A finales del siglo XIX, el periodista alemán Theodor Herzl fundó el movimiento sionista, que proclamaba la necesidad de obtener una tierra para «el pueblo sin tierra». Así el «pueblo elegido» eligió para crear su estado un territorio (Palestina) que, según la Biblia habría albergado a los judíos, en el siglo XII, cuando huían de […]
A finales del siglo XIX, el periodista alemán Theodor Herzl fundó el movimiento sionista, que proclamaba la necesidad de obtener una tierra para «el pueblo sin tierra». Así el «pueblo elegido» eligió para crear su estado un territorio (Palestina) que, según la Biblia habría albergado a los judíos, en el siglo XII, cuando huían de Egipto. Gabriel Piterberg observa aquí el accionar del discurso hegemónico del sionismo: negación del exilio, retorno a la tierra de Israel y el regreso a la historia. Los tres mitos fundacionales están entrelazados argumentalmente, ya que negar la experiencia histórica del pueblo judío en el exilio es una forma de reafirmar la soberanía sobre la tierra que se pretende recuperar y así abrirse camino en pos de la conformación política de un estado- nación, es decir hacia su realización como sujeto histórico.(2) Los ideólogos sionistas definieron como vacío un territorio que formaba parte del Imperio Otomano y que había estado habitado por árabes desde la conquista islámica del siglo VII DC.
El sionismo fue ganando espacios y adeptos dentro del escenario internacional, siendo Gran Bretaña la principal interesada en la colonización de una zona de importancia esencial para el intercambio con Oriente. En 1917, mediante la Declaración de Balfour, Gran Bretaña comprometía su ayuda a la causa judía, al mismo tiempo que la Liga de las Naciones le otorgaba el mandato de Palestina e Irak.
Fue durante esos años cuando empezaron a producirse las primeras oleadas relevantes de migración judía, que se instalaba en terrenos comprados a la población local o a los terratenientes. La experiencia del nazismo en Europa central y del este aumentó considerablemente el flujo inmigratorio hacia Palestina. Este primer encuentro entre colonos y nativos produjo una serie de enfrentamientos que tuvieron como corolario la expulsión de población palestina de algunas zonas, que inmediatamente serían ocupadas por judíos.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial viene el plan de Partición. En 1947, las Naciones Unidas resuelven crear dos estados, uno judío y otro palestino. Para tener una leve idea de cómo estaban las cosas antes del mentado proyecto tomemos como referencia los números que nos propone el periodista argentino Rodolfo Walsh: » En ese momento había en Palestina 1.200.000 árabes y 600.000 judíos. Los palestinos poseían el 94% de la tierra y los judíos el 6%». Por otra parte, esta operación de división, aparentemente igualitaria, escondía-mapa mediante- que «la mitad de las tierras de propiedad palestina caían bajo la jurisdicción israelí y (…) en millares de casos la aldea árabe quedaba separada de las tierras que cultivaban sus habitantes».(3)
Israel nació como un estado militarista y nacionalista. Pero, como sostiene Piterberg -retomando la idea Sternhell de nacionalismo orgánico para definir al sionismo-se trataría de un «…tipo de nacionalismo feroz respecto a sus exigencias de homogeneidad étnica (…) excluyéndose desde el principio (…) la posibilidad de aceptar un Estado binacional».(4) Tal vez ésta sea la razón que explique que, una vez retiradas las tropas británicas, la población palestina fue atacada por las fuerzas militares sionistas: la Haganah, el Irgun y la Banda Stern, con el objetivo de ocupar el territorio de lo que nunca llegó a ser el Estado árabe previsto por el plan de la ONU. De esta, manera el 48 se convierte en un año clave para entender el conflicto árabe- israelí, o, lo que es más acorde a la verdad, el comienzo de la tragedia. La proclamación del estado de Israel significó el éxodo, la desposesión y la configuración de una nueva identidad para el pueblo palestino, que pasó a ser el «pueblo de las tiendas», los «ausentes-presentes» de la historia.
La versión israelí, es decir la versión oficial de dicha historia, dice que éxodo palestino se dio en forma casi espontánea, siguiendo las órdenes de los líderes árabes. Una parte del relato puede considerarse cierta. Es verdad que los palestinos empezaron a irse espontáneamente (aterrorizados), pero lo hicieron después de presenciar el horror de la masacre en la pequeña aldea de Deir Yassin.
Piterberg, basándose en los datos de la Comisión Peel, sostiene que no se puede establecer con precisión la existencia de una política premeditada, en 1948, para llevar adelante un plan de desalojo masivo, ya que desde fines de la década del ’30: «… las expulsiones masivas eran intrínsecas a la naturaleza de la colonización sionista en Palestina desde mucho antes que la guerra estallara en 1948″(5). Lo que sí es posible constatar es el despliegue material y discursivo de una política de no retorno. Según este autor, de la dinámica retorno-no retorno depende la existencia misma del estado sionista y por sobre todo la preservación de su identidad.
El precio por mantener la identidad no lo pagan los oficiales israelíes que diseñan las propagandas encargadas de garantizar el no retorno; tampoco lo pagan las fuerzas militares que destruyen, saquean, se enfrentan a niños armados con piedras; el precio se paga en otra parte, lo paga ese «otro» al que se pretende aniquilar por medio de las armas y también por la palabra. Piterberg argumenta que el discurso oficial trata el problema de los refugiados: «…como una cuestión (…) ligada a una resolución global del conflicto árabe- israelí…»(6) La negación de la responsabilidad en el asunto es una de las estrategias elegidas para borrar la subjetividad de las víctimas. El relato del establishment judío también se encarga de la memoria de los palestinos. Es decir, se ocupa de que no exista tal memoria. Estas políticas de destrucción simbólica del otro, las «tachaduras» de la narrativa oficial se despliegan tanto hacia el exterior como hacia el interior de Israel. A los palestinos que quedaron dentro del país entre 1948 y 1952 se los trató de asimilar, concibiéndolos como ciudadanos en el sentido formal del término, ya que no se le otorgaban derechos políticos. La ley designó a estos residentes no nacionales con la categoría administrativa de «ausentes-presentes»: «ausentes de sus hogares pero presentes dentro de la frontera del Estado…»(7). En realidad, se trataba de una maniobra del gobierno israelí para legalizar el saqueo de propiedades palestinas.
Pero, en cierta forma el devenir cambió los planes del sionismo: basta repasar la historia de los refugiados para observar que los que se quisieron tener por ausentes no lo estuvieron (y no lo están) tanto. La problemática de los refugiados palestinos es la consecuencia inmediata de la instauración del Estado de Israel, y de la guerra de 1948. Entre 700.000 y 800.000 palestinos se concentraron en los países vecinos como Siria, Jordania, Líbano y Gaza. Cabe destacar que su establecimiento, en condiciones miserables, dio origen al triste paisaje de los campos de refugiados.
En 1949, la Asamblea General de las Naciones Unidas creó una agencia (UNRWA) que se encargaría de asistir a los refugiados palestinos. La UNRWA, pensada en un primer momento como solución provisional, hoy en día garantiza el acceso a los servicios básicos. Friedman dice: «La UNRWA, propietaria de los edificios de los campamentos que albergan a los refugiados, no cobra alquileres y proporciona servicios sociales gratuitos, incluyendo atención médica y escuelas primarias y secundarias…»(8). Según dicho autor, la mayor parte de los refugiados en los países árabes vive en campamentos por razones económicas, es decir por la ayuda de las Naciones Unidas, o por una determinación político-ideológica. Fueron estas últimas razones las que dieron origen a un movimiento nacional que combina explosivamente los más legítimos sueños de retorno con un especial odio hacia el no muy tolerante Estado de Israel .
La Organización para la Liberación de Palestina está compuesta por varias fuerzas de resistencia entre las que figuran Fatah, el Frente Popular, el Frente Democrático y Saika que nutren sus filas principalmente de los campos de refugiados. Walsh sostiene que la resistencia armada fue para el pueblo palestino una forma de encontrar la identidad que la ocupación sionista le había arrebatado: «El objetivo del terrorismo palestino es recuperar la patria de que fueron despojados los palestinos. En la más discutible de sus operaciones, queda ese resto de legitimidad. El terrorismo israelí se propuso dominar un pueblo, condenarlo a la miseria y el exilio. En la más razonable de sus ‘represalias’, aparece ese pecado original»(9). Podemos acordar o no con el uso de la fuerza para resolver conflictos, pero al menos podemos replantearnos la noción de terrorismo difundida masivamente desde que el «Norte» comenzó su cruzada contra el «mal».
Pero el espíritu nacional palestino también encuentra refugios menos violentos. Son constantes las quejas israelíes acerca de la politización de la educación; lo cierto es que la escuela es para los palestinos un reservorio de la memoria: «En la clase hablan constantemente de sus raíces.(…) Se los educa como refugiados. En la escuela es donde aprenden su folklore, sus tradiciones y sus canciones. Y por ello cuando se le pregunta a un niño nacido en Ammán de dónde es, dirá Belén, Lyda o Jaffa…»(10)
A modo de conclusión podría decirse que el discurso excluyente del sionismo encuentra sus límites en la actualización de la memoria. La educación proporcionada en las escuelas de la U.NR.WA y la resistencia armada refugian la memoria de los palestinos.
Notas:
1-Grossman David, Present Absentees, 1992, citado en Piterberg Gabriel, «Tachaduras» en New Left Review, 2003.
2-Piterberg Gabriel, «Tachaduras» en New Left Review, 2003.
3- Walsh Rodolfo, La Revolución Palestina, en Diario Noticias, Bs As, 1974, pág 3.
4-Pierberg, ob cit, pag 33.
5- Piterberg, ob cit, pag 32.
6- Piterberg, ob cit, pag 36.
7- Piterberg, ob cit, pag 41
8-Friedman, Robert,»Los refugiados palestinos»,en Debats, nº 33, septiembre 1990, pag. 9
9- Walsh, ob cit, pag 6.
10- Friedman, ob cit, pag 11.