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Punto muerto en Damasco

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

2011 fue para Siria un año sin precedentes. Por primera vez desde que el Partido Baaz sirio llegó al poder hace casi cincuenta años, el pueblo sirio se levantó y empezó una revolución pacífica pidiendo libertad, dignidad y democracia contra un régimen habituado a suprimir cualquier oposición mediante la fuerza.

Hace casi diez meses, algunos niños de Deraa, población situada al sur de Siria, influidos por la Primavera Árabe que había comenzado en Túnez y se había extendido por Egipto, Yemen y Libia, escribieron unos grafitis en el muro del colegio pidiendo la caída del régimen. Sus grafitis encendieron una revolución, inicialmente pacífica, que se ha convertido ahora en una de las revueltas árabes más violentas y sangrientas.

La inteligencia siria les tuvo arrestados durante semanas sin que sus padres supieran nada de ellos. Las autoridades encargadas de la seguridad se negaron a liberarles e ignoraron las súplicas de sus familias. Sus parientes gritaron en la calle pidiendo libertad, pero no querían significar libertad solo para sus niños sino para todo el pueblo sirio.

Como cualquier otro régimen totalitario, las fuerzas de seguridad utilizaron una fuerza excesiva con la pequeña muchedumbre, derramando sangre y asesinando a varios civiles, con lo que la pequeña protesta se convirtió en cuestión de días en una manifestación masiva que exigía libertad y el procesamiento de los dirigentes de las agencias de seguridad que habían dado la orden de matar.

Al igual que una pelota de nieve, las protestas se extendieron por el país, empezando por los pueblos y ciudades de la zona de Deraa. Las fuerzas de seguridad no solo utilizaron allí la fuerza sino también fuego real contra cualquiera que participara en las manifestaciones, sin que importaran sus demandas.

A la vez que se incrementaba el número de muertos, se invadían cada vez más ciudades, se destruían propiedades y se arrestaba a miles de jóvenes. El techo de las demandas iba evolucionando desde peticiones abstractas en aras de la libertad y la dignidad a exigencias políticas básicas. Entre estas se incluían libertad para formar partidos políticos, derecho a la rotación del poder, disolución de las agencias de inteligencia y otras. Todo esto sin ser totalmente conscientes de que esas exigencias significaban el fin del régimen totalitario en Siria. Tres meses más de revolución y las demandas cristalizaron en la petición de derrocamiento del régimen.

El régimen sirio no solo contaba con las agencias de seguridad que algunos observadores estiman que se componen de más de medio millón de fuerzas, sino con el ejército regular, desplegado para aplastar a los manifestantes. El ejército invadió Deraa, Hama, Homs y otras zonas turbulentas utilizando artillería pesada para acabar con las manifestaciones. Algunas ciudades y pueblos se transformaron en barracones militares mientras algunos distritos parecían más una zona de guerra que lugares de protesta.

El presidente sirio pronunció tres discursos ante el pueblo que los observadores describieron como ineficaces para acallar las protestas porque no propuso soluciones, excepto a través de medidas de seguridad y promesas de reformas que la gente lleva ya esperando cinco décadas. Según la oposición, sus discursos no satisficieron las demandas y aspiraciones del pueblo.

Los dirigentes sirios ni siquiera escucharon el consejo de sus aliados y continuaron con sus violentas políticas de seguridad, en la creencia de que así podrían suprimir las protestas y acabar con ellas para después dar comienzo a un proceso de reformas que se ajustara a su visión de las cosas.

El gobierno sirio, a la vez que se dedicaba a asaltar ciudades, tomaba una serie de decisiones que no satisficieron a los sirios. Entre estas se incluían la revocación de la ley de emergencia (sustituida por otra muy similar); la formación de partidos políticos, pero poniendo una serie de condiciones restrictivas en su creación; y la aprobación de una ley de libertad para los medios de comunicación que en la práctica seguían bajo el control de las agencias de seguridad.

En lugar de poner en marcha reformas rápida y efectivas, el régimen y los medios favorables al mismo se dedicaron a alardear de sus logros y se burlaron de la caída de los dirigentes de Túnez y Egipto. Los medios de comunicación oficiales adoptaron una actitud sombría y hostil ignorando la co-ciudadanía entre los revolucionarios y el régimen en el país, propagando una abierta animosidad y absoluta confrontación.

Mientras tanto, no se permitió la entrada en Siria de medios de comunicación internacionales, arrestando o deportando a varios periodistas.

Los revolucionarios tuvieron que echar mano de sus teléfonos móviles para poder descargar los videos de las matanzas y violencia sistemáticas del régimen contra los manifestantes, que hizo que algunos observadores denominaran la revolución siria como la «revolución de YouTube».

Aliados clave del régimen lo abandonaron; Turquía, que tenía una relación estratégica con Siria, se convirtió en enemigo, y lo mismo sucedió con Qatar, cuyo emir era amigo personal del presidente sirio.

Los estados europeos aconsejaron al presidente sirio que pusiera en marcha reformas inmediatas, urgentes y verdaderas, pero el consejo cayó en oídos sordos.

El régimen utilizó una fuerza y propaganda excesivas para confundir los hechos. Afirmó que existía una «conspiración universal» en su contra y acusó a EEUU, Europa y los estados árabes de formar parte de la conspiración para acabar con la «posición de resistencia» que Siria representa -según el régimen- en la región. El régimen acusó también a los revolucionarios de ser terroristas, de constituir milicias armadas y de seguir el diktat de agentes extranjeros, mientras rechazaba todo lo que no fueran medidas de seguridad.

La oposición siria y los observadores afirman que el régimen sirio no se ha ahorrado método alguno -por muy brutal que fuera- para suprimir a la oposición. Le quitó la laringe a Ibrahim Al-Qashush, por cantar a la revolución; le rompió los dedos al caricaturista Ali Farzat, que dibujó la revolución; mató al «grafitista» de la revolución, que escribió eslóganes contra el presidente en los muros del colegio; y arrestó a muchas personas de los medios y artistas porque apoyaban la revolución.

Según los observadores de las organizaciones por los derechos humanos, el régimen torturó también a estudiantes universitarios y mutiló los cuerpos de niños, asesinó a mujeres y ancianos y arrestó a decenas de miles de sirios desde que comenzó el levantamiento.

Anteriormente, la oposición había sido débil, fragmentada y clandestina tras cinco décadas en las que el régimen no paró de arrestar a las personalidades de la oposición o les obligó a huir del país. Según la revolución iba cobrando impulso, iban creándose nuevas fuerzas y movimientos de oposición, sobre todo de jóvenes que, sobre el terreno, organizaban manifestaciones, se coordinaban con diferentes lugares y mantenían una presencia activa en los medios. Las fuerzas de oposición se formaban tanto fuera como dentro de Siria y trataban de estrechar filas y de unir puntos de vista.

Se formaron dos bloques importantes de oposición: el Consejo Nacional, en el extranjero, y el Comité de Coordinación, en Siria. El primero incluía a los Hermanos Musulmanes, al Bloque de la Declaración de Damasco, que agrupaba a cinco partidos, y a una serie de figuras independientes. El segundo agrupaba a quince partidos de oposición árabes y kurdos, así como a personalidades independientes. La oposición dentro de Siria insistió en que la revolución debía ser pacífica y rechazó la intervención militar extranjera, mientras que la oposición en el exterior señalaba que la intervención militar es el único medio para derrocar al régimen. Esta diferencia llamó la atención de la comunidad mundial.

La oposición, que no está unida, no ha presentado una clara alternativa al régimen actual y continúa trabajando separadamente, aunque se muestra unánime en el objetivo político de la necesidad de derrocar al régimen y a sus figurones, así como transformar Siria en un estado plural y democrático donde haya una rotación del poder.

Los revolucionarios que utilizan medios pacíficos y que cuentan con el apoyo de los principales campos de la oposición (Consejo Nacional y Comité de Coordinación) no han conseguido derrocar al régimen a lo largo de los últimos diez meses. El régimen siguió controlando el ejército y el aparato de seguridad, estimados ambos conjuntamente en un millón de tropas, habiéndose ambos enfrentado a los manifestantes.

Naturalmente, el ejército sirio no es una entidad homogénea. Los desertores del ejército y de las fuerzas de seguridad que se negaron a abrir fuego contra los manifestantes pacíficos han lanzado diversas operaciones paramilitares. Han formado el Ejército Libre de Siria (ELS), cuyos dirigentes afirman incluir a 12.000 combatientes en misiones defensivas. Un pequeño número de civiles se ha unido a ellos para vengar la muerte de sus seres queridos. Estas fuerzas irregulares han llevado a cabo sucintas operaciones militares contra agencias de seguridad e inteligencia y contra algún francotirador que disparaba contra los manifestantes.

Mientras tanto, la revolución ha recibido las influencias de desarrollos tanto regionales como internacionales. Los países árabes y europeos retiraron sus embajadores de Siria como una forma de presionar al régimen sirio para que pusiera fin a la violencia. La respuesta de Damasco fue ignorar los ataques de los partidarios del régimen contra las embajadas y diplomáticos árabes, europeos y estadounidenses. Al mismo tiempo, países europeos y árabes han impuesto una serie de sanciones políticas y económicas contra el régimen de Bashar Al-Asad y sus principales dirigentes. Pero ninguna de esas medidas ha logrado convencer al régimen para que cambie sus métodos. En todo ese tiempo, el régimen ha respondido de forma muy lenta a cualquier iniciativa que tratara de poner fin al conflicto interno, incluidas las propuestas de la Liga Árabe.

La oposición ha declarado que Homs y Deraa son ya dos ciudades destruidas y ha apelado a la comunidad mundial para que intervenga y pare el baño de sangre. Los grupos por los derechos humanos de las Naciones Unidas afirman que el régimen sirio ha cometido crímenes contra la humanidad y los revolucionarios han pedido a la Liga Árabe y a la ONU que presionen al gobierno sirio a fin de que permita que agencias internacionales de ayuda humanitaria, comités de derechos humanos y medios de comunicación entren en el país para salvar vidas de los ciudadanos sirios.

Rusia ha protegido en más de una ocasión al régimen sirio al rechazar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU condenando la represión de las protestas llevada a cabo por el régimen. Aunque destacados funcionarios sirios confían en que prosiga el apoyo de Rusia, la oposición cree que este país cambiará su postura como consecuencia de la escalada de la violencia.

Pero incluso el apoyo político de Moscú no podría impedir que el régimen sirio se viniera abajo, especialmente frente a las presiones económicas. En diez meses, la lira siria ha caído un 25% de su valor y la producción de petróleo ha descendido en casi un 65%. El pueblo sirio ha empezado ya a sufrir escasez de productos alimentarios básicos, combustibles y otros artículos.

Según cifras reunidas por observadores de los derechos humanos sirios, árabes e internacionales, hasta ahora han muerto 6.200 personas, incluidos 320 niños y 210 mujeres, y 180 fallecieron a causa de las torturas. Mientras tanto, la cifra de detenidos y desaparecidos gira alrededor de decenas de miles y el número de refugiados en Turquía, Jordania y el Líbano supera los 16.000.

Durante diez meses, el régimen sirio ha hecho gala de una crueldad y violencia excesivas, negándose a reconocer al movimiento revolucionario. No ha propuesto soluciones políticas que puedan satisfacer ni las más mínimas aspiraciones del pacífico movimiento cívico. La oposición responsabiliza al régimen del estancamiento actual, con el país al borde de la guerra civil.

Siria se halla en una encrucijada que deja abiertas muchas opciones divergentes. Nadie sabe hacia dónde se encamina el país y si el pueblo podrá cosechar libertad y dignidad a cambio de sus sacrificios o si la revolución acabará militarizándose, si habrá una intervención extranjera o estallará una guerra sectaria civil. Muchos observadores afirman que una intervención militar extranjera destrozaría por igual al régimen y a la sociedad, pero si la actual matanza sigue su curso, el mismo resultado parece avecinarse, de cualquier forma, por el horizonte.

Fuente:

http://weekly.ahram.org.eg/2011/1078/re5.htm