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La historia de un refugiado sirio

Preparando un viaje hacia la muerte

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Aunque son cada vez más numerosos los refugiados sirios que intentan cruzar el Mediterráneo, las agencias de ayuda humanitaria dicen que es imposible saber cuántos se han ahogado en el mar en búsqueda de una vida mejor.


Familias emigrantes que lograron sobrevivir en su odisea hacia Italia el pasado mes de julio en una abarrotada barca de pesca que volcó. Se ahogaron al menos 45 pasajeros (Foto AFP)

Una mañana de finales de verano en el norte de Jordania, cuando el sol se elevaba sobre la ciudad de Irbid, situada en lo alto de la cresta de una montaña, un joven padre se preparaba para morir en el mar.

Empacó una bolsa con sólo lo más esencial -dos pares de pantalones, dos camisetas, unos zapatos de repuesto, cinta adhesiva, dinero y el pasaporte-, besó a su mujer y le dijo adiós. Adiós para unos meses, para un año, quizá para siempre.

Sus hijos, un pequeño tímido y observador de cinco años y una niña estudiosa de brillantes ojos de siete, no entendían muy bien qué estaba pasando. Baba se marchaba. Se iba a Europa en busca de una vida mejor, pero era peligroso. Él decía que era un «viaje mortal».

Lágrimas, últimas miradas y caricias y en un momento ya se había ido.

Engullido por una muchedumbre que se dirige hacia el norte, hacia Europa, enfrentados a un negocio siniestro, intentando conseguir llegar por la ruta más barata posible.

Engullido en la inestable y belicosa Libia, con miedo de que los bandidos le quiten el dinero que había planeado esconder en los zapatos.

Engullido, quizá, por el mar.

Miles de seres llegan cada semana

«Este año, hasta ahora, más de 110.000 personas han llegado a Italia, algunas veces arriban hasta 4.000 o 5.000 en cuestión de pocos días», dijo Flavio Di Giacomo, portavoz en Italia de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

«Un único barco de la guardia costera italiana puede rescatar hasta a 1.300 emigrantes en un día, todos acuden por un punto de entrada: Sicilia», dijo.

La OIM está trabajando con las autoridades italianas, la Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas, el ACNUR, Save the Children y la Cruz Roja de Italia para hacer frente al inacabable flujo de seres humanos que surgen por el Mediterráneo en busca de lo que muchos de ellos describen como «una vida mejor».

En los primeros siete meses de 2014, más de 16.000 sirios fueron arrastrados por el mar hasta Italia, la mitad de ellos eran hombres y cerca de 5.000 eran niños.

Esas cifras son parte de una trayectoria que se incrementa velozmente: en todo el año 2013, el FRONTEX, la agencia responsable de las fronteras externas de la UE, contó 9.591 sirios que cruzaron el Mediterráneo hacia Italia y Malta.

A diferencia de los africanos subsaharianos que aparecen en esos botes y que escapan directamente de la guerra, la mayor parte de los sirios vienen de segundos países donde su mayor problema no es la guerra, sino el limbo de la vida del refugiado, donde tienen prohibido trabajar y se ven obligados a depender de ahorros que se agotan velozmente y de ONG desbordadas.

El padre de Irbid dirigía una compañía de suministros de construcción en Siria y su mujer trabajaba de comadrona. Tenían dos sueldos, un hogar, un coche, Y entonces, de repente, se vieron sin nada y convertidos en refugiados. Como los africanos, los afganos, los pakistaníes y tantos otros a bordo de esos barcos, el padre de Irbid está persiguiendo el sueño de un salario justo, un hogar confortable, escuelas para los niños y una comunidad donde su familia se sienta bien acogida.

Prefiere permanecer en el anonimato porque teme que la seguridad jordana llegue a rastrearle, que se le niegue la entrada a Europa y se le envíe a Turquía o al Líbano, donde no pueda reunirse con su mujer y sus niños.

El resultado del arriesgado viaje que está a punto de emprender no está completamente claro; Europa está experimentando un giro hacia la derecha a nivel político, bien documentado, y tanto los refugiados como los emigrantes económicos son ahora mucho peor recibidos que lo eran en el pasado. Y no hay datos fiables de cuántos emigrantes mediterráneos han conseguido que sus sueños europeos se hagan realidad.

Pero la posibilidad de una vida mejor y los rumores que impregnan de color esos sueños -el padre de Irbid estaba convencido de que cualquier país europeo le ofrecería «comida, un lugar donde vivir, escuela para mis niños y un trabajo para mí»- hacen que la gente siga llegando a pesar del riesgo más obvio: no conseguir nada en absoluto.

En su mente conserva fresco el recuerdo de esos días de julio cuando el mar se volvió negro de luto al perderse tantas vidas en sus aguas. Durante esos sombríos días, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Antonio Guterres, pidió a toda Europa que actuara con urgencia: «La muerte de 260 personas en menos de diez días, en las más horrendas circunstancias, nos demuestra que la crisis del Mediterráneo se está agravando».

Pero la crisis continúa intensificándose y ahora el padre de Irbid estaba a punto de convertirse en parte de ella. Si hubiera ido a Italia, habría flotado sobre esas 260 tumbas.

La OIM estima que en lo que va de año ha habido más de 1.500 muertes entre los emigrantes que se dirigían a Italia, pero Di Giacomo declaró que ese era un cálculo «muy, muy optimista».

El ACNUR dice que la cifra es más alta aún: ellos cuentan 1.889 muertos en el mar en 2014, 1.600 de ellos desde comienzos de junio hasta ahora.

Los emigrantes rescatados de las atestadas y decrépitas barcas de pesca por la Guardia Costera italiana en la operación Mare Nostrum, describieron que la gente moría de enfermedad o sed o exposición al sol y que sus cuerpos eran arrojados por la borda. Algunos hablaban de barcos gemelos que salieron de Libia junto a los suyos y que nunca llegaron.

«Sabemos cuántos llegan, pero nunca sabremos cuánta gente intentaba llegar», dijo Di Giacomo.

El tráfico humano: un negocio donde la gente sólo vale dinero

Ahogarse en el Mediterráneo ocupa el primer lugar de la lista de temores del padre de Irbid. Había oído decir que los salvavidas que facilitaban los traficantes estaban hechos de corcho y planeaba comprar un neumático lleno de aire cuando llegara a Libia.

Pero Di Giacomo, que lleva tiempo trabajando desde el punto de entrada de los emigrantes en Europa y ha hecho el mapa de las amenazas y statu quo en las carreteras que llevan hasta ella, dijo que no se entregan salvavidas normalmente: los emigrantes deben pagar un extra, de entre 50$ y 100$ USA, y a los emigrantes subsaharianos, considerados como inferiores por los traficantes, no se les permite comprarlos.

En cuanto al neumático, el espacio es tan vital en esos atestados barcos que es poco probable que permitan que algún pasajero lleve algo como eso, porque el espacio que ocupa podría permitir otra persona a bordo. En este negocio, la gente sólo vale dinero.

Cuánto dinero vale depende de la ruta. Al padre de Irbid le habían dicho que su viaje costaría unos 4.000 $USA, pero Di Giacomo dice que esa cifra es demasiado baja: «Le pedirán más dinero una vez que esté en ruta».

Esa ruta llevaría al padre de Ammán a Argelia en avión con un puñado de emigrantes sirios, y después, como parte de un grupo mayor, les harían llegar en autobús hasta Túnez y Libia. Cada cruce de frontera se hará clandestinamente, cada puesto de control supondrá un riesgo.

«Si me arrestan cuando cruce a Libia, me meterán en la cárcel y después me enviarán al Líbano o a Turquía. No puedo volver a Jordania con mi familia, porque Jordania no me permitirá regresar a menos que tenga un visado de residencia de un país del Golfo o de Europa», dijo el padre.

Si el padre y sus compañeros emigrantes consiguen entrar en Libia -peligrosamente inestable y al borde del tipo de guerra del que escapó en Siria-, Di Giacomo dice que finalmente les enviarían a lo que se conoce como casa de contacto, donde los traficantes reúnen a los emigrantes, les exigen el pago y mantienen a los grupos hasta poder llenar totalmente una barca e iniciar la travesía.

La OIM ha documentado los testimonios de numerosos emigrantes sobre este punto del viaje, donde los traficantes dan otra vuelta de tuerca a sus víctimas. En palabras de un emigrante nigeriano: «Una vez que has pagado, no puedes volverte atrás».

Viendo la cuestión del asilo de color de rosa

Retornando a Irbid, a cientos de kilómetros del Mediterráneo y cuatro noches antes de que el joven padre se marchara, su propio padre sacudía la cabeza lentamente mientras contaba a sus hijos: siete hombres jóvenes, ahora en cinco países. Siendo él también refugiado, con sus propios sueños frustrados, no podía, o no debía, detenerle.

«Esa es una experiencia por la que mi hijo quiere pasar. ¿Qué puedo hacer?», se preguntaba.

¿Y qué podría hacer? El hijo que estaba empacando su bolsa y preparando a sus niños no era el primero en asumir ese riesgo: varios meses antes, otro hijo más joven, doctor, había logrado sobrevivir a la travesía y llegar hasta Alemania.

El joven estaba intentando familiarizarse con la condición de refugiado, pero sus padres, primos y hermanos en Jordania creían que tendría la oportunidad de completar el proceso de residencia y conseguir lo que todos anhelaban: una vida normal. Era demasiado pronto aún para hablar, pero la esperanza -amplificada por una visión tenaz de color de rosa acerca de cómo se recibe a los refugiados en Europa- era algo muy poderoso.

Las estadísticas de la OIM indican que muchos emigrantes, especialmente los sirios, están intentando llegar hasta los lugares de Europa donde tienen familiares ya viviendo.

Los datos del ACNUR muestran que los solicitantes de asilo sirios se concentran principalmente en Suecia y Alemania, que reciben el 56% de todas las solicitudes de asilo sirias. Bulgaria, Suiza y Holanda son también destinos populares.

Cuando llegan a Italia, se recibe a los emigrantes en centros de acogida, donde se les hace un chequeo para ver problemas de salud y vulnerabilidades específicas -a los niños que van solos se les identifica y pasan a estar bajo custodia, por ejemplo-, se les ducha, se les da alimento y un lugar donde dormir.

Pero esos centros no son prisiones: los emigrantes son libres para irse y la mayoría sabe -a través del mismo boca a boca que les asegura que en Europa les van a ofrecer un hogar y un trabajo- que el país europeo donde les toman las huellas dactilares y les registran será el que tramite su solicitud de asilo. Los emigrantes que se dirigen a los lugares donde tienen familiares en Alemania, como el padre de Irbid, o los rumores de una acogida con los brazos abiertos por parte del sistema de asistencia social, influyen para que desaparezcan antes de que se produzca el proceso de registro, explicaba Di Giacomo.

«Cuando teníamos menos emigrantes, podíamos registrarles en horas o al menos en el mismo día. Pero ahora, con tanta gente que llega, nos lleva varios días», dijo.

Con datos muy claros que indican que la reunificación familiar es el principal motivo tras tantos viajes por el Mediterráneo, Di Giacomo piensa que la obligación de los países europeos es volver a considerar sus políticas de reunificación familiar y ofrecer puntos de entrada «legales y seguros».

«La emergencia humanitaria no es la cifra de personas que llegan sino las vías y la forma en las que llegan», dijo Di Giacomo. «No podemos permitir que esto suceda en el siglo XXI, que los niños mueran en el mar intentando alcanzar las costas italianas».

Sara Elizabeth Williams es una periodista independiente especializada en los países de Siria, Jordania y el Líbano. Vive en Ammán.

Fuente: http://www.middleeasteye.net/news/preparing-die-story-one-syrian-refugee-4972912