Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.
La división en el seno de la sociedad palestina ha alcanzado niveles sin precedentes y se ha convertido en un obstáculo determinante en cualquier estrategia unificada para poner fin a la violenta ocupación de Israel o para unir a los palestinos en una sola meta.
El recién nombrado ministro de Defensa israelí, el ultranacionalista Avigdor Lieberman, lo comprende muy bien. Su táctica desde que ascendió al cargo en mayo pasado se centra en invertir al máximo en esas divisiones como medio de fracturar la sociedad palestina aún más.
Al lado de los militares israelíes, Lieberman resulta más «extremista» aún. Su legado anterior está plagado de declaraciones violentas y racistas. Entre sus hazañas más recientes destaca el haberse referido al difunto Mahmoud Darwish, el poeta más célebre de Palestina. Llegó a comparar la poesía de Darwish -que reclama la libertad de su pueblo- a la autobiografía de Adolph Hitler, Mein Kampf. Aunque esa no es la declaración más escandalosa de Lieberman.
Las provocaciones anteriores de Lieberman son muchas. Hace poco, en 2015, amenazó con decapitar con un hacha a los ciudadanos palestinos de Israel que no fueran totalmente fieles al «Estado judío», propugnó la limpieza étnica de los palestinos de Israel, y lanzó un ultimátum de muerte contra el ex primer ministro palestino, Ismail Haniya.
Sin embargo, declaraciones escandalosas aparte, la última estratagema de Lieberman, resulta más extravagante aún. El ministro de Defensa de Israel tiene previsto imponer un código de colores a las comunidades palestinas en Cisjordania ocupada, que los divida en verde y rojo, siendo el verde para «los buenos» y el rojo para «los malos»; así, a los primeros los recompensará por su buen comportamiento y a los segundos los castigará colectivamente aunque sólo sea uno de los miembros de la comunidad el que se atreva a resistir al ejército de ocupación israelí.
Una versión de este plan se intentó aplicar hace casi 40 años pero fracasó totalmente. Que propósitos aberrantes como este se propongan bien entrado el siglo XXI sin que concurra la protesta internacional es incomprensible.
Los códigos de color de Lieberman irán acompañados de una campaña para resucitar las llamadas «Liga de los Pueblos», otro experimento fallido de Israel ideado para imponer un liderazgo palestino «alternativo» que vincule a «notables» palestinos y no a los dirigentes elegidos democráticamente.
La solución de Lieberman es fabricar un liderazgo que, como en el caso de la «Liga de los Pueblos» de los años 70 y 80, será sin duda considerado por la mayoría de la sociedad palestina como traidor y colaboracionista.
Pero, ¿qué ses exactamente la «Liga» y cómo funcionará en esta ocasión?
En octubre de 1978, los alcaldes electos palestinos junto a los concejales y diversas instituciones nacionalistas pusieron en marcha una campaña de movilización popular bajo el paraguas del Comité de Dirección Nacional cuyo principal objetivo era dar respuesta al Tratado de Camp David, firmado entre Egipto e Israel, y contestar sus consecuencias políticas que marginaban a los palestinos.
En aquel momento, el movimiento cuajó como la red mejor entretejida y más unificada que los palestinos habían logrado nunca en el territorio ocupado. Israel inmediatamente tomó medidas contra los alcaldes, sindicalistas y nacionalistas de diversas instituciones profesionales.
La respuesta nacional insistió en la unidad de los palestinos de Jerusalén, Cisjordania y Gaza, de los cristianos y los musulmanes, y de los palestinos sobre el territorio de Palestina y los de la shattat o la diáspora.
La respuesta de Israel fue igualmente contundente. A partir del 2 de julio de 1980 lanzó una campaña de asesinatos contra los alcaldes elegidos democráticamente. Sin embargo, Camp David y los intentos de eliminar a los dirigentes nacionalistas del territorio ocupado, así como el incremento de la violencia de los extremistas judíos en Cisjordania inspiraron protestas populares, huelgas generales y enfrentamientos violentos entre jóvenes palestinos y las fuerzas israelíes. El gobierno israelí actuó para acabar con los alcaldes electos de Cisjordania poco después de haber establecido, en noviembre de 1981, una «Administración civil» para gobernar el territorio ocupado directamente a través de su ejército. La administración militar tenía como objetivo mantener al margen a toda dirección palestina verdaderamente representativa y consolidar aún más la ocupación. Una vez más, los palestinos respondieron con una huelga general y con la movilización popular.
Israel siempre se ha afanado en la creación de una dirección alternativa para los palestinos. Estos esfuerzos culminaron en 1978, con el establecimiento de la «Liga de los Pueblos» que otorgaba a sus miembros amplios poderes relativos, incluido el de aprobar o denegar los proyectos de desarrollo en el territorio ocupado. Podían ir armados y contaban con protección militar israelí.
Pero también eso estaba condenado al fracaso porque las comunidades palestinas consideraron a los miembros de la Liga como colaboracionistas.
Unos años más tarde, Israel tuvo que reconocer la naturaleza artificial de esa creación y admitir que a los palestinos no se les puede movilizar para que acepten la visión israelí de la ocupación militar permanente a cambio de una autonomía superficial. En marzo de 1984, el gobierno israelí decidió disolver la «Liga de los Pueblos».
Ya sabemos que Lieberman no es un avezado estudiante de la Historia pero, ¿qué es lo que pretende conseguir con esta estratagema? Las elecciones municipales de 1976 estimularon las energías palestinas en pos de la unidad; se unieron en torno a las ideas comunes y hallaron una plataforma unificadora en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Ahora la discordia palestina es inequívoca. El enfrentamiento prolongado entre Fatah y Hamas ha transformado radicalmente el discurso nacionalista sobre Palestina convirtiéndolo en una forma de tribalismo político.
Cisjordania y Gaza están divididos no sólo geográficamente sino geopolíticamente también. Fatah, asediada ya en más de un frente, está sufriendo más divisiones internas entre los partidarios de su envejecido líder actual, Mahmud Abbas, y el apartado aunque omnipresente Mohammed Dahlan.
Más peligroso que todo ello es que el sistema de castigos o recompensas de Israel haya creado clases entre los palestinos: los extremadamente pobres, que viven en Gaza y en la zona C de Cisjordania, y los relativamente prósperos, la mayoría de ellos afiliados a la Autoridad Palestina, en Ramala.
Desde el punto de vista de Lieberman, ha llegado el momento de perfeccionar y restablecer la «Liga de los Pueblos». Que funcione según su forma original o no, no es relevante, lo que importa es generar mayor división entre los palestinos, sembrar el caos social, el conflicto político y, quizá, que se repita la breve guerra civil que se produjo en Gaza durante el verano de 2007.
La comunidad internacional debe rechazar categóricamente esos planes arcaicos y ese ideario destructivo, y obligar a Israel a respetar el derecho internacional, los derechos humanos y las decisiones democráticas de la población palestina.
Esas potencias que se han impuesto a sí mismas como «agentes de la paz» y garantes del derecho internacional deben entender que Israel sabe muy bien cómo provocar incendios pero casi nunca es capaz de apagarlos. Y entre todos ellos, a Lieberman, el gorila de discoteca ruso reconvertido en político y en ministro de Defensa, no se le debe permitir que imponga un código de colores a las comunidades palestinas que premie y que castigue según le convenga.
Un rápido vistazo a la historia nos dice que las tácticas de Lieberman fracasarán; la pregunta, no obstante, es: ¿a qué precio?