Un espacio de conflicto. Así es como se sitúa a Palestina en el marco de la investigación académica, de la información en los medios. Un espacio de conflicto en el que es necesario rescatar la construcción de la paz, se dice desde los valores y actitudes -preñados de mala conciencia- de la sociedad bienpensante. El […]
Un espacio de conflicto. Así es como se sitúa a Palestina en el marco de la investigación académica, de la información en los medios. Un espacio de conflicto en el que es necesario rescatar la construcción de la paz, se dice desde los valores y actitudes -preñados de mala conciencia- de la sociedad bienpensante. El fácil discurso de las dos violencias, del manido concepto de paz en su vertiente negativa (ausencia de conflicto) en vez de en su vertiente positiva (resolución de las causas que dan origen a ese conflicto). El reconocimiento, en definitiva, de que gran parte de la literatura y de la práctica refleja los valores y actitudes pretendidamente liberales pero siempre vinculados a los intereses estratégicos y económicos de los grandes poderes. Por eso es necesario fijar posiciones y dejar atrás las pretensiones de objetividad y neutralidad, así como a la falsa equiparación entre opresor y oprimido haciendo caso omiso al sistema de opresión.
Decía Edward Said que «la tarea del intelectual crítico es no caer en la incapacidad de evaluar y sopesar la evidencia comparativa entre el pecador y su víctima, el decir de manera sosa que todo el sufrimiento humano es igual». No. Lo importante es ver lo que hace la parte más fuerte y cuestionarla, no justificarla argumentando que la parte más débil hace lo mismo (tal vez habría que decir ¡ojalá pudiera!, puesto que eso provocaría un cambio en la correlación de fuerzas que llevaría, inevitablemente, a un acuerdo de paz duradero). El pedagogo brasileño Paolo Freire iba más allá y criticaba los pretendidos esfuerzos académicos y educativos en pro de la paz «si en lugar de revelar el mundo de injusticia, lo que hace es opacarlo y cegar a sus víctimas porque, la reflexión, si es verdadera, conduce a la práctica». Y es en esta línea en la que hay que ubicar los textos de Agustín Velloso. Es fácil hablar de lo que ha ocurrido en Palestina desde la creación del Estado de Israel, el éxodo forzado de millones de personas a quienes se niega no sólo el derecho al retorno a su tierra, sino a su propio reconocimiento como pertenecientes a un pueblo; el genocidio sistemático a que se enfrenta y la muerte de toda una generación de jóvenes, la destrucción de su cultura y modo tradicional de vida. Pero no lo es tanto de la necesidad de ayudar al pueblo palestino impulsando la necesidad de cambios fundamentales en las políticas de los países de occidente, presos del discurso maniqueo y falso del «terrorismo y la lucha antiterrorista» proveniente del centro neurálgico de la globalización (EEUU) y donde se define como terrorista cualquier lucha contra la injusticia o por la dignidad y liberación nacional y social. Si el 11-S de 2001 marca el punto de inflexión, en el caso de Palestina este discurso viene de mucho más atrás, como bien se pone de manifiesto en el primer artículo que recoge este libro, «El poderoso impone su ley a sangre y fuego», escrito casi un año antes.
Con Palestina venimos asistiendo desde hace más de una década a una asunción del discurso israelí, según el cual paz equivale a seguridad. Con ello se invierte la lógica del conflicto: ya no estamos ante la ocupación militar de unos territorios (Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este) sino ante una cuestión de simple terrorismo. Da igual que los combatientes palestinos ataquen un tanque, un convoy de soldados, un asentamiento de colonos, un comercio o un autobús de línea. Todo es terrorismo y, por lo tanto, hay que acabar con ello como sea. Da igual que la resistencia palestina contra la ocupación esté amparada por el derecho internacional o a que exista proporcionalidad entre los medios utilizados por los palestinos, que no tienen Ejército -en virtud de los tan alabados Acuerdos de Paz de Oslo de 1993, condición que mantiene la «Hoja de Ruta»- y los objetivos perseguidos, que no son otros que la retirada israelí a las fronteras de 1967. En este sentido es muy gratificante leer el repaso que hace Velloso a cómo la ONU ha venido tratando a Israel, las decenas de resoluciones aprobadas de las que Israel ha hecho caso omiso «sin que por ello se aprecie un avance en el cumplimiento de los fines de la Carta de las Naciones Unidas», como dice el autor, lo que significa, en la práctica, un aval a la política de hechos consumados que viene impulsando el régimen sionista. Ahí está el hecho sangrante de la resolución del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya en contra del muro del apartheid y sin que aún se haya implementado. El muro avanza y, con él, las fronteras de un Israel cada vez más grande y una Palestina cada vez más pequeña mientras occidente mira complacido hacia otro lado.
Es el prêt-à-porter ideológico, ese que nos dice lo que tenemos que pensar, cómo tenemos que comportarnos, cómo vivir. Un prêt-à-porter ideológico en el que la lucha armada no está bien vista, y menos la palestina: indignémonos por la violencia de respuesta con más intensidad que con la que la origina. En este sentido, el artículo titulado «La Intifada española del dos de mayo de 1808: lecciones para la Intifada palestina» supone un soplo de aire fresco y un llamado a la conciencia, que se repite a la hora de abordar otras acciones armadas recogidas en el apartado «La resistencia». Si la distribución de los artículos en tres partes ayuda a una cabal comprensión de la interpretación combatiente de la realidad palestina, la última es la más completa puesto que pone de manifiesto la hipocresía de quienes piden concesiones a los combatientes, a los resistentes y no a los ocupantes.
Los artículos de Agustín Velloso nos sitúan en el dilema dialéctico legalidad-tolerancia ante los hechos consumados. La tragedia palestina es consecuencia de una política imperialista globalizadora basada en la opresión, la ocupación y el apoyo ilimitado que recibe Israel para convertirse en el instrumento de occidente para controlar la región de Oriente Medio mediante la negación de los derechos humanos, tan proclamados en otras partes, la ocupación militar y la agresión también por la fuerza de las armas. A Palestina se le ofrecen planes que no son de paz, sino de rendición, y se inscriben una y otra vez en la lógica imperialista de crear y sostener regímenes políticos -como el de Abbas- en los que la legitimidad por contar con respaldo popular brilla por su ausencia y la única legimitidad legítima, valga la redundancia y el juego de palabras, es su adecuación y sumisión al imperio. Si como muestra vale un botón, recuérdese el papel de la UE en el boicot a que se ha sometido al pueblo palestino tras el triunfo de Hamás en las elecciones («¿Todos contra Hamas? No, todos contra los palestinos»).
Un intelectual español, José Bergamín, respondió a quienes le criticaron que en su calidad de católico apoyase al gobierno de la II República que «existir es pensar y pensar es comprometerse». Eso es lo que nos muestran los textos de Agustín Velloso, sobrios, rigurosos y decididamente combativos, alejados del pragmatismo de quienes piensan que hay que hacer del caso de Palestina un nuevo ejercicio de viabilidad y relegar la lucha de liberación nacional a los libros de historia. El reconocimiento de los derechos nacionales del pueblo palestino representa una amenaza para la existencia colonial de Israel, por lo que hay que desnaturalizarlos. Ya no se denomina a Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este como Territorios Ocupados, pero lo están y esa es la raíz del problema y el hilo conductor de los artículos que se recogen en este libro, indispensable para comprender desde el compromiso más activo una realidad mucho más desconocida de lo que a veces creemos.
Sobre Palestina se ha escrito mucho, desde el Estado español poco. Agustín Velloso es una de las excepciones. Y sus artículos, parte de los cuales están recogidos en este oportuno libro, deberían ser de obligada lectura para todas aquellas personas que creen en la paz (en su sentido positivo), en la justicia social, en la soberanía y en la autodeterminación de los pueblos.
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