Como de costumbre, incluso en medio de una gravísima crisis global, las conmemoraciones históricas se siguen convirtiendo en un circo mediático, en el que afloran políticos, historiadores y oportunistas que gastan los dineros del contribuyente para celebrar cualquier cosa. El problema es que en muchos casos, ni siquiera los organizadores saben muy bien qué celebran […]
Como de costumbre, incluso en medio de una gravísima crisis global, las conmemoraciones históricas se siguen convirtiendo en un circo mediático, en el que afloran políticos, historiadores y oportunistas que gastan los dineros del contribuyente para celebrar cualquier cosa. El problema es que en muchos casos, ni siquiera los organizadores saben muy bien qué celebran exactamente. En las líneas que vienen a continuación trataremos de aclarar quién fue Vasco Núñez de Balboa, qué fue eso del descubrimiento del Mar del Sur y qué se supone que debemos conmemorar.
Tradicionalmente, Vasco Núñez de Balboa se ha incluido en el Olimpo de los grandes conquistadores del siglo XVI, junto a Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Hernando de Soto. Balboa había nacido en 1475 en Jerez de Badajoz -hoy Jerez de los Caballeros-, una pequeña pero señera localidad situada al sur de Extremadura, en el seno de una familia hidalga venida a menos económicamente.
Fue paje de Pedro de Portocarrero, señor de Moguer, por lo que desde muy joven tuvo noticias de los descubrimientos ultramarinos. En 1501 se enroló en la expedición de Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa, que recorrió la costa atlántica de los actuales estados de Colombia y Panamá. A su regreso, se estableció en la isla Española. Pero, dado que no consiguió sus sueños de ascensión social, decidió probar fortuna en la nueva frontera que en aquellos momentos era la llamada Tierra Firme.
En 1505 se organizaron las expediciones del conquense Alonso de Ojeda y del jiennense Diego de Nicuesa, pero no se le consintió su embarque por la gran cantidad de deudas que tenía contraídas en la isla. Sin embargo, poco después se subió a bordo como polizón en una nueva escuadra a Tierra Firme, comandada por el bachiller Martín Fernández de Enciso, socio de Ojeda. Dado que se ocultó en una barrica, durante años se le conoció como el hombre del barril. Enciso lo hubiera abandonado a su suerte de no ser por la valía de sus conocimientos, ya que había navegado por las costas a las que ellos pretendían arribar. Sin embargo, el sevillano no tardó en irritar a todos por su ambición y su despotismo. Por ello, Núñez de Balboa, con la connivencia de la mayoría de la hueste, encabezó una revuelta que terminó con el reembarque del bachiller hacia la isla Española. Al poco tiempo estaba de vuelta en España, difamando el nombre del jerezano y de todos aquellos que habían participado en la sedición.
En 1513, Vasco Núñez de Balboa decidió cruzar el istmo de Panamá para alcanzar el océano Pacífico, que ellos llamaban el Mar del Sur. Tras una travesía de veintidós días, la expedición, compuesta por sesenta y cinco españoles y varios centenares de indios, atravesaron el istmo desde la villa de Acla hasta el golfo que él mismo bautizó como de San Miguel. El 25 de septiembre lo avistaron y, cuatro días después, tomaron solemnemente posesión de él, ante la mirada atónita de los naturales.
La importancia de este hecho, no es tanto el descubrimiento en sí, como las consecuencias de la llegada al otro lado del océano, justo en la ruta que permitiría años después descubrir y conquistar el gran estado incaico. Fue el curaca Tumaco el que, con la intención de librase de ellos, ubicó al sur un rico pueblo que poseía oro en abundancia, ciudades y bestias de carga. Su objetivo no era otro que despertar la ambición de los hispanos, en particular de Balboa y Pizarro, y lo consiguió, aunque bien es cierto que la estrategia no fue suficiente para librarse del yugo.
Sin embargo, Vasco Núñez todavía no sabía que en sus ambiciones expansionistas se iba a cruzar pronto otro noble castellano, el segoviano Pedrarias Dávila, nombrado nuevo gobernador de Tierra Firme, llamada ahora Castilla de Oro. El enfrentamiento entre los dos caudillos estaba servido. Solo uno de los dos podría sobrevivir, siempre bajo la mirada atenta de Francisco Pizarro que de momento, permanecía en la sombra a la espera de su oportunidad. La tensión entre ambos contendientes no cesó de aumentar, pese a la boda del jerezano con una hija del gobernador. Poco después, estando en la ciudad de Antigua fue apresado, bajo la acusación de tramar una rebelión. Entre los que participaron personalmente en el arresto estaba su antiguo amigo y colaborador Francisco Pizarro. En ese justo momento, Balboa intentó disuadir a su antiguo capitán, diciéndole: no solíais vos antes salir así a recibirme. Pizarro se limitó a responder que cumplía órdenes del gobernador. Poco después, en Acla, enero de 1519, y tras un juicio sumarísimo, fue condenado y ejecutado por decapitación junto a otros cinco españoles, todo ello con el beneplácito de su suegro el viejo Pedrarias Dávila. De nada sirvió su defensa, pues, como dijo Girolamo Benzoni, donde reina la fuerza de nada vale defenderse con la razón.
Hasta aquí la historia oficial; ahora bien, ¿quién fue exactamente Vasco Núñez? ¿Qué cualidades tenía? ¿Qué hazaña digna de conmemoración realizó? ¿Qué celebramos en 2013? En las líneas que vienen a continuación trataremos de dar respuesta a esas preguntas.
Vasco Núñez fue un conquistador, nada más y nada menos que eso, es decir, una persona de acción, dispuesta a matar y a morir por satisfacer sus ansias de gloria, de honra y de dinero. Recorrió toda Centroamérica, atormentando a los caciques para que les entregasen oro y mujeres. Y según escribió Fernández de Oviedo, su hueste, viendo su ejemplo, se dedicó a hacer lo mismo. Ahora bien, n o queramos pedirle peras al olmo; el jerezano se comportó de la única forma que sabía. Obviamente, nunca cuestionó la legalidad de la conquista, como hicieron algunos seglares y laicos, especialmente los frailes dominicos, ni reivindicó ideas como la libertad o la justicia social. Más bien al contrario, recurrió a ejecuciones ya mutilaciones cuando las juzgo necesarias, exactamente igual que los demás guerreros de su tiempo, incluidos, por supuesto los jefes indígenas. Aunque bien, no podemos olvidar que los conquistadores eran los agresores y los indios los agredidos. En cualquier caso, en ese ambiente presidido por la violencia, el saqueo y la rapiña fue donde se desenvolvió Balboa, como uno de sus protagonistas.
Su ejecución fue una auténtica canallada, totalmente injusta, porque ni hubo rebelión contra la autoridad vigente ni hizo nada diferente de lo que hacían habitualmente el resto de sus compatriotas. Ahora bien, quien a hierro mata a hierro muere, y eso exactamente fue lo que le ocurrió al guerrero extremeño. De hecho, Balboa condenó a una muerte segura a Diego de Nicuesa, Pedrarias Dávila a Balboa, Sebastián de Belalcázar a Jorge Robledo, Hernando Pizarro a Diego de Almagro el Viejo, y Diego de Almagro el Joven a Francisco Pizarro. Como podemos observar, la conquista no sólo implicó la desaparición del mundo de los vencidos sino también un sinfín de traiciones y asesinatos entre los vencedores.
En cuanto a la hazaña del descubrimiento del Mar del Sur, conviene realizar algunas puntualizaciones. Lo que se conmemora es el descubrimiento por Castilla, y por extensión de Occidente, del océano Pacifico americano, con las consecuencias que aquello tuvo. A partir de esos momentos, se comenzó a fraguar la expansión por la costa pacífica que culminaría con el rápido desmoronamiento de la civilización del Tahuantinsuyu. Eso es exactamente lo que supuestamente se celebra, el descubrimiento del Mar del Sur y sus consecuencias. ¿Y cuáles fueron estas consecuencias? El inicio de la expansión de Occidente por Sudamérica, el aniquilamiento de civilizaciones centenarias como la Inca, y la desaparición de una buena parte del universo cultural indígena. Un gran triunfo para Occidente y una hecatombe política, social, económica y cultural para los amerindios.
Asimismo, a nadie se le puede escapar que eso de descubrir el océano Pacífico es más que relativo. Los nativos de Centroamérica y de Sudamérica lo tenían más que descubierto y, por supuesto, las milenarias civilizaciones orientales. Sin embargo, para la historiografía tradicional, el océano Pacífico no existía antes de 1513; es decir, las antiquísimas culturas chinas y japonesas vivían a orillas de un océano que no era más que una entelequia marítima. La toma de posesión del Mar del Sur debió ser un espectáculo grotesco. ¿Qué pensó el cacique Chiape cuando, el 29 de septiembre de 1513, obligado por la fuerza de las armas, presenció los actos oficiales de incorporación a Castilla de su mar de toda la vida? Nunca lo sabremos, pero no es difícil imaginar su perplejidad.
Conviene tener claro lo que celebramos: un hito más en el proceso de expansión de Occidente, es decir, la llegada a las puertas del Tahuantinsuyu, que a corto o medio plazo terminó provocando su dramático derrumbe. Un capítulo más en la historia de la humanidad, donde el más fuerte siempre se impuso al más débil. No es que no se pueda celebrar la efeméride pero, al menos debían cumplirse dos condiciones: una, saber exactamente lo que conmemoramos y otra, aprovechar la ocasión para trazar puentes entre Europa y América, fomentando la cooperación y aprendiendo juntos de las experiencias traumáticas del pasado. Tampoco estaría mal, de paso, recuperar la memoria histórica, rescatando del olvido a los perdedores, a las miles de víctimas que murieron luchando contra unos extranjeros que terminaron destruyendo su mundo. Conocemos bien a los vencedores pero no a los vencidos: reyezuelos como Pocorosa o Chiape y miles de pobres indios que perecieron esclavizados en las minas o en las colleras donde iban porteando los víveres y el oro que los propios hispanos les habían robado previamente. Este recuerdo del pasado, con todo su dramatismo intrínseco, nos podría animar en nuestro empeño por crear un mundo mejor y más justo para todos. Éste es el perfil que a mi juicio debería tener este V Centenario.
Bibliografía básica
De entre las biografías sobre el jerezano Vasco Núñez, siguen siendo de utilidad las clásicas de Ángel de Altolaguirre y Duvale (Madrid, 1914), Constantino Bayle (Madrid, 1923), L. G Anderson (Buenos Aires, 1944) y Kathleen Romoli (Madrid, 1955). Aunque no hay investigaciones recientes, ni menos aún críticas, son de buena calidad las síntesis de Martínez Rivas (Madrid, 1987) y, sobre todo, la de Manuel Lucena Salmoral (México, 1988).
Sobre el entorno en Tierra Firme, en los años del descubrimiento del Mar del Sur resultan imprescindibles los estudios de la Dra. María del Carmen Mena (Sevilla 1984 y 2011). Y en lo concerniente a sus relaciones con Francisco Pizarro son de obligada consulta los trabajos de José Antonio del Busto Duthurburu (Madrid 1965 y Lima, 2011).
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