Hace un par de semanas el amigo Marc Casanovas me pidió que trazara un breve panorama de la situación, del marco político que rodeó al 23-F de 1981, una descripción de coyuntura creo que fueron sus palabras exactas, como presentación del documental que hoy tendremos ocasión de ver. No es lo mío, lo confieso… y […]
Hace un par de semanas el amigo Marc Casanovas me pidió que trazara un breve panorama de la situación, del marco político que rodeó al 23-F de 1981, una descripción de coyuntura creo que fueron sus palabras exactas, como presentación del documental que hoy tendremos ocasión de ver.
No es lo mío, lo confieso… y se lo advierto de paso. Yo me muevo con más tranquilidad, y con más conocimiento de causa, en ámbitos de paradojas o de lenguajes de programación que en territorios tan delicados como el que constituyen «las coyunturas políticas» o «los entornos políticos». Lo intentaré en todo caso. Creo, quiero, deseo pensar que vivimos tiempos de rebeldía y lo urgente no sólo es, siguiendo a Tarski, urgente sino además necesario.
Y ya que estamos, hablando de paradojas y de lenguajes, déjenme que les cuente una, una muy significativa, que tiene que ver directamente con el 23-F y que algunos han llamado, probablemente con intención y, en este caso, con bendito lenguaje políticamente incorrecto, la «Real paradoja». ¿Es un absurdo lógico, o más bien lo contrario, afirmar, preguntan retóricamente los buscadores de aporías políticas, que la institución del Estado que más se benefició y se ha beneficiado hasta la fecha del golpe -de un golpe blando, duro o madurito pero con finalidades poco democráticas, terror, horror y pavor de muchos, y netamente anticonstitucional por otra parte, y del que apenas hemos conseguido saber hasta la fecha la décima parte de sus redes telúricas-, probablemente haya sido una de las instancias del Estado que total o parcialmente ha estado detrás de él -o incluso, si me apuran, delante de él- en algunos momentos destacados de su desarrollo, de su cocción y preparación si queremos usar lenguaje culinario? ¿Qué institución es esa, de qué forma ha intervenido, preguntarán? Tendrán que esperar al documental para extraer sus propias conclusiones pero recuerden el interesante y excelente consejo epistemológico del sabio revolucionario Friedrich Engels: la peor hipótesis -insisto: la peor, incluso la más arriesgada, la más descabellada- es mejor que la falta de hipótesis, que el mudismo o silencio explicativos (1).
Antes de entrar brevemente en materia, déjenme en todo caso trazar dos breves apuntes sobre el documental y sobre su director. Tengo el honor de haber visto el documental que comentamos en sesión reservada, en pase privado, como los grandes de Hollywood y Bollywood. Fue, si no voy muy desencaminado y tal como quería Jaime Gil de Biedma, en una de esas extrañas comuniones de amistad y acuerdo que la vida nos depara muy de cuando en cuando. Como hablo, pues, con conocimiento de causa, de causa vista, si de mi dependiera, si yo fuera conseller de Educació o similar -no tengo deseo alguno en serlo, no se asusten ni sospechen de mí- ordenaría, o sugeriría más gramscianamente, que en todos los centros de enseñanza de ESO, bachillerato, ciclos formativos y facultades de humanidades o de ciencias, tanto da en este caso, se viera este documental como tarea de instrucción ciudadana esencial. Enseña más, creo no exagerar, que muchos libros serviles sin sustancia, sin guión y, sobre todo, sin punta ni arista críticas. Creo que no sueño ni caigo en ensoñación alguna si les señalo que un seminario centrado en el documental de Xavier, del siempre magnífico y laborioso Xavier, enseñaría más sobre la Historia reciente y no tan reciente de España, de Catalunya, y sobre el verdadero funcionamiento político de las grandes instituciones del país que horas y horas de charla aburrida y anodina, insípida e incolora incluso, sobre cualquier tópico que ustedes puedan imaginarse, y que seguramente ya hayan sufrido en más de una ocasión (Y ahora que lo pienso: ¿incluirán mi intervención entre estas últimas?).
En cuanto a Xavier Juncosa, creo que acertó Bernat Muniesa, y debo confesarles que me sabe mal no ser yo el autor de la ocurrencia, cuando lo presentó hace un par de meses en la Facultad de Historia de la UB como el gran -o el mejor, no recuerdo con exactitud- cineasta documentalista catalán clandestino. Lo es. Pero no sólo. Es eso y más. Sabe como pocos mirar y ver cine, y yo le envidio por ello porque su inteligencia cinemetográfica me deslumbra; su empeño por causas imposibles es admirable sin coma ni punto matizadores; sus aproximaciones cinematográfico-filosóficas son siempre de enorme altura: piensen, por ejemplo, en los documentales que ha dedicado, entre muchos otros -la lista, como las conquistas hispánicas del Don Giovanni mozartiano es larga, muy larga- a Benjamin o a Pasolini, y finalmente, por no seguir así ad infinitum, su generosidad está probada y demostrada. Yo he sido durante unos tres años ayudante de cámara de Xavier Juncosa. «Ayudante de cámara» quiere decir, en este caso, persona que a veces ayuda a transportar la cámara. Gracias a él, gracias a su generosidad, buen hacer y sabiduría pudo hacerse «Integral Sacristán». Ni que decir tiene que esa entrada, esa ayudantía de transporte, ese estar al lado de un grande, es el punto que suelo destacar cuando me obligan hablar de mi currículum. Es, como dice la canción, de lo mejor que me ha pasado y lo echo en falta. No puedo ni quiero negarlo.
Paso ahora a hablarles del 23-F. Déjenme hacerlo de dos formas diferenciadas y espero complementarias, desde un punto de vista general, interrogativo, y desde una perspectiva más concreta, más descriptiva, más detallista.
Pero antes lo básico, el preámbulo: el 23-F fue un golpe militar noefranquista, fracasado o no en todos sus vértices es una cuestión abierta que en mi opinión es fácil cerrar, un golpe, decía, contra las escasas conquistas populares y ciudadanas del momento. Es la finalidad básica de casi todos los golpes de Estado como saben. El 23-F fue un golpetazo contra la ciudadanía más rebelde que pertenece a la familia de otros golpes de Estado como el que se cometió en 2002 en Venezuela, con el beneplácito de El País y del grupo PRISA, o en Chile ocho años antes de aquel negro mes de febrero hispánico de 1981 (Por cierto, por si habitara el olvido en esa arista: el dictador asesino Pinochet, aquel Jefe de Estado golpista amigo de miss Thachter y mister Friedman, vino con su capa vampírica a la entronización de Juan Carlos I, Jefe de Estado del reino de España, días después de la muerte de aquel otro general golpista llamado Franco, tan admirado por el odiado general fascista chileno).
Sentado lo anterior, desde un punto de vista general, de reflexión político-histórica, ¿qué dirán los historiadores de aquella intentona grotesca dirigida por un bigotudo y ciertamente muy español-ñol teniente coronel, el señor Antonio Tejero, que recordaba, que sigue recordando lo peor, y es mucho, de la España de charanga y pandereta que, con metáfora no descriptiva, criticaba el gran poeta republicano Antonio Machado? Dirán, en mi opinión, los que no se detengan en la superficie de los hechos y de las imágenes, que no está claro que fracasara en sus objetivos políticos esenciales y que, además, el golpe, y sus efectos políticos, no son sin discusión el punto esencial, sin dejar de ser un innegable punto de inflexión, un mínimo, de la transición política española. Intento explicarme.
Si ustedes convienen conmigo en que podemos trazar un arco político-histórico que tenga su punto inicial en la designación juancarlista por parte del general golpista a finales de los sesenta y finalice, pongamos por caso, con el referéndum otánico de 1986, como algunos autores han apuntado, cabe preguntarse: ¿qué ha sido más central para la consolidación del poder de los grupos sociales que normalmente han dirigido nuestro país y que siguen dominándolo con la chulería, el despotismo y las escasas formas de siempre? ¿El 23-F? ¿La subordinación del PCE en 1977, por supuesto realismo político, por discutible principio de realidad, aceptando bandera franquista, himno chunga pachunga recientemente silbado, e institución monárquica, todo incluido, todo en uno? ¿Acaso las enormes concesiones obreras de los Pactos de la Moncloa tras el convencimiento de las grandes organizaciones sindicales de aquel período de que había que arrimar el hombro (2), ayudar entre todos a salir del país del marasmo, con el efecto de siempre: unos cantan alegres, felices y entusiastas el coro de La Traviata y otros entonan compungidos y con lágrimas el Réquiem de Fauré? ¿Y qué pensar de las primeras y duras reconversiones industriales del gobierno PSOE, sin ningún temblor en el horizonte ni en pulso de un gobierno que había prometido cambios y más cambios sustantivos en la política del Estado? ¿La ideología neoliberal importada, generalizada y promovida en nuestro país no por fuerzas de la derecha conservadora, sino por fuerzas de la derecha algo más civilizada, es decir, por el PSOE-PSC y CiU principalmente? ¿Recuerdan ustedes aquellos cantos a la caza de gatos crematísticos sin importar procedimientos ni cualquier otra consideración humanista? ¿Fueron los secuestros y asesinatos de Estado perpetrados desde cloacas teledigiridas desde instancias que lavan blanco, muy blanco, con jabón muy negro? ¿Y las contrarreformas laborales asentadas años después por un partido que dice ser de izquierdas, con el decidido apoyo del nacionalismo conservador catalán, y que han transformado las clases trabajadoras de este país hasta límites impensables años atrás? ¿Acaso podemos olvidarnos del significado que tuvo para la izquierda y sus finalidades básicas el referéndum, el engaño, los anuncios falsarios, la insidiosa manipulación de gentes obreras, la derrota otánica, la primera vez en la Historia si no ando errado que una ciudadanía vota mayoritariamente a favor de la permanencia en una alianza militar agresiva que no se andaba con simplezas, ni entonces ni tampoco ahora, en temas de amenazas nucleares y de ataques, digamos, convencionales?
No sabría responderles sin horas de estudio (y de ira) y no creo que los historiadores forzosamente piensen que el momento central del desaguisado, de la total y casi definitiva inflexión por el momento en la correlación de fuerzas, fue el 23-F. O, como mínimo, aceptémoslo, no fue sólo el 23-F.
Pero, sin duda, ayudó. ¿Por qué? Por muchas razones. Una de ellas, no secundaria en mi opinión: hubieran tres golpes en marcha, dos diferenciados pero complementarios, o uno con tendencias, una de las propuestas, la supuestamente más civilizada, parecía contar con el apoyo, siempre negado, acaso forzado, del PSOE y de un sector del PCE probablemente llevado por la corriente, la correlación de fuerzas y un supuesto, reiterado y mal entendido principio de realidad. El gobierno de concentración que iba a presidir el general Armada -sobre cuya supuesta cara amable se ha exagerado hasta el delirio acaso por comparación con el lado oscuro de la Fuerza, es decir, de un general franquista hasta la médula y la aorta y tricúspide llamado Milan del Bosch, que también era juancarlista desde luego-, el anunciado gobierno Armada, decía, contaba según todas las fuentes informadas con ministros de esas fuerzas políticas que acabo de citar. Uno de los ministros, no creo equivocarme, iba a ser el político profesional que actualmente es Defensor del Pueblo. El representante del PCE-PSUC, por razones que ustedes comprenderán, prefiero no citarlo.
No es posible, no era posible, en mi opinión, una salida así sin contar con la aquiescencia de las fuerzas implicadas. Forzada seguramente, cuanto menos en el caso del PCE-PSUC. No estoy diciendo, no quiero decir, claro está, que esas fuerzas estuvieran tras el golpe, pero sí que algunos golpistas, los más «civilizados», habían dialogado con ellas. Que se había negociado vamos. Si quieren, con la pistola fascista puesta en la sien.
Recordemos, por lo demás, que el golpe se produce durante la votación del candidato a la Presidencia del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, de la UCD. Suárez, odiado a muerte por lo sectores más franquistas del Ejército, había dimitido semanas antes de formas enigmática y, hoy, no hay duda razonable que separe ambas circunstancias, su dimisión y el golpe o los golpes en marcha son fenómenos con correlación lineal fuertemente positiva.
Una de las claves para entender la atmósfera de la España de aquellos años, me deslizo hacia la segunda aproximación, son unas declaraciones formuladas poco después de la legalización del PCE, el sábado de aquella semana santa de abril de 1977, apenas cuatro años antes del golpetazo. El comentario: «La legalización del Partido Comunista es un verdadero golpe de Estado». Insisto: un verdadero golpe Estado la legalización de un partido político, del Partido que, admitámoslo con alegría, más había combatido, aunque no siempre y en toda circunstancia, contra la dictadura nacional-católica-fascista del apenas humano general golpista. ¿Se imaginan la autoría del comentario? ¿Les hago un examen? Lo superarían con éxito, lo han adivinado. La formulación no es, en principio, de ningún dirigente de la extrema derecha golpista sino del señor Fraga Iribarne, el actual presidente fundador del PP, que entonces se las daba de reformista presidiendo la «Coordinación Democrática» de los siete magníficos, de los siete caballeros franquistas del Apocalipsis now.
Y ya que estamos con el PCE y las declaraciones de aquel ministro franquista que firmó penas de muerte, recordemos que su legalización el 9 de abril de 1977 provocó la dimisión de Pita da Veiga, ministro de Marina, que, por su parte, el Consejo Superior del Ejército emitió una nota en la que manifestaba su acatamiento a la decisión pero su total disconformidad con la legalización. Como cantaron Celtas Cortos recordando a Brecht, no eran buenos tiempos para la lírica ni incluso para la épica.
Sin exageración a posteriori: el Ejército franquista era la arista esencial del Estado, un ejército absolutamente político; una parte sustantiva del Ejército, y no sólo entre el generalato o los círculos de máxima jerarquía, estaban en contra de las libertades democráticas; Franco seguía siendo un héroe, el gran héroe de la cruzada y el alzamiento para ellos; la guerra civil se había ganado contra quienes se había ganado y lo máximo que estaban dispuestos a aceptar eran unas reformas moderadísimas que en ningún momento pusieran en cuestión su inmenso poder, los principios normativos del régimen anterior, el centralismo estatal la sal tóxica de su tierra. Un ejemplo entre muchos otros para ilustrar la anterior afirmación: en noviembre de 1978 tuvo lugar la desarticulación de la Operación Galaxia, una intentona golpista que tuvo como principal responsable a Antonio Tejero. ¿Les suena? El señor Tejero fue condenado a 7 meses -insisto: siete meses- de prisión. Luego a la calle, a seguir con sus cosas. Paz y gloria.
¿Qué país era aquel, podrán preguntarse? Pues un país en el que el dictador fallecía de la misma forma en que se había encaramado al poder: asesinando. El 27 de septiembre, dos meses antes de su muerte, la dictadura había ejecutado a cinco luchadores antifranquistas, Otaegui y Txiki entre ellos. Yo estuve en el entierro de este último. No éramos muchos los que bajamos a la ciudad y estuvimos saltando todo aquel domingo en Ramblas y alrededores hasta que el número de policías era notablemente mayor que el número de manifestantes (Por cierto, Otaegi y Txiki tenían una plaza con su nombre en un pueblo de Euzkadi. Hace poco cambiaron el nombre de la plaza, les acusaron de terroristas. La cuestión, la ensidia, no es baladí. Si el argumento vale para ellos, los maquis fueron terroristas y los resistentes armados franceses contra el nazismo también fueron terroristas. ¿Argumento erróneamente?).
De aquellos barros vinieron otros lodos. Un primer gobierno Arias netamente continuista, con el Rey en la Jefatura del Estado y con los crímenes de Vitoria que nunca han sido reconocidos como lo que fueron, estos sí, actos de terrorismo de Estado, con Fraga Iribarne, ausente ese día, como ministro del Interior, pero que tuvo la cara dura y alargada, junto con Martín Villa (quien por cierto tiempo después acusó a las víctimas y a las organizaciones obreras de provocadoras) de ir a visitar a los heridos. Algunos familiares no les recibieron; otros les preguntaron alarmados si venían a rematarles.
Luego vino el cambio de Arias por Suárez. Algunos, Ricardo de la Cierva entre ellos, hablaron de inmenso error. Suárez había sido secretario general del Movimiento, el partido del fascismo español. Suárez, admitámoslo, actuó con inteligencia: exitoso referéndum sobre reforma política a finales de 1976, tratamiento con guantes de seda al PSOE, pacto con el PCE que significó la pérdida sin apenas restos de algunas motivaciones básicas de la organización y un claro desconcierto; la formación de un partido «centrista», separado del franquismo endurecido, desde instancias gubernamentales, y la publicitaria construcción, uno de los ejes del imaginario de la transición que más ha persistido, que la voluntad del monarca y la habilidad de su presidencia, de la presidencia de Suárez, fueron esenciales para el cambio, para un cambio en el que, se añade, el comportamiento y la prudencia del pueblo español fueron ejemplares. Una apología declarada de la sumisión civil.
Por lo demás, las cortes, que no fueron constituidas con tal motivo, fueron cortes constituyentes. No es momento para entrar en el análisis de la Constitución de 1978 pero, básicamente, cabe señalar que sus artículos más democráticos y sociales son, hasta la fecha, papel mojado para decorar casas los domingos y días de fiesta, y sus aspectos más antidemocráticos, las concesiones más claras de las izquierdas institucionales al poder, a los poderes fácticos decíamos entonces con razón, son las normas y artículos que de cuando en cuando son usados o nombrados para lanzar insidiosos panfletos derechistas.
Además de ello, la Constitución de 1978 consagra la economía de mercado, el papel vigilante del Ejército (cuyo papel coactivo durante la elaboración del texto constitucional es de todos conocido), la consideración especial, irresponsable y antidemocrática del Jefe del Reino de España, la unidad de la España-araña, no admite el derecho a la autodeterminación y, claro está, consagra la Monarquía, una institución no democrática, como forma de Estado.
Pero todo ello no fue suficiente, no era suficiente para las fuerzas más antidemocráticas, más franquistas, más fascistas. El país estaba inmerso en una larga crisis económica que, esta vez sí, conllevaba en algunas zonas fuertes resistencias obreras, resistencias en las los intentos de autoorganización y autonomía no estaban ausentes. Pero, sinceramente, no creo que esta arista exaltase mucho los ánimos del humus del golpismo, si bien algunas voces empresariales insistían en lo que suelen insistir día sí, otro también: control de los desmanes obreros, reformas laborales radicales, disminución de los salarios, abaratamiento del despido, mayor flexibilidad de los contratos, externalidades generalizadas, etc.
Estuvo desde luego la irrupción de la vindicación de los derechos nacionales. La masiva manifestación del 11 de septiembre de 1977 en Catalunya no fue vista con ojos emocionados por los grandes poderes que, todo hay que decirlo, maniobraron con rapidez con la jugada Terradellas, el único vínculo institucional del nuevo Estado con aquel añorado Estado republicano que fue asaltado, derrotado y liquidado. Y estaba, claro está, la presencia de ETA, sus fuertes apoyos ciudadanos y de sus atentados, centrados en aquellos momentos básicamente en miembros de la Jerarquía del Ejército. De hecho, como es sabido, la estrategia de ETA pasaba por tensar la cuerda, por provocar reacciones golpistas, por dejar patente que en última instancia el Estado seguía cantando la misma melodía autoritaria y centralista. Esto fue, en mi opinión, uno de los vértices principales que aceleró el proceso golpista. No digo que fuera condición sine qua non. Pero recuerden el grito de guerra de la extrema derecha españolista: antes España roja que rota. Para que admiten aunque sea el hipótesis falsaria la posibilidad de rojez en su cortijo azul, imaginen ustedes el odio que pueden sentir por todo aquello que ponga en cuestión la idea, su idea, de España-nación-única-de todos los españoles.
(Por lo demás, entre paréntesis, la ETA de entonces no era para la izquierda lo que ha sido años después. El asesinato de Yoyes, el atentado de Hipercor, fueron los acontecimientos que debilitaron los sentimientos de simpatía de la ciudadanía de izquierdas. Pero no hay que olvidar que la muerte de Franco se había producido en 1975, el golpe se produjo en 1981 y que durante esos seis años, el prestigio de ETA como luchadora antifranquista seguía incólume, o casi, entre amplios sectores de la ciudadanía).
Hubieron, desde luego, movimientos internos en la UCD que desde un punto de vista político creaban inquietud entre algunas figuras y altas instituciones. Les recuerdo algunos de ellos: dimisión del ministro de Cultura, Manuel Clavero, el 15 de enero de 1980; remodelación del gobierno UCD el 3 de mayo; moción de censura del PSOE los días 28-30 de mayo, seguida con expectación por gran parte del país; dimisión del vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell, el 22 de julio; nueva remodelación gubernamental en septiembre; elección en octubre de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón como portavoz del grupo parlamentario centrista, que era en aquel momento candidato alternativo a Santiago Rodríguez-Miranda, el candidato promovido por Suárez (Entre paréntesis les señalo que la actuación política del señor Herrero del Miñón, el contertulio de la SER, más allá de la historia rosa que nos suele contar desde instancias interesadas, pone cuanto menos la piel de gallina, el corazón en un puño y pinta de blanco rosado, por comparación, las trayectorias maquiavélicas de numerosos dirigentes políticos).
Luego está, como les señalé, la dimisión de Suárez quien dimite como presidente del gobierno el 29 de enero de 1981 tras una intervención televisiva que pone en un vilo al país. El 1 de febrero, el Colectivo «Almendros» publica en El Alcázar, un diario de la extremísima derecha leído con devoción en casi todos los cuarteles y oficinas del Ejército, se lo puedo confirmar por experiencia propia, un artículo golpista sin disimulo. Del 2 al 4 de febrero, los reyes viajan al País Vasco y visitan la Casa de Juntas de Guernica, donde los diputados de HB les reciben como se merecen. El 6 de febrero, aparece asesinado el ingeniero de la central nuclear de Lemóniz, José María Ryan. Entre los días 6 y 9 de febrero tiene lugar el II Congreso de UCD en Mallorca, donde es elegido como presidente del Partido el entonces ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, y al día siguiente, Leopoldo Calvo-Sotelo es nombrado candidato a presidente del Gobierno.
El 18 de febrero Calvo-Sotelo, que falleció por cierto años después en extrañas circunstancias, presenta su gobierno. En la votación del 20 no obtuvo la mayoría necesaria para la investidura. Debía producirse una nueva votación el 23, donde bastaba con la mayoría simple. El día fue elegido por los golpistas para perpetuar el golpe de Estado. A las 18:21 horas, cuando iba a emitir su voto el diputado del PSOE Manuel Núñez Encabo, Tejero y sus muchachos entraron en el congreso, con sus gritos, sus metralletas, sus todos al suelo y el que «se callen coño» y argumentos similares. La operación la llamaron «Duque de Ahumada», en honor del fundador de la Guardia Civil, el benemérito cuerpo tan bien retratado por el poeta andaluz asesinado. Como recuerdan, dicho sea en honor de la verdad, Gutiérrez Mellado, el vicepresidente militar, se enfrenta a los golpistas, y Suárez y también Carrillo, gesto usualmente olvidado de forma interesada, no se tiran al suelo. Les recuerdo, por lo demás, que la señora Thatcher calificó el asalto de acto terrorista pero que el Secretario de Estado norteamericano, el general Alexander Haig, durante la presidencia de aquel mal actor terrorista llamado Ronald Reagan, se limitó a decir que el asalto al Congreso de los Diputados era «un asunto interno de los españoles».
El Estado Vaticano, tan prudente él, no realizó declaraciones de condena hasta el día 24, cuando el golpe había fracasado en primera instancia. Según ha contado Santiago Carrillo, un miembro de la Asamblea Episcopal, que no era obispo sino un cura, intentó conseguir que ese mismo día la asamblea hiciera una declaración contra el golpe y a favor de la Constitución. ¿Lo logró? Efectivamente, no tuvo ningún éxito.
Grimaldos, periodista usualmente informado, ha señalado que en el 23-F está implicada directamente la embajada norteamericana y el jefe de la Estación de la CIA en España. ¿Por qué? Porque Adolfo Suárez se les había ido de las manos. Fue, claro está, también él, un hombre de los norteamericanos pero con fecha de caducidad. La fecha había sido superada
El poder es así, Suárez le había cogido gusto al poder y se desmarcó de la senda marcada por EEUU. Tuvo sus veleidades tercermundistas como ir a la Cumbre de Países no Alineados en Cuba, había hablado bien de Gadaffi… Se les había ido de las manos y no estaba muy dispuesto a quitarse de en medio
Queda desde luego la trama civil. Estas intentonas suelen tener muy en cuenta los apoyos económico-financieros, y no es imposible que fueran financiadas por destacadas fuerzas vivas del país. Sé poco sobre eso y creo que se ha investigado poco también.
Déjenme acabar con una consideración alrededor de o sobre los alrededores del 23-F. ¿Qué hizo la izquierda comunista, la denominada no siempre con buena intención «izquierda radical» en esas circunstancias? Poco, muy poco. No era fácil desde luego. En Catalunya, los pocos ciudadanos que fueron capaces de enfrentarse, con mayor o menor acierto, estaban la mayoría de ellos en las filas del PSUC. Alfredo Clemente, un líder obrero barcelonés, merece ser citado. No debería habitar el olvido sobre él ni sobre su comportamiento y el de tantos otros militantes comunistas obreros catalanes.
Los que estábamos entonces en partidos de la extrema izquierda, en mi caso en el MCC, no supimos qué hacer. Yo estaba en la facultad, salí de clase, fui al bar, di gritos de resistencia desde una mesa, apunté enrojecido que había que resistir y parar el golpe. Las gentes, mis compañeros, me miraron extrañados. Con razón. No me hicieron ningún caso desde luego.
No teníamos planes, no sabíamos cómo intervenir en un caso así, a pesar de haber hablado sobre ello en reuniones y congresos. Cuando horas más tarde escuchamos las palabras del Jefe del Estado, cuando intuimos que la situación parecía no ir a mayores, nos derrumbamos. En mi caso, literalmente, me derrumbé.
No se nos pasó el miedo. Pero al día siguiente fuimos capaces de levantar alguna concentración, algunos paros.
Los días, las semanas posteriores, los meses venideros, estuvieron llenos de malos presagios. No eran inventos ni locuras nuestras. Teníamos motivos para estar preocupados.
Es importante, muy importante, que en estos asuntos, y en casi todos por lo demás, no solo reine la palabra y las buenas intenciones sino también la acción, la acción prudente, organizada y rebelde. Y no es fácil. También esa es, yo no la descartaría, una de las tareas que tenemos por delante aunque el fascismo español, europeo, ostente hoy ropajes más elegantes. No llamo a la Bestia, no me entiendan mal. Simplemente digo que la Bestia ronca con sonidos desagradables, duerme vigilante y que, a veces, cuando la situación lo requiere, se despereza y extiende sus garras y nadie hasta ahora ha demostrado que yo sepa que no pueda despertarse enrabiada y con sangre en los ojos en tiempos futuros.
Addenda: Y permítanme finalmente que recordando que también Benedetti, el bendito Mario Benedetti, paseó por estos lugares, contempló este mar cercano y fue amigo de muchos amigos, yo ahora le recuerde a él, con todos ustedes, diciendo uno de sus poemas, reconociendo agradecido, una vez más, que él siempre supo como combatir la bestia:
Me sirve no me sirve
La esperanza tan dulce
tan pulida tan triste
la promesa tan leve
no me sirve
No me sirve tan mansa
la esperanza
La rabia tan sumisa
tan débil tan humilde
el furor tan prudente
no me sirve
No me sirve tan sabia
tanta rabia
El grito tan exacto
si el tiempo lo permite
alarido tan pulcro
no me sirve
No me sirve tan bueno
tanto trueno
El coraje tan dócil
la bravura tan chirle
la intrepidez tan lenta
no me sirve
No me sirve tan fría
la osadía
Si me sirve la vida
que es vida hasta morirse
el corazón alerta
si me sirve
Me sirve cuando avanza
la confianza
Me sirve tu mirada
que es generosa y firme
y tu silencio franco
si me sirve
Me sirve la medida
de tu vida
Me sirve tu futuro
que es un presente libre
y tu lucha de siempre
si me sirve
Me sirve tu batalla
sin medalla
Me sirve la modestia
de tu orgullo posible
y tu mano segura
si me sirve
Me sirve tu sendero
compañero.
Anexo: Intervención de Manuel Sacristán sobre el golpe del 23-F.
Barcelona, Centre de Treball i Documentació
Trascripción: Salvador López Arnal
Fecha: Principios de marzo de 1981.
No hay apenas dudas de que uno de los sucesos de mayor trascendencia política durante los primeros años de la denominada «transición democrática» hacia el binomio de la alternancia -con ayudas, si necesarias, de los varios nacionalismos periféricos- y el pensamiento único neoliberal, fue el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
Hubieran tres golpes en marcha (tesis defendida por el teniente coronel Javier Fernández López: Diecisiete horas y media. El enigma del 23-F, Taurus Madrid 2000), un sólo golpetazo, o tres en uno, no está nada claro que la intentona fuera un fracaso, no hubiera pacto «entre caballeros» y careciese de repercusiones políticas. Entre ellas, cabe citar por ejemplo la LOAPA, la integración en la OTAN, una mayor parálisis de los movimientos obreros y cuidadanos y, en el medio plazo, una concentración del voto de izquierda en el PSOE en las elecciones de noviembre de 1982. De la trama civil poco se ha sabido; de la militar seguimos sabiendo, probablemente, la punta del iceberg. Pocos días después de la frustrada intentona tejerista-fascista, se convocó en el CTD (Centre de Treball (Trabajo) i Documentació) de Barcelona un debate sobre la situación política post-golpe en el que participó, entre otros, Manuel Sacristán Luzón (1925-1985).
En el Centre existe una grabación de la sesión. Lo que sigue es la transcripción de la intervención inicial de Sacristán, así como de sus comentarios en el coloquio. Las breves notas intentan dar sucinta información sobre asuntos de la época que el tiempo -posiblemente con buenas razones- no haya acuñado. * Yo he asistido ya a varias discusiones sobre el golpe del 23 de febrero y he de decir que todas son bastante deprimentes. La que tuvimos el sábado por la mañana, en un círculo de amigos que hacemos una revista [mientras tanto], fue calificada, con mucho acierto, más que sentido del humor aunque tiene bastante, por uno de nuestros amigos, por Víctor Ríos (1), como una coordinadora de angustias. Y, efectivamente, es lo que ocurre en estas reuniones sobre el golpe. En ellas solemos intervenir gente sin partido y algunos de partido. La gente sin partido, por regla general, solemos ponernos analíticos. Como en realidad ya recibimos nuestro merecido hace años, a saber, ya sufrimos bastante trauma el día que salimos de nuestros partidos al cabo de más o menos decenios de estar en ellos, pues parece que hayamos desarrollado una cierta capacidad estoica de ir analizando lo mal que vamos desde siempre (2). Los que representan partidos en esas reuniones suelen intentar echar al asunto un poco de euforia que resulta tan increíble que al público todavía le detiene más que el análisis pesimista de los sin partidos.
Sospecho que esta reunión de esta noche va a ser igual de deprimente que todas. Razón por la cual tengo cierto resentimiento contra el Centre [CTD] y contra mí mismo por habernos convocado aquí a sufrir durante un par de horas más de las varias que vamos sufriendo en estas reuniones.
Diréis, ¿por qué has venido, por qué he venido con esa convicción? Por modestia, porque tengo la esperanza de ver si me equivoco y llevan razón la comisión directiva del CTD cuando piensa que lo que hay que hacer es insistir mucho, hacer varias sesiones, seguir hablando de esto. A lo mejor es verdad, a lo mejor estas coordinadoras de angustias refuerzan una cierta voluntad de resistencia. Vamos a ver.
En todo caso, he venido a decir muy pocas palabras de entrada. Si hay discusión ya veremos si resulta más deprimente o más eufórica. Y algunas de las pocas palabras que quería decir además están ya dichas. Sobre todo las palabras de partida: el golpe, llegue o no a ser lo que Pep Subirós (3) acaba de llamar golpe blando logrado, por lo menos es evidente que refuerza la derechización del país. Como está a la vista de todo el mundo, no pienso haceros gastar un minuto más en ello.
Vale la pena recordar que en medio de esa derechización, los partidos de la izquierda parlamentaria se echan resueltamente a la derecha. La verdad es que no lo digo por interés en criticarlos, que a estas alturas es ya materia demasiado digerida. ¡Para qué vamos a ponernos ahora a criticar recientes tomas de posición! No vale la pena. Más interés tiene darse cuenta de la honrada convicción con que lo hacen. Por lo menos las declaraciones que yo he leído hasta ahora, a mí me dejan poca duda -ya me diréis si pensáis que me equivoco- acerca de que no se trata de oportunismo en un sentido trivial, sino de oportunismo en un sentido muy profundo, es decir, están completamente convencidos de que hacen lo que tienen que hacer al capitular integralmente, al presentar una capitulación total, no ya sólo acerca de lo que se ve – que lo que se ve es fundamentalmente el problema de las autonomías y el problema de los derechos individuales-, sino, recordarlo, sobre aquello de lo cual ya ni se habla, a saber, que los partidos de la izquierda parlamentaria eran partidos del cambio social, eran partidos en cuya tradición y en cuya ideología estaba inscrito el cambio social al que, normalmente, en épocas con menos pudor y con menos desastre, llamábamos «revolución». Pero no voy a seguir poniéndome camp. Después de haber usado la palabra «revolución» por una vez, basta.
La gran convicción con que se echan a la derecha tiene mucho que ver, creo yo, no sólo con la situación nacional, nacional española, estatal quiero decir, sino también con la situación internacional, con el mundo de los Estados. Cuando uno dice, o cuando un dirigente de esos partidos, en este caso Santiago Carrillo (4) (como no lo menciono con ningunas ganas de ofender, sino simplemente de mencionar, no tengo por qué ocultar el nombre), cuando insiste en que no hay más política que la que él hace, hay que reconocer que está diciendo una cosa que, sea toda la verdad o parte de la verdad, es por lo menos demasiado impresionante, porque ninguno de nosotros sabríamos oponer -esto es verdad, como él insiste mucho- una política práctica, para realizar mañana, con implicaciones parlamentarias y en el ámbito de poderes centrales o territoriales, o que los englobara todos, distinta de la que hace. El problema es entonces qué ocurre con la tradición del cambio social, con la tradición revolucionaria de la izquierda social, que es el asunto al que me quería referir en estos pocos minutos en que voy a usar la palabra.
La verdad es que la primera impresión que uno tiene es que en estos momentos el cambio social está en manos de las fuerzas objetivas y subjetivas que dominan la crisis. Quiere decirse: empieza a dar la sensación, incluso a escala mundial y no sólo española, que quien está dominando el cambio social que se avecina son las viejas clases dominantes, en una recomposición interesante, en la que los ejércitos tienen mucha más importancia que antes, como lo sugiere la nueva política norteamericana, por ejemplo, o el hecho recientemente revelado de que contra lo que se creía también el ejército federal alemán tiene entre sus activos un despliegue nuclear ya hoy, a pesar de que oficialmente todavía es un ejército desnuclearizado, etc. Con esta novedad -de que la recomposición de las clases dominantes el factor militar juega un papel directo político que tal vez no jugaba hasta ahora-, se puede decir que es el viejo conjunto de clases dominantes el que está gestionando el cambio social que viene a través de la recomposición del capital fijo, de la división internacional del trabajo, de cosas como la gran ofensiva nuclear que estamos viviendo otra vez después de unos años en que estuvo en sordina para hacer frente a la resistencia popular, las otras revoluciones tecnológicas, el paso de industrias ligeras a la periferia imperial, en fin, todas estas cosas que no es cuestión de intentar detallar ahora sino que sería más propio de un análisis económico con detalle que yo no puedo hacer, pues digo que da la impresión de que el cambio social está integralmente en manos de estas fuerzas, fuerzas en sentido objetivo -esas nuevas características de recomposición de la división internacional del trabajo- y fuerzas en sentido subjetivo, es decir, las viejas clases dominantes con un nuevo ascenso de los ejércitos en ellas.
Entonces, en mi opinión, de esa perspectiva tan desfavorable hay que arrancar, de esa ambiente internacional y español hostil a las motivaciones de la izquierda social. Por lo tanto, hay que arrancar (…) partiendo de la convicción de que lo que nos espera es una larga travesía en el desierto. Seguramente me ayuda en eso la edad: ya no tengo pelos en la lengua y estaría dispuesto a decir que empieza a ser razonable pensar que la gente de la izquierda social de mi generación no vamos a ver ya un cambio positivo. Hasta ese punto creo que vale la pena convencerse al menos subjetivamente para estar preparados. Yo creo que la gente de mi edad, de aquí hasta su muerte, vamos a estar en esta situación de derrota, con mayores o menores cambios, y que es la gente más joven la que acaso pueda pensar en otra cosa. Pero para que la gente más joven pueda pensar en otra cosa me parece absolutamente necesario admitir, como dijo Lukács poco antes de morir por cierto, que hay que partir de como si estuviéramos en 1845 o 1846, y eso quiere decir muchas cosas negativas y también positivas. Hay que empezar por una autoafirmación moral. Saber que en medio de esta espantosa derrota material, de todos modos, lo que ofrecen quienes están rigiendo el cambio social en estos momentos, no es más que la exacerbación de los horrores que estamos viendo, la exacerbación del hambre en el tercer mundo, del desarrollo de tecnologías destructoras del planeta, etc, sin olvidar el punto del etcétera que más importa, a saber, la amenaza de Guerra (5).
Los únicos valores positivos siguen estando donde estaban, en esa izquierda social por derrotada que esté. Desde esos valores hay que volver a empezar otra vez como si hubiéramos perdido, que de hecho la hemos perdido -disculparme la brutalidad de viejo con la que he decidido hablar esta noche aunque sea brevemente-, como hemos perdido lo que empezó en 1848. Si se tiene en cuenta que el único lugar donde hay en estos momentos en Europa un movimiento obrero importante es Polonia, está dicho todo (6). El único movimiento obrero importante del continente en estos momentos es un movimiento que se levanta contra las versiones tópicas, triviales, de lo que empezó en 1848 como una esperanza. Reconocer este hecho con los dos ojos es darse cuenta de dónde hay que empezar.
El lado positivo de todo esto sería que, si hay que empezar como en 1847, entonces habría que empezar como si no estuviéramos divididos en las distintas corrientes del movimiento de renovacion social, como si todos fuéramos socialistas, comunistas y anarquistas, sin prejuicios entre nosotros, volviendo a empezar de nuevo, a replantearnos cómo son las cosas, en qué puede consistir ahora el cambio, y, sobre todo, al servicio de qué valores, admitiendo de una vez que lo que hay en medio lo hemos perdido.
De aquí me saldría -si me permitís dar un último salto de un minuto a la actualidad inmediata- una receta, efectivamente, aunque sea vergonzoso usar la palabra «receta», pero es así, me saldría la receta siguiente: qué podemos hacer ahora y aquí en un plano que no sea sólo sea el fundamental al que me acabo de referir de la reafirmación moral y cultural (la palabra «cultural» la ha usado varias veces, con intención que yo comparto, Pep Subirós), pues qué podemos hacer además. Creo que lo primero que podemos hacer es pedir urgentemente a los partidos de la izquierda social extraparlamentaria que se fusionen, que se dejen de historias, de que si unos son trotskistas y otros son lo que sean, y que intenten incluso la fusión también con las juventudes libertarias, que se acabe la historia de los grupúsculos y volvamos a empezar desde antes del 48, a ver qué conseguimos hacer. Y si eso no pasa, entonces habrá que decir que la única posibilidad política de apoyo, de refuerzo, de la lucha cultural y moral, sería hacer entrismo, por decirlo con la vieja palabra trotskista, volver otra vez todos a las grandes organizaciones de masa, con un sano escepticismo pero con mucha pasión, para intentar desde ellas algún cambio (7).
Lo fundamental de todos modos, repito, es saber, para no entrar en desesperaciones fuera de lugar, que, como digo, aunque el cambio previsible esté en manos de las clases dominantes existentes hasta ahora, ellas no ofrecen ningún nuevo valor, los valores serios para una convivencia social, humana, moral, siguen estando en la izquierda. De ese arranque de rearme moral creo yo que hay que partir sin que ello quiera decir que desprecie la receta que he dicho antes, de urgir a las fuerzas que existen en la izquierda social a que se fusionen, a que den pie, a que intenten apoyar orgánicamente el renacimiento del movimiento.
Coloquio (8):
Muy lejos de mi el meterme a maestro ciruela. Quiero decir, yo no comparto el capricho, muy frecuente entre intelectuales, de considerar que lo bueno es no estar en un partido. Todo lo contrario. Yo siempre he considerado que es una desgracia.
También me parecen muy impertinentes y no apecio nada la gente que se levanta desde fuera de los partidos a darles consejos.
En cambio… Perdón, todavía más reconocimientos. Creo que llevas mucha razón cuando dices que la fusión del PTE y ORT (9) ha sido para restar en vez de para sumar. Sin duda. Lo que yo quiero decir expresándolo como un deseo, y sin la petulancia y la impertinencia de que sea un consejo, era una receta. Algo para tener a la vista y que se podría hacer es que probablemente una de las tareas más fecundas de los partidos extraparlamentarios en estos momentos -extraparlamentarios o también sectores que sean verdaderamente revolucionarios de partidos parlamentarios, lo mismo me da, en este momento no quiero hacer ninguna división sectaria-, pues yo creo que una de las tareas más importantes sería preparar el terreno para un tipo de unidad que partiera de la base de una gran seguridad cultural, o moral, como lo queráis decir, a través de la cual se superara el sentimiento de inferioridad, al que también se refería Pep Subirós, el sentimiento de inferioridad producido por la larga derrota a la que tú también te has referido, que recuperando entonces una moral alta sobre la base de una recuperación, de una nueva toma de conciencia, de la calidad cultural y de la propuesta de futuro que subyace desde siempre en la izquierda social, buscara una nueva forma de unión, no una fusión entre partidos, con las características tradicionales.
Es muy posible que vosotros, los del MC -en alguna época por lo menos, no sé si ahora-, hayáis estado, visto desde fuera, particularmente bien situados para eso, porque no os ataban ninguna de las grandes tradiciones que pueden determinar patriotismos de partido en el resto de la izquierda marxista. Las franjas revolucionarias del PSUC o del PCE están más o menos vinculados psicológicamente por la herencia de la III Internacional, los camaradas de LCR por la tendencia de la IV. Vosotros tenías una posición ligeramente protagonista y por eso no te negaré que al verte aquí me ha parecido que más seguro todavía que iba a decir el asunto, pero no con ningún ánimo de impertinente consejo, sino como reconocimento o expresión de la convicción de que algo nuevo hay que hacer, si me permitís hablar así de vagamente.
Notas:
(1) Víctor Ríos no sólo ha sido coordinador de la presidencia de Izquierda Unida sino que, en aquellos años, era, sin duda, cuerpo y alma, entre otros cuerpos almados, del Centre de Treball i Documentació, centro todavía existente y de indudable valor para los movimientos alternativos (y afines). Se puede ser socio del mismo con relativa facilidad.
(2) Sacristán fue, como es sabido, dirigente del PSUC y del PCE, desde 1956 hasta 1970, siendo miembro del comité ejecutivo del PSUC entre 1965 y 1970. Pasó a ser militante de base del PSUC a partir de su dimisión de los cargos de dirección y permaneció en tal situación hasta 1977 o 1978. En las primeras elecciones legislativas, pidió públicamente el voto para el PSUC-PCE y en las primeras elecciones al Parlament de Catalunya, su apoyo fue para la candidatura de «Unitat pel socialisme», formada por grupos de la izquierda revolucionaria de aquellos años (MCC, LCR…)
(3) Pep Subirós era, en aquel entonces, dirigente de la OIC (Organización de Izquierda Comunista), una de las numerosas siglas situadas a la izquierda del PSUC-PCE.
(4) Santiago Carrillo, como es sabido, era en aquellos años Secretario General (indudablemente, con germánicas mayúsculas) del PCE y, además, como él mismo y numerosos historiadores y políticos de la época no se han cansado de repetir, uno de los artífices de la «transición política española».
(5) Sacristán se refiere en este paso a la posiblidad, nada teórica ni especulativa en aquellos momentos, de una guerra nuclear limitada o no al ámbito europeo. El olvidable actor e inolvidable presidente de la década de los ochenta Ronald Reagan habia hecho declaraciones en este sentido por aquellas fechas.
(6) Sacristán se refiere al movimiento Solidarnosc, dirigido en aquellos años de forma carismática y, tal vez, ya autoritaria, por el que fuera, posteriormente, presidente de Polonia, el inefable Lech Walesa.
(7) Aunque no lo parezca, así lo interpreto, Sacristán se está refiriendo a hacer entrismo en el PCE.
(8) En el coloquio, Ignasi Alvarez Dorronsoro, dirigente por aquel entonces del Moviment Comunista de Catalunya (MCC), intervino para reflexionar sobre lo tratado y para señalar a Sacristán que la tarea era de todos, no sólo de las fuerzas o partidos políticos, sino de intelectuales como él y de grupos como los que podía representar el colectivo de mientras tanto. Lo que viene a continuación es la respuesta de Sacristán a esta intervención.
(9) PTE y ORT, Partido del trabajo de España y Organización Revolucionaria deTrabajadores, eran dos de los numerosos partidos de la izquierda marxista de la época. Su fusión, después de encendidos debates, no dio los resultados esperados ni fue, desde luego, la mejor de las concebibles.