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¿Progreso paradigmático en Israel-Palestina?

Fuentes: International Relations and Security Network

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

 Un vistazo a los últimos turbulentos 20 años que han caracterizado el camino a la paz -culminado con el reciente ataque contra Gaza- permite vislumbrar algunas vías potenciales para el fin de la ocupación.

El proceso de paz israelo-palestino se inauguró en las condiciones que resultaron de la Guerra del Golfo de 1991, con la presión de EEUU sobre Israel para que negociase la futura administración de los [territorios] ocupados de Cisjordania y la Franja de Gaza. La estrategia inicial de Israel fue alargar el proceso interminablemente con el fin de evitar acuerdos importantes. Basándose en su comprensión de que no podría imponer una capitulación unilateral a los palestinos, Israel utilizó la cobertura de la diplomacia para consolidar su control de áreas estratégicas dentro de los territorios ocupados a través de la expansión de su política ilegal de asentamientos, impidiendo que el levantamiento palestino iniciado en 1987 fuese a más, rompiendo el vínculo entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y la población de los territorios ocupados, e invirtiendo el proceso de ostracismo internacional surgido tras la Guerra de Junio de 1967 que ganó amplia tracción tras la Guerra de Octubre de 1973.

Los Acuerdos de Oslo

En 1993, la comprensión israelí de que la dirección de la OLP recluida en Túnez estaba preparada para ofrecer a Israel términos aproximados a la rendición condujo [a Israel] a modificar el núcleo esencial de su política de rechazo de negociaciones con la OLP y de acuerdos políticos bilaterales con los palestinos. Las negociaciones dieron como resultado los Acuerdos de Oslo con los que Israel obtuvo un reconocimiento formal palestino sin un compromiso recíproco de acabar con la ocupación o ni siquiera reconocer su realidad. Los acuerdos introdujeron igualmente un régimen palestino de autogobierno limitado mientras concedían a Israel el mantenimiento del control sobre la mayor parte del territorio ocupado sin restringir la futura colonización del mismo. Finalmente, a pesar de haber establecido un proceso para la resolución del conflicto, éste estaba desprovisto de instrumentos de ejecución o arbitraje y omitía cualquier referencia a la administración final de Cisjordania y Gaza.

La esencia de Oslo radicó en el compromiso palestino para garantizar la seguridad de Israel a pesar del mantenimiento de la ocupación. Dejando a parte la realidad textual [de los acuerdos], la dirección palestina interpretó Oslo como un acuerdo a través del cual el mantenimiento de la seguridad dentro de los territorios ocupados establecería las bases para una expansión del auto-gobierno y culminaría en la estatalidad y la independencia. Mientras que el fallecido dirigente Yaser Arafat se percibía a si mismo defendiendo un proceso (y en ese sentido, utilizaba la seguridad como una ventaja para influir en su desarrollo), sus contrapartes israelíes insistían en que la seguridad era un compromiso absoluto e incondicional que debía mantenerse independientemente de la conducta israelí -incluida la negativa constante a respetar ni los acuerdos negociados ni los plazos acordados para su ejecución. Por ejemplo, en diciembre de 1993, el entonces primer Ministro Yitzhak Rabin declaró que «ninguna fecha es sagrada», mientras que en 2000, Ehud Barak llegó a jactarse -correctamente- de que él había ejecutado incluso menos acuerdos que los que había llevado a cabo [su antecesor] Binyamin Netanyahu.

La fracasada Cumbre de camp David de 2000 convocada precipitadamente por el ex presidente estadounidense Bill Clinton para acabar en menos de quince días con un conflicto de más de un siglo de duración, produjo el colapso inevitable de Oslo. Presentado como el proyecto de una entidad fragmentada bajo permanente control israelí, Arafat se fue desembarazando progresivamente del cumplimiento de los compromisos de seguridad señalados en Oslo.

El unilateralismo israelí Confrontados con la realidad de que la dirección palestina y las fuerzas de seguridad no estaban en posición de proteger la dominación israelí ad infinitum, Barak y Ariel Sharon reemplazaron el marco bilateral de Oslo por el unilateralismo, por medio del cual la Autoridad Palestina (AP) fue desmantelada eficazmente y el ejército israelí retomó la responsabilidad directa de la seguridad de la ocupación. Si la dirección palestina no aceptaba la versión israelí de la resolución del conflicto, el ejército [israelí] la impondría sin acuerdo, con el uso excepcional de la fuerza y la presión socioeconómica prolongada para sofocar la resistencia y cebarse con la población cautiva hasta su sumisión.

El objetivo de la solución permanente de Israel comenzó a tomar forma -a veces más bien literalmente- en 2002. A la vista está que el Muro de Cisjordania se extendió en el interior del territorio ocupado, envolviendo la mayor parte de los asentamientos [de colonos israelíes], devorando tierra agrícola y otros recursos naturales, rodeando ciudades como Qalqilya y Tulkarem y cerrando herméticamente Jerusalén Oriental.

En agosto de 2005, Israel «se desconectó» de la Franja de Gaza, retirando sus soldados y colonos al tiempo que retenía el control total sobre lo que se había convertido efectivamente en la mayor prisión del mundo al aire libre. Tal como Sharon y otros dirigentes israelíes declararon en aquel momento, la desconexión de Gaza estaba destinada a frustrar la previsión de renovar un acuerdo internacional mientras se distraía la atención sobre la mantenida expansión colonial en Cisjordania. La desconexión tuvo el beneficio adicional de fragmentar todavía más los territorios ocupados, particularmente tras el triunfo del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) en las elecciones legislativas palestinas de 2006, y que en junio de 2007 se hizo con el poder sobre el terreno para prevenir un golpe promovido por EEUU que tenía como fin restaurar la hegemonía del sucesor de Arafat, Mahmud Abbas.

Compromiso renovado

Irónicamente, en esos momentos, el unilateralismo había creado las condiciones para renovar un compromiso. Por un lado, las políticas israelíes posteriores a 2000 señaladas anteriormente y el apoyo activo de Washington favorecieron el ascenso de Abbas, incondicional opositor a la resistencia armada desde mediados de 1970 y elitista devoto que desprecia por igual a Hamas y al Movimiento de Liberación Nacional Palestino (Fatah) que aparentemente lidera, que a sus seguidores. Al mismo tiempo, la desconexión no le permitió [llevar a cabo] su agenda de asociación negociada con Israel. Esta pérdida fue importante para Abbas dada su mantenida disposición a alcanzar un acuerdo que echara por tierra los derechos palestinos y sus aspiraciones. En 1995, por ejemplo, unió su nombre a una propuesta conjunta de Yosi Beilin [ex ministro de Justicia laborista y parlamentario del partido Meretz] que, entre otras cosas, hubiera renombrado la aldea [cisjordana] de Abu Dis como Al Quds (nombre con el que se conoce Jerusalén en lengua árabe) y la hubiera proclamado capital eterna y unida del pueblo palestino, dejando con ello a Israel el control exclusivo de la ciudad universalmente conocida -incluso para la propia gente de Abbas- como Jerusalén.

De hecho, fue Hamas y la resistencia, más que Abbas y las negociaciones, los que reclamaron la responsabilidad de la evacuación israelí de la Franja de Gaza. Fue pues el fracaso estratégico de Arafat y Abbas para negociar el fin de la ocupación, más que el desafecto popular por la corrupción y la malversación de sus administraciones lo que justificó en primer término la barrida electoral de 2006.

Desesperado por evitar que Hamas se reforzara aún más en Cisjordania tras los resultados de la derrota de las fuerzas de Abbas en Gaza, Washington se adhirió a la idea de renovar la asociación israelo-palestina, incluida la reanudación de negociaciones de paz, como componente central de sus esfuerzos para resucitar la debilitada suerte de Abbas. Su contraparte israelí, Ehud Olmert, creyendo que podría tener éxito allí donde Barak había fracasado, y determinado a complacer a sus patrocinadores estadounidenses, desechó su plataforma electoral -desconexión de Cisjordania- y comenzó a mantener reuniones regulares con Abbas.

Si la posibilidad de un acuerdo basado en dos estados murió con el asesinato de Rabin y quedó enterrada con la muerte de su contraparte palestina Arafat, Olmert y Abbas la intentaron revivir de diferente forma. Concretamente, los dos dirigentes estaban muy motivados por estrechas consideraciones partidistas para reforzar sus cada vez menos sólidas posiciones internas, y en ambos casos se mostraron considerablemente más dispuestos que sus predecesores en Camp David. Sin embargo, su esfuerzo conjunto para fraguar un tratado de paz -que hubiera convertido en parodia total el marco para la coexistencia israelo-palestina-fracasó.

Al fin y al cabo, lo máximo que Israel estaba preparado para ofrecer seguía siendo bastante menos del mínimo que un muy acomodaticio dirigente palestino enfrentado a militantes desafíos contra su legitimidad podría aceptar.

La guerra contra Gaza La guerra de Israel contra la Franja de Gaza se luchó en gran medida para garantizar que Abbas pudiera tener una vía hacia una muy matizada forma de entidad estatal palestina. El planteamiento era: saquemos a Hamas de Gaza y [Abbas] hará su sprint final sin esfuerzo alguno hacia la línea de meta del estado. En este sentido, la campaña resultó un completo fracaso. Hamas emergió de la prueba significativamente reforzado. Abbas, ampliamente ridiculizado en el mejor de los casos como un espectador sin carácter, mientras su socio de paz, Olmert, asesinaba a centenares de sus compatriotas, ha sido obligado a renunciar a su batería de precondiciones para el diálogo con los islamistas y en la actualidad lo mantiene de manera regular en conversaciones patrocinadas por Egipto. De igual modo, Abbas se encuentra bajo una tensión sin precedentes por parte de varios sectores de Fatah, para muchos de los cuales su conducta durante la terrible experiencia de Gaza señaló la necesidad de desarrollar una estrategia seria y con sentido común. Por su parte, los islamistas parecen más determinados que nunca a reivindicar su parcela en el sistema político palestino y corrigen su programa político para reflejar la bancarrota de los años de Oslo.

Dicho esto, Abbas sigue comportándose como si hubiera emergido del conflicto de Gaza como el único vencedor. Hasta la fecha, y en un intento transparente de extraer rédito político de la reciente embestida israelí, sigue insistiendo en que Hamas acepte las precondiciones del Cuarteto para un compromiso con el gobierno de la AP como precio para la reconciliación, en un momento en que tales condiciones están perdiendo popularidad incluso entre las filas de quienes las idearon: Rusia ya negocia abiertamente con Hamas mientras que los Estados de la UE han disminuido la prohibición [de mantener relaciones con Hamas] por su voluntad de tratar con cualquier gobierno de unidad de la AP que aunque no acepte las condiciones del Cuarteto no las rechace explícitamente.

De igual modo en lo que respecta a la reforma de las fuerzas de seguridad palestinas: Abbas insiste en que Fatah y Hamas deben integrarse únicamente en la Franja de Gaza, lo que le proporcionaría ganar terreno de nuevo en el territorio controlado por Hamas mientras sigue excluyendo a esta formación en Cisjordania.

Al igual que Abbas no puede aceptar un acuerdo con Hamas que legitime la resistencia a la ocupación israelí, los islamistas no pueden consentir una fórmula que respalde [los acuerdos de] Oslo y Annapolis -bien sea en los términos de la diplomacia abierta o del mantenimiento de la cooperación con Israel en materia de seguridad. Ello sería un acto de auto-negación que supondría pagar un alto precio político. Dada la ausencia de consenso en las cuestiones centrales, un acuerdo significativo sobre medidas interinas parece igualmente improbable porque cualquier trato equitativo será visto como un mecanismo para que la otra parte gane influencia en lo que ha sido un territorio hegemónico desde que se inició el conflicto interno palestino a mediados de 2007.

Dado que uno de los asuntos en los que las partes se han puesto de acuerdo es celebrar elecciones presidenciales y legislativas a comienzos de 2010, se podría concluir que la única opción viable es resignarse hasta que el electorado quiebre el punto muerto. Sin embargo, aquí tampoco debe darse por asegurado el compromiso de participación en dichas elecciones habida cuenta de la ausencia de reconciliación nacional en 2009. Ni se debe subestimar la determinación de EEUU, la UE e Israel de sabotear la democracia palestina -incluidos episodios como los preparativos de golpes apadrinados por EEUU, el boicot diplomático al gobierno de la AP emergido en 2006 y el rechazo a proporcionar asistencia para la reconstrucción de Gaza tras la guerra que tuvo lugar a comienzos de este año.

Por último, la confianza de Abbas deriva de su convencimiento de que Obama actuará allí donde Bush fracasó y que un compromiso activo por parte de EEUU convertirá en irrelevante la obstinación de Israel permitiéndole burlar y marginalizar a Hamas y -a juzgar por su reciente designación de gobierno a pesar de la vehemente oposición desde dentro de su movimiento- a Fatah, también.

Aunque es evidente que Obama intentará revitalizar el marco de Bush para hacer frente al conflicto palestino-israelí, no está claro que ello vaya a ser una ventaja para el supuesto beneficiario [Abbas]. Por un lado, los islamistas tienen suficiente poder sobre el terreno para manejar eficazmente cualquier esfuerzo que pretenda fortalecer a su rival. Más importante aún, por otro, es que quizá la opinión popular palestina, aunque no apoye necesariamente el programa [político] de Hamas, parece virar decisivamente contra cualquier rehabilitación de un proceso que existe más para si mismo que para el fin irreversible de la ocupación.

(http://www.isn.ethz.ch/isn/Current-Affairs/Special-Reports/Paradigmatic-Progress-in-Israel-Palestine/Editorial/

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