Traducción para Rebelión de Loles Oliván.
En marzo de 2011, un comentarista de Al-Yasira escribía: «Los acontecimientos en Egipto y Túnez han puesto de manifiesto que la unidad árabe contra la represión interna es más fuerte que contra la amenaza extranjera». Aunque puede que fuera una generalización excesiva en ese momento, los acontecimientos en Siria han confirmado tal hipótesis. Ello se debe a la profunda polarización entre aquellos árabes que sitúan la primacía en la oposición al autoritarismo del régimen de Siria y aquellos otros que consideran tal oposición como de interés secundario frente a la lucha de Asad contra el imperialismo y el sionismo.
En este ensayo voy a esbozar las principales consideraciones morales e intelectuales que conforman la prioridad del campo de la resistencia o anti-imperialista (conocido en árabe como mumanaista) de hacer frente al imperialismo por encima de otras formas de dominación.
La violencia en Siria está distorsionada
Aunque los simpatizantes de la oposición siria acusan con frecuencia a este sector de estar dispuestos a tolerar cualquier tipo de violencia sin importar lo odiosa que resulte en interés de la prioridad de la resistencia, tal acusación obvia el hecho de que el aparente consenso sobre la naturaleza y el alcance de la violencia en Siria ha sido pura y llanamente fabricado. Los mumanaistas no consideran la violencia actual que envuelve a Siria como la cara brutal de la represión de manifestantes por parte de un régimen dictatorial, como suele tergiversarse en los principales medios de comunicación, sino más bien como una guerra civil por delegación a la que se ha arrastrado al ejército sirio cuando intentaba poner fin a una insurrección armada respaldada por Estados Unidos, la OTAN y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).
Si los partidarios del levantamiento en Siria afirman que esta percepción del conflicto está diseñada para reducir la disyuntiva producida por la brutalidad del régimen, pocos mumanaistas albergan la ilusión de que el régimen no sea represivo. Lo que sí creen, sin embargo, es que el alcance de esta represión ha sido groseramente distorsionado por los principales medios de comunicación. Para reforzar su argumento, señalan una creciente cantidad de noticias de los medios convencionales que han admitido hasta la saciedad un singular discurso maestro utilizado extensamente para enmarcar el conflicto.
Como reconoce la BBC en un reciente estudio propio sobre la cobertura de la «Primavera árabe», «el periodismo no es un simple ejercicio de transmisión de hechos crudos y no tratados a la audiencia… Eso no se puede hacer sin algún tipo de marco -un «discurso», si se quiere- y, por lo tanto, la construcción de tal discurso por parte de los periodistas no debe considerarse como si fuera un pecado per se«.
Peter McKay, al escribir sobre Siria en The Sunday Times, afirma que «No se trata simplemente de levantamientos de los campesinos de abajo contra los tiranos que los reprimen. Se trata de una transferencia del poder a los clanes rivales y / o grupos religiosos. De la continuación de la confrontación de la vieja Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia». En una sentido similar, el editor de la BBC World News, Jon Williams, ha admitido recientemente en un blog sobre Siria que «las cosas nunca son blancas o negras -a menudo tienen tonos grises».
Pero admisiones como esta son la excepción y no la norma en una campaña psicológica de síndrome psicosomático orgánico (OPS, en sus siglas en inglés) orquestada por los señores de la guerra de la información de Estados Unidos, la OTAN y el CCG para conseguir una victoria militar mediante fuerzas subsidiarias. Al frente de esta campaña se encuentran empotrados políticamente periodistas, activistas políticos y representantes de [organizaciones de] derechos humanos que trabajan conjuntamente para garantizar que toda la cobertura de la crisis siria se mantenga confinada dentro de un cuerpo cuidadosamente guardado de «pruebas» que ellos mismos refieren.
La eficacia de esta guerra informativa para alistar a la opinión pública a favor de la intervención militar se fundamenta en el mencionado informe de la BBC: «Sin duda, estas informaciones… han ayudado a estimular la empatía con la causa de los rebeldes [libios] entre la opinión pública británica, y con ello han facilitado, si no la han llevado realmente a cabo, la intervención de la OTAN, del mismo modo que se hizo con informaciones similares en el norte de Iraq ya en el año 1991».
El imperialismo no se puede equiparar con el autoritarismo
La segunda posición que guía al campo de la resistencia sobre Siria, es que el imperialismo no puede equipararse ni moral ni políticamente al autoritarismo, y mucho menos relegarlo a un plano secundario. Por el contrario, el impulso democrático liberal que ha guiado la «Primavera árabe» ha llevado a algunos a declarar la obsolescencia de la lucha contra el imperialismo como fuerza unificadora en la región. La comentarista de Al-Yasira Lamis Andoni resume este punto de vista al afirmar que «El viejo ‘saber’ de los revolucionarios del pasado acerca de que la liberación de la dominación extranjera precede a la lucha por la democracia, se ha acabado». En la nueva «Primavera árabe» local, el combate revolucionario ya no es sinónimo de resistencia a las intervenciones de Estados Unidos y de la OTAN y a la agresión israelí, sino que ha pasado a significar hacer frente a la represión interna, aun cuando esa confrontación beneficie al Imperio y a su puesto de avanzada colonial, Israel.
Además, este nuevo discurso político liberal y el prominente estatus concedido a que se garanticen las libertades internas han servido eficazmente para eliminar a Palestina de la vanguardia de las preocupaciones de los árabes. En efecto, Palestina ha quedado relegada a ser sólo una nación árabe responsable de liberarse de sus gobernantes autoritarios internos, es decir, los propiamente palestinos, por encima de sus opresores israelíes. La respuesta de los mumanaistas a esta lógica es múltiple.
Como cuestión de principio, ni Palestina ni las cuestiones de la autodeterminación nacional, en general, son vistas como cuestiones de moda; la justicia no pasa de moda para los intelectuales y los activistas verdaderamente concientizados y comprometidos para quienes Palestina sigue siendo la piedra angular de la identidad política árabe. Y aún más, el campo de la resistencia considera esta nueva tendencia de reducir Palestina a una causa nacional que pertenece exclusivamente a los palestinos como un acontecimiento muy peligroso que requiere que los árabes desaprendan generaciones de socialización política con el fin de borrar Palestina de su conciencia política.
Algunos partidarios de la oposición siria han argumentado que la insistencia en mantener la primacía de la causa palestina sobre la preocupación por el autoritarismo y la consiguiente prioridad que se da a la violencia israelí sobre la represión del régimen de Asad, equivale a decir que la sangre de los sirios es más barata que la de los palestinos. Pero esta acusación confunde el grado de la iniquidad de Israel al situarla únicamente en la agresión sionista, en las violaciones de los derechos humanos o en las circunstancias de la ocupación. El campo de la resistencia concibe a Israel como la mayor de las injusticias debido a su propia existencia y a la naturaleza sin precedentes de su opresión, que se traduce no sólo en una causa de derechos humanos sino en una causa de la humanidad.
Como se detalla en la Campaña por Palestina Nunca Antes, «[…] Lo ocurrido en Palestina desde 1947 nunca ha sucedido antes en términos de la combinación de elementos: la brutalidad y el racismo del ocupante, la injusticia de conceder una tierra de un pueblo a otro, la duración de esta injusticia, la complicidad y la apatía del mundo civilizado, así como la voluntad del pueblo palestino de resistir contra todo pronóstico».
Incluso, simplemente a nivel de violencia, la de Israel, con mucho, supera cualquier represión interna en la medida en que se trata de violencia sistemática y genocida profundamente arraigada en su espíritu militar y en su cultura estratégica. De hecho, la celebración de la violencia es parte de su conciencia colectiva como ilustra una serie de ejemplos recientes en los medios sociales, donde muchos israelíes celebran el asesinato de niños palestinos. Más importante aún para los mumanaistas: cualquier paralelismo que se establezca con Israel favorece al sionismo en la medida en que comparar la violencia de Israel con la practicada por los regímenes árabes represivos legitima la existencia de Israel como si fuera un régimen autoritario más de la región.
Estas comparaciones con Israel no solo son moral e ideológicamente indefendibles sino que la mera equiparación entre imperialismo y autoritarismo está intelectualmente viciada y hunde sus raíces en una tradición liberal-izquierdista que concibe que todo despliegue de poder es igualmente coercitivo y opresivo independientemente de la jerarquía global del poder.
En el concepto de la jerarquía de la opresión de los mumanaistas, el imperialismo y el autoritarismo se sitúan en dos niveles totalmente diferentes de dominación. Este ordenamiento por rango no está basado en una abstracción ideológica divorciada de la realidad política o en el valor retórico del sentimiento anti-imperialista sino en preocupaciones inmediatas y prácticas. El imperialismo no es malo porque lo practique Occidente, sino porque perjudica la vida y los intereses de los pueblos. El Imperio mata; mata a una gran cantidad de personas, ya sea ocupando países directamente o interviniendo militar, económica o políticamente; es responsable de incontables muertes, destrucción y empobrecimiento de todos los que encuentra a su paso.
Por lo tanto, visto desde una perspectiva puramente utilitaria, o de acuerdo con un cálculo de coste-beneficio, no hay comparación entre el tipo de violencia que ejercen los regímenes autocráticos cuando reprimen la disidencia y la muerte, y la devastación causada por el Imperio. Esta lógica moral seguiría sirviendo incluso si dejásemos de lado las credenciales anti-imperialistas y de resistencia del régimen de Asad y admitiéramos que es neutral sobre Palestina; cuando se enfrentan a elegir entre la represión del régimen de Asad, por un lado y la amenaza de invasión de la OTAN, junto con la guerra civil sectaria instigada desde el exterior y el terrorismo, por otro, los anti-imperialistas y la mayoría de los sirios por igual eligen la primera, sobre todo cuando no pueden darse el lujo de rechazar ambos.
Resistir a los regímenes salvaguarda los derechos colectivos y la libertad
Si los anti-imperialistas ponen mucho más valor político y moral en resistir al Imperio que en derrocar a los regímenes autocráticos, con mayor motivo lo harán pues cuando tales regímenes resisten al imperialismo. Al igual que en el caso de Siria, los dirigentes anti-imperialistas se identifican con un conjunto de derechos y un concepto de libertad que se considera mucho más propicio para la democracia, la justicia y la dignidad que el discurso liberal occidental de los «derechos humanos», conformado por la «libertad negativa» desde la autoridad.
Aunque no rechazan abiertamente las libertades liberales, los anti-imperialistas consideran que aquellas que enfatizan el derecho del individuo a ser libre de la interferencia y la coerción del gobierno son secundarias respecto a la concepción positiva y liberadora de la libertad que afirma la capacidad humana y la autodeterminación. Como argumenta el teórico político, Anthony Bogues, «cuando la libertad se transforma sólo en derechos, la propia cuestión de la libertad se desvincula de otras formas de dominación que no sea la autoridad política». De hecho, se podría argumentar que la universalización de la doctrina de cuño europeo y estadounidense sobre los derechos humanos que ha llegado a dominar los discursos sobre la libertad de la Primavera Árabe, sirve para tamizar el imperialismo y la dominación extranjera.
El gran pensador anti-colonialista, Franz Fanon, anticipó esta colonización intelectual a través del discurso liberal de los derechos al escribir: «La Historia nos enseña claramente que la batalla contra el colonialismo no se ejecuta directamente en la línea del nacionalismo. Durante mucho tiempo los nativos dedican sus energías a poner fin a ciertos abusos concretos: el trabajo forzoso, el castigo corporal, la desigualdad de los salarios, la limitación de los derechos políticos, etc. Este combate por la democracia contra la opresión de la humanidad permitirá que poco a poco, a veces laboriosamente, emerja la confusión del neo-universalismo liberal como reivindicación del nacionalismo. Si se da la falta de preparación de las clases educadas, la falta de vínculos prácticos entre éstas y las masas populares, su pereza, y, digámoslo, su cobardía en el momento decisivo de la lucha, se producirán contratiempos trágicos».
Claramente conscientes de su desviación de la lucha anti-imperialista, los intelectuales de la Primavera Árabe intentan conciliar esta desconexión entre las libertades liberales y la libertad liberadora con el argumento de que la liberación de la hegemonía occidental y de la ocupación israelí únicamente puede lograrse una vez que se haya obtenido la libertad de la tiranía interna. Andoni sostiene que «combatir la injusticia interna -ya sea la que practica Al-Fatah o Hamas- es un requisito previo para luchar por el fin de la ocupación israelí y no algo que haya que soportar por el bien de esa lucha».
Pero esta lógica opera en un vacío intelectual geo-político que elude cualquier reconocimiento de la hegemonía en los análisis de los sistemas mundiales ejercida por los países centrales sobre los periféricos. En un orden mundial caracterizado por una división desigual del trabajo, la idea de lograr algún tipo de cambio interno integral y de largo alcance sin un cambio proporcional en el equilibrio global de poder, es inútil.
Si no puede producirse un verdadero cambio revolucionario desde dentro dado que prevalecen las disparidades de poder en el plano internacional, entonces la expectativa de que el cambio interno equilibrará inevitablemente las asimetrías del poder global no es más que un autoengaño liberal. Este es precisamente el razonamiento que subyace en la afirmación de los mumanaistas de que la liberación de la dominación extranjera es un requisito previo para el cambio democrático genuino.
Por otra parte, los intelectuales y activistas de la resistencia sostienen que no puede haber progreso ni democracia en el mundo árabe mientras siga existiendo entre nosotros un implante colonial como el que representa Israel, que amenaza perpetuamente nuestra seguridad. Visto desde esta óptica, la liberación de Palestina es el requisito previo para la democratización de la región.
Como tal, los mumanaistas priorizan una noción colectivista de los derechos que subraya los derechos de los pueblos frente a los derechos humanos. En esta concepción colectivista de la expresión, la libertad se entiende como la liberación de la dominación extranjera y de la opresión, y la búsqueda de la autodeterminación. En efecto, ser libre no es que le dejen a uno en paz, libre de restricciones externas y obstáculos, sino luchar por la justicia. Seyyid Hassan Nasrallah proporciona la definición más clara de lo que implica la libertad: «No es únicamente la sangre de un hombre, el destino de una mujer, los huesos triturados de un niño, o un pedazo de pan robado de la boca de un persona pobre o con hambre. Es el problema de un pueblo, una nación, el destino, los lugares sagrados, la Historia y el futuro».
En otras palabras, el fin último de la libertad para los mumanaistas árabes no es meramente la protección de ciertos derechos civiles y políticos del individuo sino el derecho colectivo trans-histórico de la Umma en sus manifestaciones pasadas, presentes y futuras. En este orden político, la libertad y la democracia no se reducen a aspectos de procedimiento como las elecciones y las reformas políticas, como en el pensamiento liberal occidental sino, de forma más sustancial, a la capacidad de los pueblos de disfrutar de la soberanía popular para dar forma a su propia identidad política, controlar sus recursos nacionales y participar en la determinación de su destino nacional.
Amal Saad-Ghorayeb, libanesa, es académica y analista politica. Es autora del libro Hizbullah: Politics and Religion, y blogger en: ASG’s Counter-Hegemony Unit
Fuente original: http://english.al-akhbar.com/content/fighting-bigger-oppressor-first