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Preparados para la expansión: los sionistas en 1948

Fuentes: www.palestinechronicle.com

Traducido para Rebelión por Nadia Hasan**. Revisado por Paloma Valverde***

«El talón de Aquiles de la coalición árabe es El Líbano. La supremacía musulmana en este país es artificial y se puede derrocar fácilmente. Allí se tiene que establecer un Estado cristiano, con su frontera sur en el río Litani. Tenemos que firmar un tratado de alianza con este Estado. Luego, cuando hayamos quebrantado la resistencia de la Legión Árabe y bombardeado Amán, podremos acabar con Transjordania; después de eso Siria caería. Y si Egipto se atreviera a hacernos la guerra, bombardearíamos Port Said, Alejandría y El Cairo. Así pues, tenemos que poner fin a la guerra y habremos saldado la cuenta con Egipto, Asiria y Caldea, en nombre de nuestros antepasados. «Ben-Gurion, 1948 (Michael Bar-Zohar, Ben-Gurion, el Profeta Armado, p.130.)

En 1948, en su primera prueba de fuerza con los «nativos», los sionistas adquirieron el control de casi cuatro quintas partes de Palestina, expulsaron a la mayoría de los palestinos de esos territorios y repelieron a las fuerzas combinadas de cinco protoestados árabes.

Sin embargo, los sionistas no se durmieron en los laureles: sus intereses no radicaban en hacer la paz con los árabes. Los acontecimientos de 1948 les demostraron lo que podrían lograr; con pérdidas menores por su lado, arrasaron la sociedad palestina y volvieron a golpear fácilmente a los árabes.

Este fue un momento histórico, un momento mesiánico, que sería visto por muchos como el cumplimiento de antiguas profecías. No era el momento de buscar la paz enmendando errores con un enemigo débil y derrotado.

Su impresionante victoria militar sólo alentaría a los sionistas para lograr sus máximos objetivos, que ahora parecían alcanzables. Los sionistas aumentarían su número, ampliarían su territorio y tratarían de convertirse en la potencia dominante en Oriente Próximo.

En 1948, la colonización judía de Palestina sólo había comenzado. En ese momento, Israel tenía una población de unos 650.000 judíos, que constituían únicamente el cuatro por ciento de la población judía del mundo.

Si Israel aspiraba a tener a la mitad de los judíos del mundo, su población tendría que incrementarse en más de diez veces. La presencia de judíos de todo el mundo en Israel tendría que haber aumentado de manera espectacular ya que este era un imperativo de la ideología sionista, que prometió que Israel sería un refugio seguro para los judíos del mundo. Sería vergonzoso para los judíos sionistas, si este ‘paraíso seguro’ judío sólo diera refugio a una pequeña fracción de todos los judíos del mundo.

Además, Israel se vería impelido a la expansión demográfica para la consecución de otros dos objetivos: el objetivo sionista de expansión territorial y la necesidad de mantener una aplastante ventaja militar sobre sus vecinos.

Con sólo «setecientos mil judíos,» Ben-Gurión insistía en que Israel «no puede ser el punto culminante de una vigilia paciente y continuada que se ha mantenido intacta a lo largo de generaciones y de los siglos.» Incluso si Israel no se enfrentó a ninguna de las amenazas externas para su seguridad, «un Estado tan poco poblado apenas tendría justificación, por lo que no cambiaría el destino de los judíos ni se cumpliría nuestra histórica alianza».

Por todo ello, poco después de 1948 -de hecho, incluso antes de 1948- los sionistas ya trabajaban para traer a millones de judíos a Israel. En el cálculo de los sionistas, una expansión demográfica de esta magnitud no sólo era deseable: también era necesaria y posible.

Las ambiciones sionistas llevarían a Israel más allá de los territorios que habían conquistado en 1948. «La corriente principal del pensamiento sionista», escribe Benny Morris, «siempre ha considerado como objetivo final un Estado judío desde el Mediterráneo hasta el río Jordán.»

En varias ocasiones, los sionistas reclamaron expansiones territoriales más amplias, que incluyen -además de Palestina- Jordania, Siria, Líbano y el Sinaí.

En octubre de 1936, a pesar de haber aceptado las recomendaciones de la Comisión Peel sobre la partición de Palestina, Ben-Gurion explicó: «No estamos diciendo que vayamos a anunciar ahora nuestro objetivo final, que es de gran alcance -incluso más que el de los revisionistas que se oponen a la partición-.»

En 1938, Ben-Gurion reveló en otro discurso que su visión de un Estado judío incluía Cis-Jordania [la tierra entre el río Jordán y el Mediterráneo], el sur del Líbano, el sur de Siria, la actual Jordania y el Sinaí. Diez años más tarde, habló de manera grandilocuente para resolver «la deuda pendiente con Egipto, Asiria y Caldea, en nombre de nuestros antepasados.»

Una vez más, en octubre de 1956, en una reunión secreta en Sèvres (Francia), a la que asistieron Israel, Francia y Reino Unido, Ben-Gurion propuso un ‘fantástico’ plan -según sus propias palabras-para cambiar nuevamente el mapa de Oriente Próximo. Bajo este plan, Israel ocuparía la Franja de Gaza y el Sinaí, la Ribera occidental (mientras Iraq se anexaría la Ribera oriental del Jordán), y el sur del Líbano hasta el río Litani (a fin de que El Líbano pudiera convertirse en un Estado cristiano más cohesionado). Las pequeñas ambiciones de Israel no conocen límites.

Los israelíes no podían ser generosos -aunque estuvieran inclinados a ello- porque sabían que los vecinos palestinos y árabes buscarían dar un giro a sus victorias.

En 1948, de un solo golpe, los sionistas parecen haber borrado del mapa a la sociedad palestina, pero esto, en parte, fue ilusorio. A diferencia de los colonos blancos en Estados Unidos, los israelíes han desplazado a la población indígena, no la han exterminado.

Concentrados en los territorios que comparten fronteras con Israel -en Egipto, Jordania y El Líbano- los palestinos que vivían en miserables campos de refugiados estaban dispuestos a olvidar su desposesión. Con el tiempo, mientras sufrían la profunda herida de sus pérdidas, mientras lograban el apoyo de sus hermanos árabes y musulmanes, mientras se organizaban y mientras su número crecía, reanudarían su lucha contra los colonos judíos.

En realidad, Israel traería la resistencia [a Palestina] en junio de 1967 con la conquista del resto de los territorios palestinos.

Además, a lo largo de todo este tiempo, incluso con una nueva inmigración judía a Israel, los palestinos dentro de Israel aún plantearían un desafío demográfico al carácter exclusivamente judío del Estado israelí. Israel también se tendría que enfrentar a la resistencia de los Estados árabes vecinos.

Los árabes no pudieron reconocer la existencia de un Estado colonial de asentamientos en Palestina: no porque los colonos fueran judíos, sino porque eran invasores que habían llegado de la mano de las potencias imperialistas y les habían arrebatado su país.

Si los proto-Estados árabes capitulaban -como lo hicieron con demasiada rapidez después de la derrota de junio de 1967- los pueblos de la región seguirían oponiéndose a Israel. Los sionistas entendieron esto; eran muy conscientes de las traumáticas heridas que habían infligido a la psique árabe e islámica.

Si Israel iba a sobrevivir, los sionistas no podían permitir que este trauma colectivo encontrara una expresión política. Los israelíes harían todo lo que estuviera en su mano para destruir el movimiento nacionalista árabe antes de que adquiriera fuerza; y no tenían tiempo que perder.

Rápidamente, tendrían que lograr una enorme superioridad militar sobre los Estados árabes y demostrarlo de manera expeditiva -como hicieron en 1956 y 1967- para obligar a la clase política dominante del mundo árabe a aceptar Israel en los términos israelíes.

Con el fin de conseguir ese poder militar y, no menos importante, demostrarlo repetidamente -violando la legalidad internacional- Israel tendría que forjar una «relación especial» con Estados Unidos.

El conflicto de Israel con los árabes no es una disputa sobre fronteras. Despojado de las argucias jurídicas que apoyan su creación, el proyecto sionista es una declaración de guerra realizada por un poderoso segmento de judíos occidentales con el apoyo de las potencias occidentales, contra los árabes. Esto tampoco es una guerra ordinaria. Como el más puro colonialismo basado en los asentamientos, los sionistas destrozaron la sociedad palestina y alteraron radicalmente el carácter demográfico de una parte importante del corazón de las tierras islámicas.

El impacto de Israel no sería local ya que fue una afrenta y un desafío a todo el mundo islámico.

En consecuencia, mientras los palestinos, los árabes y los musulmanes –en círculos cada vez más amplios- se iban movilizando lentamente para resistir esta invasión colonial, los sionistas también impulsarían la movilización de los sionistas judíos y de los cristianos en el mundo occidental, pero especialmente en Estados Unidos.

Los sionistas trabajarían incansablemente para convertir un proyecto de asentamiento colonial en un conflicto de civilizaciones entre Estados Unidos -como líder de los «judeo-cristianos» occidentales- y el mundo islámico. De hecho, esta fue su estrategia para mantener su hegemonía sobre Oriente Próximo.

*M. Shahid Alam es catedrático de Economía en la Northeastern University. Este ensayo ha sido extraído de su próximo libro, Israeli Exceptionalism: The Destabilizing Logic of Zionism (Palgrave Macmillan, [previsto para] diciembre de 2009). Es autor de Challenging the New (IPI: 2007). Este artículo es una aportación para el PalestineChronicle. Se puede contactar con el autor en: [email protected], y visitar su sitio web en: http://aslama.org.

** Nadia Hasan es traductora, miembro de Rebelión y forma parte del equipo editorial de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística (www.tlaxcala.es)

*** Paloma Valverde es traductora y miembro de la Campaña contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq (CEOSI, www.iraqsolidaridad.org)

Fuente: http://www.palestinechronicle.com/view_article_details.php?id=14865