Traducido para Rebelión por María Enguix
Los intelectuales progresistas estadounidenses asumen casi en su totalidad la hipótesis de que la ocupación israelí es represiva y abominable, mientras que Israel es un estado abierto y totalmente democrático, con una prensa verdaderamente libre, inquieta y crítica.
Nada más lejos de la realidad. Después de pasar tres meses en Israel con una beca de investigación, puedo asegurar que casi todos los intelectuales progresistas israelíes con los que he hablado afirman algo bastante distinto: que los medios de comunicación de su país están gravemente enfermos y son incapaces de ofrecer el mínimo nivel de cobertura imparcial o de información crítica seria, pilares fundamentales de una sociedad abierta.
Los estadounidenses que no saben leer hebreo o no ven las telediarios israelíes pueden tener una visión sesgada de la realidad al suponer que Ha’aretz, el diario de menor tirada, cuyos lectores son sobre todo los intelectuales y las clases políticas ―y los extranjeros, que devoran su edición electrónica en lengua inglesa― es un diario representativo y que en todos los medios israelíes colaboran columnistas y periodistas críticos como Gideon Levy, Akiva Eldar y Amira Hass. Ni lo uno ni lo otro. Los diarios de gran tirada Yediot y Ma’ariv, lo mismo que el Jerusalem Post y los telediarios, son de tendencia mucho más derechista, al igual que la corriente dominante entre los medios estadounidenses, que con seguridad no tienen nada que enseñar a Israel sobre este punto.
En cuanto a lo de estado abierto y totalmente democrático, casi toda la gente con la que he conversado habla de un enfriamiento de la oposición en los últimos años, paralelo a la elección de gobiernos cada vez más derechistas. Lo peor ha llegado con la reciente «guerra» de Gaza. Yo mismo lo he vivido en el microcosmos de la Universidad Ben-Gurion de Beer Sheva. Hace unos días la policía detuvo a Noah Slor, alumna en la licenciatura de estudios sobre Oriente Próximo de esta universidad, por orden de los agentes de seguridad del campus, y la retuvo durante varias horas por haber repartido discretamente panfletos contra el proyecto de ley presentado al Parlamento, que criminalizará la conmemoración de la Nakba (día de mayo en que los palestinos lamentan su desastroso desposeimiento y expulsión, y los judíos celebran la independencia). Noah se había colocado fuera de la entrada principal del campus, donde tradicionalmente se colocan los estudiantes para repartir cualquier cosa, desde anuncios de fiestas hasta información sobre mítines políticos, sin que las fuerzas de seguridad les molesten jamás.
Los estudiantes activistas y los profesores universitarios sostienen que las fuerzas de seguridad del campus aplican una conducta de acoso por motivos políticos. En efecto, Slor, activista de Darom le Shalom (el Sur por la Paz), grupo de árabes y judíos recién creado en la zona de Beer Sheva para «combatir el racismo en aras de la igualdad y la coexistencia entre árabes y judíos», me contó que cuando la detuvieron un agente de seguridad le dijo: «Oye, no te hagas la ingenua. Te he visto en manifestaciones. Todo está grabado y escrito, todo está documentado». No puede demostrarlo, pero está segura de que los agentes fueron a por ella por protestar contra la legislación sobre la Nakba. «Ese era el trasfondo», me dijo.
Los estudiantes no iban a quedarse de brazos cruzados. La misma noche, unos sesenta se manifestaron contra la detención, reunidos en una ceremonia universitaria a la cual asistieron el consejo directivo y demás dignatarios. Los estudiantes se taparon la boca con esparadrapo y portaron pancartas que rezaban: «El Departamento de Seguridad dirige la Universidad» y «Departamento de Seguridad = Policía Secreta». (En respuesta a las preguntas sobre el incidente, Amir Rozenblit, portavoz de la Universidad, dijo que los estudiantes tienen prohibido distribuir folletos en el campus ―¿a santo de qué?― y que Noah estaba repartiéndolos «en una zona considerada parte del campus», aunque estaba fuera de la entrada principal. También afirmó que, aparte de Noah, también detuvieron a un vigilante.)
La represión de la disidencia predominó durante la campaña de Gaza. Nitza Berkovitch, socióloga de la Universidad Ben-Gurion, afirmó: «Creo que todos los medios de comunicación se movilizaron en serio. Hubo un apoyo total a la guerra.» Pocos días después de comenzar la guerra, a finales de diciembre, un grupo de estudiantes árabes y judíos se manifestaron pacíficamente en contra. La policía no se hizo esperar y les exigió que se dispersaran. Los estudiantes asintieron, pero mientras guardaban las pancartas, la policía se encaró con algunos, los llevaron a rastras hasta los coches y los retuvieron durante horas, acusados de «provocar disturbios». Hubo otra manifestación a mediados de enero, esta vez más moderada, pues la gente llevaba pancartas pidiendo la paz y el fin de la violencia a ambos bandos. De nuevo ocurrió lo mismo: aparecieron docenas de policías que golpearon a la multitud y detuvieron a unos cuantos. Un estudiante de la Universidad Ben-Gurion, Ran Tzoref, sufrió arresto domiciliario durante un mes.
La fuerte represión de ciudadanos palestinos es una práctica muy arraigada en Israel. Los incidentes recientes muestran que los límites de la represión contra la disidencia judía podrían haberse relajado también. Cientos de israelíes fueron detenidos por protestar contra la campaña de Gaza, sin duda palestinos en su mayoría, pero judíos también. Como me contó Tzoref: «He participado en protestas en los territorios ocupados y han actuado como aquí. Me impactó que la policía antidisturbios viniera a la universidad y nos atacara. Nunca había pasado antes, a esa escala no.» Según Berkovitch: «Era como estar en una dictadura suramericana. Era como si por toda la nación se hubiera extendido la orden arbitraria de detener necesariamente a determinado número de gente; se trataba sencillamente de intimidarnos.»
Sin duda, la campaña de Gaza sacó lo peor del aparato represivo, alimentado por un sentimiento generalizado de venganza y odio hacia los palestinos, que agudizaron a su vez los cohetes de Hamás. (Berkovitch me contó que en la manifestación de enero muchos transeúntes insultaron a los manifestantes, tachándoles de traidores y diciendo cosas como «los judíos deberían matar a más árabes». «En mi vida había presenciado tanto odio», me dijo.) La tendencia es preocupante, pero es preciso puntualizar que por lo general los judíos israelíes, a diferencia de los palestinos, siguen gozando de un grado considerable de libertad de expresión prácticamente sobre cualquier asunto.
Con un gobierno de extrema derecha que no sólo está decidido a eludir negociaciones serias con los palestinos, sino que promueve activamente la expansión de la colonización; que muestra todos los indicios de estar preparando una guerra contra Irán y alimenta activamente la paranoia de la población en este frente; que contempla cada vez más a los palestinos como una amenaza, como el enemigo en casa, las contradicciones de una nación que pretende ser judía y democrática andan de capa caída. ¿Cómo puede ser democrático un estado que encarcela a cuatro millones de palestinos tras los muros de sus guetos, las carreteras de circunvalación y un bloqueo, y trata a otro millón y medio como ciudadanos de segunda? Para el profesor de geografía de la Universidad Ben-Gurion, Oren Yiftachel, Israel es una etnocracia (título de su último libro); para el difunto sociólogo de la Universidad Hebrea, Baruch Kimmerling, una «democracia Herrenvolk» [de raza superior]. Lo llamen como lo llamen, si Israel sigue por el mismo camino, la represión se intensificará necesariamente, y los cauces de la libertad de expresión se estrecharán aún más. El viejo chiste sobre Prusia era que se trataba de un ejército disfrazado de estado. ¿Está Israel destinado a convertirse en la Prusia del Mediterráneo?
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