Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Israel quiere deportar a 40.000 africanos a terceros países. A muchos de los que se habían marchado antes se les negó apoyo y corrieron peligro de morir al huir a Europa
El grupo de 30 personas solicitantes de asilo se apiña en la parte trasera de varios Toyota mientras atraviesan a toda velocidad el Sáhara. Los pasajeros han pagado miles de dólares a los contrabandistas para salir de Sudán y llegar a Europa, pero el viaje ha sido peligroso y para alguno de ellos mortal. Sin agua para soportar el calor abrasador y sofocante muchos de ellos mueren mientras sus amigos lo contemplan horrorizados. Pero según Kiflom, un eritreo que iba en el grupo, a ninguno de los conductores le importa. «¿Por qué nos iba a importar? Si Dios lo quiere tú también morirás», le dijo uno de los conductores a Kiflom.
Kiflom fue uno de los pocos supervivientes y finalmente fue a Italia. Pero su viaje empezó cuando dejó Israel en abril de 2016 dentro del denominado programa de «salidas voluntarias», que lleva a personas africanas no deseadas a terceros países con la promesa de apoyo oficial y de un estatuto oficial de refugiado en el país de destino.
Pero muchas de las miles de personas, sobre todo sudanesas y eritreas, que se fueron [de Israel] entre 2014 y 2016 se encontraron con que sus nuevos anfitriones no eran en absoluto acogedores, que la ayuda prometida no se materializaba y que la única posibilidad de tener una vida mejor era huir a Europa. Para muchas de estas personas también era una sentencia de muerte.
Historias espantosas como estas, que aparecen en el informe de Hotline for Refugees and Migrants [HRM, Línea directa para refugiados y emigrantes], Better a prison in Israel than dying on the way, se están utilizando para advertir a las 40.000 personas africanas y solicitantes de asilo que todavía permanecen en Israel.
Debido a una aceleración draconiana del antiguo programa «voluntario», en enero se les ofrecieron dos opciones: deportación obligatoria en el plazo de 60 días o prisión indefinida en Israel.
Otro eritreo, Sheshai, está valorando estas opciones en una celda en la cárcel de Holot, en el sur de Israel. Ha vivido ocho años en el país, pero hace cinco meses lo enviaron a Holot. Ahora tiene menos de un mes para decidir su futuro.
«Muchos amigos se han ido de Israel», declaró a Middle East Eye. «Trataron de llegar a Europa, pero muchas personas murieron en el Sáhara, muchas murieron en Libia y otras más en el Mediterráneo. Nosotros preferimos estar en la cárcel», dice, aunque describe un cuadro muy siniestro de lo que eso significa. «No tenemos nada, dormimos todo el día. Solo tenemos un teléfono, lo usamos para la conexión a internet. Caminamos alrededor de la cárcel, para quitarnos el estrés».
Los relatos de la otra parte, la de quienes se han marchado, son casi exclusivamente relatos de confusión, de promesas rotas y a menudo de muerte.
Muchos de estas personas están abandonadas sin apoyo alguno y rápidamente se ponen en camino cruzando las fronteras de un Estado fallido a otro, incluidos Sudán del Sur y Libia, antes de apostarlo todo en un viaje por barco a Europa.
Haile e Isayas, que se fueron con el programa voluntario, dijeron a Hotline for Refugees and Migrants que la ayuda prometida por Israel no se había materializado. Les entregaron 3.500 dólares y billetes para Ruanda, pero a partir de ahí se las tuvieron que arreglar solos. Isayas declaró a HRM: «Israel dice que puedes obtener documentos y recibir asilo, y que tendrás una buena vida, como un sueño».
Pero al llegar a Kigali, la capital de Ruanda, le confiscaron sus documentos y le llevaron a un «hotel» donde él y otros emigrantes eran vigilados por guardias para asegurarse de que no escapaban. Todas las personas del grupo de Isayas «permanecieron en el hotel unos días antes de pasar clandestinamente a Uganda».
El dinero de Haile se acabó rápido y lo último que le quedaba lo destinó a pagar a los contrabandistas para cruzar el Mediterráneo. Fue uno de los afortunados: sobrevivió a la travesía, encontró refugio en los Países Bajos donde vive ahora con estatuto de refugiado.
Sin estatuto de refugiado
El tercer país a menudo rompe la promesa de conceder un estatuto de refugiado. Dawit, otra de las personas que se fue voluntariamente, contó a HRM que le habían negado el acceso a la agencia de la ONU para los refugiados, la UNHCR. «Les dijimos que queríamos acudir a la UNHCR, pero nos dijeron ‘no, no, no… Si no te vas a otro país te devolveremos al tuyo'». Como «tenía miedo y se sentía presionado e inseguro», Dawit fue desde Ruanda a Uganda después de pagar a los contrabandistas con el dinero que le había dado Israel.
Andie Lambe, directora ejecutiva de International Refugee Rights Initiative, ha estudiado la difícil situación de las personas solicitantes de asilo que fueron de Israel a Uganda con el programa de «deportación voluntaria». Lambe afirmó que muchos fueron llevados a un hotel al llegar, «donde podían permanecer dos o tres noches» antes de que los abandonaran a su suerte. A ninguna de las personas con las que trató Lambe le habían concedido el estatuto de refugiado y muchas le contaron que les habían dicho que «ni se molestaran» en solicitarlo. «Si Israel incluye esa promesa en sus comunicaciones con los deportados potenciales, tiene la responsabilidad de asegurarse de que se cumple», afirmó.
Muchas de las personas abandonadas a su suerte en Uganda lograron llegar a Sudán del Sur, un país que está al borde de la guerra civil y en medio de una hambruna, y en el que millones de sus ciudadanos se han visto obligados a marcharse. Lambe afirmó que las personas deportadas de Israel estaban ahí como consecuencia directa de no haber conseguido nada del gobierno de Uganda.
Gabriel, una de las personas que fue a Sudán del Sur, contó cómo él y otras personas habían llegado ahí: «No tuvimos agua en todo el camino. No quiero repetirlo, es muy duro. Estuvimos casi tres días en el coche [… ] con cabras y ovejas, nos ocultamos arriba», trató de explicar el viaje Gabriel. Al llegar a la frontera Gabriel y los demás solicitantes de asilo tuvieron que pagar 2.000 dólares cada uno para poder pasar.
Una vez en la capital, Juba, fue cuando más amenazados por los rebeldes de Sudán de Sur se sintieron los solicitantes de asilo eritreos debido a las relaciones entre el gobierno de este país y Eritrea. Como tenían el temor constante tanto de ser deportados a Eritrea como de que les robaran y encarcelaran durante meses por no tener identificación, los solicitantes de asilo se marcharon hacia el norte, a Sudán.
Sin embargo, muchos fueron atrapados por el gobierno de Sudán, que trabaja con Eritrea para devolver a este país a los solicitantes de asilo, la mayoría de los cuales ha huido del reclutamiento por la fuerza y de por vida en el ejército.
Samson era una de las personas a las que atrapó la policía sudanesa. Después de pagar un soborno a cambio de su libertad descubrió que muchos de sus amigos ya habían sido enviados de vuelta a su país natal. «¿Dónde están ahora? No lo sé, [quizá] mueran en Eritrea».
El horror de Libia
Para quienes habían escapado lo que venía después era aún peor: Libia.
El viaje a Libia obsesiona a los demandantes de asilo que sobrevivieron a él. «Por la noche vuelve a nuestras cabezas, se repite… Me despierta lo que veo…No quiero recordarlo… Quiero cerrar esa puerta», dijo a HRM Kiflom, que sobrevivió a la travesía a través del desierto.
Muchos fueron instalados durante meses en almacenes abarrotados de personas. En habitaciones donde había unas 1.500 personas fueron objeto de violaciones, de violencia cotidiana, esclavitud y carecían de agua y comida.
Como en otras prisiones en las que habían estado, había que pagar rescate para salir. «Quienes no tenían dinero estaban más tiempo ahí». Muchas personas murieron.
Las personas solicitantes de asilo solo podían subir a los barcos en dirección a Italia cuando los contrabandistas encontraban al menos a 500 personas que quisieran ir. Como las barcas iban sobrecargadas se rompían los motores.
«500 personas nos fuimos al mar y solo volvieron unas 100…Éramos 10 personas de Israel en el barco y solo nos salvamos tres, ¿entiendes? Murieron siete personas», Tesfay, un superviviente, dijo a HRM.
Isayas está agradecido de haber sobrevivido. Ahora vive en Italia. Pero no deja de pensar en quienes murieron. «Pienso en quienes dejaron Israel para tener una vida mejor y no lo lograron», dijo.
Dror Sadot, portavoz de HRM, declaró a Middle East Eye que estas historias siempre llegarán a quienes esperan ser deportados. «Saben lo que les ocurrió a sus amigos cuando dejaron Ruanda o Uganda, saben que muchos murieron en el camino. Saben que no tienen permiso de trabajo. Oyen las historias, no las desconocen».
Dror Sadot señaló que muchas de las personas que se quedaron creen que no están mucho tiempo en la cárcel en Israel y que es mejor esperar a que acabe. Sheshai espera que el Tribunal Supremo de Israel eche atrás el plan de gobierno de deportarlos. «Espero que muchas personas en Israel estén con nosotros, con los refugiados», afirmó.
Fuente: http://www.middleeasteye.net/news/israel-african-migrants-voluntary-deportation-205044968
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.