Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
«Las diferencias entre los libaneses les están poniendo al borde del abismo», declaró el Presidente libanés Michel Suleiman en una reunión con dirigentes cristianos y musulmanes tras reproducirse la violencia en la ciudad de Trípoli.
La inquietante declaración del recién elegido presidente del Líbano parecía al principio estar fuera de lugar. Se produjo tras los enfrentamientos entre sunníes leales al gobierno, en el barrio de Bab al-Tebbaneh de Trípoli, y seguidores alauitas de la oposición, en el barrio vecino de Yabal Mohsen. Los enfrentamientos del 22 y 23 de junio dejaron finalmente nueve muertos y cuarenta y cinco heridos antes de que el ejército libanés lograra poner fin a los combates.
No obstante, la situación en Trípoli no se puede comparar con los sucesos acaecidos en Beirut hace más de un mes. En aquel momento, los hombres de Hizbollah barrieron y extendieron su control sobre casi todo Beirut Oeste cuando el primer ministro del gabinete, Fouad Siniora, ordenó desmantelar la red privada de telecomunicaciones del grupo. Beirut parecía prepararse para una guerra civil general. Tras la intervención del primer ministro de Qatar, representantes de la oposición y de la coalición gobernante del 14 de Marzo acordaron reunirse en Doha. El resultado fue el Acuerdo de Doha, al que se llegó el 21 de mayo, que asignó a la oposición suficientes puestos ministeriales como para poder ejercer el veto sobre las decisiones del gabinete y llevó a la elección, cuatro días después, del General Michel Suleiman como presidente.
Tras la propuesta del grupo del 14 de Marzo para que Siniora continuara como primer ministro, hubo muchas esperanzas de que pronto pudiera formarse un gabinete y superarse así la crisis política de dieciocho meses de duración que había paralizado al país. Las inacabables riñas sobre carteras clave entre el grupo de oposición del Bloque por el Cambio y la Reforma de Michel Aoun y el Movimiento por el Futuro de Saad Hariri, el partido gobernante de la coalición mayoritaria, impidieron que todas esas expectativas se materializaran.
La reanudación de los combates de base sectaria (aunque en Trípoli, no en Beirut) después de Doha, unida al fracaso a la hora de formar un gobierno de unidad nacional, fueron probablemente lo que hizo que Suleiman pronunciara tan fatalista declaración.
Sin embargo, el Líbano es una nación donde a menudo coexisten la esperanza y la desesperación.
Como se acerca el segundo aniversario de la guerra de julio de 2006, Hizbollah y el gobierno israelí han llegado a un acuerdo sobre intercambio de prisioneros. En una conferencia pronunciada el 2 de julio, el secretario general de Hizbollah, Hassan Nasrallah, confirmó que se le entregarían a Israel los dos soldados israelíes capturados tras traspasar la frontera en el verano de 2006 (que proporcionaron a Israel el necesario pretexto para su consiguiente invasión del Líbano) a cambio de cinco prisioneros libaneses allí retenidos.
El más famoso de ellos (o el más infame, dependiendo de a qué lado de la frontera se narre la historia) es Samir Kantar, un druso libanés. Actuando como miembro del Frente de Liberación de Palestina, intervino en un ataque ocurrido en 1979 en el que murieron tres israelíes, incluida una muchacha (Kantar afirma que la chica murió en el intercambio de disparos con los soldados israelíes), por lo que fue condenado a cuatro sentencias a perpetuidad.
Israel entregará también los restos de otros combatientes libaneses y de Hizbollah que murieron durante la guerra de julio y, en una fecha posterior, liberará un número no revelado de prisioneros palestinos. Por otra parte, Israel recibirá los restos de sus soldados y se le dará información definitiva sobre el destino del aviador desaparecido Ron Arad.
En la conferencia de prensa en la que confirmó el acuerdo alcanzado con Israel, Nasrallah concluyó diciendo:
«En primer lugar, quiero felicitar a todos los libaneses por este logro y espero que todos lo consideren como suyo. Lo abordaremos de la misma forma en que abordamos la victoria de 2000 y no lo utilizaremos para fines internos».
«El segundo punto es acerca de los cuerpos que regresarán al Líbano… sus funerales deberían ser un evento nacional, unificado, una oportunidad para que los libaneses se reencuentren de nuevo… Personalmente anuncio la absoluta disposición de Hizbollah para celebrar cualquier encuentro político en cualquier circunstancia y contexto si eso ayuda a unir al Líbano, a preservar la paz civil y a superar la fase anterior vivida en nuestro país».
«El punto final es que insto a todos los poderes populares a distanciarse de cualquier provocación para que podamos hacer un uso positivo y civilizado de la sangre derramada y poner fin a los abismos existentes entre libaneses».
La reacción ante el discurso de Nasrallah entre quienes más se habían opuesto a él, incluidos Siniora y Walid Jumblatt, fue refrescantemente positiva.
Siniora acogió con alborozo el inminente regreso de los detenidos libaneses, declarándolo un «éxito nacional». Prometió asistir a la ceremonia convirtiendo su regreso en una fiesta nacional. Jumblatt calificó como «alentadoras» las declaraciones de Nasrallah y planeó también felicitar a Kantar y a los demás señalando: «Esta cuestión va más allá de cualquier consideración política o de seguridad». Desgraciadamente, pero muy previsiblemente, el jefe del Movimiento por el Futuro, Saad Hariri, no hizo comentario alguno pero indicó que su partido también participaría en las ceremonias de bienvenida.
Si el alcance de las palabras de Nasrallah o el próximo regreso al Líbano de los capturados y de los muertos será suficiente para unir a este fracturado país es algo que aún está por ver. Las señales iniciales son esperanzadoras. Pero como siempre fue muy arriesgado predecir el futuro político del Líbano, probablemente sea mejor decir que ese es un capítulo que todavía está por escribir.
Rannie Amiri es un comentarista independiente sobre el mundo islámico y árabe. Puede contactarse con él en: [email protected]
Enlace con texto original:
http://www.counterpunch.org/amiri07062008.html