situación en la que nos encontramos en muchos aspectos, además de por su dimensión simbólica. El 17 de septiembre se derrumbó el Cerro Rico de Potosí después de quinientos años de explotación minera de plata. Este desastre, que pese a estar anunciado desde hacía años, supone la representación de un hundimiento parejo y también obviado como es el de la extracción minera, de plata y de otros minerales preciosos, así como del hundimiento social y ambiental que acompaña a dichas actividades. También representa a un nivel más general y planetario, el hundimiento al que está abocada esta civilización, el colapso, porque representa el fin de los recursos y el colapso ambiental, social y económico. Otro paralelismo: este colapso, como Potosí, pese estar anunciado por distintos estamentos y desde hace mucho tiempo, se prefiere ignorar.
El Cerro Rico de Potosí fue emblemático por su actividad minera, por la extracción de plata que le valió el acuñar la expresión «vale un Potosí» para indicar riqueza. Por ello mismo su silueta aparece en el escudo de Bolivia. Potosí representa la historia de la conquista y de la colonización de América, y de lo que la movió: la búsqueda de riqueza, y en especial de oro y plata. Este ansia se refleja en la toponimia que dejaron: Ciudad de la Plata, Río de la Plata o de la propia Argentina, derivado del nombre latino de este metal (argentum, al que corresponde el símbolo científico Ag).