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¿Qué hacer con la Central de Lemoniz?

Fuentes: Rebelión

Es una página olvidada de la Historia de nuestro pueblo que apenas se quiere recordar. Como un cadáver abandonado en una cuneta que con su sola presencia interpelara nuestra conciencia acerca del tipo de mundo que se quiere edificar. La prueba palpable y rotunda de que estamos gobernados por unos poderes públicos indecentes a los que sólo les interesa huidas hacia adelante y borrar de un plumazo las huellas de tanto fraude y estafa que con sus políticas ayudan a implementar. Y es, quizá también, el espejo de la catastrófica ruina en que se está convirtiendo nuestra sociedad.

Hablo de ese catafalco colosal en que se han convertido los restos de la Central Nuclear de Lemoniz, a la que en su día apenas faltaba cargar los reactores con uranio para que fuese una realidad, y que gracias a manifestaciones masivas de la sociedad vasca articulada en torno a la ejemplar y determinante labor realizada por la Comisión de Defensa de una Costa Vasca No Nuclear, consiguió paralizar no solo este proyecto sino el de otras tres centrales en Euskal Herria: Ispaster (Bizkaia), Deba (Gipuzkoa) y Tutera (Nafarroa).

Han transcurrido más de cuatro décadas desde aquellos acontecimientos, pero este tema vuelve a surgir con fuerza, ahora en forma de buscar alternativas a la dejación institucional acerca de qué hacer con los restos de esta Central. Y ello gracias a una entusiasta iniciativa llevada a cabo durante tres décadas por una mujer arquitecta (Carmen Abad Ibañez de Matauco) que ha puesto encima de la mesa lo que ha denominado como “Proyecto de conversión de la Central Nuclear de Lemoniz y los terrenos afectados en un espacio de uso público”.

La propuesta de Abad consiste, interpreto de forma muy sintetizada porque su desarrollo es mucho más rico, en la suma de dos procesos de actuación: Primero, un vaciado selectivo creando espacios por sustracción y donde las ruinas permanecen como vestigio receptivo. El nuevo espacio vacío se aísla y permite al observador salir de su realidad temporal. Y segundo, una conversión para transformar el antiguo cementerio de hierros y hormigón en un juego de sensaciones que libere la magia de la luz, el agua y el viento. Una alternativa que ofrece al espectador lugares para pasear y soñar. El proyecto quiere transformar este espacio ruinoso en un parque patrimonial para conciliarnos con nuestra memoria y mostrar al exterior en forma de un escaparate de nuestra energía, de nuestra inventiva. 

Mientras tanto, el poder político y mediático lleva más de cuarenta años silenciando y tapando una barbaridad, ocultándola bajo el manto de utópicas salidas de futuro que no pasan de “ocurrencias”, como es la última instalar una “piscifactoría” utilizando, una vez más, el engaño de la tan manida, pero que tan buenos resultados le da al Gobierno Vasco, fórmula de la colaboración “público-privada”, que consiste en detraer recursos públicos para que la iniciativa privada consiga jugosos beneficios. Es decir, en quitarte a ti querido lector-a dinero de tu bolsillo para que un empresario se lo lleve crudo.

El proyecto de Carmen Abad, a mi entender, remueve la historia, recuerda la controversia y el conflicto de esta Central Nuclear… pero también sugiere y propone una salida coherente. Y se afronta, en primer lugar, desde lo creativo, desde lo artístico, porque ahora el arte, la creación artística, no se alía para parar el monstruo, tal y como lo hizo en su momento, sino para extraer utilidades desde sus cenizas. El monstruo podría cobrar vida en dirección contraria a la que fue concebida y mal-acabada obra, esto es, para devolver el paisaje y el territorio a sus verdaderos dueños, la naturaleza y la sociedad, por este orden.

Así que ahora, la pregunta que han de responder las instituciones concernidas, principalmente el Gobierno Vasco que impulsó su construcción y que se ha llamado andanas durante décadas, así como la Diputación Foral de Bizkaia, es qué se hace con este lugar degradado por la aberrante irracionalidad de un proyecto que costó vidas humanas y la pérdida de un espacio natural que bien pudiera haber tenido un desarrollo acorde con sus valores intrínsecos, alejados de la mortífera especulación nuclear que tantos problemas ha causado en el mundo, en lugares tales como Chalk River (Canadá, 1952); Chelliabinsk (URSS, 1957); Three Mile Island (Harrisburg-EEUU, 1979); Chernóbil (Ucrania, 1986), que se cobró la vida de más de 100.000 personas; Tomsk (Rusia, 1993); Khushab (Pakistán, 2008; ); Fukushima I (Japón, 2011)…

Toca ahora, por tanto, definirse, aportar soluciones, y esta propuesta de Carmen Abad bien pudiera ser un buen punto de partida, por supuesto mejorable, abierta a aportaciones, a que se conjugue con la ciudadanía, sobre todo de la zona afectada, con el propio Ayuntamiento de Lemoiz a la cabeza, como responsable de aprobar un plan de ordenación que facilite y sea la base de la regeneración integral de toda la zona.

Aquí todos tienen el deber de mojarse, comenzando por las instituciones, aunque el Gobierno Vasco y la Diputación Foral de Bizkaia, seguramente, no lo harán. Por una sencilla razón, porque nunca ha estado entre sus prioridades favorecer al conjunto de la ciudadanía vasca sino a sus redes privadas clientelares. Así que nada puede esperarse desde un punto de vista institucional.

Y si esto es así, tendrá que ser la propia sociedad vasca la que impulse un proceso que obligue a estas autoridades ausentes a actuar. Una opción sería abrir un concurso de ideas en Euskal Herria que acompañen al esfuerzo personal de la arquitecta Carmen Abad para, de una vez por todas, abrir al mundo las entrañas del monstruo nuclear que aquí se abortó, producto de una lucha popular única y ejemplar.

La oportunidad es única y no hay otro ejemplo posible. Nadie, jamás en ningún otro lugar de este planeta podrá bajar al foso de una central nuclear y sentir, oír, oler… el miedo que esa visita provocará en su alma. Las barras de uranio nunca llegaron a la Central Nuclear y, en ese sentido, la cala de Basordas sigue siendo virgen. Fukushima, Chernobil, Harrisburg… llorarían de envidia ante la resurrección de su hermana nuclear de Lemoniz desprovista de la amenaza nuclear. Y hoy, ante los arrebatos de guerra total, somos muy afortunados por no tener en nuestro territorio un objetivo estratégico a destruir.

Se trataría de implementar la denominada Regla de las Tres Erres (Reducir, Reutilizar, Reciclar) aplicadas a la cala de Basordas, pagadora del desastre de Iberdrola en su criminal empeño de construir la Central Nuclear de Lemoniz y que sería el cierre perfecto al ciclo de cuatro décadas de estafas, mentiras y miedos.

Así que la clave para desencallar este grave problema que nos han dejado precisamente Iberduero y las citadas instituciones solo está en manos, tal y como ocurrió hace ya más de cuatro décadas, de una sociedad organizada que vele por sus propios intereses.

Y un dato a tener muy en cuenta. El costo calculado del plan propuesto por Carmen Abad para regenerar esta parte de la costa vasca no supondría ni una tercera parte de lo que el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia quieren dilapidar con su reiterado y ecocida proyecto de construir un nuevo Museo Guggenheim en Urdaibai.

Hay todavía una segunda cuestión adherida a la anterior y a no dejar pasar por alto. Esta factura la debe pagar Iberdrola como sucesora de Iberduero, por el daño no solo material que causó a la zona, sino también por la deuda moral y ética que ha contraído con la sociedad vasca y, sobre todo, porque gracias a la moratoria nuclear que declaró el Gobierno de España liderado por Felipe González, los ciudadanos pagamos en nuestras facturas eléctricas desde 1996 hasta 2015 un canón por más de 5.700 millones de euros por las supuestas pérdidas derivadas de no poder llevar adelantes sus planes de construcción de esas centrales nucleares.

Sería una verdadera vergüenza para este país que dejemos que una parte de nuestro territorio siga abandonado y se deteriore. Algo así como dejar que una parte de nuestro propio cuerpo se desangre. ¿O preferimos seguir viendo el “cadáver” cada vez que pasamos por Lemoiz?

Nota final.- La exposición de Carmen Abad se puede ver en Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro en Bilbao hasta el 30 de abril.

Txema García, periodista y escritor

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.